El vapor se arremolinaba en el espacioso baño de mármol mientras Salomón cerraba el grifo chapado en oro. Las gotas de agua se deslizaban por su cuerpo bronceado y musculoso, y por aquella espalda llena de tatuajes de su organización que solo sus amantes sabían que existían. Con movimientos precisos, tomó una de las toallas egipcias color crema, y se la ciñó a la cintura. Se paró frente al espejo empañado, pasó la mano para despejar la condensación, revelando su reflejo. Su mirada recorrió su propia imagen, notando que ya no tenía aquella crema bronceadora que había usado para intensificar el tono de su piel como parte de su disfraz. ―Ahora si estoy limpio. La excitación que había sentido en la ducha aun persistía. Su cuerpo seguía respondiendo a las imágenes de Nina que se formaban en

