Capítulo 01 | DIOS GRIEGO |

4480 Words
"Su tacto fue el comienzo de mi atormentado paraíso" Sus labios se incrustan en mi cuello, dejando mi piel erizada mientras sus manos aprietan mis costillas, mi corazón palpita incesante con miedo al ver su sonrisa brillando. —Nadie te quiere— suelta con crueldad para introducir sus dedos en mis costillas. Un grito ahogado sale de mí. Abro los ojos de golpe, mi corazón me avisa que ha sido un muy cruel sueño. Suelto un suspiro al ver cómo entra por mi ventana la claridad incandescente del sol ardiente. O vapor del infierno como le digo. Decido quedarme un instante tendida en un letargo lo más parecido a una estrella de mar. ─Otra vez soñando que no te quieren, Katherina, ya pareces un mal chiste─  murmuro con pesadez quitando la sábana enredada encima de mis piernas. Acaricio mi cuello empapado de sudor frío y doy un salto rápido hacia el baño. Al verme en el espejo las ojeras se denotan más abrazando mis ojos color pasto deprimente. Luego de alistarme pienso en las nulas energías que tengo de trabajar en un empleo que me tocó tomar porque en este país hay escasez de muchas cosas.  No fue la mejor opción, mi jefe es un animal sin expresiones faciales. Dejo salir un resoplido mientras estiro la orilla de mi camiseta de algodón y veo las puntas de los Vans sucios. Sí, lo sé, a falta de mejorar mi aspecto, escasez de hombres en mi radar. O eso dice mi mamá. Coloco los ojos en blanco, dándome un último toque, paso un mechón detrás de mi oreja, esperando que no se escape, mi cabello rubio netamente heredado por la familia de mi madre, a veces pienso en que mi hermana tuvo suerte de nacer con el cabello n***o azabache, su cabello no le hace parecer un esparrago. Dejo salir una carcajada al recordar una  vez en la adolescencia cuando intenté tintármelo, adivinen a quién regañaron por un mes. Sin más que chistar, tomo las llaves de mi lindo Neon. El viejo carro que pude comprar con mis ahorros, es tan viejo, que cuando la gente lo ve, pregunta si lo llevaré al almacén de carcachas. Para mis sentimientos es lindo, es como mi bebé. Trabajé demasiado para obtenerlo y como orgullosa madre lo defiendo a capa y espada. Debo de admitir, que tengo un humor de los mil demonios. Pero es bien justificado. Me deslizo por el asiento del conductor. Huele a pino, a causa del ambientador que cuelga en el retrovisor. Dándole un ambiente relajante a mi pequeño auto. Enciendo la radio para empezar el día con buen pie y si no lo haces te dará un ataque ─así decía mi abuela, sufría del corazón─, la radio hace un sonido peculiar al encender y una canción de Alejandro Fernández comienza a sonar, haciéndome tararear esa canción romántica. El tráfico en este país, en general, es terrible. Por lo que a veces, el que no es avivas nunca llegará a tiempo a ningún lugar. Presiono el acelerador y trato de colarme, no puedo darme el lujo de llegar tarde. Apenas estoy comenzando en esta nueva clínica, soy recién graduada en Histotecnología, una carrera que casi nadie conoce, pero existe y me quitó 5 años de mi vida.  Sin pensarlo más, aprieto mis manos en el volante tratando de vislumbrar alguna ruta accesible que me deje pasar. Me adelanto unos cuantos carros antes de que se ponga el semáforo en rojo, sigo a velocidad considerada ─cuando estás al tope del apuro─, de repente, no puedo esquivar un carro. Colocándose justo donde iba a interceptarme. Un imbécil se metió antes de que yo pudiera, enojándome. Maldigo en voz. Por suerte, nadie me escucha  ─aunque mucha pena no me daría─. Sin embargo, al tratar de volver a meterme. Mi cuerpo se mueve de manera nada brusca, por el impacto de mi auto con el de la otra persona.  