Minoría.

2853 Words
El sabor del Vodka saborizado a manzana verde atravesó mi garganta con facilidad, eran tan dulzón que asemejaba casi tomar un jugo. Bebí dos largos tragos, embelesada: tenía mucho tiempo de no probar alcohol  algunos uspiré, mientras colocaba la fría botella de vidrio sobre la mesa; el parque estaba casi vacío. El ambiente poco ruidoso y relajado hacía del silencio un momento entrañable; me gustó la paz de aquel instante, Zett también tomaba sin hacer ruido, me pareció que por primera vez en mucho tiempo congeniaba con alguien aunque sólo fuera por que a los dos nos gustaba estar callados. No tenía amigos,  mi vida romántica se había ido al caño hace mucho tiempo y mis conocidos parecían detestarme secretamente. —¿Por qué llamar a tu ex sería lo peor qué puedes hacer estando borracha?—inquirió Zett. —Por que es un hijo de perra—respondí abiertamente. El rió desvergonzadamente, la tonada grave de su risa fue un deleite para mis oídos; era un sonido casi sinfónico, me sorprendió lo armonizado de la carcajada; ascendente y descendente en escalas perfectas, le eché una mirada severa. Luego giré la cabeza, no estaba ni un poco enojada; de hecho me encantaba recordar las mierdas que me había hecho aquel tipo y burlarme de lo estúpida que era a los quince. Callum Arenn había sido mi primer novio, un “guapo” rubio de ojos cristalinos que sabía bailar y cantar; me enamoró llevándome una serenata a mi casa el día de mi quinceavo cumpleaños. No sé que le vi de atractivo a un flacucho caucásico pronunciando mal las letras de las canciones de los Ángeles Azules; pero me entregué sin reservas a aquel energúmeno Entonces pasó lo que tenía que pasar: me acosté con él(incluso antes de tener algo oficial), deseé un futuro a su lado, lo dediqué todo mi tiempo, lo amé sin pedir nada a cambio... En algún momento nuesta relación se volvió enfermiza: el tipejo comenzó a irrespetarme, a violentar mi integridad, a humillarme mientras que yo de la manera más estúpida le rogaba que se quedara. Cuando me engañó con mi mejor amiga, a pesar de que me dolió en el alma, lo mandé a comer mierda; después de eso jamás volví a hablarle a excepción de cuando no estaba en mis cinco sentidos.La verdad no es que quiera volver con él sin embargo a veces extraño su aroma, el timbre de su voz, o la manera en que achinaba los ojos cuando sonreía... Sé bien que eso no es lo que me hace llamarlo... Sino las promesas de amor inconclusas. —¿Lo extrañas?—pregunta, lo miro a los ojos intentando transmitirle un simple mensaje: «Cambia de tema». —No. Sólo... siento un poco de melancolía por todo lo que en algún momento me hizo sentir, si lo veo en la calle no se me acelera el corazón ni siento mariposas en el estómago: no hay absolutamente ningún maldito sentimiento hacia ese tipo. «Pero sí cierro los ojos y recuerdo lo segura que me sentía cada vez que él me acunaba en sus brazos; lo cálido y reconfortante que era estar allí... O si recuerdo nuestras risas cómplices, nuestras miradas de dos que compartían un secreto muy poderoso: amor. O si tan sólo recuerdo un sólo juramento de los tantos que hicimos; puedo casi volver a quererlo, lo único que tengo claro es que lo nuestro murió. Y sé que no hay vuelta atrás aunque me duela no volver a compartir el mundo con alguien de esa forma, es mejor así». —Sólo necesitamos un instante de debilidad, Si... Sé lo que se siente tener el corazón roto. En todo lo que resto de la tarde no intercambiamos ni una sola palabra más; a eso de las 3pm me despedí de el con un gesto, pedí un Uber ya que mi disposición a caminar era nula y el sujeto, por suerte, no se ofreció a llevarme; ahora más que nada necesitaba privacidad. No era que me doliése pensar en Call, ya lo había superado por completo pero aún después de todo me fisuraba sin miramientos la amplitud de su traición, sonará común: “ese día perdí a una mejor amiga y a un novio”, nunca la culpe a ella, de niña había sufrido una violación que había desatado una enfermedad s****l en su persona.  