En cada lamida, en cada roce de su lengua, era una declaración de su deseo mutuo, una danza de poder y entrega. Salomón sentía cómo el cuerpo de Nina comenzaba a temblar, cómo sus músculos se tensaban, anunciando la llegada de otro clímax. Y cuando ella llegó al borde, cuando su v****a se contrajo en esos espasmos orgásmicos que tanto lo enloquecían, él no se detuvo. ―Ooooh… ―gimió Nina, con su voz quebrándose mientras el orgasmo la golpeaba como una ola, sus caderas moviéndose instintivamente contra la boca de Salomón―¡mierda, aaaah! Luego, Salomón lamiéndose los labios húmedos, deslizó sus manos hacia las caderas de Nina, manteniéndola en su lugar mientras la miraba con una intensidad que era casi depredadora. Su sonrisa era sádica, cargada de una oscura satisfacción. ―Empuja y saca

