Amelie entrecerró los ojos, estudiándolo. Alexander podía sentir cómo su mirada lo desarmaba, buscando cualquier signo de debilidad o duda. ―Pero la matarás. ¿Está claro? ―Las palabras de Amelie cayeron como una sentencia de muerte, no solo para Charlotte, sino para las esperanzas y sueños que Alexander ni siquiera se había atrevido a reconocer que tenía. Cada sílaba era una daga que se hundía en el corazón de Alexander, desgarrando la coraza de indiferencia que había cultivado durante años. Sintió cómo algo dentro de él se quebraba, un dolor agudo que amenazaba con manifestarse en un grito que tuvo que ahogar en lo más profundo de su ser. El conflicto interno lo desgarraba: el inesperado y abrumador amor por Charlotte, la lealtad arraigada hacia su tía, la ambición por el imperio que he

