CAPÍTULO I PETER HARRISON

4634 Words
ANN Desperté tomando una gran bocanada de aire, teniendo como consecuencia el sabor de la colonia de Alex en mi garganta. De nuevo no encontró algo mejor que venir mi habitación, para después bañarse en colonia masculina y provocar que me despertara con el fuerte olor de la menta. Ya, con mal humor, traté de levantarme de la cama con cuidado de no pisar el pedazo de pizza que había quedado de ayer, pero las sábanas se enredaron en mis piernas y el cabello lleno de nudos me cayó en la cara al mismo tiempo que mi cuerpo impactaba en el piso. Probablemente si alguien estuviera viendo desde la puerta pensaría que está en pleno proceso de exorcismo… pero no. Solo era una mañana común y corriente para Annabella Berries. A pesar del dolor que tenía en la rodilla por aterrizar de frente, traté de levantarme con cuidado. Y después lo poco de alegría que había ganado al estar de pie se perdió cuando intenté caminar y mi dedo pulgar del pie se quedó en la alfombra, dejando que cayera nuevamente contra la madera del piso. —Estúpida alfombra —exclamé, con el rostro aún en el suelo y la frustración de una mañana de un lunes haciéndose presente. Mi estado emocional en estos momentos podría catalogarse de la siguiente forma: agresivo. Cuando levanté la mirada, Alex estaba apoyado en la puerta con una sonrisa burlona en su rostro. No pude evitar fulminarlo con la mirada porque culparlo de mis problemas esta mañana era mucho más sencillo que cualquier otra solución. Desde que éramos pequeños hemos hecho eso: culparnos de cualquier cosa que pase en la casa. Incluyendo romper un plato de la abuela, a pesar de que esa vez yo estaba jugando con mis primos, hasta chocar el auto de mamá cuando él tenía 16 y yo 15 años. —Buena forma de empezar el día, enana —eso fue lo que le entendí, pues tenía su cepillo de dientes en la boca. Resumiendo años de tortura emocional y física, se podría decir que nuestra rivalidad comenzó cuando pude respirar. Noté que ya no llevaba puesto su pijama, lo cual me pareció un tanto extraño si se considera que solo se viste cuando quedan pocos minutos antes de que inicien las clases. Giré mi cabeza unos cuantos centímetros en dirección a mi mesita de noche, y casi me ahogo con mi propia saliva al ver que me quedaban diez minutos para llegar a tiempo a la escuela. La ira y la preocupación estaban realizando un debate bastante agitado respecto a si debería tirarme encima de Alex y lanzarlo por la escalera, o correr para no llegar tarde. —¡¿Por qué no me despertaste?! —me levanté rápidamente de la alfombra y comencé a tomar del suelo la ropa que me había puesto ayer. No tenía mucha importancia si me la ponía, después de todo ayer no había salido de casa—. ¡Es lo único que mamá te pide en caso de que no suene mi despertador! Se encogió de hombros de manera inocente. Inútil. Empujé a Alex una vez que tenía todo lo necesario para parecer una persona decente en mis manos y comencé a bajar las escaleras como si mi vida dependiera de ello. Solo tenía una playera de mi hermano encima, dejando mis bragas a la vista de los vecinos por las cortinas abiertas. Cuando llegué a la planta de abajo, pude saber que mamá estaba cocinando panqueques incluso antes de cruzar la puerta. Con la ropa aún en mano, busqué rápidamente un plato hondo y lo dejé en la mesa para sacar el cereal de la despensa y la leche que mamá ya había dejado encima de la mesa. Alex ya estaba sentado, comiendo sus panqueques, cosa que me dio un tremendo asco porque se había lavado los dientes hace poco. Cuando traté de relajarme, noté que solo me quedaban cinco minutos para bañarme. Dejé la caja de cereal tirada sobre la mesa y me acerqué rápidamente a mamá. —Adiós, mami —le besé la mejilla—. Llámame cuando mis panqueques estén listos. Subí corriendo las escaleras e incluso casi caigo en el proceso, pero una vez llegué a mi habitación, corrí hasta mi baño y me miré en el espejo. Mi cara estaba toda baboseada y con las arrugas de la almohada marcadas en ambas mejillas. Normalmente cuando despierto mi