Finalmente, reconociendo la necesidad de mantener la compostura, Reinaldo exhaló profundamente. Su aliento, cálido y cargado de deseo no satisfecho, acarició el cuello de Charlotte. Con un esfuerzo visible por controlarse, murmuró: —Me controlaré. Iré a darme una ducha, pero… no haré nada. Charlotte asintió, una mezcla de alivio y decepción reflejándose en sus ojos. Lentamente, casi a regañadientes, ambos se separaron, el aire entre ellos aún cargado de tensión se.xual no resuelta y promesas silenciosas de lo que vendría más tarde. La pareja se quedó allí por un momento, intentando recomponerse, conscientes de que debían bajar y enfrentar al resto de la familia como si nada hubiera pasado. El deseo reprimido y la frustración palpable prometían hacer de este un día largo y lleno de tens

