CAPÍTULO UNO

1932 Words
** DIEZ AÑOS ANTES **     EZRA   “¿Qué hacemos aquí tía Cora? Tengo hambre,” le digo a mi tía quien me trajo nuevamente aquí a este sitio para sentarnos en el auto por horas y mirar desde lejos hacia la casa enorme del fondo.   “Cállate,” ella responde con una expresión de molestia y yo siento que mi estómago se retuerce por la falta de comida.   “Se suponía que íbamos a ir al parque, papá te dijo que no podíamos venir más aquí o nos podríamos meter en problemas,” le repito, con la esperanza de que ahora sí nos vayamos, pero ella me arroja una mirada mordaz y yo me callo de inmediato.   Debíamos haber ido a casa después del parque, eso es lo que se supone que hacemos cada vez que me tengo que quedar en la casa de tía Cora cuando mi papá se va de viaje, pero ella nunca cumple con su palabra, la vez pasada me había prometido ir por un helado y terminamos aquí de nuevo, sólo que esta vez se ve más ansiosa, y ha estado gritándome todo el día, luego me trajo aquí y llevamos horas sentados en el auto viendo las personas entrar y salir del castillo.   Decidí llamarle así porque se parece mucho a los castillos de los cuentos de hadas, es muy grande y bonito, y mientras esperamos siempre imagino cómo será por dentro, ¿tendrá un McDonalds como en esa película que vimos una vez con papá? ¿O tal vez una montaña rusa? Pero no tengo idea de que habrá más allá porque mi tía Cora dice que no podemos entrar, y cuando le pregunto que ¿entonces por qué seguimos viniendo aquí si nos toca quedarnos afuera?, ella se pone muy molesta.   Aunque hoy es diferente que las veces anteriores, hay muchas personas entrando y saliendo, camiones pequeños y grandes que llevan cosas, algunos son de comida, lo sé por el logo que tienen en la parte de atrás, y de sólo verlos mi estómago empieza a sonar nuevamente, pero trato de no pensar en ello y me distraigo viendo un enorme camión que se estaciona detrás del castillo y luego muchas personas empiezan a sacar cosas de colores de él.   Una hora más tarde entiendo lo que está pasando y la esperanza crece en mí, pues lo que sacaron del camión enorme era un castillo inflable y ahora que ya lo pusieron en su lugar y lo llenaron de aire, mis ojos se abren con sorpresa al ver lo gigante que es, y aunque tiene forma de castillo de princesas, daría lo que fuera por subirme allí, y por un momento creo que es por eso que me trajo aquí, para que asista a la fiesta que están preparando, pero mi tía no parece tener intención de moverse del auto.   Y cuando veo que los invitados comienzan a llegar y mi tía está totalmente concentrada en sus binoculares, abro despacio la puerta del auto y salgo tan silenciosamente como puedo, planeando en ir y ver todo de cerca, tal vez tomar alguno de los bocadillos que están en las mesas por todo el lugar y luego volver de vuelta al auto sin que mi tía lo note, sí, ese suena como un gran plan.   Me agacho cuando paso detrás del auto y luego corro hacia la entrada, me hago detrás de unas personas con sus hijos que son mellizos y van entrando y el guardia sólo me da una mirada pero no dice nada, yo sonrío al notar que pude entrar sin problemas y aunque al principio quiero ir a ver el castillo inflable y también el real, el olor de la deliciosa comida que está en las mesas a sólo unos pasos de mí hace que me desvíe hacia allí y empiece a tomar unos cuantos bocadillos de hojaldre rellenos de crema de avellanas y me los ponga todos en la boca de un solo mordisco, mientras observo un carrito de perros calientes que hay más allá.   Sin embargo, cuando empiezo a dirigirme hacia el carrito, una niña se atraviesa en mi camino y me frunce el ceño, ella tiene el cabello n***o y liso atado con un moño celeste, y unos enormes ojos azules que me miran con desconfianza.   “¿Quién eres tú? No recuerdo haberte invitado a mi fiesta de cumpleaños,” ella me dice y yo siento que mi corazón empieza a latir con fuerza, pues aunque ella sea bonita, su expresión molesta me recuerda a la de mi tía Cora, y en ese momento sé que ya he pasado mucho tiempo aquí y debo regresar al auto.   Así que me doy media vuelta para irme y ella me toma del brazo con fuerza, el miedo me invade pues siento que me atraparon y me voy a meter en muchos problemas ahora, pero ella simplemente me guía hacia el carrito de los perros y le pide al encargado que me dé uno.   “¿Te gusta la mostaza?” ella me pregunta y yo asiento levemente sin decir nada.   “Toma, supongo que esto era lo que estabas buscando, ¿no? Te vi mirándolos,” ella me dice mientras me pone el perro caliente en las manos.   “No tengas miedo, no voy a decirle a nadie que te colaste a mi fiesta, debes ser hijo de uno de los empleados, ¿verdad? Ve y dile a tu mamá que te deje quedar en la fiesta, que yo misma te invité,” ella me dice con una sonrisa.   “No tengo mamá,” le respondo, con la boca llena después de haberle dado una gran mordida al perro caliente; y su sonrisa desaparece para darle paso a una expresión apenada.   “Oh, lo siento mucho, no quería ser descortés,” ella responde y por la forma en que habla es evidente que la han educado muy bien.   “No importa, no me molesta,” le digo sacudiendo mi cabeza, pero en el fondo sí que me molesta cada vez que alguien me pregunta por mi madre o cuando los niños del colegio hablan de sus madres, pues por más de que le he preguntado a papá por ella, él siempre se enoja y termina golpeándome.   “Entonces dile a la persona con la que hayas venido que te permita quedar un rato, va a venir un mago más tarde y unas princesas, va a estar genial,” ella me dice y yo sonrío, pero cuando estoy empezando a asentir con emoción, recuerdo nuevamente a mi tía y entonces sacudo mi cabeza.   “Gracias, pero me tengo que ir,” le digo y ella inclina su cabeza hacia un lado.   “Te pareces un poco a alguien que conozco,” me dice entrecerrando sus ojos.   “¡Abigail!” escucho a una mujer gritando y luego la veo dirigirse hacia nosotros, así que trato de irme, pero ella vuelve y me toma del brazo.   “¿Qué haces aquí afuera? Debes ir a cambiarte de inmediato, los invitados ya están llegando, tu papá te ha estado buscando como loco, te he dicho que no puedes esconderte de él así, nos diste un susto enorme,” la mujer le dice y veo que se parecen mucho, excepto en el color de ojos, pues los de la mujer son verdes y no azules.   “Mamá, él es el hijo de uno de los empleados y lo invité a quedarse en mi fiesta, ¿puedes hablar con su papá y pedirle que lo deje quedar?” la niña, Abigail, le dice y la mujer asiente.   “Está bien, me encargaré de eso, pero ve a cambiarte ya, por favor,” ella le responde y la niña se despide de mí agitando su mano antes de irse corriendo.   “¿Cómo se llama tu padre?” la mujer me pregunta, inclinándose hacia mí.   “Él no está aquí, vine con mi tía, pero ella está esperándome afuera, tengo que irme o se va a molestar mucho,” le digo, empezando a sentir miedo por la reacción que tendría tía Cora si esta mujer habla con ella.   “Ve y dile que te deje quedar un momento, ella puede quedarse también si quiere o después te podemos enviar a casa con algún chofer,” la mujer me dice y después se distrae cuando alguien se acerca a decirle algo sobre una de las princesas, así que aprovecho para salir corriendo.   Me escabullo por la puerta de la entrada y corro hacia el auto, en donde veo a tía Cora de pie afuera, con unas enormes gafas de sol y una peluca color roja, mientras se toma la cabeza con ambas manos y parece realmente enojada, ella empieza a señalarme con el dedo, y cuando está a punto de decirme algo, se queda congelada mirando hacia un punto detrás de mí, pero antes de que pueda girarme a ver qué pasa, ella se acerca apresuradamente y me levanta para meterme al auto.   “Mierda, mierda, ¿lo habrán visto? Maldita sea,” la escucho refunfuñar mientras ella da reversa al auto para poder salir de allí.   La veo mirar de forma nerviosa a una familia que se acaba de bajar de un auto, el hombre es alto con cabello castaño y la mujer es bajita con cabello rojo brillante, como el de la peluca de mi tía, pero mucho más bonito, ella tiene en brazos a un niño y el hombre lleva de la mano a una niña pequeña pelirroja, pero no alcanzo a ver sus caras porque mi tía acelera y se aleja del lugar.   Tía Cora pasa todo el trayecto a casa, el cual dura más de dos horas, gritándome y haciéndome toda clase de preguntas extrañas, me pidió que le describiera con detalle lo que había dentro y cada una de las personas con las que hablé, me hizo repetirle una y otra vez cada palabra que me habían dicho la niña y su mamá, me preguntó si estaba acompañada, cómo estaba vestida, hacia dónde se había ido cuando se despidió de mí, cada pequeña cosa, pero yo estaba demasiado asustado por cómo iba a reaccionar papá cuando ella le contara todo, y no podía responderle lo que ella quería.   Así que cuando llegamos a casa con papá, ella estaba bastante molesta conmigo y tan pronto entramos por la puerta, ella empieza a contarle todo lo que pasó, mientras yo trato de zafarme de su agarre para buscar un lugar en el que esconderme de la rabia que ya está empezando a salir en mi padre.   “Tenemos que hacer algo, él ya se está empezando a parecer demasiado al abogado ese, o te vas del país, o haces algo con él porque de lo contrario nos van a descubrir,” Tía Cora le dice y papá me mira con su rostro distorsionado por la ira, y luego, sin decir una palabra, me golpea fuertemente en el rostro y siento mi nariz romperse.   “Ahí lo tienes, con eso será suficiente,” él le responde a mi tía y luego me toma por el cuello y empieza a caminar conmigo hacia el sótano.   “No, papá no, por favor, el sótano no, me portaré bien, lo prometo,” le ruego, pero él sólo bufa con incredulidad mientras me arrastra escaleras abajo al pequeño, oscuro y húmedo sótano lleno de ratas, y yo me hago un ovillo en un rincón, cierro los ojos e imagino que estoy en el castillo inflable de Abigail.
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