Pasaron varios días sin hablar.
No fue una pausa acordada ni planeada: simplemente ocurrió. Cada uno volvió a sus ocupaciones habituales, a los proyectos que llevaban semanas pendientes, a las reuniones que llenaban sus agendas… pero aun así, en medio de todo ese ruido profesional, algo seguía vibrando.
Una tensión silenciosa.
Una expectativa que no terminaba de deshacerse.
Un hilo invisible del que ninguno se atrevía a tirar, pero que tampoco soltaban.
Ella intentó convencerse de que había sido mejor así. Rodearse de trabajo, mantener la distancia, dejar que la mente se enfriara. Pero el cuerpo… el cuerpo no obedecía. Cada noche, al cerrar el computador, aparecía ese recuerdo de su última conversación. Una frase. Una mirada. Un tono. Algo que volvía a encenderla.
Hasta que, una tarde cualquiera, cuando ella ya había asumido que todo quedaría en silencio, su teléfono vibró.
Un mensaje de él.
Darell:
Ella… ¿podemos hablar?
Creo que necesito una reunión contigo. De las otras.
Ella sintió un vuelco tan brusco en el estómago que casi tuvo que apoyarse en el escritorio.
“De las otras.”
Así lo había escrito. Sin adornos. Sin excusas.
Demasiados días habían pasado.
Demasiadas cosas habían quedado flotando en el aire.
Demasiado deseo había quedado acumulado sin un espacio real donde salir.
Lo dejó esperando —solo unos segundos— antes de contestar.
Ella:
Dime la hora.
Diez minutos después, ya estaban conectados.
La videollamada tardó en estabilizar la imagen y, durante esos segundos, ninguno habló. Se observaron como si ese pequeño intervalo fuera un permiso para estudiar lo que había cambiado en los días de distancia.
Y algo había cambiado.
O quizá solo se había intensificado.
Darell se acercó un poco más a la cámara. Tenía esa expresión que Ella ya reconocía con peligrosa claridad: deseo contenido, un toque de nervios y una decisión que le tensaba la mandíbula.
—Ella… —dijo con voz baja— creo que vamos a necesitar más reuniones como esta.
Ella levantó una ceja, con esa mezcla de curiosidad y provocación que ella misma sabía manejar como un arma silenciosa.
—¿Reuniones? ¿De qué tipo?
Él sonrió lento, como si probara la palabra antes de dejarla escapar.
—Reuniones… extraoficiales.
Hizo una pausa breve, llena de intención.
—Para revisar ciertos avances —continuó—. Y validar ciertos… pendientes.
Un cosquilleo subió por la espalda de Ella. No hizo falta que él especificara nada. El subtexto era tan claro que casi podía tocarse.
—¿Y qué tipo de pendientes serían esos, Darell?
—Los que no podemos discutir en una sala de juntas.
La respuesta fue tan directa que la obligó a sonreír, esa sonrisa afilada que lo desestabilizaba.
—Entonces supongo que tendremos que agendar entregables también, ¿no?
—Obviamente —dijo él, ajustándose la camisa con un gesto que ella reconoció como nervios disfrazados—. Este “proyecto”… requiere constancia.
Ella rozó con sus dedos el borde de su cuaderno, jugando a parecer distraída.
—¿Y cuáles serían mis entregables? —preguntó con falsa inocencia.
La risa de Darell fue baja, casi un susurro que la recorrió entera.
—Tú sabes exactamente cuáles.
La respiración de Ella se aceleró un poco, aunque mantuvo el rostro tranquilo.
—Y tú, Darell —agregó— también vas a tener que cumplir con los tuyos.
Él ladeó la cabeza, sin intentar ocultar el deseo que le oscurecía la mirada.
—Créeme —respondió él— estoy listo para entregar… todo lo que necesites.
Hubo un silencio espeso.
Denso.
El tipo de silencio que no es ausencia, sino una forma más intensa de presencia.
—Entonces —dijo Ella— quedamos en que… esta reunión también cuenta como productiva.
—Mucho más que las oficiales —contestó él.
Ella lo observó unos segundos, analizando cada pequeño gesto. Después se inclinó ligeramente hacia adelante, lo suficiente para que él notara el movimiento, lo suficiente para que no fuera casual.
Darell tragó saliva.
—¿Y entonces…? —preguntó, queriendo sonar sereno, aunque la mirada lo traicionaba.
Ella extendió la mano hacia él, no para tocarlo —porque no podían— sino para acomodarle el cuello de la camisa con las puntas de los dedos. Un gesto suave, casi inocente… pero cargado de una intención tan obvia que él contuvo un suspiro.
—No te hagas —murmuró ella mientras se apartaba apenas—. Sabes perfectamente lo que quiero.
Él la siguió con la mirada, atrapado entre la tensión y la expectativa.
Ella giró para regresar a su asiento, pero antes de que él pensara que la conversación estaba por terminar, la pantalla parpadeó un segundo… y ella volvió a acercarse a la cámara.
Mucho más cerca que antes.
No dijo nada.
No necesitaba hacerlo.
Apoyó el codo en la mesa, ladeó la cabeza y dejó una expresión que era mitad advertencia, mitad invitación. Sus labios se curvaron apenas, lo suficiente para que él entendiera que había una segunda capa en todo eso.
—Darell… —susurró.
Él respiró hondo.
—¿Sí?
Ella dejó que su mirada bajara un instante, como evaluando algo que él no podía ver pero que podía imaginar demasiado bien. Cuando volvió a mirarlo, sus ojos tenían un brillo distinto.
—La próxima vez —murmuró— vas a tener que concentrarte mejor.
Él frunció el ceño, queriendo más.
—¿Por qué…?
Ella sostuvo el silencio unos segundos más. Lo tensó. Lo estiró. Lo volvió casi insoportable.
Y entonces añadió:
—Porque pienso ponértelo mucho más difícil.
No sonrió.
No hacía falta.
Él quedó atrapado.
Ella lo sabía.
Entonces deslizó la mano hacia el botón para finalizar la llamada.
—Prepárate, Darell —dijo, con la voz apenas rozándolo.
La pantalla se apagó.
Darell se quedó mirando su propio reflejo, respirando más rápido de lo que admitiría, con la certeza latiendo en el pecho:
Esa “reunión extraoficial” no había sido un cierre.
Había sido un inicio.
La chispa ya estaba encendida.
Y ninguno de los dos tenía intención de apagarla.