Me quedo absorta, observando cómo mi auto a quedó entrompado en el trasero del otro auto. Vaya, Katherina, buena imaginación la tuya. Recrimina mi subconsciente. ─No es momento de que aparezcas─ murmuro entre dientes. Efectivamente. Hablando conmigo misma. Ya, cómeme tierra ¡Ahora! Al darme cuenta de que fue grave para mi Neon. Me tomo de la responsabilidad, tratando de orillarme para poder dialogar rápidamente con el otro conductor, rezando, de que sea amable y no me trague viva. El otro auto hace lo mismo, haciendo que mi corazón se acelere como un tambor desquiciado en rumba caribeña. ─Katherina, hoy no es tu día, como todos los días.─ Me digo a mi misma, con las mejillas a punto de hervir. Salgo del auto con una cara de trauma y  con el corazón en la garganta, colocando mi semblante justo para un galardón del Oscar. Llego por el frente de mi auto, detallando lo que le ha pasado. ¡Está hecho mierda! En todo el sentido literal. Sí antes no parecía tan agraciado para otras personas, ahora los niños llorarán al verlo pasar. Muerdo mi labio inferior, colocando mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón. Camino algo nerviosa, dando brinquitos en mis pies. De repente, mi mirada viaja al otro auto, viendo que el daño todo fue para la pobre carrocería de mi auto. En cambio, el otro, sin un rasguño. El enojo comienza a surgir de algún modo. Si esa persona quiere sacarme dinero, no lo logrará. Súbitamente, veo que se baja el conductor del otro auto. Es un hombre mayor de unos cuarenta y pico de años, muy elegante a mi parecer. Realiza un ademán de saludo, que respondo ondeando mi mano en aire y mostrando una sonrisa algo nerviosa. Él se acerca a la parte de atrás de su auto viendo solo las marcas de pintura que le ha dejado el mío. ─Sí que la has liado─ manifiesta, con un acento extranjero, algo marcado. Él no ha conocido a Katherina Capuleto, hija del demonio, cuando se enoja. ─No soy la única que la ha liado, como usted dice─ expreso con la molestia domándome poco a poco. No obstante, él solo se inmuta a quedarse mirando mi auto, de una manera un poco despectiva. Cruzo mis brazos esperando el ataque. ─Bueno, creo que se le ha hecho una mejora a esa carcacha─ comenta, sin demostrar un tapiz de decencia ¿Qué mierda? ¿Quién se cree ese señor para hablar así de mi bebé? Todas las palabras se me aglomeran en el interior de mi mente, tanto insultos que podrían deshonrar hasta el perro de su vecino, hasta amenazas de tortura psicológica con mis gritos de enojo. Tomo una larga bocanada de aire, tratando de calmarme. Katherina, no es momento, sé profesional. Me digo a mí misma, esbozando una sonrisa hacia el señor, que me mira expectante. Seguro ha visto el espectáculo cuando debato con mi interior. Algo así como un auto- exorcismo. ─Si es mi carcacha o no, dudo, que sea problema de usted y si no tiene nada mejor que decir le dejo mi tarjeta con mi número y la del seguro. No tengo tiempo para ponerme a discutir. Si me permite.─ Expongo lo más controlada posible. Dándome media vuelta para dirigirme a mi puesto de conductor, con una cara de que no me dieron de comer. Arranco mi Neon y doy dirección para meterme de nuevo en la vía, en cuanto mi auto cruza al costado de su auto, vislumbro la ventanilla abajo en la parte de atrás de ese auto n***o  llamando mi total atención. Fijo mis pupilas hacia ese lugar, provocando que mi corazón bombee sangre con mayor velocidad, haciendo que palpite de manera desconocida.  