AMELIA
Las siete en punto. El final de mi primer día completo trabajando con la hija de Weston Hamilton. Nunca me había sentido tan agotada y con tanta energía al mismo tiempo.
Cruzo las puertas de hierro forjado de la propiedad de mis padres. Viven en una mansión de estilo colonial en las afueras de Louisville, flanqueada por un césped verde ondulado y arreglos topiarios que requieren tanta atención que constituyen la mayor parte del estrés diario de mi madre. Exige perfección en todo momento. No hay ningún día libre para mi madre ni para nadie a su alrededor, y eso incluye al personal de jardinería.
Y, por supuesto, sus hijos. Al acercarme al garaje de ladrillo blanco escondido en la parte trasera de la propiedad, a lo largo de la línea de árboles que separan su casa de la de los vecinos que estan detrás, veo la reluciente camioneta de mi hermano. Y la llamativa Escalade nueva de Caleb, que había comprado el mes pasado después de un ascenso considerable en su trabajo en una gran compañía de seguros médicos.
Frunzo el ceño, entrando en el extremo más alejado de la entrada trasera. Comemos los domingos con la familia sin falta, y por supuesto, Caleb siempre asiste, al igual que la esposa y al hija de mi hermano. Pero es miércoles. Después del día que he tenido, quiero dirigirme a mi zona de la propiedad, una casa de piscina independiente que sirve como alojamiento para invitados y sumergirme en una bañera y recordar todas las pequeñas formas en que Weston había encendido un fuego dentro de mi hoy, a pesar de que cada palabra que había pronunciado había estado entrelazada con alambre de púas.
Ganarme la confianza de Emma había sido la parte más fácil del día, y eso había requerido hasta el último recurso de mi caja de herramientas. Pero estos son los desafíos que vivo por los exnovios no incluidos. Estos también son los desafíos que no puedo contarle a mi familia.
Entro como en una exhalación por la entrada lateral de la casa, respirando hondo antes de poner mi cara feliz, la que me siento obligada a mostrarle a mi familia. El aroma de la cena me recibe: cebolla y rosbif. Desde lo más profundo de la casa, oigo: –Cariño, ¿eres tú? – Mi madre. Su intuición sobre mi cercanía es tan precisa que necesita ser estudiada por científicos. Ni siquiera he cerrado la puerta ni hecho ningún ruido todavía.
–¡Soy yo, madre! – respondo con voz cantarina. Dejo mi bolso en uno de los estantes de madera que bordean el pasillo lateral y luego me adentro más en la casa. Me dirijo al comedor formal, donde supongo que estarán todos. Comemos a las 7:15 pm, sin falta.
El suelo de madera oscura se esconde bajo gruesas alfombras florarles. Cada superficie esta inmaculada, libre de polvo. A través de los arcos del comedor, veo la larga mesa, lo suficientemente larga para una familia real. En cierto sentido, somos la realeza moderna; ha sido uno de esos sentimientos asumidos y tácitos al crecer. Somos especiales. Somos venerados. Somos la encarnación viviente del éxito y la felicidad.
Esperamos que nuestros hijos continúen con eso durante las generaciones venideras. Mi familia se reúne en el comedor. Abel, mi hermano, con su cabello castaño oscuro elegantemente recortado y su polo permanente, se sirve una bebida en el aparador. Su esposa Dinah, una hermosa morena, que oculta algún tipo de tristeza detrás de su cálida sonrisa, equilibra a su hija Hope, de seis meses, sobre su cadera. Mi padre está de pie a la cabecera de la mesa como la pared de ladrillos de un exjugador de futbol americano convertido en ejecutivo de hospital. Mi madre, con su cabello castaño en un moño perfecto alrededor de su cabeza, intenta conducir a todos a la mesa, pero la mayoría no le presta atención. Había sido formada por mi abuela Ruth, quien está de pie a su lado con la ayuda de un andador, mi única fuente de apoyo en esta familia, pero también el poste de meta más tradicional de todos.
