Haces que mi odio hacia ti crezca,
derribando mis planes.
Sábado, el día en donde te puedes levantar tarde. Hoy, la mitad de los estudiantes se iba a la ciudad Lumisomox, un pueblo que queda a unos tres kilómetros de la academia Wikravil. En ese pueblito hay bares y otro lugar donde muchos van a cabalgar, pasar el rato, disfrutar y descansar de los libros y entrenamientos. Pero yo me quedé en la academia. Saha vino a buscarme para que pasáramos más tiempo juntas y disfrutáramos de la lectura. Almorzamos juntas; Saha seguía aprendiendo a manejar su poder y yo me quedaba leyendo el diario de mi madre. Luego de estar cinco horas en el jardín, decidimos ir a la biblioteca para investigar ciertos temas.
Las horas pasaron rápido y ya era tarde, aproximadamente las veintiuna y media de la noche, pero decidimos quedarnos un rato más recorriendo cada rincón de la biblioteca. Nos sumergimos en diferentes libros sobre los poderes de Saha; cada explicación era más asombrosa que la anterior. Mientras leía, podía sentir cómo la magia que describían no solo estaba en las páginas, sino también en ella, en su mirada y en cada gesto. Era como si ese conocimiento antiguo cobrara vida a nuestro alrededor, envolviéndonos en un misterio que solo nosotras compartíamos.
Mis dedos recorrían con delicadeza cada oración, cada párrafo y cada palabra, como si acariciaran un susurro antiguo escondido entre las páginas. Sentía cómo la magia latente vibraba bajo la tinta, despertando en mí un cosquilleo de misterio y asombro. Cada línea parecía contar secretos olvidados, historias que flotaban en el aire como un eco suave, invitándome a perderme en un mundo donde lo imposible cobraba vida y el tiempo se desvanecía. La magia de los libros es tan inesperada, como un susurro que te llama a recorrer cada una de sus dedicadas páginas.
—¡Qué cansancio! —murmuré cansada por tanto leer y buscar libros.
—¡Loreine, ya es tarde! —exclamó, sorprendida al ver la hora en el reloj.
Me quedé en silencio, sintiendo cómo el tiempo se escapaba entre mis dedos. La miré con una mezcla de determinación y un leve cansancio que no quería admitir.
—Me quedaré un rato más —respondí con voz firme pero suave—. Quiero buscar un libro sobre los diferentes tipos de dragones. Ve a descansar, por favor, estaré bien.
Ella dudó por un instante; sus ojos reflejaban preocupación, pero finalmente asintió.
—Está bien, pero prométeme que no te quedarás hasta muy tarde —dijo mientras se levantaba del suelo y se alejaba lentamente.
Sentí un pequeño nudo en el pecho al verla irse, pero sabía que necesitaba ese rato para mí. Me levanté y coloqué el libro cuidadosamente en el estante de donde lo había sacado. Di un suspiro profundo, intentando calmar la inquietud que me recorría; luego decidí recorrer las demás estanterías, buscando el libro que tenía en mente.
Mientras mis dedos rozaban los lomos polvorientos, un ruido sutil llamó mi atención: algo se movió sigilosamente entre las sombras cercanas. Casi no se podía distinguir, como un susurro apenas audible. Ignoré ese sonido, atribuyéndolo a mi imaginación, y seguí con mi búsqueda, aunque una pequeña parte de mí permanecía alerta.
—Veamos, ¿dónde está ese libro? —seguía recorriendo los estantes lentamente.
Me detuve a mitad de mi búsqueda al escuchar unos pasos acercándose, pero no eran pasos humanos; el sonido era firme y rítmico, como el de un perro. Me aparté en silencio, conteniendo la respiración, y entonces reconocí la voz de Matthew que se acercaba entre susurros y ecos.
—¡Esmeralda! ¿Qué pasa? —pregunta Matthew a su mascota, mientras yo intentaba no hacer ningún ruido.