Haciéndome sentir indefensa. Sus ojos azules están en mí. El propio Dios griego, existe. Mi semblante lucha con lo que ocurre en mi interior tratando de parecer como si él fuera un simple ser cualquiera ─cosa que es obvia, que no lo es─, pero por más que lo intente, la cara de embobada, aparece. Él incrusta su mirada fina y gatuna, pronunciada por sus pobladas cejas oscuras en mí, para terminar de revolver mis sentidos de manera catastrófica. Nuestros luceros se conectan unos de otros; una lucha de azul y verde comienza. ¡Cómeme! Exclama aquella Katherina interior que llevaba mucho tiempo en su letargo, pero aquí está, en momentos inoportunos. Me doy cuenta de he deteniendo mi auto, solo por quedarme observando a una persona que fue hecha con amor. Escucho los cláxones de los autos detrás de mí, por haber formado una especie de embotellamiento. Vuelvo a la realidad, dándole una última mirada, cayendo en cuenta que él solo se limita a tener cara de amargado con un especial ceño fruncido, haciendo que su aspecto parezca más sexy. Al parecer, él no pensó lo mismo de mí. Aparta su mirada, arrastrando su sensual cejo. Para ignorarme, doliéndome justo en el corazón –justo ahí– Murmuro para mí. Avanzo con más velocidad, siguiendo mi curso. Es un imbécil arrogante, muy guapo, pero ni siquiera se inmutó en disimular su incomodidad hacía mí.  Por lo menos debí de echarme un polvito de color en esta cara, pienso mirándome en el retrovisor. O que me lo echara ese Dios Griego, piensa mi Katherina calienturienta.  Mi mente queda desconcertada y mi corazón acelerado. ─¿Serán las hormonas?─Me cuestiono a mí misma. Tratando de quitarle importancia a lo que ha ocurrido en mi interior. Pienso que quizás un tipo así no se fije en mí. Decido sacudir los pensamientos de él de mi cabeza, concentrándome en que llego tarde y posiblemente, pierda mi trabajo. Al llegar al trabajo con unos veinte minutos de retraso, le ruego a mi jefe para que lo pase por alto. Él simplemente, me miró con su rostro de facciones congeladas y me puso a trabajar. Eso es quizás lo más cercano a un: A la próxima te despido. En el camino para introducirme de lleno en laboratorio a ordenar muestras y químicos, mi mirada choca con un grupo de mujeres y entre ellas, mi amiga Anna, la única que he podido conocer en este lugar. Saludo a las enfermeras y doctoras, con sus maquillajes impecables y tacones a relucir. Sí, todo lo contrario a mí. Anna hace un ademán para que me acerque, seguro me tiene otro anécdota con su pareja. Me da una sonrisa dulce cuando corto la distancia. ─Hola mi Catira─ dice en un saludo efusivo. A ella le encanta decirme así, por el color rubio de mi cabello. ─Hola, Anna ¿Qué tal te ha ido con Sebas?─Le pregunto, esbozando una sonrisa. Ella ha pasado por tantos amores, que a veces me pongo nerviosa al tener que grabarme todos los nombres de sus amoríos. ─Muy bien linda, solo que sigue con su insistencia de que me mude con él, pero eso implica una relación súper seria y sabes que conmigo eso no va─ comenta, me carcajeo , negando con mi cabeza. Sus palabras están llenas de sinceridad. Ella ha pasado por muchas relaciones, pero lo de enseriarse, definitivamente, no es lo de ella. Ella es todo lo contrario a mí. ─Me alegro, Anna. Solo que deberías de pensarlo, Sebas es un buen hombre y eso no hay que negarlo, además, con él has durado ya un siglo comparado de lo que han durado tus anteriores relaciones─ acoto dándole una mirada picarona. Ella es una casanova profesional y no me quejo, es muy hermosa, divertida y cualquier hombre caería a sus pies... tal vez, aquel hombre misterioso, lo más parecido a un Dios griego, podría caer a los pies de ella. Algo en mi interior se descoloca, al recordar sus ojos. Anna se queda mirándome con curiosidad por mi repentino cambio. ─¿Y esa cara de tonta, qué?─ Pregunta divertida. Un leve rubor asesino, aparece en mis mejillas. ─Vale, sé que con él he durado bastante, pero todavía no sé si quiero que sea el último chico con quien me acueste, eso me aburre.─ Añade en un murmuro. Le miro con cara de "¿Es en serio?" ─A menos que realmente lo ames, él será el último ─ opino, trayendo la nostalgia a mi pecho, junto a mi soledad─. Bueno, en fin, hay que reunirnos para conversar sobre esto─ agrego rápidamente, antes de que tenga que hablar nuevamente con mi jefe. Katherina, siempre siendo irresponsable. Reprocha mi subconsciente. ─Está bien mi Catira, ¿nos veremos en el almuerzo?