WESTON
Me froto las palmas de las manos lentamente, observando el calor entre ellas. Hago una pausa para inspeccionar las líneas de mi palma y me pregunto qué fortunas me deparan. Que podría ver un místico en mi futuro de mierda.
En este punto, tomaría cualquier cosa para distraerme. Amelia está sentada a pocos metros frente a mí, nuestros asientos de cuero mullidos uno frente al otro. Emma esta desplomada en una siesta tranquila en sus brazos, a pesar de su siesta anterior. El reconfortante zumbido de los ruidos del avión podría haberme adormecido también, si no estuviera mirando fijamente a la única mujer que hace que mi corazón se acelere.
Mierda. Hago crujir los nudillos, volviendo la mirada a la ventana. Amelia tararea suavemente, meciendo a Emma con mucha suavidad en sus brazos.
–¿Sabes? – dice. –recuerdo que me sentí increíblemente disgustada cuando volé por primera vez y descubrí que Los Osos cariñositos no estaban aquí arriba viviendo en sus ciudades de nubes–
Esbozo una sonrisa a pesar de mis mejores esfuerzos. Sus extravagantes comentarios me dificultan permanecer impasible a su alrededor.
–Están aquí arriba. Solo tienes que saber dónde mirar–
–He estado buscando durante años, y sin suerte– chasquea la lengua. –¿Así que los has visto? –
–¿Los has visto? – ladeo la cabeza. –He ido de fiesta con ellos–
Resopla, sus hombros temblando con una risa silenciosa. La sonrisa que me dirige es tan pura, tan hermosa, que causa esa misma sensación desgarradora y profunda.
Los mechones oscuros que enmarcan su rostro, escapando de su coleta suelta y baja, solo me ablandan. –Me muero por saber en que andan los Ositos Cariñositos, entre bastidores- reflexiona.
–Lo de siempre– digo. –Cocaína, prostitutas, cocteles caros. Todo ese asunto de la pureza es una fachada–
Se echa a reír y esta vez, me uno a ella. Así que todavía puedo relacionarme con alguien, incluso cuando he vivido la mayor parte de mi vida de mal humor. Es la última persona con la que necesito interactuar.
–Tienes mucha información privilegiada sobre la caída de los Ositos Cariñositos– añade. –¿Eres responsable de su declive moral? –
–Sería más fácil culpar a alguien con una reputación como la mía, pero desafortunadamente, no puedo asumir la culpa- Esbozo una sonrisa.
–¿Entonces no estas familiarizado personalmente con las prostitutas y las drogas? – Lo pregunta como una broma, pero veo un destello de verdadera curiosidad en sus palabras.
Niego con la cabeza. –Eso no es propio de los Hamilton. Cocteles caros, sí. Pero el resto, no tanto–
Suspira felizmente, con la mirada dirigida hacia la ventana. - ¿Crees que está nevando en Nueva York? –
–Cielos despejados la última vez que lo revisé–
–¿Tal vez nevara, entonces? –
Entrecierro los ojos. –¿Esperas una tormenta de nieve o algo así? –
–Sería encantador, ¿sabes? – sus ojos brillan de emoción mientras me mira, y puedo sentir el vértigo que irradia. Es contagioso. –Como en una película. Un día de nieve en la ciudad de Nueva York–
–Supongo que no vas a Nueva York a menudo–
Niega con la cabeza. –No voy a ningún sitio menudo–
–¿Por qué? –
Su rostro se suaviza mientras piensa. –No lo sé… solo las vacaciones familiares anuales, y lo que sea…– se lame los labios, mirándome con culpa. –Lo que sea con lo que Caleb decida sorprenderme–
Aprieto la mandíbula, pasando el pulgar de un lado a otro por mis nudillos. La sola mención de su nombre me hace desear seguir con ese encuentro entre mi puño y la boca de Caleb.
–¿Debería no decir su nombre ahora? – pregunta Amelia en voz baja.
Me aclaro la garganta. Tal vez la mención me está molestando demasiado visiblemente. Pero ahora tengo una buena razón. –Lo conocí hoy–
Los ojos de Amelia se abren como platos. –¿Qué hiciste? –
–No te mencioné a ti ni a tu trabajo conmigo– me recuesto en mi asiento, respirando hondo. –No te preocupes–
–Pero porque…como…–
–Me lo encontré en un almuerzo organizado por la Cámara de comercio. Tu padre y tu hermano estaban allí-
Se pasa una mano por un lado de la cara, con expresión horrorizada. –¿Dijeron…algo? – pregunta con dificultad.
