Capítulo 26; Mi paraíso terrenal.

1083 Words
Abro los ojos y me desperezo, la sensación de plenitud que recorre mi agotado cuerpo es sencillamente magnífica, el sexo con elaestro es sencillamente increíble,siento un poco de decepción al descubrirme sola en la cama, y aunque el lado sobre el cuál durmió aún conserva su olor, ha perdido completamente el calor de su tibio cuerpo, pero pronto alejo cualquier mal pensamiento, no debo darle mucha importancia a esos asuntos, paso la noche conmigo y eso que importa, no somos una pareja de enamorados que deben verse al despertar. —¡Qué pensamiento más ridículo!— digo en voz alta y me río. Si, no pensaré en nada malo. Mi noche fue increíble y no pienso arruinarla por nada. Me levanto y me colocó mi bata de seda antes de dirigirme a mi habitación. Tomo una larga ducha logrando relajar cada dolorido musculo de mi cuerpo, nunca antes el dolor había sido tan placentero, y es que estar atada a la cama, esa sensación de vulnerabilidad, de estar a Merced de alguien más, de sus deseos y decisiones. . . si, es muy excitante. Luego de mi ducha, me visto y bajo a desayunar, no permitiré que la cara de Patricia me fastidie, me digo a mi misma mientras ingiero el delicioso desayuno, no sé si es que hoy todo es mejor, o se debe solo a mi nivel de buen ánimo. —Pareces feliz hoy— me dice y reconozco el veneno en sus palabras. —Muy feliz— respondo con una ámplia sonrisa— ni te imaginas la maravillosa noche que tuve— la veo ruborizarse y me regodeó mentalmente. Sé que está mal, pero no puedo evitarlo. —Si puedo imaginarlo, ya que te he visto dormir sobre las sábanas del señor. —Si, y antes de que lo digas, lo admitiré, ésta vez si fui yo quien se metió bajo sus sábanas. —Eres una buscona— me dije en un susurro entre dientes. —Gracias a eso puedo tener a Dominik cada vez que yo desee— le digo con autosuficiencia— hoy estoy de tan buen humor, Patricia, que te pediré que te sientes a la mesa, y me acompañes a desayunar. —Jamás haría tal cosa, nunca, ni en mil vidas compartiré la mesa contigo— me mira duramente. —Tu te lo pierdes — le digo a la vez que me encojo de hombros— la verdad es que solo quería darte un par de consejos. —No necesito ningún consejo de su parte— me dice despectivamente. —Yo creo que si te hace falta— le aseguro— Patricia, no te enamores de él, es una tontería enorme— ella abre sus ojos y me mira aterrorizada. —No estoy enamorada. . .yo no. . . no lo estoy— titubea, en el fondo siento Pensa por ella. —Es muy tarde para tí, si lo estás y es una pena— sonrío con tristeza. —Patricia, ¿ cómo te lo diría?— le digo— Dominik es un hombre maravilloso, si, un ser humano increíble, bueno, bondadoso, y muy atento, pero él es un hombre que no se enamora, no nació para eso— me encojo de hombros. —¿Y aún así, pensando de esa manera, estás con el? —Yo no estoy con él, no me malinterpretes — sonrío— si él pudiese amar, claro que haría mi pequeña lucha por la oportunidad, porque bien lo vale, pero no, no es así, es incapaz de amar. Y no estoy con él, al menos no de una manera romántica, sino más bien, netamente carnal. Lo nuestro es solo sexo, satisfacción mutua no hay emociones, no hay compromisos— sonrío — el no se preocupa de que yo me enamore, porque sabe que no sucederá, y yo no me empeño en que me ame, porque sé que jamás podría hacerlo, es algo así como un acuerdo de mutua satisfacción. —Realmente te comportas como una mujerzuela. —Puede ser que así lo veas tu y estás en tu derecho de expresarte y que se respete tu decisión, pero créeme cuando te digo que es el mejor acuerdo al que una mujer puede llegar. No hay sentimientos, no hay emociones, no compromisos sentimentales. Solo hay conveniencia, placer, satisfacción, eso te asegura que no tendrás que lidear con un corazón roto. —Pero el señor. . . —Eso es lo que él quiere, a lo que está acostumbrado, el estilo de vida que prefiere, y para mí, eso está muy bien. Mírame, he pasado una noche increíble, y aquí estoy de tan buen humor. omo para tener una conversación amable contigo. No solo te digo que no te enamores de Dominik, sino que no te enamores de nadie más, evítate sufrir de manera innecesaria. —Creo que has podría entender tu estilo de vida. — Y aún así, envidias lo que tengo. —Jamas, no, yo no te envidio — dice firme. —Repítelo muchas veces, quizás de esa manera termines por creerlo. Envidias que él me da atenciones, queme conciente, que tenemos sexo, envidias todo lo que he logrado a su lado. —Ella contrae sus labios en una cómica mueca, y gira sobre sus talones parar marcharse. Quizás debería sentirme mal por ella, pero lo cierto es que en este momento estoy tan bien, tan plena, tan feliz, que no podría entristecer ni aunque quisiera. Aquella noche, el maestro va a mi habitación, y también la noche siguiente, pasamos largas horas envueltos en deseo, besándonos la piel, arrancándonos gemido, quejidos, gritos de pura satisfacción. Cuándo se hunde en mí, siento que podría morir de plenitud, cuando soy yo quién toma la posición dominante y lo monto, bien sea de forma lenta y sensual, o salvaje y desenfrenada, siento que acarició el paraíso, porque ser poseída por él es mi paraíso terrenal. Ahora mismo, con el pecho contra la cama y mis caderas elevadas como un tributo al deseo, Dominik me toma, mientras yo busco autocontrol, ese que hace mucho perdí, el colchón logra ahogar mis quejidos de placer y acallar los pequeños gritos que salen de mi boca. Si, no tengo dudas, él y solo él es mi paraíso terrenal, él y sólo él puede hacerme acariciar el cielo con sus caricias o lanzarme al infierno con su abandono. Cura y enfermedad. Locura y cordura. Desasosiego y aliento. Cielo e infierno. Todo en los brazos de Dominink Von Fischer, mi maestro.
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