CAPÍTULO 7: Lo que él despierta en ella

884 Words
Ella no solía perder la cabeza por nadie. Nunca. Había aprendido a controlar el interés como quien administra una cuenta con precisión quirúrgica: sin excederse, sin exponerse, sin dar más de lo necesario. Sabía cerrar puertas a tiempo, poner límites emocionales, reconocer señales de alerta antes de encariñarse de más. Era una habilidad que había construido con años, con decepciones, con aprendizajes que le habían enseñado que sentir demasiado podía costar caro. Y aun así… con él algo no obedecía. No tenía sentido. No se conocían en persona. Apenas habían compartido un puñado de videollamadas, algunas conversaciones tensas, un par de frases peligrosas cargadas de doble intención… y silencios. Silencios que hablaban más que cualquier palabra explícita. Pero él lograba algo que nadie más conseguía: desarmarla con solo escuchar su voz. Esa voz grave, firme, segura, con ese matiz profesional que a veces, de repente, se quebraba apenas… para volverse íntima. Ese modo en que la nombraba. Ese “Ella…” pronunciado lento, profundo, como si fuera una confesión o una advertencia. Cada vez que la llamaba así, ella sentía una electricidad correrle por el cuerpo. Algo involuntario, intenso, difícil de controlar. Él aparecía en su mente en momentos en los que no debería. Cuando trabajaba. Cuando cocinaba. Cuando se preparaba para dormir. Cuando abría su correo. Cuando intentaba concentrarse en lo que fuera. Ahí estaba: su voz, su mirada en la videollamada, ese gesto suyo de acomodarse la camisa, la forma en que fruncía el ceño cuando algo lo intrigaba, la manera en que la observaba como si intentara leerle el pensamiento. Recordó la última vez que lo había visto a través de la pantalla: él inclinándose hacia la cámara, apenas unos centímetros más cerca, suficientes para que ella sintiera que ese acercamiento no era accidental. Había algo deliberado, algo calculado… algo que lo hacía aún más tentador. Recordó cómo la miró. No como un compañero de trabajo. No como un hombre comprometido. No como alguien que estuviera jugando. La miró con deseo. Con curiosidad. Con una atención que ella no recordaba haber recibido en mucho tiempo. Y lo que sintió ella misma al mirarlo… Ese calor inesperado que le empezó en el pecho y se extendió hacia la piel. Ese impulso que no tenía explicación lógica. Esa necesidad que no sabía —o no quería— analizar demasiado. ¿Qué estaba pasándole? ¿Por qué él? ¿Por qué ahora? Se lo preguntaba cada vez que abría el chat y veía la última conversación. Se sorprendía releyendo los mensajes que habían intercambiado, como si buscara pistas, como si intentara entender en qué momento cruzaron una línea invisible. Y cada vez que él aparecía de nuevo, aunque fuera con un simple “Hola”, algo dentro de ella se activaba. Algo que llevaba mucho tiempo dormido. Algo que había creído que ya no volvería a sentir. Deseo, sí. Pero también una especie de vulnerabilidad… que nunca se permitía mostrar. No era solo atracción física. Era la manera en que él le hablaba, como si ya supiera lo que podía provocarle. Como si la intuyera sin verla. Como si la descifrara sin tocarla. Como si hubiera encontrado una puerta dentro de ella que nadie más había notado. Él tenía esa forma de hacerla sentir vista. Visible. Elegida. Y eso la desarmaba más que cualquier insinuación s****l. Una tarde, mientras intentaba concentrarse en un informe, apoyó los dedos en el teclado y pensó en escribirle. Un mensaje simple. Algo tonto. O algo peligroso. No sabía qué exactamente, solo sabía que quería hablarle, escucharlo, provocarlo, sentir la tensión entre ambos de nuevo. Pero no lo hizo. Porque no quería parecer ansiosa. Porque no quería darle más poder del necesario. Porque necesitaba, aunque fuera un poco, mantener la ilusión de control. Aun así… La verdad era que lo deseaba más de lo que quería admitir. Deseaba su mirada fija en la videollamada. Deseaba el silencio cargado entre ambos. Deseaba lo que él insinuaba sin decirlo. Y lo que ella también insinuaba, sin atreverse todavía a nombrarlo del todo. Y cada vez que él tardaba en responder, ella sentía algo parecido a una espina clavándose en el pecho. ¿Estaría pensando en ella? ¿La estaría evitando? ¿O simplemente estaba jugando con calma, con esa calma calculada que la enloquecía? Ella respiró hondo. Se recostó en la silla. Intentó distraerse, escribir, avanzar, pero su mente volvía al mismo lugar: a él. Había algo en Darell que despertaba una parte de ella que creía extinguida. Una parte intensa. Una parte peligrosa. Una parte hambrienta. Una parte que no quería quedarse quieta ni conforme. Una parte que estaba empezando a querer más. Mucho más. Y aunque lo escondía detrás de silencios, de respuestas medidas, de pausas estratégicas… sabía la verdad: él la estaba desarmando. La estaba soltando. La estaba rompiendo, pero de una forma distinta: no para hacerle daño, sino para revelar algo que había estado guardado demasiado tiempo. Y lo más inquietante de todo no era lo que él despertaba en ella… Sino que ella estaba empezando a dejarlo. A entregarse. A caer. A desear que él empujara un poco más esa puerta que ya estaba entreabierta. Porque, aunque todavía no lo admitiera en voz alta, algo en su interior sabía que ya no había marcha atrás.
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