–Caleb sí. De hecho, se sentó a mi lado– me río con sarcasmo. –Criticó mi negocio y me advirtió que no debería quedarme en Louisville. Un tipo dulce, todo un encanto–
Amelia cierra los ojos con fuerza, levantando la cabeza hacia el techo. –Si. Un hombre encantador–
–Se que no soy el favorito de los Morton. Enviaron a Caleb el perro de ataque, pero malo para él, sus ladridos no me asustan–
–Lo siento– dice Amelia.
–No tienes por qué sentirlo. No tuviste nada que ver. ¿Adónde suele llevarte de vacaciones este encantador hombre tuyo? –
Hace una mueca, mirándome fijamente. Su garganta se mueve. –Hemos estado en California–
–¿Sí? –
–Texas– añade.
–Fascinante–
–Florida– dice.
–Mmm. ¿Sus decisiones o las tuyas? –
–Sus decisiones–
–Así que le da miedo volar internacionalmente– Cruzo el tobillo sobre mi rodilla. –Dime, ¿adónde irías? Sin tu prometido–
Hace una mueca al oír la palabra “prometido”, que no es la primera vez. O tal vez es solo la forma en que la pronuncié. Sale como un pequeño chasquido cada vez. Sus labios se separan y su mirada se desvía mientras piensa.
–Bueno…– empieza mirando por la ventana de nuevo. –Creo que iría algún lugar exótico de i********:. Es decir…montañas profundas sin señal de celular. Um…nevadas. Toneladas de nieve. Y habría un jacuzzi infinito y una estantería llena de libros. Y simplemente… ni una sola alma pidiéndome que haga algo que no quiero hacer. O planeando mi día por mí. Solo un silencio dichoso–
Nuestras miradas se encuentran, sus palabras se asientan dentro de mi como un desafío. No, una promesa. Porque tiene que saber que ahora que lo ha dicho, planeo entregárselo. Pero solo si es mía.
–Entonces, unas vacaciones de lectura en solitario– resumo.
–Si. Por supuesto– esa suave sonrisa regresa a su rostro, a partes iguales infantil y sabia. –¿Adónde te gustaría ir? –
Abro la boca para responder, pero no sale nada. Me froto un lado de la mandíbula mientras pienso. –Puedo ir a donde quiera, cuando quiera. Y a menudo lo hago. Pero al único lugar al que me gustaría ir, no puedo. Y eso es volver a tiempos más felices–
Amelia ladea la cabeza. –¿Cuándo fueron tus momentos felices? –
Contigo. Aparto la mirada, para que no lea la verdad allí. –Antes de la investigación de la comisión, eso es seguro–
Me observa intensamente por un momento. –¿Eras feliz cuando estábamos juntos? –
La pregunta es una bofetada. Siento un vuelco en el estómago. Todo dentro de mi quiere evitar responder a esta pregunta, porque la honestidad me empujara por un camino prohibido. –¿Por qué importa? –
–Solo tengo curiosidad–
–La respuesta a esa pregunta no tiene nada que ver con el presente–
–¿Lo eras?–
Aprieto la mandíbula y miro hacia la ventana. El avión desacelera ligeramente. –Ya casi llegamos. Deberíamos despertar a Emma–
–No me respondiste–
Algo dentro de mí se quiebra. Mi mirada vuelve a ella como un látigo que chasquea contra la carne.
–No obtendrás la respuesta. No cuando estas comprometida con otra persona– sus labios se aprietan.
–No parecía importarte eso el sábado–
–Era el alcohol hablando-
Me lanza una mirada inexpresiva antes de susurrarle a Emma al oído. Se mueve, abriendo sus grandes ojos azules para mirarme. No puedo evitar sonreír.
–Hola, niña bonita– Extiendo mis manos y ella se acerca a mí. La levanto en mis brazos, acomodándola en mi regazo. Parpadea adormilada, su mirada se posa en la ventana y el mundo que hay más allá. La mirada de Amelia arde en mí, el desconcierto emana de ella. Conozco ese sentimiento demasiado bien. Y estoy decidido a eliminarlo de mi vida. Necesita ser mía o irse.
La presión ha aumentado, y no solo porque estamos a 40,000 pies de altura. Esta danza que hicimos en torno a su compromiso con Caleb es una que no planeo continuar por mucho más tiempo. Tengo que tomar una decisión. Y aunque la racionalidad me dice que Amelia tiene que irse, cada parte de mi quiere que sea mía. Estoy tan cansado de no tenerla como de oscilar entre las dos opciones.
