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Amor agrio

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Blurb

A finales de la era victoriana, Izuku es enjuiciado por destruir propiedad ajena y por actos de sodomía. Es ingresado a un reformatorio en Borgoña, un lugar famoso por sus campos de uvas; alejado de la luminosa París, decide comportarse, cumplir su sentencia y salir pronto de ahí, sin embargo sus aviones se tuercen cuando conoce a su compañero de cuarto: un patán y sexy rubio llamado Katsuki, que con su ira ha encendido su lujuria a límites insospechados. Izuku se deja arrastrar por el torbellino de pasiones con el cual Katsuki lo envuelve.

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Capitulo 1
25 de abril de 1890. Esa mañana de viernes, el cielo resplandecía de azul igual a un día común de primavera. Sin embargo, el clima pronto cambiaría cual si adivinara su infortunio. En unas horas, Izuku Midoriya con diecisiete años de edad, ingresaría al reformatorio de Borgoña, un internado católico al sur de Francia destinado a jóvenes en conflicto con la ley o en palabras menos decoradas por la hipocresía, la institucionalidad y la doble moral: Una cárcel para menores. El chico de cabello verde y alborotado, que poseía unas pecas en las mejillas, intentó mantener la compostura frente al rostro lloroso de su madre. Los brazos se pegaron rectos al cuerpo y sus ojos esmeralda brillaron con una mezcla de miedo y tristeza al recibir el último beso en la frente que ella le dedicó junto a un rezo final. —Estaré bien, mamá —pronunció en un susurro cuando se separó del abrazo de su madre y fue abordar el carruaje de la policía. El chófer, que era el oficial de custodia, agarró las riendas de los caballos y dio un latigazo para avanzar por el camino empedrado de París. Al salir de la ciudad de la luz, el paisaje se tornó simple y rural; los dos caballos negros se movieron por la carretera con un ritmo sonoro en los cascos, a toda prisa el viento se abrió paso en contra del carruaje de regreso a París como si escapara de un crimen atroz. A una hora de llegar a su destino, el día se tornó sombrío al igual que el estado de ánimo de Izuku. Las nubes se fueron acercando poco a poco, como si quisieran cubrir de oscuridad el extenso paisaje agrícola de colinas verdes y sembradíos de uvas. A medida que se apretaban entre sí, formaron una masa negra, grotesca y amenazante. Los rayos de sol se desvanecieron. De repente, un retumbo ensordecedor sacudió el entorno, seguido por un eco que resonó en las colinas cercanas. La tormenta se avecinaba. El ambiente dentro del carruaje era fúnebre y lleno de incertidumbre. Izuku vestía por última vez de civil usando una chaqueta, chaleco y pantalones de lana de un color oliva, en el cuello llevaba una corbata verde brillante con el nudo torcido y botas. El chico suspiró fatigado por el largo viaje y recargó su cabeza de hierba en el marco de la ventanilla. Sus grandes ojos esmeraldas contemplaron muertos el paisaje interminable de vides que se enroscaban alrededor de estacas de madera enterradas en la tierra. El campo verde lucía solitario como si fuera tierra de nadie, sobre todo llamaron su atención, los racimos de uvas que colgaban en forma de una horca con miles de diminutas cabezas amoratadas. A causa de la velocidad endemoniada del carruaje, las figuras en el exterior fueron haciéndose oscuras y borrosas para sus ojos. El tiempo se consumía rápido, mientras que el carruaje disminuía los kilómetros faltantes hacia el reformatorio. Un relámpago fulminó las nubes negras al mismo tiempo que la palabra culpa apareció como un destello en su cabeza. De pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. Las llamas que habían enardecido sus pupilas durante su acto delictivo se apagaron desde el momento de su detención y ahora eran un par de luceros quemados. Izuku sentía que nunca volvería a ver la ciudad de las luces. No volvería a presenciar la belleza gótica de Notre Dame ni asistir con su madre para la misa del domingo. No volvería a respirar el aroma de los cafés en las calles y los croissants recién traídos de la panadería. No cruzaría otra vez los puentes que atravesaban el río Sena y dividían en dos a