«No me importa si piensa que soy una zorra. De todas formas, estoy a su merced»—reflexionó Charlotte, con sus ojos fijos en Reinaldo con una intensidad que hacía que su corazón palpitara con fuerza contra su pecho, como si quisiera escapar. Reinaldo tragó saliva con dificultad, intentando mantener la compostura. La mirada de Charlotte transmitía una energía indescifrable, una mezcla de inocencia, vulnerabilidad y sensualidad que lo desconcertaba. Sus ojos recorrieron el rostro de ella, deteniéndose en aquel lunar coqueto sobre su labio superior que tanto le gustaba. Ese pequeño detalle en su rostro parecía resumir toda la esencia de Charlotte: no era una santa, pero a su vez tenía un aire angelical. Era raro aquel contraste, pero a él lo fascinaba. Y a pesar de su vulnerabilidad por su