El avión desciende y, en poco tiempo, estamos rodando en el aeropuerto. Bajamos del avión a una pista húmeda, pero sin nieve, con el horizonte de la ciudad asomándose en la distancia. Acompaño a Emma y a Amelia al asiento trasero de la camioneta que nos espera. El chofer de Dominic, Piernas, nos espera con una gran sonrisa.
–Cuanto tiempo sin verte, jefe–
–Kentucky me tiene en sus garras. Me gustaría que conocieras a Amelia y Emma. Damas, les presento a Piernas–
–Hola– Amelia saluda.
–Dos nueva damas en tu vida, ¿eh? – Piernas me guiñe un ojo por el espejo retrovisor mientras se aleja.
–Podría decir eso– concedo. Es más esfuerzo corregirlo. Y técnicamente no está equivocado. Simplemente no sabe que ambas están prestadas, y ese es el mayor problema de todos.
Emma se sienta en silencio entre Amelia y yo mientras charlamos de todo y de nada con Piernas: como había ido el invierno en Nueva York, lo que pienso sobre los cambios de acciones más recientes, si Emma irá o no a las escuelas de Nueva York una vez que sea mayor de edad. Una vez que llegamos a mi apartamento, algo en mi interior se afloja. Louisville, con todos sus recientes factores estresantes, no se ha sentido completamente como un hogar. Pero ahora, estamos en mi territorio. Piernas me ayuda a descargar nuestras maletas a la vuelta de la esquina del pent-house, por petición mía. Lo despido con la mano cuando se ofrece a ayudarme a llevarlas al apartamento. Amelia y Emma tienen las mejillas sonrojadas y sonríen mientras nos abrimos paso a través del fresco aire neoyorquino hacia el edificio que llamo hogar.
Amelia jadea al acercarnos, señalado la señalización brillante y las paredes de cristal que han aparecido a la vista al doblar una esquina. Esto había sido a propósito. No quería que Piernas se detuviera y arruinara mi sorpresa. –¿Vives…vives aquí? - su mirada recorre las interminables filas de libros visibles a través de las paredes a nivel de la calle. –¿En un Barnes & Noble? –
Miro hacia el edificio de treinta y cinco pisos. Es de uso mixto, y la planta baja esta alquilada a la librería. –Así es. aunque vivo en el pent-house–
–El pent-house de un Barnes & Noble– sus ojos parpadean y se lleva una mano al pecho. –Ni siquiera me di cuenta de que podía haber algo encantador. Bueno, si alguna vez no puedes encontrarme, ya sabes donde buscar–
Reprimo una sonrisa, guiándola a la entrada principal de los condominios justo al lado de la librería. –Anotado–
–¿Por qué no me avisaste? –
–No quería que lo dejaras todo y te mudaras a Tribecca. Tienes toda una vida. Caleb estaría devastado–
Suspira con irritación. –Weston–
–Solo es mi manera de mantenerte alerta. Nunca sabes con que te sorprenderé la próxima vez– le doy una sonrisa malvada mientras paso el llavero que abre la puerta principal del vestíbulo de recepción. Nuestros pasos resuenan suavemente en el reluciente suelo de baldosas mientras la guio hacia los ascensores, con nuestro equipaje haciendo clic detrás de mí. Emma se encoge en el brazo de Amelia mientras nos acercamos al ascensor.
–Está bien, cariño– le doy una palmadita en la espalda mientras hunde la cabeza en el hombro de Amelia. Después de un momento, se gira y me alcanza. La levanto en mis brazos y me acurruca tan profundamente como puede.
Las puertas del ascensor tintinean suavemente. Cuando Amelia intenta ayudarme con el equipaje, le aparto la mano de un golpe y la maniobro con una sola mano. Amelia me lanza una mirada inexpresiva, pero la diversión curva la comisura de sus labios.
Nos elevamos. Este condominio no es tan grandioso ni impresionante como el que compartía con mis hermanos en Wall Street, pero es mi propio rincón acogedor en Manhattan. Amelia deja escapar un leve murmullo de apreciación tan pronto como entramos en el vestíbulo, sus exclamaciones cada vez más fuertes a medida que nos adentramos en el condominio
Nos detenemos en la sala principal, donde los ventanales del piso al techo ofrecen una vista panorámica del horizonte de la ciudad a medida que se acerca el anochecer. La puesta del sol promete ser buena, a juzgar por la paleta de rojos y naranjas del artista que se funden en el horizonte. Enciendo la chimenea a través de mi teléfono inteligente; el calor crepitante es una gran adición al regreso a casa.
–¿Qué río es ese? – pregunta.
–Hudson. Y allá está el parque Rockefeller– lo señalo.