París. Toda su vida como un chico común de la burguesía se desvanecía al galope de los caballos. Sin embargo, esas pérdidas eran menores frente al sentimiento de ser consumido vivo. Izuku tenía deshecho el corazón, pero su pena no era a causa de la condena en los tribunales, sino que su dolor provenía del peor crimen que puede cometer un hombre contra otro hombre. Le dolía tanto el corazón que era insoportable incluso respirar un día más, pero Izuku aceptaba ese palpitar doloroso como un recordatorio de lo que nunca debía sentir otra vez. Manteniendo la cabeza posada en la ventanilla, por enésima vez suspiró fatigado e inhaló el perfume de los viñedos que se colaba por la orilla de la puerta. Cerrando los ojos, alcanzó escuchar el sonido del descorche de una botella de Pinot noir y su aroma a cerezas rojas frescas se impregnó en la nariz. El recuerdo del sabor del vino en sus labios provocó que las lágrimas continuaran rodando por sus mejillas. Sus párpados se apretaron con cierto sufrimiento y una arruga se dibujó en su entrecejo al recordar la última gota que derramó el vaso antes de perder los estribos… ──❀•❀── Unas semanas atrás. —¡Midoriya! ¡Midoriya! —Los compañeros de bachillerato de Izuku, que habían sido sus amigos desde el primer año e iban por el segundo, llamaron su atención con un ademán. En el pasillo de entrada, Izuku notó su presencia y los siguió con confianza. Los tres amigos lo guiaron con amabilidad hasta llegar a atrás de los salones. Habían jurado que no creían en las habladurías de su escandalosa homosexualidad, rumor que se esparció en los pasillos y el vecindario entero como la pólvora cuando se oyó la denuncia de sodomía en contra suya. El corazón del chico de cabello verde y ojos grandes se sintió cobijado por el apoyó de sus amigos en ese momento de tormenta. Izuku era uno de esos chicos que siempre llevaban un libro en la mano. Su gesto diario era el de una sonrisa amable, y su personalidad era de esas que no saben cómo decir que no al pedirles favores. De esos chicos ingenuos que piensan que si uno es bueno por correspondencia, el mundo también lo será, aunque muchas veces la realidad es que al mundo le gusta tirar mierda. En un parpadeo, la cálida amistad y el apoyo se extinguieron con un golpe en su quijada que borró su sonrisa. Sus “amigos” le quitaron el saco del uniforme y lo sometieron. Antes de que Izuku pidiera auxilió, su vista fue cegada con su propia chaqueta, siendo utilizado como capucha. Las mangas largas se apretaron a su cuello iguales a serpientes. —¡Suéltenme! —La garganta de Izuku se cerró por el nudo, su pecho se elevó asmático por el sofoco y su corazón se aterró por la ceguera involuntaria. Intentó gritar por auxilio, pero recibió un puño en la boca del estómago que lo dejó sin aire. —¡Oye desviado! Dicen que bebías vino a diario con ese aristócrata de cara quemada. ¡Qué asco! —Uno de los chicos escupió con repulsión y después se burló —¡Ey Midoriya, no sabía que te gustaba el alcohol y las vergas con dinero! Las carcajadas perversas de los tres chicos no se hicieron esperar. Un fuerte azote empujó a Izuku, haciendo que su cabeza rebotara contra la pared de los salones. El concreto retumbó en sus sienes. Izuku soportó unos cuantos golpes en las costillas e insultos denigrantes antes de que su espalda resbalara por el muro hasta caer sobre la hierba crecida, donde por primera vez comprendió el dolor de su crimen atroz: El amar a otro hombre. —Tienes una cara tan inocente, Midoriya pero hiciste cosas tan repugnantes peor que una puta de esquina. ¿De verdad te comías su v***a? ¿Te llenó de semen el culo? ¿Cuánto cobraste? ¡No me digas que lo hiciste gratis! —comentó el segundo con morbosidad mientras con una sonrisilla divertida hizo que la punta de su pie pisara su entrepierna. —Moviste tu cola por esto. —dijo entre risas mientras le aplastaba el pene. En el piso, Izuku soltó un quejido por el contacto con la suela dura contra su glande. Intentó cerrar sus piernas, solo ocasionó qué el agresor aumentará la presión sobre su sexo. Pidió que se detuviera con un hilo de voz, no obstante, el pie sometió con mayor gozó y crueldad como si él ya no fuera una persona con derechos. Enseguida su cara se arrugó por el sofoco