Por desgracia, choqué con uno de los estantes que estaba detrás de mí y varios libros cayeron sobre mi cabeza y a mi alrededor. El ruido de cada libro al chocar contra el suelo resonó como un eco en la biblioteca, rompiendo el silencio y llamando la atención. «Qué mala suerte la mía».
—¿Quién anda ahí? —preguntó Matthew, acercándose a pasos lentos a donde yo estaba.
—Yo, Matthew —dije agachándome para recoger cada libro del suelo.
Matthew ya estaba a escasos pasos de mí. Al verme, una sonrisa divertida asomó en sus labios y, sin dudarlo, se agachó para ayudarme a recoger cada uno de los libros desparramados.
—¿Qué haces aquí, pulga de biblioteca? —preguntó, hasta que nuestras manos se tocaron al agarrar un mismo libro.
—Que te importa —dije sacando el libro de entre sus manos y levantándome para acomodar los libros en sus lugares.
—Pff. Si sigues con ese carácter vas a terminar sola —murmuró, poniéndose a acomodar los libros.
—Mira quién habla, el menos indicado —dije con frialdad. Terminé de acomodar, alejándome de él.
Me sacudí la ropa, que ahora estaba cubierta de un poco de polvo. Me quedé de espaldas, ignorando a Matthew, aunque podía sentir su mirada clavada en mí, lo que me ponía nerviosa. Últimamente siempre pasa algo incómodo cuando estamos juntos.
—Pulga, ¿por qué me evitas? —su voz sonaba firme, casi desafiante.
No respondí de inmediato; podía escuchar cada palabra, pero las ignoraba. Me molestaban sus actitudes cambiantes; parecía un juego en el que yo era la presa.
—Si quieres pelear, dime cuándo y dónde —dije finalmente, sin mirarlo—. Pero no voy a seguir atrapada en tus juegos.
Matthew me agarró del brazo con firmeza y me volteó hacia él. Pude ver una chispa de desafío en sus ojos, intensa y casi desafiante, como si retara no solo a mi cuerpo, sino también a mi voluntad.
—No es solo un juego —respondió—. Es un duelo. Y esta vez no tendrás escapatoria, tú misma provocas estas circunstancias.
—¿Yo provocar? —pregunté, con una sonrisa sarcástica, soltándome de su agarre—. Tú eres el que empezó todo, con tu maldita obsesión y tu personalidad cambiante. Ya quiero dejar este tema atrás. Ahora vete y déjame sola.
Sentí cómo el aire se tensaba entre nosotros, como si la pelea fuera inevitable, no solo física sino también de voluntades.
—¿Vas a seguir huyendo, pulgarcita? —susurró con voz baja pero cargada de intensidad—. Porque yo no pienso rendirme tan fácilmente.
Sentí que el aire entre nosotros se electrizaba, y por un momento, todo lo demás desapareció.
—No —murmuré, mientras mi mirada se encontraba con la de él—. Eres un pedazo de idiota, algunas veces me vuelves loca y me dan ganas de borrarte la sonrisa con un solo golpe.
Observé cómo Matthew remangaba las mangas de su camisa, y pude notar cada vena marcada en sus brazos tensos. Sacudí la cabeza, sintiéndome incómoda ante esa intensidad. Busqué un pasillo para escapar de la situación; ya no aguantaba ver la cara de Matthew.
—Pulgarcita, ¿alguna vez te dijeron lo linda que eres cuando estás molesta? —preguntó, acercándose a mí.
Me alejé lentamente, cerrando los puños con fuerza. Podía sentir cómo mis uñas se clavaban en las palmas, como si intentara contener toda la rabia y el miedo que me invadían.
—Qué iluso eres —dije, pasando por su lado—. Mejor cállate, no me molestes, tengo cosas importantes que hacer; así que déjame en paz.
Caminé a pasos rápidos por el pasillo, tratando de mantener la calma y la ira que recorría mi cuerpo. Sentí su mirada de odio en mí, pero no me detuve. Con un gesto veloz, apagué las velas del lugar donde él estaba, sumiendo todo en penumbra. Sin mirar atrás, me dirigí hacia otra área de la biblioteca, buscando refugio entre los estantes y el silencio, lejos de su presencia y de esa tensión que me consumía.