Era ninfómana, y no en el sentido burlesco, tristemente, lo era con todas los sufrimientos y contrariedades que causa esta parafilia. En cuanto a mi ex-novio nunca comprendí que pretendía con aquella jugada, si era mero morbo por estar en una situación prohibida o que después de tantos problemas me repudiaba.  Una vez en mi casa me permito eruptar, no es que me diera vergüenza ser poco educada con desconocidos pero sabía que en cuanto le diera rienda suelta aquello: ya no sólo sería eso, beber siempre me retorcía los intestinos. Terminaba con diarrea, y gases de todo tipo: lo más milagroso de aquello era que sólo me sucedía cuando me alcoholizaba entre semana. Los viernes y sábados era indemne ante cualquier desajuste en la salud. “Un don”. Tomé asiento en la sala, tenía ganas de deprimirme y hundirme en la miseria, mientras miraba al techo; de madera barnizada, recorría con la estancia con la mirada una y otra vez: observando aquel estilo simplón de paredes beish y muebles poco llamativos entendí que era una adolescente chiflada y que poco podía hacer para cambiar eso. «Vive en armonía». Yo nunca busqué confrontar a nadie, durante años sólo quise alejarme de los problemas, el meollo estaba en que cuando una situación desagradable se me presentaba yo no la sobrellevaba nada bien. Era demasiado inmadura, egocéntrica, narcisista, rebelde y obstinada. No negaría que siempre que me encontraba en un lío creía que actuaba con la razón absoluta, que el resto se equivocaba y que yo sólo era un víctima inocente que tenía que defenderse. Tampoco me culpabilizaba de todo, las burlas y los insultos me habían perseguido durante toda mi adolescencia y buena parte de mi niñez; por algo solía estar a la defensiva. Mi madre abrió la puerta, se veía extenuada, su trabajo como asistente social siempre la dejaba así. «Lidiar con huérfanos problemáticos no es nada fácil». Ella me miró, con suspicacia; me pareció que ahondaba en mi interior, siempre lo sabía todo de mí y de mi hermana; suponía que era normal por el estrecho vínculo que se había formado entre nosotras, aunque de vez en cuando sospechaba de sus técnicas para averiguar nuestras verdades: solía ser demasiado acertada en cuanto a cosas realmente íntimas, incluyendo los más mínimos detalles. Quizás era vidente, o a lo mejor, tenía una bola de cristal oculta en su habitación... La verdad es que prefería no averiguarlo. —¿Estuviste bebiendo?—el tono que me indicó que aquello era más una pregunta que una afirmación fue tan poco discernible que a lo mejor me lo imaginé yo. «Eres una bruja» pensé, ella no pareció escucharlo a través de mi mente. —Sí. —Debiste invitarme. Mi familia tenía un problema, y era casi un secreto, aunque no fuera tan grave, y era que prácticamente todos tenían adicciones; a cualquier sustancia desde el tabaco hasta la codeína. Era un gen que nos perseguía desde tiempos remotos, nadie nunca se había salvado y en la mayoría de ocasiones mis ancestros se terminaban  muriendo a causa de esto. Era una vergüenza para todos, pero era tan real que no quedaba más que amarrarse los pantalones y sobrellevar de la mejor manera el “Síndrome de Abstinencia” . Y es que aquel problema familiar llevaba causando estragos un par de décadas, por culpa de aquello habían habido: divorcios, engaños, peleas; que por suerte no habían sido lo suficientemente relevantes para manchar la impecable reputación de los Kerz. —Otro día tomamos, sabes que me enfermo cuando bebo entre semana—dije haciendo un absurdo gesto de desolación, ella sonrió. Luego se dirigió a la cocina en silencio; había llegado a su simbiosis personal, se retroalimentana cocinando, adoraba aquello más que nada en el mundo. Donde el resto veía especies, carne, aceites, endulzantes o legumbres ella veía posibilidades infinitas; y no lo negaré: era demasiado talentosa, conocía el balance perfecto. Podía llegar a La crêpe de la crêpe sin demasiado esfuerzo, un talento innato. No era como la