I No hables con extraños (mucho menos te acuestes con ellos)

1940 Words
Ali se encontraba en el fondo del abismo emocional por quinta vez en los dos meses que llevaba el año. Su vida era un completo desastre, de esos que ameritan la D mayúscula al inicio. Y es que, juzguen ustedes: Con treinta años quedó desempleada, lo que la obligó a volver a vivir con sus padres y hermanas menores, su pareja de más de una década la engañó y para colmo le terminó la relación por mensaje de texto – Todo un caballero- . Quebrada y con el corazón roto se encontró con la encrucijada de su vida. Las deudas se acumulaban y lastimosamente con lágrimas no podía pagarlas. Pensaba en la muerte más a menudo de lo que le gustaría reconocer, pero no se consideraba a sí misma capaz de infringirse dolor, así que todo lo que le quedaba era el vino. Oh si, una botella tras otra mientras en la comodidad de su cama se lamentaba todas sus desgracias. Con cada copa sus pensamientos pasaban de querer acabar con su vida, con querer acabar con la vida de los demás. Su jefe que la había despedido injustamente, después que ella se partiera el culo sin descanso por meses en un apretado cubículo vendiendo cosas innecesarias por teléfono. Su ex, ese cucaracho que no merece ni el calificativo de hombre, que la había usado por años, ¡años! Para luego dejarla botada por teléfono. Después de la primera botella la lista se hacía casi interminable. Compañeros de trabajo, antiguos colegas, compañeros de la universidad, hasta uno que otro familiar. Y con el pensamiento de sus muertes lentas y dolorosas Ali lograba conciliar el sueño. Esa mañana en particular, llevaba dos días sin bañarse, su cabello color avellana era más parecido a un nido que cabello humano, sus rizos se habían unido en una masa salvaje que colgaba de la parte trasera de su cabeza. Sus ojeras lucían más prominentes que nunca, el pijama le quedaba floja ya que la dieta a base de vinos y (casi cualquier otro licor) la había hecho perder algunos kilos. Salió de su habitación, a eso de las diez de la mañana en dirección a la cocina con la esperanza de encontrar algo de café, pero lo que encontró fue a sus padres sentados uno al lado del otro. ──¿Está todo bien? ──preguntó. ──¿Por qué no te sientas, cariño? ──Le sugirió su madre, a la vez que señalaba una de las sillas del comedorcito de madera que adornaba la cocina. Estaba segura que nada bueno iba a salir de eso, y ella aun no había ingerido su primera dosis de cafeína. Se sentó, mirando directo los ojos negros de su madre. Una mujer menuda en comparación a ella, que era más alta y curvilínea. ──Tu padre y yo hemos decidido vender la casa. ──continuó su madre──. De hecho, ya tenemos un posible comprador. ──Ok… ¿Dónde viviremos? Sus padres comparten una mirada, y Ali pudo sentir que su estomago se estremecía. Definitivamente necesitará algo más que un café después de esto. ──Tu hermana Aisha se irá de intercambio en la universidad y Jey está por terminar el colegio, por lo que buscaremos un apartamento con menos espacio…──La voz de su madre fue haciéndose un susurro. ──Creemos ──interrumpió su padre, colocando su mano sobre la de su esposa ──, que es hora que sigas adelante. La habitación estaba comenzado a dar vueltas. ──¿Seguir adelante? ──preguntó ──Si, estar en cama todo el día no resolverá nada. ──Pero. Pero… ¿dónde voy a vivir? ──Ya lo resolverás querida. ──argumentó su madre poniéndose en pie, seguida por la imponente figura de su padre. Juntos abandonaron la cocina, dejándola sola, con un vacío en el pecho y los ojos llenos de lágrimas, pero si algo había aprendido en el transcurso de sus oscuros años, era que llorar no soluciona nada. Llenó hasta el tope su termo de café y decidió darse un buen baño. No podía permanecer todo el día en casa, sintiendo las miradas juzgadoras de sus padres y hermana. Así que estaba decidido, ese día saldría. Su último trabajo le había dejado algo de ahorros, no lo suficiente para mantenerse en un apartamento sola, pero si para salir de vez en cuando y comprar cosas necesarias. Y bueno, ese día algunos tragos eran sin duda indispensables. La tarde cayó, el clima de la capital era como siempre bipolar, de un momento a otro podía empezar a llover, así que una pequeña sombrilla negra era el complemento de su vestimenta. Una vez lavado por fin su cabello, sus rizos estaban libres y le caían por los hombros, llevaba una falda corta negra, con medias negras por debajo, una blusa Vinotinto y una chaqueta negra. Agarró su bolso y salió. Otra de sus grandes carencias era la falta de vehículo. No sabía conducir y tampoco tenía gran afán en aprender. Por lo que el transporte público era su única opción. Sentada en el último asiento del metro aprovechó la soledad del lugar para sacar un espejillo y retocarse. Sus ojos se veían aun algo hinchados, pero de resto, pues, era ella. Se bajó en la parada del centro. Las calles ya estaban concurridas de personas buscando el plan de viernes por la noche. Los puestos de comida comenzaban a llenarse y los bares usaban sus mejores estrategias para llamar clientes. Bueno, ella solo se fijaba en los precios de las bebidas, de resto el lugar bien podría estar en el infierno. Caminó la calle observando sus opciones y se decidió por un pequeño lugar, algo escondido entre dos bares mucho más grandes y ruidosos. La temperatura comenzaba a bajar y estaba segura que en