Mientras en esa mañana la mansión De las Casas se sumergía en una silenciosa guerra fría entre eternos rivales, a kilómetros de distancia, el lujoso automóvil surcaba la autovía hacia Alicante. El sol de media mañana bañaba el paisaje en una luz dorada, que se deslizaban por las ventanillas tintadas del vehículo. Dentro, el ambiente contrastaba fuertemente con la tensión dejada atrás: era un oasis de alegría y anticipación. Anna De las Casas, con su porte elegante y su cabello perfectamente peinado, lucía una sonrisa enigmática que iluminaba su rostro. Sus ojos, brillaban con una mezcla de picardía y satisfacción. El plan que había urdido parecía estar dando frutos, y no podía estar más complacida. A su lado, Mimi, su hermana y cómplice de toda la vida, la observaba con una mezcla de cu

