6 Erica —Ella es mía. Escuché una profunda voz gruñir tales palabras. Era como si estuviera en otro sueño, flotando, no durmiendo realmente… flotando. Estaba recostada, no en la silla de dentista del centro de procesamiento, sino en una especie de cama. Era la cama más dura en la que había estado. Helada, también. Más como un suelo. —Nuestra. —Era otra voz, no menos ronca. Sentí enormes manos encima de mí, levantándome en alguna posición vertical. No podía ver —no estaba del todo despierta— pero podía escuchar. Una variedad de sonidos venía a mí. Los dos hombres no estaban solos. Escuchaba otras voces, pero de más lejos. Todas apresuradas y precisas. El choque de un metal, como si un martillo golpeara un coche. Ráfagas de aire, como frenos sueltos de un camión. Una suave tela hacía

