—"Hijo, Llámame por mi nombre"
Era una de las últimas revelaciones que había recibido Ricard en sus meditaciones. En esta ocasión, había sentido que el cuerpo de la ballena etéricamente se fusionaba al suyo. No había sido una experiencia agradable. Al entrar sintió terror de ser completamente poseído y perder su identidad. Había leído libros de exorcistas y la idea de que alguien más viva dentro de él al principio le asustó.
Intuitivamente comprendía el idioma en el que se comunican las ballenas y rápidamente captó el nombre de la ballena madre.
—Recita mi nombre, así te conectaras con mi energía—le dijo.
Y así, Ricard empezó a entonar su nombre en la oscuridad de la noche. Estaba solo en su cuarto. Era tal el impacto del mantra que sintió que su casa empezaba a temblar. Tenía una energía que le hacía experimentar su propia oscuridad interna, como purificándolo.
—Individualmente somos capaces de liberar algo de nuestra maldad, pero esta sólo es posible eliminarla de raíz con códigos sagrados—Le había advertido la ballena.
El mantra le dejaba la misma sensación que tenía al conectarse con la ballena.
— Hijo, este es mi regalo para ti. Con el mantra sentirás conexión conmigo. Si lo usas en el mar, me estarás llamando, asi que úsalo con sabiduría y prudencia.
En esa ocasión, Ricard repitió el mantra como por una hora y media. Como era un ser sutil, sintió que se le destrozaba la materia. Al notar semejante escándalo, su madre biológica golpeó a su puerta.
—¿Estas bien? —Su madre había sentido un breve temblor y creyó que venía del cuarto de su hijo.
—Entra. Estoy bien.
Ella notó que su habitación estaba iluminada por una lámpara que, por una extraña razón, iluminaba de manera equitativa toda la habitación.
Clara¹ lo vió tan demacrado que, de manera preocupante, le preguntó por qué estaba tan cambiado. Había dejado pasar por alto su cambio de dieta y su delgadez por considerarlas etapas del paso a la adultez. Cosas de jóvenes.
— ¿Que te pasa?— Tocó su rostro con sus dos manos mientras lloraba.—¿Que tienes? —Su hijo solo la miraba, no sabía
que decir.
— Estoy bien, perdóname por preocuparte. Sólo practico meditación y he cambiado ciertos hábitos.
—Pero si pareces un mendigo. En serio, hijo, me preocupas.
—Estoy bien. Estos son mis asuntos².
— No seas sabio según tu propio entender³, para eso están los consejos de los viejos.
—Claro, pero se necesita, más que un buen consejo, una buena mente capaz de abordar cualquier dificultad.
Ricard no quería revelarle cosas acerca de la ballena. Creía que jamás entendería.
—Eso puede ser verdad. Lo que te digo es que quizás aún no llegas ahí. Tu entender está en proceso, asi que escucha a los que ya vivimos y pasamos por cosas similares—dijo su madre.
—Tienes razón, para llegar al conocimiento del Padre se deben atravesar un montón de «puertas⁴». Pero, en ese «Reino⁵» los consejos mundanos no siempre son aplicables.
Su madre estaba entre dormida y despierta. Por momentos creía que estaba en un sueño, porque las emociones apenas interfirieron durante el suceso.
—Pero hijo, te noto tan cambiado ¿Por que estás tan famélico?
—Es esta vida, madre, de renuncia hacia los alimentos prohibidos y malos para la fina textura del alma.
—¿Qué dices?¿Que clase de religión sigues?
—En ningún momento quise que lo vieras así. Solo te digo la verdad.
Su madre no entendió del todo lo
que su hijo le comunicaba, pero ciertos
pensamientos la sorprendieron y creyó que su hijo era muy sabio. Le dio un abrazo y notó su espalda, aunque delgada, era más ancha de lo que ella recordaba. Su hijo se estaba haciendo adulto. También lo notó al ver su rostro iluminado por la lámpara. Esa noche solo se retiró de su habitación con una actitud derrotista.
Despues de diez días de este incidente, esta vez fue su padre quien lo llamó para hacer un mandado. Debía cruzar una cuarta parte de la ciudad para llevarle unos regalos a su tía.