Emma se mueve en mis brazos levantando la cabeza. señala hacia la ventana y hace un ruido que suena como –¡Da! –
Asiento, estando de acuerdo con ella. –Lo has hecho bien, cariño– miro mi reloj. –Pedí algunas cosas para que serán entregadas para Emma, que deberían llegar pronto–
Amelia se queda en la ventana, inclinando la cabeza de un lado a otro mientras examina la vista. suspira, cruzándose de brazos. Unos momentos después, vuelve a suspirar. Estoy contento observándola. Con Emma en mis brazos, la chimenea calentando la habitación, los dos cómodos y completos aquí con Amelia.
Completos.
Odio lo natural que se siente tener a estas dos en mi vida. Nada de eso es permanente. Nada de esto está realmente destinado a mí. Amelia está destinada a continuar su camino con su prometido, porque eso es lo que tiene sentido para ella. Y Emma podría regresar con Ivan algún día, deshaciendo todo este progreso que hemos hecho.
Disfrútalo mientras puedas, porque esto no va a durar>>. Mierda, odio ser tan pragmático a veces.
Amelia suspira de nuevo, ladeando la cadera. –Es tan…fascinante. Tan absorbente. Un espiral interminable de humanidad–
–Bien dicho–
Me mira por encima del hombro. –¿Cómo logra trabajar aquí? podría quedarme mirando esto durante horas–
–Tal vez me he acostumbrado un poco– Esbozo una sonrisa. –O me dirijo a la oficina en Wall Street. Las vistas allí se ven atenuadas por el personal que me recuerda que tengo trabajo que hacer–
Ella se ríe. –¿Puedo ver tu edifico de oficinas? –
Siento una opresión en el pecho. No sé por qué, pero la petición me parece intima. –No será mío por mucho tiempo–
–¿Qué quieres decir? –
Ahí va de nuevo, invitando a la nube oscura a entrar en mi consciencia. Hago rebotar a Emma en mi rodilla, eligiendo concentrarme en sus grandes ojos azules y en la inocencia de su pequeño y perfecto rostro. –Si todo va según lo planeado mientras estoy aquí, me echaran de Hamilton Enterprises–
Amelia chasquea la lengua, acercándose a mí. La preocupación grabada en sus rasgos es un puñetazo en el estómago que no esperaba. –Weston, lo siento mucho. ¿Qué ha pasado? –
Suspiro, sacudiendo la cabeza. –Es mucho. Tal vez en otra ocasión–
Ella levanta una ceja. –¿Una vez que hayas bebido? Eso parece hacer que te abras–
Intento ocultar la sonrisa irónica que amenaza con apoderarse de mi rostro. –¿Así es como siempre le hablas a tu jefe? –
Ella frunce los labios. –Por supuesto que no. Pero afortunadamente tú no eres mi jefe. El de Aurora si lo es– Pasa junto a mi contoneándose, y la alcanzo para golpearla, solo dándome cuenta, una vez que mi brazo está en el aire, de que sí, estoy intentando darle una bofetada en su trasero. Mierda. Los viejos hábitos tardan en morir. Ella ríe y se apresura a pasar de mi alcance.
La puerta a la informalidad se ha abierto una vez más. Y no es la primera vez hoy. Tengo un presentimiento que cada vez es más difícil mantener esta puerta cerrada.
Golpe, golpe, golpe.
El golpe en la puerta del pent-house me sobresalta, lo que a su vez hace que Emma gima y se aferre a mi como un koala. La hago callar, dándole palmaditas en la espalda.
–Probablemente sea la entrega- digo, poniéndome de pie. –Yo la traeré–
Amelia se queda atrás mientras me dirijo a la puerta, abriéndola de un tirón. Estoy preparado para la cara desconocida de un repartidor, posiblemente con varias cajas o bolsas a cuestas. No estaba preparado para ver a mi hermano Dominic y a su novia Vanessa sonriéndome radiante.
–Mierda– suelto.
Vanessa aumenta la intensidad de su sonrisa mientras Dominic simplemente sacude la suya y entra. –Eso es lo que se llama un saludo, ¿eh? ¿Nos vas a dejar entrar? –
–Pasen– digo con una pequeña risa. –Lo siento, es que… esperaba a alguien, pero no eran ustedes dos–
–¡Sorpresa! – Vanessa se rie, su mirada yendo de Emma a mí y justo por encima de mi hombro. –¡Ahora sí que es una fiesta! –
Una fiesta con la que no había contado. Amo a mi hermano… amo a Vanessa…pero no lo había puesto al día sobre los acontecimientos de Louisville. Ni siquiera le había dicho que Amelia es la niñera. Había planeado ponerlo al día por teléfono esta noche, pero aparentemente tiene otros planes. Honestamente, después de tanto conflicto y desconexión, una parte de mi se alegra por ello. Así es como se siente tener un hermano. Lo había extrañado.
