SIETE
—Mil pies cuadrados de paraíso para solteros— murmura Jessy, las palabras que su hermano había usado para describir mi apartamento durante nuestra reunión maratónica con unos huevos mediocres. Se detiene en medio de la gran sala: Ladrillos a la vista, pisos de madera recién renovados, iluminación de estilo industrial que puede ajustarse de un millón de maneras según el ambiente. Asiente mientras su mirada recorre la habitación y finalmente se posa en mí. Parece demasiado complacida con esta situación.
—¿Qué pasa con los pisos desordenados? — Señala con la barbilla las virutas de madera esparcidas cerca del cubo de basura. Ups. Había limpiado antes de salir corriendo por la puerta para encontrarme con Jessy el día anterior, pero aparentemente había fallado al tirar los restos de mi último proyecto.
—¿Es que un hombre no puede olvidarse de barrer de vez en cuando? — es más fácil que decirle toda la verdad. Parece prudente mantenerla a distancia, aunque ahora viviremos a un paso. —Te mostraré donde dormirás— La llevo al dormitorio falso instalado en la parte trasera del apartamento. —No es tan lujoso como el Ritz, pero sobrevivirás—
Abro la puerta de una habitación de invitados minimalista, un añadido del inquilino anterior.
—¿Ni siquiera pudiste terminar las paredes, ¿eh? — bromea Jessy.
Las paredes no tocan completamente el techo, una táctica común para eludir los estrictos códigos de renovación de Manhattan, según el agente que me mostró el apartamento. No había tenido tiempo de acondicionarlo como una verdadera habitación de invitados desde que llegué a la ciudad.
Bueno, ahora tengo una invitada. La más inesperada imaginable. Y los hermanos ya le habían pedido una cama King size nueva, que está de camino a mi apartamento.
—No pensé que tendría una invitada— le digo.
—¿Cómo se supone que voy a usar mi vibrador en paz? — replica ella. —Lo oirás cada segundo—
Aprieto los dientes. No es la imagen mental con la que quiero comenzar nuestra convivencia. Ya me tortura bastante verla casi todas las noches bajo luces moradas, retorciéndose contra un poste de acero con poco más de una tira de licra y unos cuantos trozos de purpurina.
—¿Te molestaría creer que puedes hacer lo que quieras en estas cuatro paredes sin que me importe nada? — Me vuelvo hacia la cocina. Los Hamilton me dieron un cheque en blanco para amueblar este lugar como yo quisiera, incluyendo la contratación de un diseñador de interiores para que remodelara por completo el espacio. El resultado realmente fue el piso de soltero de mis sueños: minimalista de buen gusto, hermoso y moderno. Todos los electrodomésticos nuevos. Preciosas encimeras de mármol n***o. Un juego completo de pesas y bandas de resistencia junto a una pantalla plana tan grande que puedo entrar si quiero.
Es mi oasis del mundo exterior; la caótica Nueva York a la que todavía me estoy acostumbrando, pero que ya amo. Y aunque una parte de mi está ansiosa por aferrarse a la idea de que Jessy está invadiendo mi oasis, una parte más grande de mi tiene curiosidad por ver qué pasa.
—¿Y dónde está tu habitación? — inclino la cabeza hacia el pequeño pasillo escondido detrás de la cocina.
—Por ahí. El baño también—
Me mira expectante. —Necesitas verlo todo, ¿eh? —
—Te he visto en ropa interior, ahora necesito ver de qué color son las sábanas—
Me hace gracia que este lo suficientemente interesada como para mencionarlo, pero me aseguro de controlar mi reacción a cero. La llevo a la puerta de mi habitación, la abro y le dejo echar un vistazo adentro. La cama sigue hecha desde la mañana anterior, con persianas que bloquean la luz corridas en las ventanas que dan a la concurrida calle diez pisos más abajo.
—Edredón gris…— empieza.
—Sábanas grises— termino por ella.
Asiente para sí misma, como si esto confirmara algo. —Solo una cama y una alfombra. Ni siquiera una cómoda—
—Tengo mesita de noche— la corrijo. —Y mi ropa va en el armario— no puedo creer que este repasando mi habitación con ella, así que me callo.
