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11 “El celo de un Alfa” El sonido de las gotas gruesas de la lluvia golpeaba con fuerza las ventanas del coche de Sebastián. Ambos se miraron fijamente a los ojos sin decir ninguna palabra, las manos del pelinegro seguían sosteniendo con fuerza el volante, como si con esto lograra reducir un poco sus más bajos deseos. Su mirada detalló suavemente la nuca de la mujer ante él, su lengua dejó un disimulado rastro de saliva sobre su boca, para luego sonreír como si todo esto le pareciera tan irreal. Su cabeza golpeó el espaldar de la silla en donde se hallaba sentado, levantó su mano derecha para ahora cubrir su rostro antes de maldecir: —Eres un jodido grano en el culo… —Bufó, cuando el olor de Eva lo embriagó más de lo que él hubiese querido. —¡Vete! Le gritó una vez más, fijando sus ojos sobre su escote. —¡Eres un hijo de perra, Sebastián Drake! ¡Tú eres quien ha estado aferrándose a mí desde el día que me conoció! ¡¿Qué quieres?! ¿Qué es lo que quieres? El hombre bajó la cabeza. —Quiero que te vayas… Los ojos de la chiquilla se abrieron con exageración, podía notar que sus mejillas estaban rojas, y que tal vez estaba delirando por la fiebre que lo consumía, su ceño se frunció porque nada de esto le debería de importar. Su vecino era un egocéntrico de la peor, y lo mejor para ella sería mantenerse alejado de un sujeto como él. Tomó rápidamente su bolso, y lo miró antes de colocarlo sobre su hombro derecho. Pudo notar que las facciones de su vecino ahora estaban llenas de arrepentimiento, pero ella sabía una cosa: Él era un peligro, un peligro que la atormentaría si seguía en su vida. Lo siguiente que se escuchó fue el azote de la puerta, su cuerpo se humedeció casi de inmediato por la lluvia, así que tapó su cabeza sin éxito alguno con sus manos. Apenas atravesó el umbral de la puerta, sus padres corrieron hacia ella preocupados, sin embargo, Eva no dijo nada, solo entró a su habitación, y se tiró en un pequeño sofá pensando que el señor Drake solo es un jodido error en su vida. —Mierda… Exclamó el lobo sintiéndose morir dentro del coche, su pene estaba tan duro que sentía que le dolía demasiado; los nudillos de sus manos se tornaron pálidas por la fuerza que ejercía contra el volante, y soltó un débil suspiro al comprender que esta noche sería demasiado larga. El fogaje que había dentro del carro no se comparaba con el frío descomunal fuera de este. Su frente, nuca y pecho se hallaban empapadas de sudor, y nada mejoró al notar algo importante: Eva había dejado su cazadora junto a él. —Mierda… Mierda… Dijo, intentando tomarla con su mano, aquel olor embriagador y dulce de la humana se encontraba repartido por todas partes por culpa de la tormenta, y esto no estaba ayudándolo en nada. Sus dientes mordieron salvajemente su labio inferior hasta que logró probar un poco de su propia sangre. Sus jadeos se volvieron más intensos, la fiebre lo estaba matando, pero no tanto como la dureza de su polla. —Te odio… Graznó, tomando por fin la cazadora de la joven, apenas la tela tocó la punta de su nariz, y su aroma lo invadió por completo sus ojos dorados brillaron sin ni siquiera dudarlo. Apretó con rudeza los dientes, mientras que sus pantalones ya tocaban sus rodillas. Su v***a saltó por un instante al ser liberada. —Te odio tanto… Dijo una vez más, su mandíbula se tensó al tocar el inicio de su m*****o, un hilo suave de semen se chorreaba con solo pensar en aquella pelinegra de ojos azules y de estatura pequeña que lo estaba llevando a la locura. Inhaló aire hondo antes de empezar a masturbarse. Con su mano libre absorbía el olor de su prenda, y aunque en el fondo se sentía como un lunático pervertido, comprendía que si no hacia esto quizás podría morir de dolor. Necesitaba a su mate más que cualquier cosa en el mundo, pero, su terquedad no le permitían aceptarla como parte de su vida. Detestaba el simple hecho de aquella burla, “¿Por qué la luna le haría algo así?” “¿Por qué sería él el único Drake con una humana como mujer?” —Eva… Eva… —Gimió su nombre al tirar con fuerza de su pene, su mano subía y bajaba hasta la punta. Sus testículos se sentían como si fuese a explotar en cualquier momento. Su saliva se derramaba de su boca al sentir el orgasmo más cerca que nunca. Sus piernas lo ayudaron a apoyarse hacia arriba, su muñeca agitaba su m*****o con bestialidad hasta que un chorro de semen salpicó todo. —Joder… —Susurró al ver el volante del carro húmedo por su propio liquido viril —No me jodas… —Masculló al ver que su v***a seguía en pie, ahora más firme que nunca. Se subió los pantalones, quitó las llaves del volante, y salió sin importarle que la lluvia lo mojaría también a él; sus ojos se fijaron en la ventana que daba hacia la habitación de Eva. Era casi las nueve de la noche y ella seguía despierta, aunque luego de un rato ignoró esa sensación, tenía demasiado problemas de los cuales debía solucionarlos todos. Azotó la puerta de su casa apenas entró. Se quitó toda la ropa, quedando completamente desnudo, para acto seguido caminar por las escaleras hasta llegar al baño principal. Posó su cabeza contra los azulejos de la regadera, y tiró de su polla de nuevo. Ni siquiera podía contar con los dedos todas las veces que se había corrido pensando en su tonta vecina. —Me voy a morir… Dictó, al sentir la eyaculación escurrirse por su mano. —Eva… ¿Qué me estás haciendo? Preguntó completamente cansado de esta situación. Su puño se clavó contra la pared de su habitación formando un hueco de mediana dimensión por el golpe. Su espalda chocó contra la pared. La fiebre no se detenía, y él debía continuar. Eva mordió la almohada al recordar la grosería de Sebastián. Comprendía que todas sus desgracias habían comenzado desde que el pelinegro llegó a su vida; así que debía hacer algo para alejarse lo más rápido posible de él. De repente, escuchó su nombre con fuerza, se levantó de la cama, para luego ponerse los zapatos y bajar hacia la sala porque su mamá la estaba llamando.
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