Y luego está Caleb, mirándome con un brillo en sus ojos color avellana desde el otro lado de la habitación, con un vaso de whisky ya en la mano. Su gran anillo de graduación de la universidad de Kentucky brilla en su dedo, el único accesorio que nunca se quita.
Todos me miran con una sonrisa cuando entro.
–Buenas noches a todos– digo con una sonrisa.
–Te estábamos esperando. Ven a sentarte– mi madre me acompaña al comedor, dándome un beso al aire en la mejilla. Mientras está a mi lado, me quita la larga cola de cabello por encima del hombro. –¿Llevaste el pelo así hoy? Podrías haberlo rizado–
–Estaba trabajando– le digo.
Ella chasquea la lengua, dándome una palmada en el hombro. –Lo cual ni siquiera necesitas estar haciendo. ¿Así que dime otra vez porque no lo rizaste? –
Para ella, yo soy un topiario viviente. Ilumino mi sonrisa y le permito que me acerque a Caleb.
Me rodea la cintura con un brazo, acercándome a él. Me da un cálido beso en la sien.
–Bienvenida a casa, cariño–
Le sonrió, sintiendo que mi felicidad se tensa.
–No me había dado cuenta de que vendrías esta noche–
–Fue algo de último momento– dice con un guiño.
–Que dulce de tu parte– no sé cómo llamarlo, aparte de “inoportuno” pero dulce suena como la mejor de las dos opciones. –Que agradable sorpresa–
–Bueno, ya que Amelia está aquí, ¡creo que deberíamos comer! – mi madre aplaude y todos tomamos nuestros lugares en la mesa como marionetas respondiendo al tictac del dedo del titiritero. Caleb se desliza a mi lado, compartiendo una mirada con mi hermano al otro lado de la mesa.
–Se ve bien, mamá– dice Abel con una sonrisa ostentosa. Pero solo dura un segundo. Su reciente ascenso a vicepresidente adjunto de desarrollo de negocios en la familia financiera donde trabaja lo ha dejado agotado y distraído. Además, ahora gana tanto dinero que ha aumentado su ego unos cuantos niveles. Para empezar, aunque siempre ha estado por las nubes. –Amelia, ¿de dónde has salido tan tarde? –
–Una misión– Extiendo la servilleta de tela sobre mi regazo, inspeccionando los platos de comida que están en el centro de la mesa. Habían estado esperando a que entrara por esa puerta.
–Una misión – dice Abel con una risita, mirando a Dinah. Ella no parece estar escuchando ya que Hope se retuerce salvajemente en sus brazos. –¿Qué eres ahora, detective? ¿Nancy Drew?–
Le lanzo a Abel una mirada inexpresiva. Siempre tiene algo que decir sobre lo que hago, ya fuera que sobresaliera en el golf, o que me eligieran secretaria de la clase en mi último año, Abel encontraba la manera de bajarle un poco el tono.
–¿Qué clase de misión, cariño? – la voz de la abuela Ruth es más temblorosa estos días, su mano tiembla ligeramente mientras alcanza la cuchara entre las judías verdes. Pero a pesar de los signos de la edad, todavía lleva sus perlas y su impecable blusa rosa. –¿Para las misiones? –
–Amelia ha aceptado un trabajo mamá– dice mi madre con una sonrisa forzada. Me dirige una mirada significativa. –Tiempo completo–
–Solo para mantenerme ocupada y productiva- Evito la mirada de todos mientras los cubiertos tintinean y los cuencos pasan alrededor de la mesa. No suelo hablar de mi trabajo con mi familia. Evito a propósito hablarlo con mi abuela, ya que ella tiene mucho que hacer. Le ha costado adaptarse aquí en la casa y no está contenta de dejar su hogar y venir a vivir aquí con su hija. Sé también como el resto de nosotros que la mudanza es el principio del fin. –Es con niños. Soy niñera para clientes diversos–
–¿Diversos? – reflexiona mi padre.
–Todos ricos, clientes VIP– le aseguro.
–¿No hay puestos similares disponibles en la iglesia? – le pregunta mi abuela a mi madre.