—Me sorprende que tengas una cama ahí, ya que estaba segura de que te metías en el armario por la noche para enchufarte— suspira, dirigiéndose por el pasillo hacia el baño, abriendo la puerta.
—Bien. lo suficientemente espacioso para mi rutina de cuidado de la piel. Si. creo que puedo quedarme un rato—
—Temporalmente—
—Bien— Me sonríe alegremente, parpadeando un par de veces. —¿Entonces tienes pantalones de chándal en el armario o solo tienes trece conjuntos de esta misma ropa? —
Paso junto a ella, dirigiéndome a la cocina. Es la hora de un batido de proteínas.
—Nunca lo sabrás—
—Bueno, ahora somos compañeros de piso. Puedo fisgonear. Averiguaré si eres secretamente un robot—
—No querrás empezar ese juego— le advierto, abriendo el refrigerador. —Habrá consecuencias—
—Ahora que sé que duermes con armas, no lo dudo. ¿Puedo al menos pedir prestada una camiseta cómoda? —
Aprieto los dientes, estudiando el contenido de mi refrigerador sin tener idea de lo que estoy viendo.
—Todas tus cosas estan siendo empacadas. Serán entregadas más tarde— Además, verla con una de mis camisetas seria la gota que derramaría el vaso. Ya estoy colgando de un hilo.
—Pero la tuya sería mejor—
Finalmente recuerdo que estoy buscando un batido de proteínas y agarro la botella del estante. En lugar de una respuesta, giro la tapa de un trago. Cuando la botella esa medio vacía, la miro con severidad. —¿Cuáles son tus planes para hoy? Porque tengo algunas cosas de las que ocuparme—
—Oh, por supuesto— Hace un gesto hacia el aire enrarecido que nos separa. —Cuida tus cosas. Hoy no trabajo, así que pasaré el día instalándome en mi nuevo hogar—
—Solución provisional—
Me dedica una botina sonrisa y pestañea.
—Bien—
✻✻✻✻
Había estado destinado en Afganistán. Me habían hecho pasar por muchas dificultades como marine. Había lidiado con más perdidas de las que quiero imaginar. Pero Jessy me pone a prueba. Solo puedo absorber cierta cantidad de contorsiones casi desnudas de su cuerpo apretado antes de correrme en público. Lo que significa que necesito tomar cartas en el asunto. Literalmente.
Para el tercer día de convivencia, estoy en mi maldito limite. Claro, ella desfila casi desnuda al menos tres veces por semana en el club, pero eso no es comparable con la cantidad de veces que la he visto completamente expuesta en mi maldito departamento.
Debería haber exigido un contrato firmado antes de permitir que me trajeran su cama. Algo así como: juro solemnemente usar siempre ropa en las salas comunes y nunca dejar caer mi toalla accidentalmente cundo dejo la puerta del baño abierta por decimoquinta vez, permitiendo así que Siete entre al baño cuando piensa que está vacío.
La cantidad de veces que he visto sus nalgas atléticas y el vello inmaculadamente recortado entre sus piernas hacen que me cueste hacer cualquier cosa más que quedarme encerrado en mi habitación y masturbarme. Y cuando finalmente tengo el baño para mí solo, bien cerrado, por supuesto, no hay forma de detener lo que viene después. Específicamente, mi polla. Por todo el costado de la pared de la ducha.
Ahí es donde me encuentro una vez más este viernes por la mañana después de mi entrenamiento temprano. el agua corre sobre mis hombros en un chorro cálido, y mi polla se tensa mientras bombeo mi puño a lo largo de mi longitud, de los huevos a la punta. Ella tiene un turno de noche en el club más tarde, así que necesito estar completamente agotado. Necesito estar tan poco excitado que no pasaré todo el turno pensando en el calor que puedo encontrar entre sus piernas o en lo apretada y sedosa que se sentirá si me deslizo dentro. Ella no mide más de un metro y medio; yo soy una bestia en comparación. Necesito pasar unas horas estirándola con mis dedos primero, lo que solo hace que mis pelotas se tensen.
