Mientras Charlotte y Reinaldo estaban sumergidos en su propio mundo, permanecían ajenos al tormento que Alexander enfrentaba en Francia. Sentado en su lujosa oficina, ataviado con un costoso traje verde botella y el cabello perfectamente peinado, Alexander deslizaba con dedos temblorosos el pulgar sobre la pantalla de su teléfono, eliminando una a una las fotografías de Charlotte. Cada imagen era como un puñal que se hundía en su pecho, desgarrando la fachada de indiferencia que tanto se esforzaba por mantener. A la espera del notario que le haría firmar el cobro del seguro por los astronómicos 250 millones de euros, Alexander se detuvo en un video íntimo de él y Charlotte. De repente, el silencio de la oficina se vio interrumpido por los ecos de su pasado con aquella mujer de quien se ha

