Capítulo dos.

2054 Words
Han pasado ya unos días, y mi ánimo sigue por el suelo. Las matemáticas, mis notas, la beca... todo se acumula en mi cabeza como una tormenta que no logro disipar. Ni siquiera el hecho de que puedo perder la beca parece darme fuerzas. A estas alturas, lo único que me impulsa a venir a clases es la compañía de mis amigas. Todo lo demás, incluida esa vaga esperanza de que logre alguna mejora en mi situación académica, parece haberse perdido. Me encuentro sentada en el aula, rodeada de mis amigas, pero cada palabra que sale de sus bocas se convierte en un eco lejano. Mi mente solo puede pensar en una cosa: el resultado del examen de matemáticas. Sé que no estuve ni cerca de hacerlo bien; sentí cómo cada ecuación, cada cifra, se me escapaba entre los dedos. Me esfuerzo por escuchar lo que Sofía y Margaret conversan a mi lado, pero sus palabras se me escapan. Todo se reduce a ese examen, a ese resultado. Ni siquiera tengo la energía para preocuparme realmente. Es como si ya hubiera aceptado que el resultado será pésimo. Mis pensamientos son interrumpidos de repente cuando la puerta del salón se abre de golpe, y el profesor Álvaro Rossi entra con paso rápido y decidido. Hay algo en su forma de moverse que impone un extraño respeto. Su voz resuena con una autoridad que hace que todos nos quedemos en completo silencio. —Buenos días, alumnos —dice en tono cortante, sacando unas hojas de su portafolio y hojeándolas rápidamente antes de alzar la vista. Nos mira uno por uno y añade— Aquí están las notas. Se las entrego y luego cada uno puede irse a hacer lo suyo. Nos quedamos mirándolo sin entender del todo. A mi alrededor, algunos intercambian miradas confundidas; es raro que nos permitan salir así nada más. Carla, siempre con su actitud curiosa y dispuesta a cuestionar, alza la voz. —¿Profesor, cómo que podemos irnos? —pregunta con una mezcla de sorpresa e incredulidad. —¿No tienen comprensión? Chau, adiós, bay —responde él con un tono que apenas oculta una sonrisa cansada, pero decidida. Parece que hoy está de un humor particular. Todos seguimos mirándolo, intentando captar si hay alguna broma en sus palabras, pero él sigue tan serio como al principio. Hace una pausa, suspira y, finalmente, nos da una explicación: —Tengo una reunión en mi otro ámbito profesional, así que no les podré dar clase. Su tono autoritario y su actitud de "me importa poco si entienden o no" resulta en una combinación casi cómica, y algunos se ríen por lo bajo. Los murmullos comienzan a propagarse mientras todos nos preparamos para salir, pero sus siguientes palabras congelan mi sonrisa a medias. —Todos pueden irse... menos la señorita Fisher —agrega, sin apartar la mirada de su cuaderno, donde anota algo con una calma que me desconcierta. El resto de mis compañeros comienza a recoger sus cosas. Todos parecen ansiosos por salir del aula, casi celebrando la inesperada libertad. Yo, en cambio, me quedo inmóvil en mi asiento, sintiendo una mezcla de confusión y alarma. La mención de mi nombre ha resonado como una sentencia, y mientras observo cómo mis amigas se alejan dejándome sola con el profesor, un nudo en el estómago se va formando, cada vez más apretado. Mis pensamientos negativos se agolpan uno tras otro: ¿Será tan grave el resultado como para que me retenga aquí? Ni siquiera tengo la energía para una protesta. En otro momento, tal vez habría mostrado algún disgusto por tener que quedarme más tiempo en el colegio, pero ahora apenas me importa. Cierro los ojos un instante, intentando encontrar algo de calma, pero solo me siento más atrapada. Al abrirlos, mi vista recae en el crucifijo en la pared, justo frente a mí. Su sola presencia me incomoda; en esta escuela parece que hasta las paredes están destinadas a recordarme mis fallos, mis pecados, mi insuficiencia. Trato de apartar la mirada y enfocarme en otra cosa, pero entonces