La mañana avanzaba con un sabor agridulce para Gavin Blake. El hombre estaba de pie frente al espejo, abotonándose la camisa blanca con movimientos mecánicos. Cada botón que cerraba era una excusa más para no pensar. Pero el reflejo en el espejo lo traicionaba: su propio rostro, sereno y pulcro, tenía una expresión que no lograba descifrar. No era satisfacción, tampoco remordimiento. Era algo en el medio. Algo incómodo.
No había dormido, pero no había cansancio en su sistema. El recuerdo de lo que había hecho durante toda la noche con Emilia seguía ahí, agazapado en algún rincón de su mente, como una sombra que se negaba a desvanecerse. Había sido una noche que, en teoría, debía servir para limpiar una obsesión, para arrancar de raíz aquello que lo había estado distrayendo, debilitando. S