Resoplé, tratando de recuperar el aliento. Lentamente me quité los zapatos para poder caminar sin hacer ruido; seguía intentando encontrar el libro adecuado para entender las siguientes clases. En un pestañeo lo vi, pero estaba en lo más alto del estante. «Lo que me faltaba».
Pensaba una y otra vez en cómo bajar el libro. Finalmente decidí buscar un banco o una silla que me ayudara a alcanzarlo. De repente, apareció la mascota de Matthew, mirándome fijamente mientras movía su pequeña colita.
—¡Hola! Eh... voy a pasar por tu lado, no me muerdas, por favor —dije, avanzando lentamente con pasos cortos.
Miré a ambos lados y encontré una silla bastante alta, perfecta para poder alcanzar el libro. Al acercarme, me di cuenta de que Esmeralda me seguía. Parecía que me cuidaba, o tal vez se había perdido y solo quería regresar con Matthew; tomé aquella silla y me dirigí nuevamente al estante. Subí con cuidado, logrando alcanzar el libro que buscaba desde muy temprano.
—¡Por fin lo encontré! —abracé el libro y me quedé curioseando un par más.
Era increíble la cantidad de libros que tenía este lugar. Me moví un poco más sobre la silla para alcanzar otros ejemplares, pero de repente la silla comenzó a moverse peligrosamente, como a punto de romperse. En ese instante, Esmeralda ladró, alertándome del peligro.
—No, no, no ladres. Yo estoy bien, tranquila —dije, intentando alcanzar otro libro que estaba al fondo. Me llamó la atención en el primer momento que vi su portada; era bastante simple, nada llamativa.
Al conseguir el libro, que tanto me había costado obtener, Esmeralda empezó a ladrar una y otra vez. Intenté calmarla, pero no lo logré. En un instante, la silla se rompió; traté de sujetarme bien, pero caí. En ese segundo alguien me atrapó entre sus brazos mientras caíamos y, al mirar bien, era Matthew.
¿Él me había salvado? Vi cómo hizo un gesto de dolor; inmediatamente me preocupé y empecé a buscar dónde le dolía. Él me detuvo acariciando mi mejilla con la misma suavidad de siempre. Mi corazón latía demasiado rápido y yo me quedé petrificada ante sus caricias. Le di un golpe seco en la mejilla.
Él solo se rió, y yo ahí, todavía en sus brazos, preocupada por si se había lastimado. Fruncí el ceño y me abrazó más fuerte, acercándome más hacia él; mi corazón no paraba de latir. «Que sea un infarto y no amor, por favor que sea un infarto, mínimo un desmayo».
—¡Eres una tonta por hacer lo que hiciste! —dijo, acercándose más a mis labios.
—¿Por qué eres así? —pregunté, acariciando sus labios.
—No lo entenderías; si te respondo, de seguro me borrarías la sonrisa de mi rostro —murmuró clavando su mirada en mí.
—En este preciso momento me dan ganas de darte un golpe en la cara, es que en serio eres complicado de entender —murmuré, mirándolo fijamente.
Estábamos tan cerca uno del otro que, en un momento, escuché pasos acercándose. Ignoré todo a nuestro alrededor. Matthew se acercó aún más a mis labios, hasta que una voz masculina gritó: —¡¿QUÉ MIERDA ESTÁN HACIENDO?!— y nos hizo regresar a la realidad. Mi alma se petrificó al ver esos ojos violetas, esa mirada que incluso te hace huir o morir lentamente.
—¡MATTHEW OMACLIX Y LOREINE VARTYLZ!
Mi corazón estuvo a punto de explotar al ver quién era la persona que nos llamó la atención. Incluso me quedé paralizada por su mirada fría y atemorizante. El terror de la noche llegó a Wikravil.