–No lo oirá– murmura mamá. Ninguna de las dos ha tenido un trabajo real, porque nunca había habido la necesidad de hacerlo. ambas habían sido madres a tiempo completo, amas de casa, diosas del hogar, pasando de la universidad directamente al matrimonio. Mi madre espera que yo haga lo mismo, y el hecho de que haya evitado el matrimonio y elegido un empleo la irrita.
–Déjenla trabajar mientras sea joven– reprende Abel a nuestros padres en broma. A su lado, Hope se está poniendo más inquieta, y el vestigio de sonrisa de Dinah se desvanece lentamente. –Ella estará criando hijos a tiempo completo muy pronto–
–No es justo engañar a tu jefe– se queja mi padre. Ignoro sus comentarios lo mejor que puedo. El camino de mi vida está decidido desde mi nacimiento: de hija trofeo a esposa trofeo.
Las chicas estan destinadas a ser vistas, no escuchadas. El mayor deseo de mis padres para mi es que deje mi trabajo, les de la boda de sus sueños y comience a tener hijos.
El trabajo está reservado para los hombres. Se espera que las mujeres críen a los niños y sean voluntarias.
Nunca me había parecido del todo correcto. Pero si quiero seguir siendo parte de esta familia, tengo que seguir las reglas. Así es la vida.
–Bueno, parece que es una experiencia, al menos– dice la abuela Ruth con un guiño en mi dirección. Le envió una sonrisa apreciativa. La abuela Ruth es conservadora en muchos sentidos, pero a lo largo de los años también tiende a apoyarme en momentos en que nadie más lo hace. Como resultado, la adoro. Si hay un beneficio de seguir viviendo en esta casa, es el hecho de que la abuela Ruth y yo pasamos más tiempo juntas ahora.
–¿Comieron todos todo? – pregunto.
–Estoy trabajando en ello– dice Dinah con una pequeña risa. Hope no se queda quieta el tiempo suficiente como para dejar que Dinah haga casi nada. El plato de Abel está lleno y ya se ha metido una judía verde en la boca.
–Dinah, ¿Qué quieres? – Conozco a Abel lo suficientemente bien como para saber que no la ayudará. Me levanto para agarrar su plato. Me ofrece una sonrisa de alivio.
–Solo un poco de todo– dice en voz baja, haciendo rebotar a Hope en sus brazos.
Abel sorbe por la nariz, pinchando otra judía verde. Nuestra madre sisea. –Todavía no hemos bendecido la mesa–
Abel refunfuña, dejando el tenedor, –No he comido desde el mediodía–
Me apresuro a llenar el plato de Dinah con rosbif, papas con queso, judías verdes y un penecillo. Se lo vuelvo a dejar y le guiño un ojo.
–¿Quién quiere dirigir la oración esta noche? – pregunta mi madre.
–Creo que Abel debería– ofrezco.
Abel me mira fijamente desde el otro lado de la mesa, pero no protesta más. Inclina la cabeza, todos lo imitamos, y reza una breve oración. Luego levanta la cabeza de golpe y aplaude. –Comamos–
Los tenedores tintinean mientras la familia come. A mi lado, Caleb me toma la mano por debajo de la mesa. Me la aprieta rápidamente, su mirada fija en la mía.
-Hey, tú– levanto el hombro hacia él, usando mi mano libre para meterme unas papas en la boca. Todos en la mesa permanecen extrañamente callados. Miro a mi alrededor y veo que la mayoría de los ojos estan puestos en mí. O tal vez en Caleb. Termino de masticar y digo: –Entonces, ¿Cuál es la ocasión? Podría haber jurado que era domingo cuando entre en la entrada esta noche–
Mi madre ríe disimuladamente, enviándole una cálida sonrisa a mi padre. –Bueno, creo que podría ser algo de lo que hablé con tu padre hoy– dice Caleb con una pequeña risa. Un hoyuelo brilla en su rostro recién rasurado. El hombre bien puede ser alérgico al vello facial. A veces juro que se afeita dos veces al día. –Tu madre me invitó a quedarme, y luego llamó a Abel, Dinah y Hope–
–Ya estaba aquí, así que no hay necesidad de invitarme– murmura la abuela Ruth.