─Inquiere con semblante esperanzado. Sus luceros oliva me miran con cariño. ─Claro que sí, Anna, hasta el almuerzo entonces.─ Esbozo una sonrisa rápida y me retiro antes que mi jefe, el Pokerface me atrape hablando en el pasillo. Muevo mis piernas en largas zancadas casi poniéndole turbo, para llegar con rapidez hacia el laboratorio. Dejo caer mi trasero en la silla, luego de colocarme con gran velocidad la bata respectiva. De repente, escucho una voz gritando mi nombre...es mi querido jefe. Me levanto rápidamente y él me mira como siempre; con cara de Pokerface, ¡Lo odio! ─Buenos días, señor Rodríguez.─ Me limito a decirle tratando de controlar mis emociones de golpearle la cara. Él ya se afanó conmigo temprano, dejándome en claro que en menos de lo que cante un gallo, me sacará de aquí. Él inca su mirada en mí, observándome de manera desagradable. ─Buenos días, señorita Capuleto─ dice, finalizando la ardua observación sobre mí. Y es aquí, cuando comienza mi infierno en el trabajo. Cuando llega la hora del almuerzo, decido quedarme un rato, reposando mi nuca del respaldar de la silla, mientras me muevo con ella. Dejo salir un suspiro, pensando en lo aburrida que es mi vida. Súbitamente, la voz de la secretaria que se asoma en la puerta, me saca inmediatamente de mi trance auto depresivo. ─Señorita Capuleto tiene una llamada y parece importante.─ Informa con una voz suave, doy las gracias por su aviso. Salgo rápidamente detrás de ella y cuando me indica el teléfono, lo tomo en mi mano. ─Katherina Capuleto, ¿Qué desea?─Contesto un poco atareada, y sin esperar más de un segundo, una voz masculina con acento español responde. ─Señorita Capuleto, soy el señor Bartollini, usted ha chocado el auto de mi jefe esta mañana─ cuando escucho ese conjunto de palabras, se me sube la bilis, atragantándome como una tonta.  Después de toser un rato, me preparo para responder. ─Oh señor, primero que todo le debo una disculpa, y quisiera saber ¿cómo solucionaremos este inconveniente?─ Respondo mostrando seguridad. Ni yo me creo haber hablado tan decente; con el enfado que tengo en mis entrañas formándose rápidamente. Él responde al cabo de unos segundos. ─Señorita Capuleto, lo que menos quiero es tener un inconveniente con usted, a mi jefe no le disgustaría que su personal estuviera en habladurías, así que prefirió él hablar con usted y poder llegar a un acuerdo sobre el choque que usted ha causado─ explica detenidamente... ¿Yo he causado? Pregunto en mis adentros. Él fue el que se me cruzó, menudo idiota. Decido hablarle inmediatamente antes de insultarle hasta los perros. ─Eso me parece muy bien, indíqueme la hora y el lugar para yo dirigirme, llegaremos a un arreglo.─ Logro decir con seriedad. Resoplo apretando mis manos en empuñaduras, esta gracia me va a costar una úlcera. ─Señorita Capuleto, el señor Salvatore estará esperándola en el café Samoa a las doce del día de mañana ¿Le parece bien? ─Me parece bien, hasta luego y que tenga buen día─ finalizo de hablar, para apretar mi mano en el teléfono, haciendo que el pobre aparato pague por mi molestia. ─Igualmente, señorita Capuleto─ dice y cuelgo rápidamente, lanzando el teléfono. La chica de la recepción se sobresalta mirándome con preocupación. Mi mirada molesta sigue en su mejor punto. Arrastro la mirada para retomar mi camino de vuelta con pisotones fuertes e insultos nada decentes en mi mente. ¡Imbécil! Exclamo en mi interior. Suelto un gran suspiro y me dirijo hasta el laboratorio para buscar mis cosas e ir a almorzar, ando famélica y esa podría ser alguna de las causas de mi mal humor. En el camino hacia el corredor me pongo a analizar el apellido del jefe del conductor; Salvatore, Salvatore, Salvatore. Lo pienso varias veces esperando a que me suene familiar, cosa que no lo es. ─Salvatore...