Dominic se inclina más cerca, mirando por encima de mi hombro para ver a Emma. –Hola, señorita. ¿Es usted mi nueva sobrina? –
Emma se acurruca más profundamente en mi hombro y aparta la vista de él.
–Lo siento, chicos. Permítanme presentarlas– Cierro la puerta tras ellos y levanto a Emma en mis brazos. –Esta es Emma, el m*****o más nuevo de la familia Hamilton. Y allá esta Amelia- hago una pausa, recordando que probablemente debería aclarar. –La niñera de Emma–
–Hola a todos– Amelia ofrece un pequeño saludo, su dulce sonrisa tomando el borde del encuentro sorpresa. –Es un placer–
–Eres un encanto– dice Vanessa efusivamente corriendo hacia adelante para estrechar la mano de Amelia. –Es un placer conocerte–
Dominic apoya las manos en las caderas, mirando a Amelia.
–Espera un segundo…–
Gimo internamente, dirigiéndome a la sala principal. Se lo que viene.
–Te conozco– continúa Dominic. El, Vanessa y Amelia me siguen, y todos nos reunimos alrededor de los sofás y la chimenea. La estudia por un momento, entrecerrando los ojos. –Mierda, no puedo recordar de donde–
–El Baile del Gobernador– lo reemplazo. Había estado presente la noche en que Amelia y yo nos conocimos. Chasquea los dedos. –Eso es todo. Ha pasado un tiempo, ¿eh? –
Amelia asiente. –No pensé que me recordaras. Me alegra verte de nuevo–
No quiero que llene más espacios en blanco, no mientras Vanessa y Amelia estén presentes. –¿Cómo demonios sabías que estábamos aquí? Acabamos de llegar–
–Me subestimas, hermano–
Dominic me da una palmada en el hombro, dándome una sonrisa traviesa. Hay una razón por la que él es el Director de Tecnología de nuestras empresa. Tiene habilidades técnicas espeluznantemente buenas. –¿Lo has olvidado tan rápido ahora que estás de vuelta en Kentucky? Lo supe en el segundo que tu avión aterrizo–
–¿Hackeaste mis servicios de localización otra vez? Apagué esa mierda por una razón–
La mirada de Dominic se dirige a Amelia, cuyos ojos se agrandan lentamente. –En realidad, Piernas me lo dijo cuando aterrizó tu avión. No te hackee ni nada por el estilo, solo use la comunicación de persona a persona a la antigua. Como un humano completamente normal. No asustemos a Amelia de entrada, ¿de acuerdo? –
–Al menos les dió tiempo para meter sus cosas en la casa– añade Vanessa con ironía. –Le dije que necesitaba darles un segundo para usar el baño, por Dios– Dominic se encoge de hombros. –No quiero esperar. No tenemos mucho tiempo juntos. Y con un nuevo m*****o de la familia, quiero aprovechar cada segundo posible–
–¡Aw! Mira eso, Emma– la abrazo más fuerte. –El mejor tío del mundo. Después de mí, por supuesto–
–Tengo la intención de conservar ese título– dice Dominic. –Tu eres el mejor Tío-papá. Yo soy el mejor tío normal-
Me río. –Esto es lo que nos pasa por tener una familia tan disfuncional–
–Nosotros ponemos la diversión en disfuncional– bromea Dominic. Eso provoca una ronda de risas de todos.
–Solía, supongo. Ahora es solo…jodido– murmuro.
–Esa palabra no forma parte de disfuncional así que no puedes reclamarla– me corrige Dominic. –Además, Vanessa y yo queremos traer la parte de la diversión. ¿podemos invitarlos a cenar? –
–¿Por favor? – dice Vanessa, su mirada yendo de Amelia a mí.
Los ojos de Amelia se iluminan. Ella también jadea.
–No sé nada de eso– comienzo
–¿Estás seguro, Weston? – pregunta Dominic, su mirada se desliza hacia Amelia. –Amelia, parece que realmente te gustaría salir a cenar en algún lugar de Manhattan. Dile a tu viejo gruñón jefe que es parte de tus requisitos–
Amelia se ríe, llevándose una mano a la boca. A mí me dice: –Oh, me encantaría salir una noche por la ciudad en Manhattan. ¡Y a Emma también! Suena como un sueño hecho realidad–
Dominic me mira con una sonrisa burlona.
–¿Ves? y a Emma también le encantaría– prácticamente puedo oír sus palabras no dichas. “Te entiendo”.