Ricard bajó en seguida, ya que su padre era una persona de carácter. En su
niñez y hasta principios de su adolescencia le temía mucho. Era un hombre poderoso, inteligente, prudente. Varias veces había flaqueado frente a sus castigos. La energía de la ballena
lo conectaba más a su esencia femenina, y ésta, chocaba con la actitud dura de su padre.
Ricard sentía mas instinto maternal que
hombría.
— ¿Por que tardas tanto?— Le preguntó su padre.
—Ya estoy aquí—le dijo Ricard.
Lo vió. El rostro de su padre era muy varonil, había que tener mucho poder para no sentirse intimidado o para enfrentarlo, sobre todo si todavía se tiene un ego y autoestima frágiles o, qué sé yo, una masculinidad herida.
El conflicto entre ambos surgía por la actitud inestable y de irresponsabilidad de Ricard. Su padre no soportaba su fragilidad, su sensibilidad. Por eso y por más motivos, su naturaleza lo inclinaban más a su madre.
Pero en el fondo, Ricard admiraba la
fortaleza de su padre. Por el siempre se sintió protegido, era su hogar, su lugar seguro. En cierto modo tenía todo para ser feliz.
Ricard se sintió muy entusiasmado porque existían muchos caminos para llegar y, entre éstos, estaba uno que recorría por un lugar montañoso que se conectaba con una playa.
Durante el recorrido ya tenía en mente lo que iba a realizar. La playa ahora se le hacía irresistible, porque podía invocar a la ballena en pleno mar abierto. Sabía que se trataba de una playa deshabitada y, cerca de ésta, se encontraba una isla.
Ricard se adentro a dichas montañas que, algunas veces, parecían más una selva. Se escuchaban gritos de monos, de tigres, gritos de animales desconocidos que hacían un eco asombroso.
A pesar del miedo, un sentimiento de familiaridad lo acompañó durante todo el recorrido.
— No soy un extranjero en un país o en un mundo ajeno. La tierra me pertenece—se dijo a sí mismo por la profunda conexión que sintió con la naturaleza.
Por fin llegó al final de su destino. Digo
«su destino» en el sentido de que llegó al paradero al que quería llegar, no al paradero impuesto por su padre.
Observó la playa, parecía nunca haber sido habitada por humanos por su difícil acceso y por su inaudita belleza.
Un pensamiento recurrente en la mente de Ricard era sobre cómo se supone que
aparecería la ballena en un lugar tan remoto. Si durante (y antes ) del recorrido él no le había comunicado nada ¿acaso era omnipresente y omnisciente?
Se sentó en las cálidas arenas de esa hora. El calor no era sofocante, era acogedor.
Ricard empezó a llamarla por su
nombre. La playa empezó a temblar.
Después de un tiempo, vió algo moviéndose dentro de una poza que se conectaba por un canal al mar abierto.
Ricard obedeció a lo que él consideraba una llamada explícita. Había leído acerca del comportamiento de éstos cetáceos. Se escuchó el característico canto, con una frecuencia de cuarenta hertz, por encima del mínimo audible para el oído humano. Acto seguido vió la expulsión de un chorro de vapor de agua de unos ocho metros de altura a traves de su espiráculo. Todas estas señales le
dieron total seguridad de que se trataba del animal.
Sola, varada en aquella poza que, por
una extraña razón, contenía a duras penas su enorme tamaño. Debía medir unos veintiseis metros de largo, pesar unas cien toneladas o más.
Se trataba de una ballena azul pigmea. Era de color gris pizarra. Para respirar, las ballenas sacan su espalda y espiráculo en mayor medida de lo habitual, y eso hizo.
La saludó inclinándose frente a ella con gran cortesía. Estaban muy cerca el uno del otro. Sintió una especie de respeto y temor reverente, ya que estaba frente al animal mas masivo que jamás haya existido alguna vez en la Tierra. Supera a cualquier animal terrestre, actual o extinto. Supera al mas grande de los dinosaurios. Todos estos animales serían más pequeños que la ballena azul.