─ murmuro para mí. Dejando mis pensamientos en el aire. Al llegar al despachador del comedor dejo mis ojos puestos en los trozos de pizza. Para inmediatamente, pedirlos. Después de pagarlos, escaneo el lugar en busca de una mesa o una silla vacía. Al encontrar una, me dispongo a comer o atragantarme con la pizza. Al cabo de unos minutos, Anna se acerca a la mesa donde me encuentro comiendo, junto a sus compañeras de enfermería. Suelto un suspiro, al ver lo femeninas que se ven con sus trajes. Se sientan a mí alrededor, acompañándome. Les doy una curvatura en respuesta. ─Hola, Catira. Buen apetito─ me dice con una sonrisa peculiar de ella. ─Hola, Anna. Igualmente.─ Le respondo a medio masticar. Con una sonrisa, me dirijo a las otras chicas. Luego de terminar de comer, decido quedarme un rato a reposar la comida mientras ellas conversan de todo un poco. ─¡¿Hola tierra, llamando a Kathe?!─Exclama una de ellas, de manera divertida. Hago una mueca con mi boca disimulando que no he visto sus cejas mal hechas que no combinan con su cabello teñido de rubio. ─Lo siento, dime─ manifiesto, desconcertada. ─Kathe ¿Y tu novio?─Inquiere con una sonrisa nada agradable. Maldigo esa pregunta en mis adentro, odio que me pregunten eso. Sobre todo cuando estoy más sola que la una. Mi ex novio, fue lo peor que ha ocurrido en mi vida, con su estúpida y sensual sonrisa, me engatusó haciendo que confíe en él. Para luego hacerme mucho daño, enterrando esa poca confianza, en un pozo profundo que ninguno ha podido desenterrar y ninguno podrá. ─Lo maté.─ Expreso, desviando mi mirada. La chica se siente ofendida ante mi respuesta, cosa que me es irrelevante. ─¿Supieron de las nuevas toallas sanitarias?─ Pregunta Anna, cambiando rápidamente de tema. Ella me guiña un ojo, siendo mi confidente en este lugar. Le doy una sonrisa en agradecimiento. Mis días serían un total infierno, si ella no estuviera aquí. Estas arpías seguro me las tragaría en el almuerzo y por causa de eso, me echarían de aquí por agresiva. ** La tarde pasa con premura y el arduo trabajo me ha dejado con la mente a punto de colapsar. Tomo mis cosas y salgo del lugar, para irme a casa. Al llegar al estacionamiento, observo con tristeza a mi Neon, estropeado. ─Bebé, él lo va a pagar, ya verás.─ Declaro, sintiendo la venganza nacer de mi interior. Al escucharme, me doy de cuenta que esta sería una escena perfecta para una película de mafiosos. Espero no ser la que dejen en un maletero. Pienso nuevamente una estupidez que me hace soltar una carcajada. Termino entrando al auto y poniéndolo en marcha hacia mi casa, luego de un día nefasto. Cuando cruzo la puerta de mi departamento, mi cachorra Canela me saluda moviendo su colita. Le saludo agachándome hacia ella, cerrando la puerta detrás de mí. Es mi fiel acompañante en este solitario lugar que está compuesto de dos cuartos y un baño, su ambiente es algo pintoresco, un poco rosado para mi gusto. Pero la única razón por la cual el departamento es así, es por mi mejor amiga ausente. Que decidió mudarse conmigo pero sin estar aquí. Resoplo al recordar que ya lleva meses de viaje. Dejo mis cosas en el suelo, dejándole comida a Canela y pasando por la cocina. Donde solo cocina una persona, para sí misma. Veintitrés años, soltera, con una cachorra, cocina para sí misma. Voy por buen camino, para ser la vieja cascarrabias con cinco gatos. Lo que yo siempre digo "la constancia es el éxito" Seguro no lo digo muy a menudo, pero es una buen refrán. Levanto mis hombros quitándole importancia, para proceder a ponerme cómoda. Con una camisola vieja, una coleta desordenada y medias altas de color azul brillante. Es toda mi felicidad. ─¡Se siente tan bien!