cerebro dice: «¡Vamos a despertarla con una inundación, chicos!», y mi rostro queda como si volviera a ser la bebé babosa que era antes. Traté de ducharme lo más rápido posible al mismo tiempo que cepillaba mi cabello, pero después al estar vestida y mirarme en el espejo, noté que quizás fue una mala idea. Ignoré mi cabello de león y aproveché de pintarme un poco los ojos, solo un poco echándole a mis pestañas rímel y delineando la parte de abajo. Me hice una coleta alta cuando iba bajando por las escaleras, así que tuve que tomar mi celular con una sola mano y ponerlo entre mi hombro y la oreja. —¿Hola? ¿Quién te crees para llamarme a esta hora? —gruñí una vez que llegué a la cocina. —La persona que te tuvo como parásito por ocho meses y medio —habló mi mamá por el otro lado de la línea—. Me fui antes porque voy a pasar a buscar a Daisy; tus panqueques están sobre la mesa. También te dejé crema batida y crema de avellanas si tienes tiempo de comer algo. —Yo no veo nada —lo único que noté fue un plato vacío, pero tuve un mal presentimiento al notar que la puerta de entrada estaba medio abierta. —Adiós, te quiero. Se mantuvo en silencio y antes de que le cortara me advirtió «no mates a Alex». Mi teléfono se resbaló de mis manos en el mismo momento en que salía corriendo para atrapar al captor de mis panqueques. Alex. Cuando estuve afuera, él ya se encontraba comiendo uno de mis panqueques haciendo un baile extraño en mi dirección que representaba su victoria inminente. Por un momento pensé que estaba haciendo eso en una clase de venganza por casi matar a su mejor amigo, pero descarté la idea al notar que ese plan era demasiado para la mente de mi hermano. —¡Vas a morir, Alex! —grité, logrando que él comenzara a correr al otro lado de la acera justo cuando el inconfundible auto de Félix se paraba a recogerlo. No gasté energía en salir a buscarlo, porque sabía que justo cuando lo podría alcanzar aceleraría el auto de golpe. Regresé corriendo adentro y recogí mi celular del piso con una mueca de enfado, solamente para ver la hora y que mi frustración matutina aumentara. Tomé mi mochila que estaba tirada al lado de la chimenea —se había quedado todo el fin de semana ahí— y saqué las llaves del bolsillo pequeño para poder irme sin desayunar. Cuando estuve afuera, lista para tomar mi bicicleta para irme, recordé que el fin de semana pasado le había pinchado una rueda y aún no me había encargado de eso. Solté un gruñido de frustración y arreglé mi mochila para comenzar a correr. Mi día había comenzado de la peor forma, así que si alguien se me acercaba iba a morir lenta y dolorosamente. *——*——*——* Todo el esfuerzo y las maratones que hice en mi casa no habían resultado. Al final, había llegado quince minutos tarde—cosa que tampoco es tan grave en mi opinión ya que nos tocaba Castellano y el profesor suele llegar mucho después— y para rematar me encontré con la directora en la entrada, por lo cual casi me manda a dirección. Ahora estaba esperando que la hora de Castellano del profesor Calvin terminara, además, estaba quedándome dormida y mi hambre no me era de mucha ayuda para soportar los minutos que quedaban de clase. Ahh… El tan querido profesor Calvin que nos escupe en la cara mientras nos cuenta las historias de cuando tenía sus dinosaurios de mascotas, ahora estaba narrando, por tercera vez, una de sus increíbles vacaciones en Perú. Mi paciencia no estaba para soportarlo por mucho más tiempo, así que le pedí permiso para ir al baño y librarme un poco antes de la tortura. Le tuve que hacer ojitos —tiene una debilidad por las chicas— hasta que al fin me dejó. «Necesito algo para comer» fue mi primer pensamiento. Me apresuré hacia la salida del salón de clases y cuando crucé la puerta comencé a correr para alejarme del lugar. El baño estaba al otro lado de mi dirección, pero mi meta eran las máquinas expendedoras que tenían uno de mis chocolates preferidos. Llegué hasta mi casillero y saqué mi monedero de la mochila en un movimiento un tanto desesperado, he de decir. El pasillo estaba vacío, así