Gavin parpadeó, todavía confundido, como si le hubieran cambiado todas las piezas de un rompecabezas en cuestión de segundos. El silencio se instaló pesado entre los dos y por unos segundos que a él le parecieron una eternidad, Emilia no respondió, sino que lo miró con una mezcla de desprecio y dolor. Ya no había rastro de deseo en sus ojos, solo la sombra de un pasado que aún pesaba. —¡Dímelo ahora mismo! —le exigió, tomándola de los hombros y sacudiéndola ligeramente, como si así iba a conseguir que la verdad cayera de ella, como las monedas al sacudir un bolso vacío. Con furia, Emilia tiró de su cuerpo y se soltó de su agarre. No quería decirle nada, pues estaba segura de que no valía la pena perder el tiempo con explicaciones, sin embargo, estaba harta de la actitud de Gavin, de sus

