NARRA BRADEN HAWTHORNE Agarré la botella de whisky y me la empiné, tomando un sorbo largo y profundo. El maldito alcohol hijo de perra me quemó la garganta, el pecho y el estómago, pero qué magnífico era ese mágico líquido hecho por las mismísimas manos del dios Baco para que yo pudiera ahogar mis penas y esos jodidos recuerdos que venían a mi cabeza... Los recuerdos del día en que la había conocido. Gruñí cuando me saqué la botella de la boca y casi me caigo de la silla cuando la devolví a la mesa. Estaba ebrio, muy ebrio. No había parado de beber desde que la había corrido de la cabaña. Varias —demasiadas— botellas estaban desperdigadas por el suelo y por la mesa, y la que estaba tomando ya se estaba acabando. Me levanté a trompicones y casi caigo de bruces al suelo. Cogí la botella y