que pude correr como si el diablo me persiguiera después de tener mi preciado dinero para alimentarme, pero cuando doblé en una esquina logré notar algo azul que se interpuso en mi camino. Logré poner mis manos frente a mí en un acto reflejo, pero choqué con la puerta del casillero de todos modos y caí de trasero al piso. —¿Quién fue el mald…? —levanté la mirada hecha una furia, hasta que la puerta azul se cerró de golpe. Unos ojos miel me miraban desde arriba, con un tanto despreocupación. Era Peter Harrison, aquel al cual casi maté el viernes. «Menuda suerte», pensé. —Aprende a ver por donde caminas, enana —dijo después de unos momentos analizándome. Era más alto de lo que aparentaba. Su ojo tenía un hematoma que estaba notoriamente violáceo, pero no le quitaba protagonismo al que había en parte de su nariz. Intenté tragar el nudo que se había formado en mi garganta, pero parecía imposible. Seguí mirándolo desde el piso, lo cual no me favorecía a la hora de enfrentarme a él y pedirle disculpas por todo lo que pasó en la fiesta. —Oye, respecto a lo que pasó el viernes en la noche… —comencé a hablar un tanto nerviosa porque quisiera vengarse tirándome por las escaleras también. —No te preocupes, todas las de tu tipo son iguales —se encogió de hombros con una sonrisa falsa—. Aprende que cuando te dicen que no, es no. No es necesario que me empujes por las escaleras a propósito. Alto, ¿qué? —¿Cómo que las de mi tipo? —pregunté un tanto indignada—. Y no te empujé a propósito. —Claro, claro. Sabía que dirías eso —se cruzó de brazos, entre divertido y molesto—. Por tu culpa casi no participo en la final del campeonato. —Te dije que no lo hice porque quería. —Notaba como mis mejillas se calentaban por la rabia. Rodó los ojos y un silencio incómodo se instaló entre los dos. Lo único que se escuchaba eran los gritos de excitación del profesor de Castellano a lo lejos. —¿Qué no te enseñaron a ayudar a una chica a levantarse? —dije entre dientes segundos después. Me estaba comenzando a ganar el enojo acumulado del día. —Oh, disculpe pequeña dama —me tendió la mano y yo, con duda, la tomé. Me levantó del suelo y le di una última mirada a su mueca confiada antes de darle la espalda caminando lejos de ahí. —¿Y mis gracias?, tienes que agacharte como las damas antiguas —gritó en tono burlón. Oh, claro que estaba en condiciones para estallar con una tontería como esa. Sí, tal vez casi lo mato la otra noche pero tengo las intenciones de disculparme desde el fondo de mi n***o corazón. No tiene porque tratarme así. —Primero —me volteé a encararlo de una vez— tú llegaste y comenzaste a insinuar claramente que traté de seducirte o algo así. Segundo, choqué con tú casillero y ni siquiera me preguntaste si estaba bien y, tercero…, solo te daría las gracias si fuera sumisa y masoquista. —O podría matar dos pájaros de un tiro —me miró con una sonrisa decidida. No sé cómo pasó, pero sentí una mano sobre mi boca y a Peter empujándome desde atrás hacia los baños de los chicos. La ansiedad apareció rápidamente e intenté de evitar a toda costa entrar, aunque sin darme cuenta ya estaba acorralada entre sus brazos y la pared del fondo de los baños. Me va a v****r. Me va a v****r. Dios, perdón por todo lo que hice en esta vida, sé que no debería haberme comido las uñas cuando era pequeña, siento haberle pisado la patita al señor Conejo, que por cierto es un gato, siento haber culpado a Alex de chocar el auto de mamá… Basta, tenía que intentar librarme de esto. —¿Qué crees que haces? —reclamé furiosa y con la voz algo extraña—. ¡Suéltame o te pego en las bolas! Traté de sacar mis brazos, pero él sujetó con más fuerza. Lo miré a los ojos furiosa, pero no vi nada en ellos. No era la misma mirada del viernes. Me invadió un momento de decepción, aunque se esfumó tan rápido como llegó. —Tranquila, princesa —dijo con media sonrisa—, será rápido. Sus palabras se quedaron grabadas en mi cabeza y un escalofrío incómodo recorrió mi espalda. Comenzó a acercarse y yo no podía hacer nada para evitarlo. Me tenía sujetada fuertemente y