y las lágrimas se trabaron a orillas de sus ojos. —P-para, p-por favor... —Izuku gimió con el saco sobre su cabeza. —Me duele. Los golpes recibidos ardían en su piel y el pisotón en su pene estimularon sus nervios causando una erección sin su consentimiento. En ese instante de percibir la palpitación de su carne, se sintió como un monstruo. —¡Qué repugnante! ¡Miren a este tipo se le paró! —señaló el tercero de sus compañeros. Izuku imaginó una expresión de vómito en el rostro de sus amigos. No podían perdonarlo que se metiera con un hombre porque los rumores también iban dirigidos a ellos y eso provocó su rabia. El saco apretado a su cuello lo ahogaba, podía quitárselo, ya que tenía las manos libres, pero Izuku fue pasivo ante todo el ataque porque no pensaba en el dolor físico de los golpes, ni su leve asfixia, si no en el rostro bonito de quien martilló clavos a su corazón. —¡Midoriya porque no me la chupas a mí también! —intervino el tercero con malicia quien se rio —Tengo lo que tanto te gusta una v***a grande y una botella de vino. Izuku se encogió de hombros y agachó derrotado la cabeza al recordar esa tentadora copa escarlata que nunca debió beber y al chico que nunca debió probar. A continuación oyó risas, el descorche de una botella y el jugo de uvas agrias cayendo. El vino golpeó su coronilla como una cascada sangrienta. La tela de la capucha absorbió el líquido y lágrimas rojizas se derramaron, quemando como alcohol en sus mejillas. La camisa blanca se tiñó de rojo igual a su reputación. Quería morir. Era una diana donde todos los dedos que señalaban su pecado, se convertían en flechas penetrando su carne, como a un mártir mientras una voz macabra proclamaba: ¡He ahí a un sodomita! El gusto del vino impregnó sus labios secos, lo probó e identificó la esencia de la cepa que era un Pinot noir. En sus recuerdos aparecieron unos finos labios, pintados de rojo por el vino, que lo llamaban de manera dulce: “Mi hermoso chico”. El Pinot Noir desplegaba una sinfonía de sabores frutales rojos: cerezas, fresas y frambuesas, acompañada de un toque especiado a clavos de olor. En su conjunto, este vino se presentaba como una delicada y seductora experiencia, con un color rubí que, al ser degustado, envolvía la boca en dulzura y dejaba un sutil rastro de alcohol. Sin embargo, para Izuku, el Pinot Noir resultaba agrio. Agrio como el veneno mismo. A la sociedad victoriana se le podía considerar, personas de doble moral. Por un lado, la religión y el recato era una influencia en la vida cotidiana, se esperaba que todos siguieran normas estrictas de conducta, especialmente en la sexualidad. Había manuales de cortejo dictando que un caballero no podía acercarse de más a una dama, tenía que ser presentado a través de una persona que conociera a ambos, además que establecían que la clase social adquiría un papel fundamental en la elección de pareja. El sexo solo podía ocurrir después del matrimonio. Por otro lado, París estaba llena de prostíbulos, sífilis y orgías. El sexo, las fiestas y el vino era el motor de la vida nocturna, los esposos engañaban a sus esposas sin que nadie les recriminara como cuando ocurría de manera inversa. Incluso para los homosexuales que se chupaban la v***a en callejones oscuros, sin mediar ni una palabra, estaban a salvo mientras nadie los denunciara. Pero el caso de Izuku no se trataba de que un policía lo hallará en el acto de perversión o algún prejuicio de un buen samaritano que lo denunció solo por menear las caderas al caminar. El caso de Izuku era una traición. Recibiendo la cascada de vino sobre su cabeza, Izuku se encontró inmerso en recuerdos con aquella copa prohibida que se iba llenando de carmín hasta llegar al borde. Unos labios delgados y envinados bebieron del cristal. Todavía tenía sentimientos de amor y pasión por el dueño de esa boca, quería besarla una vez más y al mismo tiempo el resentimiento y la ira consumían la bondad que quedaba en él. Cuando la última gota del Pinot noir cayó sobre su cabeza, Izuku continuó recibiendo una paliza a base de patadas. Todavía tenía el pene erecto y fue maltratado hasta que se le bajó, sin ninguna eyaculación, dejándolo con una sensación pesada en los testículos que lo hicieron