mayoría de mujeres que trabajan y cuidaban de sus hijos, ella no arreglaba todo con un “pidan pizza express”. Su estilo era altanero, siempre se esforzaba excesivamente con tal de superar nuestras expectativas, Lina y yo enloquecíamos con los viernes italianos; ambas teníamos una extraña debilidad por la albahaca. Los sábados mediterráneos eran el mayor delicatessen de la semana, ya que mamá no trabajaba, y el día entero se la pasaba metida en la cocina, obsesa en su arte. Me pasé una mano por el estómago, y lo frote en círculos, ya comenzaba a doler; reí cuando imaginé a mi madre espiándome y dándose una palmada por la frente, arjuriando un embarazo. Una media hora después Lina llegó, traía una cara de pocos amigos que me hizo ahorrarme el amistoso saludo que tenía planeado darle. —Hoy fue un día de mierda—expresó, mirando a la nada. —¿Por qué?—pregunté cordialmente, casi por obligación: sus problemas y preocupaciones solían ser superficiales. —Las chicas y yo estuvimos planeando algo para captar la atención de nuestro crush, lo interceptaríamos cuando saliera de recoger el promedio de filosofía, yo fingiría desmayarme para que él viniera a nuestro auxilio... Estaba muy bien planificado, pues ¡Imagínatelo!—nada vino a mi mente—el profesor había accedido a darle el promedio antes, por que el maldito quería salir temprano. —Mala suerte—comenté. —Mi vida es un asco—completo ella. La miré entre burlesca y compasiva, me parecía absurdo hacer un drama tan intenso ante una situación tan insignificante. Preferí no juzgarla, después de todo mis prioridades eran muy distintas a las suyas. Éramos tan distintas como nuestros nombres: Lina y Andrómeda. No hubo una sola época de nuestras vidas en que congeniarámos por completo, mientras ella jugaba Barbies yo me deprimía en habitación pensando en que algún día iba a morir, mientras ella salía con chicos yo iba a jugar baseball con los ancianos del asilo, mientras ella se pintaba las uñas yo intentaba robar chicles. Éramos opuestos, y por mucho que nos quisiéramos preferíamos mantener nuestras distancias por comodidad. —Andry no entiendes que me lleva gustando el mismo chico por años...—suspiro, el desaliento se marcaba en su tono. Me pregunté que era lo que le impedía hablarle; siempre la había tenido como una chica guapa y extrovertida. —No seas ridícula, creo que con un “Hola” bastaría para que cualquier chico cayera a tus pies. Eres genial y lo sabes. —No para él. —Nunca te había escuchado tan negativa, hermana tu en verdad eres excepcional no pienso repetirlo de nuevo con tal de que ensanches más tu asqueroso ego. «No creo que haya alguien en está cuidad a quien no le agradarías, y lo sabes: tienes carisma. Te he visto actuar, cuando vas al ataque nada ni nadie te detienen: ¿Qué es lo que te está poniendo tan nerviosa?». —Él... Es quien me pone así. Mamá grita: «¿Problemas de chicos?» desde la cocina, lo negamos al instante y comenzamos a hablar de otro tema, las intromisiones de mi madre suelen ser bastante incómodas; ella no teme enfrentar nada, es explícita y enérgica tanto así que sí no la conoces puede llegar a causarte una impresión desagradable. Por suerte ya estamos viejas como para tener que escuchar por milésima vez su detallada explicación de “como poner un condón correctamente”, aún recuerdo esa charla: estábamos en la cocina chismeando burradas cuando ella apareció con un preservativo y un dildo (nuevo, por suerte); fue tan traumático que ninguna de las dos quiso volver a preguntarle nada de nada... En aquel tiempo teníamos 12 y 13 años, ¡Que diablos íbamos a tener interés en aquello!. Mamá había preparado unos nachos deliciosos, las tortillas eran tan crujientes que no me cupo en la cabeza como ella había logrado que el queso se derritiera por completo sin que estas se suavizaran. Las tres quedamos muy complacidas con la cena, mi madre solía condecorarse a sí misma por las cosas que hacía por lo que se pasó un gran rato hablando sobre lo maravillosa que era (en todos