Mi madre se lleva la servilleta a la boca. Suena como si se hubiera tragado un chillido. –Oh, Dios mío, Caleb–
Frunzo el ceño y miro a mi madre. –¿Qué…? –
Caleb nos mira a mi madre y a mí, con el nerviosismo reflejado en sus atractivos rasgos.
Caleb había estado en el mismo grado que mi hermano; siempre lo había visto como el chico mayor y popular que probablemente nunca me querría. Todas las mujeres lo deseaban, el atleta natural, de excelente pedigrí e incluso mejores perspectivas. Y resultó que siempre me había echado el ojo.
Unos meses después de que Weston me ignorara, Caleb comenzó a acercarse sigilosamente. Fuimos amigos durante un año, luego salimos casualmente durante otro año. Caleb siempre respeto que quisiera ir despacio. Pensaba que era porque era virgen y tenía miedo.
Él no sabe la verdad: no solo no soy virgen, sino que había gestado él bebe de otro hombre, aunque fuera brevemente.
Después del aborto espontáneo, me había llevado casi dos años dejar de pensar en Weston todos los días. El lento acercamiento de Caleb fue lo único que funcionó.
Caleb empuja su silla hacia atrás, inclinándose hacia mí. Hay algo intenso y magnético en su mirada. Me dejo perder en el remolino color avellana de sus ojos mientras toma mi manos.
Sabía desde hace meses que esto iba a suceder. Había estado ansiosa por ello durante más tiempo.
–Tu padre y yo hablamos sobre el futuro, Amy– sus pulgares se deslizan de un lado a otro sobre mis nudillos mientras su mirada se funde profundamente con la mía. –Se que tú y yo hemos hablado mucho sobre lo que queremos en nuestras vidas, y creo que es hora de que demos el siguiente paso. Eres la mujer más bonita y amable que he conocido. Vine aquí hoy para pedirle formalmente permiso a tu padre para convertirte en mi esposa–
Bonita. Amable. Permiso para convertirte en mi esposa. Ah.
Siento que mis ojos se agrandan mientras jadeos emocionados resuenan alrededor de la mesa. Saber que se avecinaba no me había preparado para escuchar realmente las palabras. Afrontar el momento.
–No puedo verme con nadie más que contigo, Amy– Su sonrisa es genuina, esos ojos tan cálidos y familiares. Para el resto del mundo, somos la historia perfecta. La pareja perfecta. La estrella de seguros médicos casándose con la hija del ejecutivo del hospital. La riqueza casándose con alguien más rico. Un rostro guapo se encuentra con una mujer guapa. Es terriblemente normal. Totalmente esperado. Es lo que se supone que debo querer.
–Oh, Dios mío– me tapo la boca con una mano mientras el saca una pequeña caja de anillos de su bolsillo. Sus manos tiemblan al abrirla. Esto significa mucho para él. Y eso es parte del problema.
Cuando un buen hombre presenta una… jadeo de nuevo cuando revela el anillo… una piedra brillante y de gran tamaño, ¿Qué derecho tengo a decir que no?
Viene de buena familia. Me trata bien. nuestras familias se aman. Tiene un trabajo que puede sostener nuestro futuro juntos. Guapo. Con buenos contactos. El hombre perfecto sobre el papel.
Parece incorrecto decir que no. Se oyen murmullos en la mesa, comentarios sobre el hermoso anillo. Caleb lo saca de la caja y luego lo desliza lentamente en mi dedo anular sin apartar la mirada de la mía.
–Amelia Grace Morton. ¿Podrás hacerme el hombre más feliz del mundo y ser mi esposa? –
Mis pensamientos se detienen de golpe, el tiempo y el espacio se expanden a mi alrededor como una burbuja hinchada, a punto de estallar. En mi mente, puedo ver la escena desde arriba. Los retratos al óleo de los miembros de la familia que datan del siglo XVIII adornan las paredes del comedor formal. La cantidad excesiva de tenedores en cada lugar. Los detalles dignos de i********: en cada ángulo, de cada persona.