Gruño. Mi puño se desliza más rápido sobre mi polla, pensando en mi atuendo favorito de ella hasta ahora en el club, un body blanco de rejillas de una pieza, entrecruzado con cordones en el centro, tan bueno como transparente. Quiero arrancárselo del cuerpo con los dientes. Compraría cien versiones de ellos y los destrozaría todos.
Mis muslos se tensan y aprieto los ojos con fuerza. No se supone que debo pensar en Jessy así. No se supone que debo pensar en ningún cliente así. Pero mierda, si puedo evitarlo. Ella es todo lo que puedo ver, en mi vida y en mi cabeza. Me estoy ahogando en esta mujer, y lo más aterrador es que quiero mucho mas de ella.
Absolutamente, inequívocamente no permitido.
Me atormento pensando en Jessy de rodillas frente a mí, envolviendo esos bonitos labios alrededor de mi polla y tragándome entero. Eso es todo. Me trago un gemido mientras mi polla palpita en mi mano, saliendo disparada después una ronda de semen lechoso que desaparece por el desagüe con el agua.
Listo y limpio. Ahora mi maldito día puede comenzar.
Termino de lavar, cierro el grifo y me seco el cuerpo, con los ojos puestos en la puerta por si Jessy, de alguna manera, fuerza la cerradura y finge que ha sido un accidente. Es una malcriada, así que no me sorprendería nada. Una parte de mi se pregunta si me desea la mitad de lo que yo la deseo a ella.
Pero no importa. Porque nunca sucederá. Se mudará pronto y no serás su oficial de seguridad por mucho más tiempo. Entonces será más fácil lidiar con esta atracción incómoda, ignorándola por completo.
Ese es el núcleo al que necesito aferrarme. Mi empresa de protección personal está a un paso más cerca de hacerse realidad, ya que había presentado la documentación a principios de esta semana. Los Hamilton conocen mi plan y lo apoyan plenamente; de hecho, planean convertirse en mis clientes principales. Aunque me alegra comprender mejor las necesidades y los riesgos de Jessy mientras pongo en marcha su plan de protección, saben que eventualmente cederé su protección a alguien que considere igualmente cualificado. Ese es el plan.
Y llegaría a mi destino mucho más rápido si tuviera más tiempo para comenzar el proceso de contratación. Pero el horario de trabajo de Jessy es ininterrumpido. Y casi todo el tiempo libre lo dedico a aconsejarme a mí mismo sobre esta atracción intrusiva hacia ella.
Salgo del baño con la toalla anudada alrededor de la cintura. Justo cuando lo hago, llaman a la puerta. Jessy me mira a los ojos desde la sala, donde esta estirada sobre un tapete de yoga.
—¿Esperas a alguien? — pregunta.
—No— me dirijo a la puerta, pasándome una mano por el cabello húmedo antes de mirar por la mirilla. Asher y Dominic están al otro lado. —Parece que es para ti—
Jessy frunce el ceño con confusión mientras abro la puerta. Asher me saluda con la mano, sosteniendo una bolsa de comida en la otra mano.
—Buenos días—
—Hola— me hago a un lado para que los hermanos puedan entrar. Ambos visten ropa informal de negocios estándar, pantalones oscuros y camisas abotonadas como si vinieran directamente de la oficina. —Pasa—
Jessy permanece en silencio, hundiendo la cara en su estrella en un profundo estiramiento.
—Hola, Jessy— grita Dominic esperanzado.
—Buenos días, hermanita— añade Asher. Murmura algo irreconocible y mantiene la cara hundida en su tapete.
—Creo que eso fue un hola— ofrezco.
—Trajimos el desayuno— dice Asher, levantando ligeramente las bolsas.
—Ya que ha sido, ya sabes, difícil conseguir este en nuestra agenda— señala a Jessy con el pulgar.
—¿Tienes hambre? — grita Dominic dejando sus bolsas en el mostrador antes de pasar una mano por su cabello.
Otro murmullo ilegible.
—Supongo que está haciendo ejercicio— digo.
Asher tararea para sí mismo mientras ordena las bolsas en la isla, con tatuajes asomándose por detrás de los puños y el cuello de su camisa. Su mirada me recorre, evaluándome claramente. —Maldita sea, Siete. ¿Cuál es tu rutina de gimnasio? Necesito abdominales así—
—Implica muchas flexiones—
Asher se inclina mas cerca, señalándolo. —Nunca he sido capaz de conseguir estos abdominales.
