Ella vuelve a asentir y me acaricia la cara con suavidad. Su mano se siente tan suave contra mi mejilla rasposa por la barba que empieza a salir. Sonríe un poquito, como si compartiera un secreto conmigo. Le hago preguntas fáciles de "si y no" porque sé que no puede hablar. La entiendo, o al menos lo intento. Su silencio no es un problema; es como si tuviéramos nuestro propio lenguaje secreto. Cada gesto, cada mirada, cada caricia dice más que mil palabras. Todavía estoy encima de ella y no quiero moverme. No la estoy aplastando mucho con mi peso para que pueda respirar, y me gusta sentir el calor de su cuerpo, y sus tetas aplastadas en mi pecho, subiendo y bajando al respirar. También, cómo sus piernas aún me rodean un poco y como mi polla aun dura esta dentro de su húmeda y deliciosa v

