Cuando el desayuno termina, agradezco que Clarissa se pega a mí y de esa manera puedo escapar de mi zorro acosador, que me sigue con esa mirada intensa mientras desaparezco del comedor. —Siento mucho lo que pasó durante el desayuno —se disculpa Clarissa, verdaderamente avergonzada—. No pensé que realmente tu padre estuviera tan en contra de la carrera que estudias. —No te preocupes, Clarissa, ya estoy acostumbrada a lidiar con él —manifiesto dedicándole una sonrisa amable—. Tengo años de experiencia en el asunto. En su boca se dibuja una sonrisa apretada y asiente. Me pide que entremos en la salita de estar familiar y nos sentamos en los sillones. —¿Quieres algo? —pregunta—. ¿Algo para comer o beber? Niego con la cabeza. —Estoy llena, Clarissa —expreso y sonríe. —De acuerdo. —Se aco