mientras más me resistía, sus manos me hacían más daño. Sentía su aliento en mi rostro, el cual era una mezcla entre menta y café. Me di cuenta que sus labios estaban bastante cerca, pero lo que más me hipnotizaba de él eran sus ojos miel. —¡¿Qué haces, tarado?! —volví a la realidad al ver que se acercaba. Lo único que logré fue que sacara una de sus manos de mis muñecas y la llevase a mi barbilla. Dejó mi rostro de perfil, dándole acceso a mi cuello. —Shh… ya casi —dijo en un susurro. Sentí un cosquilleo en mi cuello y los pensamientos se alejaron de mi cabeza. Me quedé quieta con una mueca y luego sentí que succionaba… esperen, ¿succionaba? ¿Acaso era un maldito vampiro? ¡Peter estaba haciéndome un chupón! —¡Aléjate, maldito pervertido! —dije algo afligida. Al parecer tuvo lo que quería y se alejó de mí dejándome libre. Me llevé las manos al cuello de forma involuntaria, tratando de notar lo que había dejado ahí. —Bienvenida… —creo que dijo algo más pero no lo escuché—. Espero que con eso hayas quedado satisfecha. Se comenzó a alejar y todo se volvió malditamente confuso. ¿Por qué me dejó el chupón?, ¿cree que soy una fácil?, ¿por qué me dijo bienvenida? ¿Por qué me hago tantas preguntas? —Adiós, enana —no miré pero supuse que esas palabras salían acompañadas de una sonrisa. De la confusión pasé a la ira. Mucha ira. Levanté mi vista en el momento que la puerta del baño se cerraba tras él, dejándome sola. Me alejé de la pared de golpe y empecé a prepararme mentalmente para lo que haría a continuación. Salí al pasillo, logrando ver que Peter no estaba a más de unos metros de mí. —¡Oye, grandísimo imbécil! —le grité mientras trataba de dar grandes zancadas hasta él. Se volteó con una gran sonrisa en sus labios. Oh… Por supuesto que iba a quitársela. Cuando estuve lo suficientemente cerca, lo golpeé su nariz morada con tanta fuerza que llegó a tambalearse hacia atrás, llevándose las manos al rostro. —¡¿Pero qué te pasa por la cabeza?! —dijo agachándose un poco y mirándome sorprendido. —Escúchame, pedazo de mierda —sacudí mi mano por el dolor que empezaba a hacerse presente en mis nudillos—, me vuelves a tocar y créeme que te dejaré sin nada ahí abajo, ¿entendido? Me di la vuelta antes de que pudiera decir algo y me comencé a alejar. Sentía como sus pasos venían en mi dirección, pero poco me importó pues los alumnos comenzaron a salir como zombies de sus aulas de clase. Corrí hacia el baño de chicas y apenas entré, miré mi cuello con detenimiento. Nunca me habían hecho un chupón…, pero había visto fotos y este era muy raro. Estaba en su gran mayoría rojo, y parecía que iba a durar unos cuantos días… si no es que más. La puerta se abrió y escondí mi cuello con mi cabello instintivamente. —Hola, Anni —el reflejo de Rose me sonrió y suspiré aliviada. No sé porque me ponía así de paranoica, pero quizás no me quería meter en más problemas—… Ann, ¿qué es eso? Sacó el cabello de mi cuello y luego me miró con los ojos muy abiertos, como si nunca se hubiera pensado encontrar algo como eso en mi cuerpo. Me alejé un poco de ella cuando la puerta se abrió nuevamente y Rose comenzó a fingir que se arreglaba el cabello. Siempre que alguien se acercaba y estábamos juntas hacíamos como que no nos conocíamos. Sí, cosas de rutina. —¿Quién te lo hizo? —preguntó una vez salió la chica—. ¿Fue Félix? —¿Félix? —la miré con una ceja alzada—. ¿Por qué no podría ser otro chico? —¿Entonces quién fue? —rodó los ojos y se cruzó de brazos. —Peter… —alzó una ceja esperando—, Harrison —bufé y nuevamente me observé el cuello en el espejo. —¿Peter? —asentí sin mirarla. Susurró algo para sí misma pero luego negó, como si se negara a creer lo que sea que cruzó por su mente. Parecía que le había dicho el mejor cotilleo del mundo, porque nunca la había visto tan seria pensando sobre algo. —¿Estás bien? —pregunté cautelosa. —Sí… ¿sabes por qué lo hizo?, ¿te dijo algo? —me interrogó rápidamente a la vez que sacaba un pañuelo de su bolso y me lo pasaba por el cuello. —No lo sé, creo que solo es un imbécil —me apoyé en el lavamanos—. ¿Estás