─ Declaro con sentimiento. Abrazándome a mí misma. ¡Sola y seca te vas a quedar! Exclama la Katherina interior, que me odia. Tuerzo los ojos, lanzándome en el sofá de la sala, con los brazos extendidos, suelto quejidos algo fingidos. ─¡Mándame a un Dios griego!─Grito al techo  para colocarme en ovillo. De repente, escucho a la vecina de arriba, golpeando con su escoba el techo. ─¡Déjame deprimirme en paz, vieja loca!─Le grito en respuesta a su ruido. ─¡El Dios griego nunca se fijará en una niña gritona y deprimida!─ Exclama de vuelta, haciendo que me enoje. Abro la boca para decir algo, pero decido quedarme pisoteando como una niña en una rabieta. ─¡A usted ni la besa su marido!─ Farfullo, sin poder retenerme. Es un Don, algo maldito. La señora se enoja como siempre, golpeteando un rato el techo para irse a dormir discutiendo con su marido. Sonrío victoriosamente. Divago entre comer cereal o cereal. Dictamino comer cereal, mientras observo de manera zombie, una de mis series. Por eso estás soltera. Recrimina mi subconsciente. ─Soy feliz así─ murmuro, llevándome una cuchara rebosada de cereal y leche a mi boca. Sigue mintiéndote. Mis ojos se quedan inertes en las figuras moviéndose en el televisor, me encuentro en medio de mi habitación, a oscuras comiendo cereal, con mi cachorra dormida a mi lado. Mientras trato de pensar cómo cambiar mi vida. Así es como se toman las verdaderas decisiones. Inesperadamente, el zumbido de mi celular me saca del trance, leo el remitente del mensaje luego de haber hecho un maroma para alcanzar el aparato. Alice: Hey, rubia. Soy tu mejor amiga ¿Te acuerdas de mí? Leo en mensaje de Alice, mi compañera de piso y mejor amiga ausente. Me imagino sus ojos miel contrastando con su piel morena mientras le sonríe a un chico nuevo. Katherina: Mi morena. Nunca. Nuestro amor es verdadero. ¿Cómo te va en Londres, algún chico se ha unido a tus redes de encanto? Respondo, apagando el televisor delante de mí, y dejando el tazón vacío de cereal a un lado. Alice: No es que caen, se destruyen contra el suelo. Estos chicos no se esperaban a esta latina. ¿Cómo te va ti encontrando a tu Grey para que te azote? Al leer su mensaje, algo en mí cae en razón. He creado una especie de coraza impenetrable, que evita que los hombres que se acercan a mí, entren a mi corazón o si quiera a mi entrepierna. Él realmente, me dejó dañada. Katherina: No muy bien. Te extraño mucho, vuelve lo más pronto. El Pokerface hace que mi instinto asesino se intensifique. Alice: Pronto. <3 ¡Odio a ese hombre! Es más cerrado que culo de muñeco. Sonrío por sus ocurrencias, dejando el celular a mi lado. Para terminar de desplazarme dentro de la colcha y tratar de conciliar el sueño que tanto me cuesta, a causa de una mente inquieta. Aunque, de manera perseverante, mi mente se aferra en pensar sobre aquel apellido sin rostro y sobre que me encontraré con él mañana. ─Oh, mierda─ murmuro en la oscuridad de mi cuarto. ¿Será aquel hombre de ojos despampanantes, el dichoso jefe? Inquiero para mí misma. Haciendo que mis nervios se despierten, convirtiendo mi sueño, en algo nulo. Me abrazo sintiendo cómo mis lágrimas se deslizan por mis mejillas, sintiéndome una tonta, sola y sin poder creer en el amor. ¿Por qué me hiciste eso? Le pregunto en mi mente a mi corazón. —Nadie me va a amar de nuevo, soy imposible de amar— suelto con dolor, cerrando con fuerza mis ojos. ** Ya al siguiente día, en el trabajo, mi mente me rememora el sacrificio de lo que me costó dormir la noche anterior, después de ese pensamiento intermitente y aturdidor. Tomé la severa decisión de arreglarme un poco, no para conquistar, sino, para parecer que no soy una loca que quiere ganar una discusión, cosa que es cierta. Vislumbro