Tienes que decir que sí>>. Todo lo que puedo oír en mi cabeza es la voz de Weston. Riéndose del uso de las palabras cliché que uso Caleb “bonita” y “amable” para describirme. Su desdén compartido por pedir permiso para casarse con un ser humano.
Él y yo. Habríamos analizado una propuesta como está a primera hora de la mañana tomando un café y acurrucados en un sofá.
Weston lo habría hecho mejor. Y me odio por pensar en eso, por pensar en él, durante esta ocasión trascendental de mi vida.
Amelia, ¿Qué más hay ahí afuera sino esto?>> No sé cómo se verá la vida si no sigo el plan, que es tan inmutable que bien podría haber sido tallado en roca.
Necesito responder. No puedo quedarme atrapada en mi burbuja atemporal para siempre.
–Caleb, yo…– Mi voz se me pega a la garganta. Me toco el pecho, buscando su rostro. ¿Por qué es tan difícil? –¡Por supuesto que sí! –
Suelta un grito de alegría y me envuelve en un abrazo. Mi familia vitorea, tocando los vasos de agua con los tenedores, celebrando la gran noticia.
–He estado esperando este día durante veinte años– dice la abuela Ruth. Mi padre aparece en la puerta con una botella de champán.
–¿Brindamos? – El fuerte estallido suena un momento después.
–¡Dios mío! ¡Tenemos que empezar a pensar en los lugares de la boda! – mi madre se abanica mientras mi padre sirve champán con copas que no había notado que ya estaban colocadas en la mesa.
Nunca habían planeado que le dijera que no. Porque un nunca había sido una opción.
Caleb me da un cálido beso en la mejilla, su brazo alrededor de mi hombro.
–Tenemos que empezar a pensar en destinos para la despedida de soltero– dice Abel, señalando a Caleb. –Cabo. Cancún. Algo así–
–Felicidades, Amelia– dice Dinah con una gran sonrisa. Incluso Hope aplaude y arrulla con nosotros. O mejor dicho…con ellos.
Sonrió a mi anillo de compromiso. A menudo me había preguntado cómo se vería, como se sentiría recibirlo. Se parece a todos los anuncios de todas las revistas que había visto. Diamantes blancos engastados en una banda de plata. Es más pesado de lo que había planeado. Lo giro de un lado a otro, viéndolo brillar.
–¿Te gusta? – pregunta Caleb en mi oído.
Lo veo brillar por un momento más. Este anillo es hermoso, pero yo no lo habría elegido. Al igual que no habría elegido ninguno del resto de mi vida actual.
Pero deberías estar agradecida. Deberías estar agradecida. Deberías estar agradecida>>.
–Nunca había visto nada igual– le digo sonriéndole antes de darle un beso en los labios que espero que ayude a borrar todas las dudas que me pesan en el corazón. Tengo una vida hermosa con gente que amo. ¿Qué más puedo querer?
–Amelia, cariño, empezaré a concertar citas para ver lugares– La voz emocionada de mi madre es una que no oigo a menudo. Está tan mareada como una colegiala. –¿Crees que les importaría mucho si trabajas a tiempo parcial? Tendremos una agenda muy ocupada, poniendo todo en orden–
Ni siquiera sé que decir. Se supone que este iba a ser uno de los días más felices de mi vida, pero mi instinto sabe la verdad que no quiero reconocer, y mucho menos afrontar.
–Mamá, ni siquiera hemos fijado una fecha todavía– reprendo con una sonrisa. –Disfrutemos el momento, al menos–
Me dedica una sonrisa tímida y me da un manotazo en el aire. Luego se sumerge en una conversación con la abuela Ruth.
Caleb toma mi mano, presionando sus labios contra el dorso. -Futura señora Kingston – Su sonrisa se extiende casi de oreja a oreja. –Creo que me gusta como suena eso–
Se supone que a mi también me debería gustar como suena eso. El único problema es que no me gusta.