Leila estaba en uno de esos días preciosos en que se sentía bien, cuando la leucemia parecía haber retrocedido temporalmente y le permitía recordar quién había sido antes del diagnóstico. Su energía era palpable, sus ojos brillaban con vida, y su sonrisa tenía esa cualidad contagiosa que había hecho que todos a su alrededor la adoraran durante sus años como estudiante universitaria y ahora como profesora. Iba a asistir con una amiga a una fiesta de temática de los años ochenta, algo que habría sido completamente normal para la Leila de antes, pero que ahora representaba un acto de valentía y autodeterminación. Antes de su diagnóstico, había sido una mujer extraordinariamente vivaz: practicaba deportes extremos los fines de semana, organizaba fiestas espontáneas que se convertían en leyend