segura que estás bien? Asintió y luego me miró con una sonrisa que era obviamente falsa. Le quité importancia y me acomodé la tela de forma que no se viera el chupón. Olía a la colonia de Rose, algo un tanto dulce que me parecía muy empalagoso. —Trataré de averiguar lo que pasó —puso una mano en mi hombro—, ¿nos veremos esta noche en tu casa? —asentí—… está bien, te dejo. Te quiero. Miré la puerta que se cerraba y luego me miré al espejo. La marca no se veía, pero sabía que seguía ahí. Suspiré. Cuando salí del baño vi a mi hermano conversando con Félix. Topamos miradas y ambos me sonrieron con familiaridad, para luego seguir hablando con mucha emoción. Iba a acercarme, pero pude ver como Peter se había asomado por la esquina del pasillo y saludaba a unos compañeros de básquet. Me detuve en el acto y di media vuelta para ir a la cafetería rápidamente. Aún tenía hambre. Una vez entré, lo primero que hice fue acercarme a la máquina que me daría mi tan preciado chocolate. Estiré el billete al notar que no había funcionado a la primera, y seguí así hasta que conté a lo menos veinte veces intentando hacer que mi dinero entrara. Tal vez debía rendirme, pero quería mi chocolate a toda costa. No me importaba que pudiera conseguirme una si esperaba a salir de la escuela. Estaba enojada y cuando estoy enojada tengo que conseguir lo que quiero. Cuando el billete no salió y en la pequeña pantallita decía marque opción solté el aire que tenía retenido. Presioné el botón y esperé a que cayera, pero pude ver cómo se atoró por culpa del vidrio. —Vamos, porquería —pateé la máquina poco después de unas cuantas veces, pero el chocolate no se movía. Unas manos me tomaron de los hombros y me empujaron levemente justo antes de que la ira me ganara y comenzara a maldecir a todo pulmón. Era una chica con una coleta y podía ver claramente que sus ojos eran de un verde más claros que los míos. Le pegó tres veces a la máquina en diferentes lugares y el chocolate cayó. —Ten —soltó una risa—. ¿Sabes que esta máquina está averiada, verdad? Señaló un pequeño cartel en la esquina superior derecha. La sangre subió a mis mejillas y sonreí nerviosa. Noté que el resto de la cafetería me miraba con diversión y sentí que yo misma me había buscado la atención innecesaria, por lo cual agradecí internamente a la chica que me salvó de dar más vergüenza ajena. —No te preocupes…, tienes suerte de que sepa cómo sacarlos—me extendió el chocolate—. Soy Elizabeth, reportera en jefe del periódico escolar. Era más o menos de mi estatura, pero parecía un poco más alta y más simpática. —Annabella Berries, pero prefiero solo Ann —sonreí. Me sonrió y su móvil sonó. Lo sacó de su bolsillo trasero y miró la pantalla, para poner una mueca de emoción y asombro. —Te dejo —miró la máquina y luego a mí—, de nada por el chocolate y lee el cartel para la próxima… ¡O mejor: lee mi sección en el periódico! —dijo ya estando bastante lejos. Se despidió con la mano y luego salió a paso apresurado por la salida de emergencias. Parecía algo extraña… Pero al menos era simpática. Me senté en una banca que había en el patio y le saqué el envoltorio al chocolate rápidamente, para poder saborear a mi precioso. Comencé a pensar en lo que había pasado, y aún no entendía por qué Peter actuó de esa forma tan esquiva y desagradable. Quizás era su verdadera personalidad y en el fondo se portó amable el viernes porque estaba medio borracho y con suerte sabía lo que hacía. Parecía la opción más razonable, pero nunca me le ofrecí… El timbre que indicaba el retorno a clases sonó y me levanté sin mucho ánimo, ya que tenía Matemáticas e iban a entregar los exámenes de la semana pasada. Odiaba esa asignatura con todo mi ser, así que mis notas no podían ser las mejores de la clase, obviamente. Me fui a clases a toda velocidad para no tropezarme con Peter de pura mala suerte, y entré de las primeras al aula. Jasper estaba sentado al lado de mi asiento usual, así que ya no me parecía tan mala la clase de hoy. —Hola, Ann —Jasper me sonrió como siempre una vez me senté junto a