—¿Qué está sucediendo aquí? —farfulló Adrien.
Se tambaleaba por el estado en que se encontraba. Las enormes cantidades de alcohol, que consumió durante toda la tarde, le estaban pasando factura. Estaba tan perdido, que ni siquiera recordaba que aquella niñita de cabellos dorados y ojos verdes que se encontraba acostada en aquel escritorio, con el rostro húmedo por las lágrimas y compungido por las atrocidades que le estaban haciendo aquellos perversos hombres, era la misma niñita que había chocado contra él hace un par de horas atrás.
—¡Ayuda! —gritó, suplicando, la niñita—. ¡Por favor, ayúdeme!
Adrien frunció el entrecejo y observó, confundido, la escena que tenía frente a él.
Aquella niña estaba semidesnuda. Su cuerpo presentaba algunos moretones y el Primer Ministro estaba encima
