Familia West Barone Parte I
Primer día de nuestra luna de miel
POV Eros West
Salgo del dormitorio principal con la copa de champan en mi mano buscándola con la mirada. El yate es una obra de arte flotante, con líneas elegantes y acabados en caoba pulida. El suelo de mármol bajo mis pies resplandece, incluso las paredes tienen ese efecto debido a la pintura.
En cuanto nos informaron que estábamos a pocos minutos de llegar al puerto de Nassau, la condenada me dejó solo en la cama y corrió para poder ver la capital desde la cubierta del yate. Según ella, porque quería tomar muchas fotos para el recuerdo.
Según yo, Siena Evangeline West Barone, está huyendo de mí.
Subo las escaleras para salir. Al llegar a la cubierta, lo primero que me recibe es el intenso sol de las Bahamas, junto con una cálida brisa que me envuelve, trayendo consigo el aroma salado del mar y la fragancia tropical de las islas más cercanas. El clima es simplemente perfecto.
Sigo avanzando sobre el piso de madera dejando atrás el frío del interior del yate, sintiendo cada vez más el calor de la isla.
Mis ojos se deslizan por el entorno que ciertamente es un espectáculo digno de admirar. Cada centímetro de este espacio exterior fue meticulosamente diseñado para brindar el confort que mereces cuando pagas millones de dólares por obtener un barco como este.
Yo no escatimé en gastos para esta luna de miel, porque mi esposa se merece absolutamente todo. Mi cría del carajo se merece lo mejor.
Una de las mejores características de este lujoso barco, es la zona de descanso. Una zona bastante pulenta que te invita a relajarte para tomar el sol.
Sigo avanzando y la veo. Allí está Siena, mi esposa, de pie junto a la barandilla, con la mirada al frente y una hermosa sonrisa. El viento juguetea con su melena dorada y su vestido de seda, haciéndola parecer una diosa. Mi diosa.
La escena es tan perfecta que me detengo un momento, simplemente para admirar a la mujer que tengo en mi vida y dejando salir una sonrisa de pendejo enamorado.
No se ha percatado de mi presencia, ella sigue mirando hacia el frente, tomando fotos con la cámara profesional que mi lindo suegro le obsequió solo para capturar los mejores momentos para que sus nietos los vean en el futuro. Y no es que mi leoncita sea una fotógrafa profesional, pero le doy crédito, porque desde que el padre le entregó la cámara, no ha dejado de practicar para saber usarla.
Se la entregó antes de partir de Italia, así que tiene apenas pocas horas usándola y hasta ahora, me ha mostrado buenas tomas.
Quizás se convierta en una nueva pasión para ella, una que quiera explorar más a fondo hasta convertirla en su actividad favorita solo para pasar el tiempo.
Yo no sabía un carajo de vinos y ahora hasta ando cosechando uvas para crear el mío propio. Comencé solo por pasar el tiempo con mi lindo suegro, para conocerlo, para aprender algo de él más allá de lo que Siena me había contado y ahora estoy tan apasionado por la vinicultura, que hasta enólogo me volví en el proceso.
Según mi suegro, me volví su preciosa sombra, pero ambos sabemos que ya no puede vivir sin mí.
Deslizo mis ojos por toda la cubierta exterior y sin duda alguna, es un espectáculo, una delicia. Cuenta con todo lo necesario para pasar aquí el mes que planeamos si eso deseamos. Hasta cuenta con un helipuerto que nos permite movernos con estilo en todas las Bahamas si así lo queremos. Lo que nos garantiza que no haya destino que no podamos visitar estando en este lugar.
Pero ni este yate lujoso, ni la misma capital que se alza frente a nosotros, es tan espectacular, precioso y perfecto, como la mujer de cabellos dorados que tengo frente a mí.
Ella es el espectáculo, ella es la delicia. Ella es la única digna de admirar para mí.
Amo a Siena, la amo con cada fibra de mi ser. Ella, con su picardía, con sus ocurrencias; con ese carácter del carajo que se carga y que empeora cuando anda de malas, es la única que me deja sin aliento, que me acelera el maldito corazón y que se roba toda mi atención.
No este yate lujoso, no la exótica Bahamas con todo y sus islas. Y sí, me gusta el destino que escogimos, me parece una maravilla de la naturaleza y el universo mismo, pero ni esa belleza le llega a los talones a mi mujer.
Mi esposa es más hermosa.
Me detengo a unos pocos metros, no la molesto, no hablo para que note mi presencia porque me resulta placentero verla muy feliz tomando fotos y admirando el puerto que cada vez se ve más cerca.
Ella no parece una diosa. Ella es una diosa y es mía, solo mía.
En los planes no estaba llegar a la capital, sino más bien ir de una vez a la isla privada en Exuma, pero mi esposa se empecinó en venir a la capital para conocerla y pasear un poco por sus calles pintorescas.
¿Cómo le digo que no a la única que ha sabido tolerar mis mierdas al punto de amarme?
Imposible negarme.
Si mi esposa quiere venir a Nassau, conocer el puerto, la ciudad, su gentilicio y la cultura, antes de irnos a la isla privada, a mí no me queda más que complacerla, traerla y hacerle más perfecta la experiencia.
He llamado al mejor hotel para que me ofrecieran la mejor habitación por si ella desea quedarse un día o más. He reservado en el mejor restaurante para que tengamos un almuerzo romántico, solo para nosotros dos. He llamado al piloto para que tenga listo el helicóptero y que nos traslade a la isla una vez se canse de pasear, solo para llegar más rápido y así poder hacerla mía en la arena como la primera vez, sin que nadie nos moleste, porque hasta de eso me encargué.
He llevado a cabo cada plan de la manera más meticulosa y perfecta que existe solo para ver esa preciosa sonrisa que tiene en sus labios. Solo para hacerla feliz.
Decido romper la distancia, pero antes, me tomo el resto del champan burbujeante y dejo la copa sobre la mesa de cristal. Siento los rayos del sol calentarme la piel, pero la brisa compensa bastante, al punto de volver tolerable la temperatura.
No soy un hombre romántico. Soy uno completamente descarado, pero desde que una chiquilla de un metro con cincuenta me cazó en aquel club que era mío, como si fuese su presa, su propio reto, el corazón no deja de volverse loco cuando mis ojos la ven.
Es algo que no puedo explicar de manera romántica, las palabras de esa manera no se me dan como a Apolo o incluso al mismo Zeus, con todo y su elegante actuar. Y no es que no sepa hacerlo, claro que sé y lo haría si quiero ver a Siena llorar de felicidad, pero me resulta más satisfactorio decirle que ella es la dueña de mis orgasmos, la única dueña de los pajazos que me doy en el baño. Ella, con su pequeño tamaño, es la única que me pone dura la v***a y por quien tengo fantasías aun cuando estoy trabajando.
Siena es la dueña y la inspiración de mis más descaradas fantasías. Yo soy suyo desde aquella noche en la playa y el tatuaje en mi espalda con su nombre plasmado en el centro de esa mancha roja lo confirma.
¿Qué carajos me hizo? No lo sé. Lo único que sé y de lo que estoy seguro, es que quiero esto para toda mi vida. La quiero a ella por el resto de mi existencia y solo el diablo sabe cuánto soy capaz de entregar por ella, por mis hijos y por lo que hemos construido.
Al fin nota mi presencia, lo ha hecho cuando ya estoy cerca y la manera en que me está mirando, sin duda me enamora más de lo que ya me tiene enamorado.
Sus ojos dorados brillan tanto como los mismo rayos del sol que nos iluminan. Su sonrisa es un reflejo de la mía. Deja la cámara sobre el sofá de terciopelo que tiene a un lado y sin esperar a que me diga algo que nos lleve a una conversación sobre todo lo que está viendo desde que salió de la habitación, termino de acortar la distancia y la cargo en mis brazos, oyendo la risita que deja salir por mi arrebato.
—Nassau es tan…
No la dejo hablar más. La beso con ímpetu y bastante intensidad. Siena se aferra a mi cuello con la misma fuerza con que sus piernas se aferran a mi cuerpo. Me abro paso con mi lengua en el interior de su boca, no me importa que el personal que está aquí dentro nos vea. Yo la beso con pasión, con morbo. Le aprieto las nalgas y hasta cuelo una de mis manos por debajo de su vestido blanco.
Acaricio su delicada piel sin dejarla de besar, sin dejarla de tocar con descaro con la otra mano. Avanzo hacia el enorme sofá que esta bajo la sombra que ofrece la parte de arriba del yate. Siena se ríe, pero no detiene el beso. Yo tampoco detengo mis manos inquietas que se mueren por desnudarla.
Pero debo controlarlas. Ya habrá tiempo para eso, aunque, no significa que no puedo apretarle uno de sus pechos.
—Cálmate, viejo mañoso… —dice contra mis labios—. Tenemos a cinco personas por ahí que nos pueden ver…
—No lo harán. —Mentira no es. Las órdenes son claras y las consecuencias también—. Relájate…
—No puedo relajarme cuando sé que, si lo hago, me perderé y no quiero que todos oigan los gemidos que saldrán de mí gracias a ti, Eros Barone West.
—Trágate los gemidos entonces. —Deslizo mi manos por debajo de su vestido. Siena entierra sus uñas en mi espalda cuando ya no hay panti que interrumpa mis caricias y suspira cuando mis dedos se deslizan por su coño empapado—. O aprieta los labios si no quieres que te oigan.
—Tú feliz si todos en este lugar oyen lo que estamos haciendo aquí, ¿verdad?
Detengo el beso, mas no lo que estoy haciendo. Busco mirarla a los ojos y la excitación en ellos, el fuego, está tan presente como el sonido del mar a nuestro alrededor.
—Me importa un carajo si gimes con todas tus fuerzas y todos en este yate oyen lo que le estoy haciendo a mi esposa… —rozo mis labios con los suyos con una leve sonrisa—. No tengo vergüenza y lo sabes, pero me resulta excitante verte intentar controlarte, mi vida…
Entierro un dedo dentro de ella y el efecto es inmediato. Siena se arquea tragándose el gemido que eso le ha hecho sentir. Sonrío con malicia al ver cómo toda su cara se ha tornado roja, cómo sus pupilas se han dilatado dejando en claro el deseo y la excitación que le causa todo esto.
Hasta ahora, hemos tenido sexo dentro de la habitación. Y claro que ha gemido con ganas, que lo ha disfrutado, pero la habitación está diseñada para que nada afuera se oiga. Hemos tenido momentos eróticos en el exterior del yate desde que estamos aquí, pero el sexo que quiero aún no lo hemos tenido por la misma razón de que no estamos solos. Yo contraté un personal para este viaje que nos estará atendiendo aquí y en la sala por todo un mes.
Follármela en el yate está en mi plan de cosas por hacer, pero una vez estando en la isla, que estemos solos sin ojos curiosos.
Yo los contraté a todos ellos por un mes entero, les pagué una buena cantidad de dinero para que estén ese tiempo con nosotros, pero no significa que andarán acompañándonos todos los días. Ellos se quedarán aquí en la capital con todos los gastos pagos e irán a la isla únicamente cuando yo lo requiera.
Hay cenas especiales que le daré a mi esposa como sorpresa, así como desayunos también. Algunas actividades por hacer y el resto de los días, sexo, sexo, sexo y más sexo.
Para esos momentos especiales es que los contraté. Nos llevarán a la isla y regresarán al puerto a relajarse, descansar, hasta que yo los llame.
—Por favor… llévame a la habitación y terminemos esto allá —musita contra mis labios en un tono bastante sugerente y descarado—. Si me vas a meter mano antes de llegar al puerto para conocer la capital, vamos a la privacidad de la habitación y méteme todo lo que quieras como Dios manda.
—Siena Evangeline, ¿eres tú? —Se ríe—. ¿Dónde quedó la condenada que me empinó el culo aquella noche en la playa del club?
Sigo jugando con su clítoris, a este punto ya está moviéndose en busca de más.
—Sigo siendo la misma condenada, coqueta y descarada que te empinó el trasero y te abofeteó, pero… dudo que quieras que te empine el trasero cuando estamos cerca del puerto y con personal merodeado por ahí… ¿o sí?
—Empinas el culo con testigos y te lo azoto hasta que chilles, cría del carajo.
—Entonces deja de torturar mi cordura con tus dedos en mi coño y llévame de una vez dentro, porque para como estoy, créeme que ya me visualizo en cuatro sobre…
Ataco su boca con otro beso intenso para callarle la boca. Ella más se aferra a mí. Y cuando introduzco dos de mis dedos, que me trago el gemido que brota de su boca, Siena se remueve, respirando como puede, porque entre mis besos y las estocadas con mis dedos, no le estoy dando tregua. Y sinceramente no quiero dársela.
Ella merece este castigo, merece que la desespere y la haga creer que la expondré, porque está huyendo sutilmente de mí por algo que aún no me quiere decir.
—¿Cuándo te vas a dignar a llevarme a la habitación, Eros? —pregunta en un leve ronroneo.
Con calma y sin apuros, dejo de besarla para mirarla a los ojos. Los detallo por unos segundos, me tomo mi tiempo para soltarle mi réplica porque quiero atesorar en mi memoria el cambio en su mirada cuando abra la boca
—Me dignaré a llevarte en cuanto tú te dignes a decirme cuántos meses tienes de embarazo, Siena Evangeline.