él. —Hola, Jasper —me dejé caer con un movimiento brusco en mi asiento y bufé sonoramente. Poco a poco los alumnos entraron al aula, con la profesora detrás de ellos. Cuando todos estuvieron sentados y callados en su lugar, nos miró uno a uno y dejó caer fuertemente un libro con unos papeles que sobresalían de él. —Está bien, clase… —comenzó la profesora, sacando las hojas del libro—, hoy entregaré los exámenes que tomamos la semana pasada. Atentos, que están de menor a mayor. Mi nombre estuvo de los primeros, como ocurría usualmente, pero no me preocupé mucho porque ya lo veía venir. Me levanté lentamente, extendiendo lo más posible el momento de la entrega, a pesar de la mirada de superioridad de la profesora. —Berries… —dijo con decepción. ¿Qué les da a todos los profesores por llamarme por mi apellido? —Profesora Charlotte… —le hice una mini reverencia. —¿Cuándo será el día en que ponga una calificación decente en tu hoja? —negó con la cabeza e intentó hacer contacto visual conmigo. —Cuando usted confiese que sigue teniendo sentimientos por nuestro profesor Calvin. Al parecer, mi humor había mejorado desde que golpeé a Peter en la nariz, porque lo que dije fue medianamente divertido y algunas risitas se escucharon desde la parte trasera. Charlotte sonrió sin humor. O quizás fue el chocolate que comí. —No te hagas la graciosa… —me entregó mi examen—, no quiero ninguna otra mala calificación desde ahora, Berries… quiero que… Unos golpes en la puerta interrumpieron el comienzo de la charla motivacional de esta semana. La atención de todos se centró en la puerta que se estaba abriendo de forma un tanto lenta para mí. Cuando vi quién era, mi humor se volvió agrio como por arte de magia. —Perdón, Charlotte, tuve algunos asuntos que atender… —A que no adivinan quién era. Pues les doy una pista… Peter chupador Harrison. Algunas chicas rieron de la forma más falsa que había escuchado hasta ahora, tratando de parecer encantadoras ante el capitán del equipo. Yo me tapé el rostro con mi examen y rodé los ojos. Parecía no importarles que él tuviera un papel higiénico en su nariz, seguía siendo atractivo para ellas. —Señor Harrison… —la profesora ya no sonaba tan molesta—, es bueno que llegue… —me asomé por el lado de la hoja—. Me he dado cuenta de tus excelentes calificaciones en tus materias, a diferencia de la señorita —me señaló con la cabeza y volví a esconderme—, sus calificaciones están por el suelo, así que ya lo decidí. Serás su tutor. —¡¿Qué?! —grité indignada y me quité hoja de la cara. Peter me miró con sorpresa y me apuntó con su dedo índice. —¿Tú? —exclamó enojado. —No, no y mil veces no —comencé—, ¡no pienso tratar con este mujeriego de segunda! —lo miré con todo el odio que podría demostrar. —Y yo no pienso enseñarle a esta burra apellido de frutas—dijo negando. ¿Eso es todo lo que se te ocurre, Harrison?, ¿apellido de frutas? De todos modos, ¿de dónde sabe mi apellido? No recuerdo habérselo dicho antes. —Imbécil —gruñí. —¿Tu coeficiente intelectual no da para un insulto mejor? —preguntó inmediatamente. La profesora abrió los ojos de par en par, pero antes de que pudiera decir algo, le respondí. —Chupador compulsivo —eso se podía mal interpretar, pues la clase comenzó a reír. —¡Basta! ¡Esto queda hasta aquí! —nos regañó la profesora—. Peter Harrison, vas a ser su tutor si es que de verdad quieres una buena recomendación de mi parte; y Annabella Berries, más te vale tener buenas notas si no quieres repetir el año, ¿entendido? —dijo con tono enojado, para después señalarnos a ambos—. Y se van a detención por tener un lenguaje inapropiado. —Tengo entrenamiento de baloncesto —Peter se excusó. —Entonces, Berries —me miró y abrí la boca—. Sal rápido. No dije nada y tomé mis cosas rápidamente para salir de la sala de clases. Mis mejillas ardían y maldecí internamente por ponerme como tomate cuando estoy molesta. Lo que más pedí era no tener que hacer contacto con él nunca más. Peter Harrison, me las vas a pagar… Y créeme que no será bonito.
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