Rosamund trató de negar, pero el cuello no le respondió, por lo tanto, lo único que movió fueron las orbes de sus ojos, que estaban muy abiertos gracias al miedo que la estaba embargando. Quiso gritar, pero ni eso pudo. Lo único que pudo articular fueron unos terribles graznidos que le dejaron ardiendo la garganta. Lágrimas resbalaron de sus ojos, pero no eran lágrimas de tristeza o angustia, no, eran lágrimas de odio... Odio hacia su hija, pues no podía creer que otra vez estaba en sus manos. No entendía qué era lo que estaba pasando. Se suponía que se había aliado con Gabriel y él la iba a proteger. «¿Acaso él la había traicionado, otra vez?» —¿C-Cómo...? —farfulló y Maxine no necesitó que terminara la pregunta para entenderle. —¿Cómo logré tenerte bajo mi poder otra vez? Observ