los sentidos de la palabra), al terminar nos pidió que lavaramos los platos y se retiró lo más rápido que pudo hacia su habitación, de cocinar en fuera aborrecía las labores hogareñas. Nosotras obedecimos en silencio, Li me pidió que la acompañará a su cuarto, quería hablar conmigo(situación en la que obviamente todo iba a tratar sobre “su crush”) acepté aunque sabía que sólo lo hacía por que sus amigas estaban ocupadas con la redacción final que la profesora de lengua les había pedido; la cual por supuesto ya ella había terminado de la manera más responsable posible. El cuarto de mi hermano era lo más cliché que había en la casa, y quizás en el vecindario: con las paredes pintadas de lila, almohadas de unicornio, objetos kawaii, pelusas de colores, libros a la moda y pósters de bandas populares... Podría considerarse una del montón, parte de la masa, otro ladrillo en el muro.Y no me molestastaba, siquiera me creía superior a ella por tener gustos más abstractos pero me dolía el hecho de que prefiriera probar nuevos tonos de labial que hablar conmigo. Secretamente aún quería atención de su parte, después de todo ella era la mayor y en parte también la admiraba por su inteligencia y responsabilidad. —Sentemonos en la cama—indicó, yo me tiré de panza; agotada por el pasado efecto del alcohol. —Bueno, cuéntame. —Él sale con otra chica, todos mis esfuerzos... Todo lo que he hecho para captar su atención. Me siento secundada no entiendo como él es... Inmune a mis encantos. «O sea: el resto de chicos babea por mí, pero él me huye, ¡Agh!, Si no fuera tan guapo no me importaría pero es el tipo más bueno de la ciudad, quizá hasta del país... el planeta... o el universo». —Exageras. En esa secundaria no hay ningún chico tan “atractivo” —remarco las comillas con los dedos, realmente todos los sujetos del colegio son bastantes sosos y simplones—tu problema es que te encanta hacer de la vida una tragedia, con tal de sentir un poco de emoción. —Créeme, Andrómeda: esto no es un chiste. Él es ardiente como el mismo sol—inevitablemente suelto una risotada, no escuchaba tantas estupideces en tan poco tiempo desde hace años—¡No te rías!—chilla—hay un gran problema y es que... j***r es tan malditamente mujeriego—en definitiva esta chica ha estado leyendo novelas juveniles en exceso. —Tal vez no sea tan mujeriego, quizás sólo aprovecha su soltería después de una devastante relación tóxica y abusiva con alguna novia celópata. —Lleva años siendo así, el jamás tiene “novias” sólo encuentros fortuitos. —¿Cuánto te tiene que medir para que tu ego te convierta en una recicladora de sentimientos femeninos a: “sólo es sexo”?. —Dicen que es... Wow.—le indicó que se calle, en parte por que me incómoda oírla hablar de ese tema y en parte por que nuestra obsesiva progenitora podría escuchar y enloquecer—pero sale con cualquier cosa. —Debe tener un herpes brutal. —Claro que no—dice poniendo los ojos en blanco—sólo que no tiene un gusto definido y eso me tensa. —¿Hasta yo le gustaría?. Ella me mira... Puedo jurar que casi con desprecio, como a un ser inferior: siento nervios, sé que va responder algo hiriente por lo que me escosen los ojos. «No digas nada humillante» rezo mentalmente, sin embargo la conozco lo suficientemente bien como para tener claro que piensa que nadie «de ese rango» se fijaría en mi. Mi propia familia me llena de inseguridad, es injusto; he trabajado mucho en mi autoestima. «Aún hay veces en las que me cuesta quererme». —No es que tú eres...—se lo piensa un buen rato—una minoría. —¿Qué?. —Una chica con cabello corto, cara de bebé, humor extraño, gustos... Feos. No eres su tipo. —Y al parecer tú tampoco—el golpe es bajo, la ira se refleja en sus ojos: he acertado. Sonrió con aspereza, odio como me hunde con tal de sentirse bien. —¡No eres su tipo!—prácticamente ha comenzado a gritar—No eres bonita, ni agradable, ni amistosa. ¡A Zett Morrison jamás le gustaría alguien como tú!. 
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