El camino estuvo lleno de lagrimas que caían por sus ojos, las manos apretadas sobre el regazo, mordía sus labios con el fin de acallar los sollozos, pero todo era en vano, había sido vencida por ese hombre que ya no reconocía, su chofer la miro de reojo por el espejo retrovisor, no entendía que ocurría y porque le había pedido ir a esa dirección, tampoco quería entrometerse.
Fue un camino muy largo, hasta que se encontró de nuevo con el edificio donde alguna vez compartió buenos momentos, bajo sin decir nada, conocía muy bien el camino, incluso al entrar al ascensor solo presiono el numero de piso en el que vivía, alzo la vista al numero del departamento, luego al cerrojo con contraseña, los dedos temblorosos se acercaron, teclearon el numero esperando que le impidiera el acceso.
Cuatro números y la cerradura cedió, abrió la puerta para notar que todo seguía igual, en cinco años nada cambio en su interior, para ese pinto las lagrimas dejaron de caer, ya se habían terminado, suspiro pesado, por inercia se deshizo de los zapatos, camino a la cocina donde ebrio cajón tras cajón hasta dar con lo que quería, saco unos cigarrillos, aun no se deshacía del vicio, luego una botella de vino para caminar al balcón donde se sentó a encender uno de los cigarrillos.
Tenia que esperar que su ahora esposo llegara a casa, se pregunto si seria capaz de soportar, aunque tenia que hacerlo por el bien de su familia, de lo poco que tenían, no era la manera en que quería hacerlo, pero por el momento no tenía más opciones.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí esperando, pero cuando volvió a la realidad escucho el cerrojo abrirse, se quedo mirando a la puerta que revelo a su esposo, entro dejando su saco en el percho, la encontró sentada con el cigarro en la mano, la botella a la mitad y los ojos rojos.
— Vaya escena tan encantadora — se burlo yendo a ella—, deberías dejar de fumar.
— Aplica tus consejos en ti mismo — contestó molesta levantándose de su asiento—.
— Por lo menos hubieras preparado una cena — se alejo de su esposa yendo a la cocina—, si mal no recuerdo si sabes cocinar un poco.
— Si tienes hambre hazlo tú.
Enojada se dirigió a la habitación que sabia era la de visitas, aunque fue seguida por el mayor que molesto por su respuesta estaba dispuesto a encararla, la tomo fuertemente del brazo para pegarla contra la pared justo antes de que ella pudiera esconderse en la habitación.
— Déjame aclararte una cosa, querida esposa — su voz se volvió mas autoritaria algo que desarmo a Fleur—, no voy a tolerar tus actitudes de niña mimada, eres mi maldita esposa ¿Lo entiendes? Y vas a comportarte como tal, asi que hazte a la idea de que mantendrás esta casa como un espejo y cada noche cuando vuelva tendrás una cena caliente esperando ¿Me entiendes? O hare que derrumben hasta la última estúpida pared de la casa de tu padre ¿Eso quieres?
— ¿Por qué me haces esto? — la voz entrecortada lo tomo no tan de sorpresa.
— Porque lo mereces, todo esto lo mereces Fleur — respondió Nathan con dureza—, por todo lo que me hiciste.
— ¿Y que hay de lo que tú me hiciste a mí?
Sacando fuerzas de algún rincón pudo empujarlo lejos de ella, tenía la respiración agitada por el coraje que seguía creciendo en ella, no concebía las agallas de sus palabras al culparla únicamente a ella por el final de su antigua relación, si bien reconocía que actuó mal muchas veces lo cierto era que no toda la culpa era de ella, él también la hirió mucho al final ¿Por qué no lo reconocía también?
— Eres un maldito infeliz — declaro ella llorando nuevamente—, lo que yo hice no es comparable con lo que tu hiciste, ya me tienes como tu esclava, ahora me amenazas con lo único que tengo en mi vida, no…con lo único que tenia porque ya ni eso me pertenece…yo…yo no te reconozco, este no es el hombre que una vez quise.
— Tú mataste a ese hombre — por un segundo la voz de Nathan se quebró también.
— ¡Yo solo tenia 19 años! — grito ella desesperada— ¡Tenia 19 años! Yo no podía ir al mismo ritmo que tú, eso no significaba que quería que pasara todo lo que paso, en lo absoluto…pero no pudiste entenderme ni un poco.
— Lo que entendía es que querías probar tanto como pudieras antes de decidir estar conmigo, bien, dime Fleur ¿Cuántos fueron? ¿Con cuantos probaste esa libertad obscena que anhelabas? — la pregunta lastimo profusamente a la mencionada, pero en ese momento se armo de valor, no se dejaría humillar.
— Con todos los que quise — contesto—.
La respuesta lo lleno de celos, lo cegaron, tan solo imaginarla en brazos de otro lo convirtió en un ser que no reconoció, ella entendió lo que había provocado con sus palabras, lo había hecho a propósito y respondería a esa llama, como dos gladiadores se enredaron en la cama de la habitación tras ellos, no hubo ni una sola pizca de amor en aquel acto, solo querían saciar su odio, su rencor, el hambre que los consumía, aunque ninguno lo aceptara.
Fleur volvió a sentir una pasión que no encontró en nadie más, algo que jamás le diría a su esposo, incluso lo vio irse de la cama, dejándola desnuda y en la oscuridad, ninguno de los dos dijo algo, aunque noto que llevaba los ojos llenos de lagrimas ¿Acaso él estaba llorando?
— Nathan …— susurro su nombre después de que la puerta se cerró, después bajo la mirada a la almohada que uso momento antes, la abrazo aspirando el aroma del hombre, enterró en ella su rostro—, tendría que detener el mundo para detener este sentimiento— se dijo a sí misma.
No recordó cuando se quedo dormida, pero al despertar apenas estaba amaneciendo, tomo un baño y luego salió a la cocina, noto que Nathan aún no se iba, asi que empezó a preparar un desayuno ligero, él no tomaba por desayuno algo muy pesado porque siempre despertaba tarde y salía corriendo, emitió una vaga risa al recordar esos pequeños detalles mientras acomodaba todo en el desayunador.
Minutos mas tarde bajo del segundo piso el mayor atando el nudo de su corbata, no oculto su sorpresa cuando vio el desayuno hecho.
— No quiero vivir peleando…el tiempo que esto dure — dijo ella—, aunque no haya amor…podríamos al menor llevarnos bien.
— ¿Por qué el cambio? — pregunto él ingenuo.
— No quiero hacer de mi vida un infierno — contesto sincero.
Sin responderle de momento se sentó a tomar el desayuno, su expresión le dijo que era de su agrado algo que sinceramente aprecio Fleur, incluso se sentó a su lado para comer también, aunque ella lo hacia en menos cantidad, una mala costumbre de la que aún no podía deshacerse.
— Nuestro matrimonio terminara cuando me des un hijo — dijo de golpe Nathan.
La pelinegra se quedo estática un momento, luego bajo la mirada como si aquello le provocara dolor.
— Yo no puedo tener hijos — confeso.
— Estoy seguro de que puedes — contesto él.
Su corazón se aceleró, esa respuesta no la esperaba y solo pudo pensar: “¿Acaso lo sabe?”