escucho la voz del profesor y regreso abruptamente a la realidad. —Zoe Fisher, ¿verdad? —dice Álvaro Rossi desde su escritorio, sin perder la seriedad en su expresión. Asiento, sintiendo que cualquier intento de hablar se ahogaría en mi garganta. Su presencia y tono me intimidan, y la mezcla de emociones sigue creciendo dentro de mí, atrapándome en una tensión que no logro descifrar del todo. —Lo sé, el resultado de tu examen no fue el esperado, pero eso no significa que no puedas mejorar —continúa, levantando mi hoja de examen y mirándola detenidamente. Sus ojos, profundos y oscuros, se clavan en mí, como si intentaran descubrir algo que ni siquiera yo sé. —Entiendo que no es tu fuerte... las matemáticas —agrega con un tono comprensivo que, en otras circunstancias, habría agradecido, pero que ahora solo aumenta mi incomodidad. —Profesor, yo... yo solo... —intento justificarme, pero las palabras se desvanecen antes de siquiera formarse del todo. Él me interrumpe con una mirada firme, que me hace sentir vulnerable, expuesta. —No tienes que explicarme nada. Sé lo difícil que puede ser mantener un promedio alto, especialmente cuando una beca depende de ello. —Su voz baja y calmada, pero cargada de significado, hace que me recorra un escalofrío. No sabía que estaba al tanto de mi situación, y menos que le importara. Siento cómo se acentúa la tensión en el ambiente. La forma en que me mira no es solo la de un profesor preocupado por su alumna; es como si intentara descifrar algo en mí, algo más allá de mis resultados académicos. Su cercanía me incomoda y, al mismo tiempo, me atrae de una forma que no entiendo del todo. —Este año me propuse ser un poco más colaborativo con mis alumnos. Creo que es importante que sepan que no están solos en este proceso —dice, yendo directo al punto. Me pasa el examen, y puedo ver el garabato en rojo marcando mi puntaje. Me avergüenza mirarlo, pero también noto que ha dejado algunas notas al margen, pequeños apuntes que no suelen aparecer en otros exámenes. Son instrucciones y consejos, indicaciones claras de los errores cometidos y cómo evitarlos en el futuro. Pero su presencia cerca de mí hace que me cueste concentrarme en las palabras. —Voy a ofrecerte clases de apoyo. Necesito que asistas cada semana y que pongas de tu parte. No es imposible, Zoe, pero sí requiere esfuerzo. —Su voz es casi un susurro, lo suficientemente fuerte para hacerme comprender la seriedad de la situación, pero también lo suficientemente suave para crear una conexión extraña, casi personal. Asiento en silencio, tratando de evitar mirarlo directamente. Siento que cualquier contacto visual prolongado haría que mis pensamientos traicionen lo que trato de mantener oculto. Álvaro da un paso atrás, rompiendo la tensión entre nosotros, y eso me permite respirar un poco más libremente. —Gracias, profesor —murmuro al tomar mi examen, con la vista fija en las anotaciones en rojo. Él inclina la cabeza apenas, sus ojos aún clavados en mí. —No me lo agradezcas aún, Zoe. Solo asegúrate de presentarte la próxima semana. Asiento en silencio, sintiendo cómo la intensidad de su mirada me sigue incluso cuando me giro hacia la puerta. Salgo del aula tratando de sacudir la sensación de sus palabras, aunque persiste ese nudo en mi estómago. En el pasillo me encuentro con mis amigas esperándome, sus miradas expectantes me examinan de arriba abajo. Apenas cruzo la puerta, sus caras largas y llenas de curiosidad son evidentes, como si quisieran leer en mi expresión todo lo que acababa de pasar. —¿Qué te ha dicho? —pregunta Sofía, mirándome con una mezcla de preocupación y curiosidad. —Clases de apoyo —respondo con voz apagada, mostrando el examen con el temido garabato en rojo. Intento que suene como si no fuera la gran cosa, pero el simple hecho de tenerlo en mis manos me resulta pesado. Margaret asiente, tratando de darme ánimos. —Por