—¿Crees que ayudan a tus habilidades como guardaespaldas o son solo para inspirar confianza? —
No tengo miedo de reírme con los hermanos. No amenazan con deshacerme a mí ni a mi propia base si nos hacemos cercanos.
Esbozo una sonrisa. —No pudo responder a eso con un cliente en la habitación—
—Me parece bien— Se gira hacia Jessy. —Bien, hermanita, vamos a preparar la mesa ahora— Dominic se pone a trabajar descargando las bolsas y llenando la isla de mi cocina con cajas de comida. El aroma a huevos y panqueques me golpea, haciendo que mi estómago ruja.
—Voy a ir a vestirme. Darte un poco, ya sabes…tiempo juntos—
Dominic me envía una mirada apreciativa y me dirijo a mi habitación. Dentro del tranquilo y oscuro refugio, dejo que mi toalla se arrugue en el suelo y exhalo un profundo suspiro. Vivir con Jessy no es del todo malo. A pesar de lo malcriada que es, se mantiene reservada cuando no está haciendo alarde de su cuerpo y olvida cómo funcionan las puertas. Me hace preguntarme que demonios que demonios está haciendo en su habitación cuando desaparece durante horas. Pero de ninguna manera lo preguntaré, porque solo haría falta una mención más de su vibrador para romperme por completo.
Aunque me había corrido en la ducha esta mañana, no significa que esté completamente preparado para el turno de esta noche. Jessy tiene un turno más tarde en la cafetería, a las once de la mañana para cerrar, y luego pasara la noche bajo las luces moradas, viéndola montar acero y menear su trasero. Mierda, se me está poniendo dura otra vez solo de imaginarlo.
La parte más preocupante de este arreglo es que ahora, cuando ella se pasea por los regazos de otros hombres, mientras da vueltas y deja que le pongan las manos en las caderas, el calor me recorre la columna vertebral y los omoplatos. Mis manos forman puños sin quererlo.
Necesito aclarar mi mente; necesito tiempo lejos de ella, donde sepa que no está encerrada en mi habitación de invitados. simplemente no estoy seguro de cómo conseguirlo.
En mi armario, mi mirada se posa en el desorden de herramientas de carpintería que había tirado apresuradamente desde mi ultima sesión de tallado. No soporto dejar todo fuera, especialmente con la cantidad de polvo y virutas de madera que crea. Pero tallo con la mayor frecuencia posible. Es la única forma segura de calmar mi mente y mantener el rumbo. Parece que lo necesito cada vez mas últimamente. Uno de mis bloques de base se derrumba. Madera de balsa. Y la vuelvo a apilar para cuando tenga la oportunidad de trabajar.
Saco mi atuendo habitual: camisa negra abotonada, pantalones negros, un cinturón. Al contrario de lo que cree Jessy, no tengo trece versiones del mismo atuendo en mi armario. Tengo Siete. Es un buen número. Además, hay pequeñas diferencias en la ropa: diferentes marcas, telas de diferente calidad. No es que ella lo sepa.
Me tomo mi tiempo para prepararme. Tal vez se sincerará un poco con sus hermanos. Su petulancia con ellos me irrita menos desde que me había gritado en el Ritz Carlton. Jessy tiene sus razones, y aunque no las entiendo del todo, las respeto.
Ella tiene derecho a sus propios deseos. Todos los tenemos, nos impulsan. Pero si tienen una oportunidad de reconciliarse y realmente conectar, esta es la oportunidad.
Una vez que se vaya volando a su propia casa después de esta “estancia provisional” dudo que envié mensajes de texto para registrarse o que concerté citas para almorzar con los hermanos. Demonios, una vez que se recupere por completo de la conmoción del reciente asalto, ni siquiera estoy seguro de que me mantenga como oficial de protección a tiempo completo. Estoy preparado para que llame a sus hermanos de la nada un día y les pida que termine mi asignación.
Simplemente no puedo imaginar si eso será un alivio o una decepción.