cualquier momento comenzaría a llover. El lugar olía a madera con limpiador de piso. En su interior, solo había dos personas más aparte de ella, la camarera y el bartender, perfecto. Caminó directo a la barra, se sentó quitándose la chaqueta y ordenó un shot doble de tequila al joven del otro lado. Un chico mucho más joven que ella, con trabajo estable y de seguro algún lugar para vivir. Le colocó el trago en frente y ella no demoró en acabarlo, e ordenar otro de inmediato. ──Mantén la cuenta abierta. ──Le dijo al chico mientras encendía su celular. Masoquista. Eso era lo que ella era, tenía un problema y lo sabía. Ahí estaba, sentada en un bar de mala muerte, ingresando a su cuenta falsa de ** para stalkear a su ex con su nueva pareja. La chica por la que ella supuestamente “no tenía nada que preocuparse” ese maldito canalla la había engañado de lo lindo quien sabe por cuanto tiempo. Golpeó la mesa con la palma en señal de un nuevo trago, a lo que el chico rellenó el vaso en frente de ella. Observaba el rostro de la chica en las fotos, era todo lo que supuestamente a su ex no le gustaba. Todo lo contrario a ella. ──Hey tú, chico, déjame la botella mejor. El joven la miró con una poblada ceja levantada mientras le extendía una botella de José cuervos amarilla. Se sirvió nuevamente la copa. Mirar ese perfil se había convertido en una droga. Se imaginaba todo lo que él debería estarle diciendo, las mismas líneas que seguro usó con ella. Lo imaginaba diciéndole que era la mujer más hermosa que él jamás había visto, que jamás la dejaría, o le haría daño. Otro trago. Del perfil de él pasaba al perfil de ella. Casualmente las dos tenían la misma profesión, y las dos llevaban el cabello rizado, solo que el de ella era n***o. Sabía donde trabajaba, quienes eran sus amigos y hasta el día de su cumpleaños. Era una versión mejorada de ella. Otra vez el sentimiento de insuficiencia. Otro trago. El calor ya corría por su cuerpo. Era consciente que debía poner alimento en su estómago si pretendía volver caminando a su casa. No, no era su casa. Otro trago. El sonido del banco de madera sobre el piso la hizo levantar la mirada. Al lado de ella se sentó un hombre. Podía estar en sus treinta y cinco, treinta y ocho quizá. Era muy guapo, llevaba el cabello n***o peinado hacia atrás lo que le daba una apariencia como de gánster de novela. La sombra de una barba, y unos increíbles ojos azules. Con vergüenza por quedarse mirando fijamente bajó la mirada de nuevo a su celular. Sentía las mejillas calientes. Se sirvió otro trago, quizás con dos más se atrevería a hablarle, pensaba. Estaba sirviendo su ¿quinto?... ¿sexto trago? Cuando la voz de él llenó el lugar. ──¿Estás esperando a alguien? “¿Él le estaba hablando?” Miró a su alrededor, solo la camarera estaba al fondo viendo su celular. No había más nadie, en definitiva le hablaba a ella. ──¿Estás bien? ──Yo mmm sí, es decir no, no espero a nadie ──tartamudeó ──, si, estoy bien. ──¿Sueles frecuentar bares desiertos? ──Me gusta poder escuchar la música y no los gritos y conversaciones de los demás. ──Oh bueno ──dice volviendo la mirada al frente. ──No quiere decir que no me guste hablar ──se apresura a agregar, no quería espantar al tipo guapo que intentaba conversar con ella ──, porque si me gusta hablar, de hecho, hablo mucho, suelo hablar bien. Es decir, lo que quiero decir, es si quieres hablar podemos hacerlo. No fue mi intención, ser grosera o algo… “Pero que barbaridad acababa de decir” pensaba mientras sus manos apretaban el pequeño vaso de tequila. Él la miró con una media sonrisa, inclinándose un poco hacia delante. ──Oh, no iba a ningún lado, solo iba a pedirme otro trago. ──Yo tengo Tequila ¿Quieres? ¡Cantinero otro vaso! Con algo de torpeza sirvió dos vasos de tequila y le extendió uno al hombre que la miraba sin dejar de sonreír. Vaya quizás su suerte estaba por empezar a cambiar, quería mantener ese pensamiento. ──Y aparte de poder escuchar la música, ¿Qué te trae por acá? ──Mi vida es un desastre y el alcohol la hace tolerable ──dijo casi sin pensarlo. “¿Por qué había dicho eso?” ──Te entiendo── respondió él, pasando una mano por su cabello. Ali entrecerró los ojos, no sabía si era el tequila, pero ese hombre lucía como el príncipe Erick de la sirenita. ── También estoy en un momento difícil, me trasladaron por trabajo a esta ciudad, y bueno, eres la primera persona que conozco, fuera de la oficina. ──Al menos tienes trabajo. “!Otra vez!” pero que mierda le pasaba por la mente. ──Vaya, ¿Una competencia? La acepto ──respondió él ──.Mi novia de siete meses me dejó para ir a meditar por Europa con un grupo de Hippies. ──Pfff eso no es nada. Mi novio de 11 años me dejó por otra ¡Por teléfono! Ni siquiera usó su voz, fue un mensaje. ──Auch, eso merece un trago. Ali volvió a servir dos copas, tomó la suya y volvió a rellenar el vaso. ──En parte por eso vengo a estos sitios ──dijo mientras jugaba con un rizo de su cabeza ──Si no canalizo lo que siento, bien podría salir a matar gente. ──¿Cómo tu ex? ──Mi ex, Mi ex jefe, ex compañeros, Ex colegas, es una larga lista. ──Salud por eso. Sirvieron otra copa, Ali cerró los ojos con una gran sonrisa. Cuando los abrió estaba acostada en una cama que no era la suya, desnuda, parpadeó levantando su mano solo para encontrarla llena de sangre. ──¡Pero que mierda!
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