lo menos, te ayudará a no perder la beca. Asiento en silencio, dándome cuenta de que debería sentirme aliviada, pero el recuerdo de la mirada intensa de Álvaro sigue allí, dando vueltas en mi cabeza. Mientras mis amigas comentan, yo apenas las escucho, absorta en la sensación extraña que me dejó el profesor, como si hubiera visto más allá de mi apariencia tranquila y hubiera descubierto las inseguridades que cargo. Pero la voz de Nora me saca de mis pensamientos al cambiar de tema, con un tono un tanto sarcástico y disgustado: —Mi madre se postulará para alcaldesa. Así que, por la imagen de la familia, tendré que apoyarla... o mi idea de viajar por el mundo queda en pausa. Sofía abre los ojos, impresionada. —¿Tu mamá al final lo hará? Nora asiente, rodando los ojos, y todas nos quedamos boquiabiertas, pues su familia siempre ha criticado la política. —Están invitadas a la reunión que hará, y cuando digo "invitadas," quiero decir "obligadas" —agrega, mirándonos con una sonrisa pícara mientras Margaret y Sofía intercambian una mirada nerviosa. —¡Vamos! Tienen que ir conmigo, aunque sea para hacerme compañía. Margot, mis padres te pagan la matrícula, lo menos que puedes hacer es acompañarme. —Me la he ganado, es una beca, Nora —le responde Margaret, un poco ofendida pero sin dejar de sonreír. —Lo sé, lo sé. —Nora levanta las manos, como disculpándose sin perder su tono irónico. —Pero seguro que puedes soportar una velada aburrida solo esta vez. Sofía suspira y se cruza de brazos, pensativa. —Es solo que no pertenecemos ahí. No tengo idea de cómo comportarme en ese tipo de reuniones. Nora suelta una carcajada. —Sofía, por favor. Tu familia está lejos de ser pobre. —Sí, pero no yo. No he ido a un evento en años donde haya gente de ese tipo —responde Sofía, incómoda. —Hágalo por mí, chicas. —Nora sonríe y nos mira con ojos suplicantes—¡Les p**o sus vestidos, si hace falta! Nos cruzamos miradas, todavía indecisas. Sofía y Margaret no dicen nada, así que me atrevo a preguntar: —¿Y por qué iría yo? ¿No hay suficiente gente en tu evento? —bromeo, pero algo en mi tono es más que una broma. No me siento en absoluto a gusto con la idea de ver a esas personas tan altivas. Nora arquea una ceja. —Oh, no te preocupes, hasta el profe de matemáticas va a ir. Mi curiosidad se despierta. —¿Qué tiene que ver el profe de matemáticas? —¿Recuerdas cuando mi hermano tuvo esos... "inconvenientes" con la ley? —me pregunta, y asiento, recordando las historias que Nora nos contó hace un tiempo. Ella levanta las cejas, insinuante. —¿Cómo crees que salió de todos esos problemas? Margaret abre los ojos con sorpresa y, en un susurro escandalizado, pregunta: —¿Tu madre se acuesta con el profesor de matemáticas? Nora pone los ojos en blanco y hace un gesto de resignación. —Digamos que se hacen favores mutuamente. Y sí, le paga bien también. Nos reímos un poco, aunque el asunto es, de alguna forma, perturbador. Pero luego se queda en silencio, mirándonos con una mezcla de vergüenza y diversión, y creo que puedo imaginar cuánto le incomoda el tema. —Bueno, tal vez podríamos ir un rato, al menos para acompañarte —digo al final, rompiendo el silencio, y Nora me mira con una sonrisa triunfante. —¡Sabía que no me dejarías sola! —exclama, haciendo un gesto de victoria. Sofía suspira, mirando al techo como si rezara para armarse de paciencia. —Bien, iré. Al menos mis padres estarán contentos de que asista a algo "importante." Todas giramos la mirada hacia Margaret, que permanece en silencio y resopla, resignada. —Está bien, iré. —dice al final, y Nora se lanza hacia ella para abrazarla. —¡Sabía que no me dejarías sola! Mientras el entusiasmo y las bromas continúan, trato de sumarme, aunque en el fondo, las palabras del profesor y su mirada todavía me persiguen, envolviendo todo en una nube de incertidumbre.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD