Prólogo
Parte 1: La Última Noche en la Cárcel
El puto techo de esta celda ya me lo sé de memoria. Las grietas, las manchas de humedad, la jodida sensación de que el tiempo aquí no avanza. Seis meses. Seis jodidos meses encerrado en este maldito agujero, respirando el mismo aire que estos cabrones que huelen a desesperación y a muerte. Pero mañana... mañana salgo de aquí. Mañana me largo a la mierda y dejo esto atrás.
Ojalá pudiera dejar todo atrás.
Pero no, las cosas no son tan simples. Porque no solo salgo a recuperar mi vida, mi trabajo, mi reputación que seguro ya está hecha mierda. No. También salgo a ser "padre". Padre, mi puta madre. ¿Cómo carajos se supone que voy a criar a un bebé? ¿Yo? Que ni siquiera puedo mantener una relación con una mujer por más de una noche, que vivo de restaurante en restaurante, que no sé ni lo que es tener estabilidad. Y ahora, de repente, hay un mocoso en el mundo que depende de mí. Un cabrón que lleva mi sangre.
Mi familia dice que me apoyará, que no estaré solo, pero ¿qué saben ellos? ¿Qué mierda saben de lo que es despertar un día y darte cuenta de que tu vida ya no te pertenece? Yo tenía un plan. Lo tenía todo bajo control. Salí de la universidad con ofertas de trabajo por todas partes, restaurantes queriéndome en sus cocinas, el mundo a mis pies. Y luego... esto. La cárcel. El escándalo. La caída en picada.
No, no estoy listo para esto. Ni un carajo.
Pero ya qué. En unas horas estaré afuera y haré lo que mejor sé hacer: seguir adelante, con o sin ganas.
Parte 2: La Noche del Regreso
El alcohol no es opción esta vez. No hoy. No después de seis meses de abstinencia forzada y la promesa de que no voy a volver a cagarla. Pero follar... eso es otra historia.
La vi desde que entré al bar. Rubia, ojos café oscuro, una mirada de esas que te taladran el alma si las miras demasiado tiempo. Caderas asesinas, curvas que gritan pecado. No me hizo falta decir mucho. Dos sonrisas, un roce intencional, y ya estaba en mi auto, con sus labios devorándome el cuello, su risa ronca en mi oído. Dios, cómo extrañaba esto.
Su apartamento es un desastre, pero no me importa. La tumbo en el colchón sin miramientos, la ropa desaparece entre caricias bruscas y mordidas. La piel caliente, el sudor, el gemido ahogado contra la almohada cuando me entierro en ella. Follar así es como recordar que estoy vivo.
Es puro instinto, puro deseo crudo, y joder, cómo lo extrañaba. La agarro fuerte, la hago gritar, me pierdo en su cuerpo hasta que el placer explota como dinamita. Y cuando la calma llega y ella cae rendida a mi lado, yo hago lo que siempre hago. Me visto en silencio, agarro mis cosas y salgo por la puerta antes de que amanezca.
Porque no soy un hombre que se queda.
Parte 3: El Encuentro con Niklas
Nunca había sentido el estómago hecho un nudo como ahora. He cocinado bajo presión, he enfrentado críticas brutales, he estado en la cárcel... pero nada se siente como esto.
El despacho de la trabajadora social apesta a café barato y a perfume viejo. Y ahí está él. En los brazos de esa mujer con cara de aburrimiento. Un bebé. Mi hijo.
Es pequeño. Más de lo que esperaba. Piel bronceada, ojos verdes como los míos. Me mira con curiosidad, con esa jodida inocencia que no sé cómo manejar. Me pongo rígido cuando la mujer me lo pone en los brazos, como si fuera a romperse si lo toco demasiado fuerte.
Y entonces, me jode. Me jode hasta los huesos porque, en el momento en que lo tengo contra mi pecho, todo cambia. Toda la puta ansiedad, el miedo, el rechazo, se van a la mierda. Y en su lugar, solo queda esto. Una certeza aplastante.
No sé cómo ser padre. No sé cuidar a un bebé. Pero sí sé una cosa: voy a protegerlo. A toda costa.
El abogado carraspea. Me dice algo sobre el papeleo, sobre cambiar su nombre por seguridad, sobre empezar de nuevo. Yo apenas lo escucho. Porque estoy mirando a este pequeño cabrón que ahora es mío y sé que nada volverá a ser igual.
Me acerco, susurro contra su frente:
—Te llamarás Niklas. Mi mayor victoria.