mi reflejo en el espejo que está en el baño de la clínica. Escaneando mi atuendo del día, compuesto de un pantalón gabardina que aprieta mis cuervas, casi para que mi madre se emocione dando saltitos, junto a una blusa con un escote poco pronunciado. Tampoco es que quiero darle un infarto, si llega a ser un viejo a punto de morir, pobre de él. Hago una mueca moviéndome en mis talones, para suavizar los tacones negros que me he puesto. Suelto una bocanada de aire, dejando una onda rebelde de mi cabello detrás de mi oreja. Espero el maquillaje pueda disimular las ojeras y mis ganas de tirarme de un puente. Pienso, limpiándome un poco el labial corrido. Salgo del baño, para seguir trabajando por un par de horas más antes de la hora del almuerzo. Sigo las órdenes de mi jefe, que siempre tiene esa cara ¿Algún día será diferente? Esa es la pregunta millonaria. Levanto mi mirada hacia el reloj pegado en la pared, indicándome que me faltan quince minutos para las doce. Me levanto de un salto, procediendo a dejar la bata a un lado y tomar mi bolso, para salir de la clínica en busca de mi auto, y tratar de no llegar tarde. Cuando llego al lugar indicado, estaciono al frente del establecimiento, apago el motor, quedándome unos segundos dentro del auto, para apaciguar mis nervios. Tomo una calada de aire y sacudo mi cuerpo. Dejo mis pupilas en la entrada, tomando la decisión de que es hora de enfrentarme a ese sujeto. Cruzando el arco de la puerta del café, un chico me recibe con una sonrisa, que respondo de igual manera. ─Disculpe, señorita ¿tiene alguna reservación?─ Inquiere amablemente. Abro los ojos cayendo en cuenta. ─Eh, no sé. Tal vez─ suelto, ¿En serio, Katherina? ¡Así no habla una profesional! Me regaño mentalmente. Él pide mi nombre para verificar en su ordenador. ─Katherina Capuleto─ indico rápidamente. Él fisgonea unos segundos, para esbozarme una sonrisa al despegar su mirada del ordenador. ─Bienvenida, señorita Capuleto, su compañía le espera. Sígame por aquí por favor.─ Explica, indicando con su mano me señala el camino al que debo de dirigirme, llevándome hasta una mesa al fondo. Todavía sin poder visualizar al sujeto que me espera, solo puedo distinguir su espalda, cosa que desde lejos parece hecha por unos Dioses. Aprieto mis manos entrelazadas al sentir algo diferente. ─Señor Salvatore, la señorita Capuleto ya está aquí─ el chico anuncia, haciendo que me sobresalte. Calma tus nervios, Katherina. Repito en mi mente, en especie de mantra que está a punto de caducar como todo en mi vida. Percibo cómo se comienza a levantar, estirando la silla hacia atrás. Su cuerpo al quedar erguido, con todavía su espalda a mí, se denota que es aún más alto, haciéndome sentir baja. Examino cómo su musculosa espalda se marca en el traje n***o que lleva entallado, causando en mi interior un remolino de sensaciones sexuales. Aprovecho de bajar mi mirada, llegando a su trasero. No, ya, este hombre es de mentira. ¡Dios bendiga ese culazo! Grita mi Katherina interior desde sus yacimientos. Súbitamente, se da la vuelta, no de manera rápida pero de una manera elegante, como si él flotara o eso, han percibido mis ojos. Me quedo petrificada, cuando mis pupilas se disponen a mirarle la cara. Chocando con esos ojos azules que pueden deshonrar a la más pura monja. Mi corazón comienza a palpitar con una rapidez impresionante, sintiendo que se podría salir de mi pared torácica y brincar hacia él. Creo que he caído en el mismo túnel que me llevó a la perdición. Quedo en un abismo total, es el Dios griego de aquella mañana fatídica. Cayendo mi mente en realidad. ─Es un placer, Señorita Capuleto.─ Enuncia, con una voz grave, en su punto perfecto de excitación. Dirigiéndose a mí, una inmortal para sus encantos.
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