A medida que la tarde avanzaba, James pasó a recoger a Sael a la escuela. El momento en que el niño lo vio su rostro se iluminó y corrió a abrazar a su padre con toda la energía y felicidad que un niño de su edad podía reunir. A pesar de que aún no había sido completamente aceptado por sus compañeros, Sael tenía dos amigos cercanos, y con orgullo los presentó a su papá. —¡Mira, papá! Estos son Lucas y Mateo —dijo Sael, señalando a sus amigos, que sonrieron tímidamente ante la figura carismática de James. James se agachó para estar a la altura de los niños y les sonrió. —¡Hola, chicos! Es un placer conocerlos. Estoy seguro de que son grandes amigos de mi hijo. Ambos niños, impresionados por la amabilidad y la presencia de James, comenzaron a hablarle entusiasmados sobre sus juegos y aven

