Christa Bauer No sabía qué haría al llegar a Montenegro. Había tomado el autobús que Marcelo me había indicado; necesitaba saber por qué motivo quería que regresara. Tal vez mi madre se lo había pedido. Hace poco, en una de las cartas de Margarita, me enteré de que, tras la muerte de mi hermano Fred, mi madre había sufrido una embolia. Medio cuerpo quedó inmóvil, y ahora yacía en cama. Pensar en ella me llenaba de melancolía. Era mi madre, me importaba, pero siempre me había tratado con desprecio. Jamás entendí sus motivos. Siempre traté de ser una buena hija, pero nunca logré ganarme su cariño. Miré a través del cristal de la ventana con tristeza. En el autobús viajábamos apenas cinco personas. Era el último destino de la ruta. Apenas habíamos atravesado el arco de bienvenida al pueblo

