La calma de la mansión era un engaño. El aire vibraba con la anticipación del conflicto. Había una verdad ineludible: mi Manada estaba dividida. No por falta de lealtad hacia mí, sino por el miedo atávico a la debilidad que Becca, en su humanidad, representaba a sus ojos. Kael se retorcía en mi interior. Su furia era un incendio. —¡Márcale el territorio, Aaron! ¡Mátalos! —rugía mi lobo—. ¡Melody no puede vivir! —Silencio, Kael. No quiero ver la sangre de mi Manada. Esto es una prueba de liderazgo, no un baño de sangre —le respondí mentalmente, la tensión me hacía doler la cabeza. Becca estaba arriba con sus hijos, intentando darles una comida normal, ajena a la marea de emociones que la rodeaba. Yo podía sentir su nerviosismo a través del Vínculo, pero también su resolución. La abo