sollozar. —¡Esto no fue por desviado, es por acosar a hombres de verdad! ¡Maldito maricón deberías estar encerrado! —gritaron. La campana de la primera clase sonó y sus supuestos amigos lo abandonaron como una bolsa de basura sobre el charco de vino. Izuku tenía moretones en los brazos y una herida abierta en el lado derecho de su sien. La sangre descendió de ella como una lágrima solitaria. En silencio y con las piernas temblando por las patadas se puso de pie. Una mano se apoyó contra el muro para no caer; cansado, o se quitó el nudo en su cuello y se liberó del saco en su cabeza. Por fin respiró y sus ligeros rizos húmedos y verdes se alborotaron. El vino había mojado su camisa volviéndola translúcida; la tela blanca teñida de rosa se pegó a sus pezones duros y tuvo escalofríos. El vino llegó incluso a mojar sus pantalones verdes haciéndolo ver como si se hubiera orinado. Izuku tenía una imagen deplorable. Lo peor de todo era ese aroma al Pinot Noir que se embadurnó en su piel igual que el perfume de su amante se impregnaba en aquellas noches en que entregaba su cuerpo por amor. El chico de aspecto pequeño, menudo y dulce, que a simple vista no destacaba en belleza, mordió su boca hasta reventar sus labios por el nauseabundo olor. —Lo odio —dijo respirando el Pinot Noir mientras la ira hinchaba las venas de sus puños. Detestaba ese vino porque el Pinot noir era el vino favorito de su amante Todoroki. Izuku, exhausto por los agrios recuerdos, observó cómo las gotas envinadas de sus mechones caían en un ritmo constante, como un tic tac. Hubiera dado una pierna, un ojo, un brazo, cualquier cosa por regresar el tiempo y evitar enamorarse de un hombre, pero el tiempo siempre ha sido cruel y nunca ha girado hacia atrás. En segundos rompió en llanto de nuevo y desconsolado dijo: Soy una aberración. El chico lloró hasta quedar seco y poco a poco las voces lejanas de los estudiantes pasándose de boca en boca el chisme del sodomita del colegio dejaron de zumbar en sus oídos. Después de la amargura, sus entrañas burbujearon intempestivas como la lava de un volcán. —¡No es justo que yo pague por los dos! —exclamó con el corazón roto —Qué importa si me condenó al infierno… de todos modos, ya estoy viviendo en el —proclamó y el interior de sus pupilas húmedas se encendieron como un leño en la hoguera. Una semana después de que su denuncia por sodomía fue ratificada, el director lo expulsó por sus actos inmorales, su padre lo rechazó y estuvo a punto de correrlo de la casa aunque su madre lo impidió. Ella lloró sin parar en la sala preguntándose qué hizo mal. Toda la vida que Izuku conocía se había derrumbado. El chico de pecas se encerró por días en su habitación y dejó de preocuparse por su juicio próximo y su futuro. Una noche a la luz de una vela descubrió cómo ardían sentimientos venenosos que jamás había experimentado antes. Quería venganza. Fue un viernes cuando sus botas rojas resonaron por el adoquín del centro de París. La noche envolvía la ciudad iluminada por farolas negras que bañaban las calles de luz eléctrica en un tono amarillento. Caminaba con un ritmo hipnótico, esquivando por la acera, transeúntes y bicicletas sin que su mirada perdiera el trayecto. Llevaba un braceo agresivo y justo al final, en su mano derecha, se ocultaba en su puño una piedra de río que iba y venía como un péndulo peligroso. Avanzó sin cesar hasta detenerse en la acera de enfrente donde la licorería de los Todoroki se encontraba. Su mirada anterior, una vez ingenua y dulce, ahora ardía con la acidez de un reptil. El entrecejo estaba arrugado y las cejas parecían flechas. Observaba la tienda a la distancia como un acosador; sus ojos redondos eran llamaradas verdes y unas ojeras habían trastornado su rostro lozano. Izuku de solo un metro con sesenta y seis centímetros de altura, se mantuvo de pie en una zona oculta, por un breve instante escudriñó a la distancia la fachada lujosa del establecimiento del boulevard St. Michael. La licorería destacaba entre las más prestigiosas y exclusivas de París, un refugio para la aristocracia llena de vanalidad que va en búsqueda de vinos de la más alta calidad. El establecimiento emanaba un encanto colonial, con una imponente puerta doble y un gran pórtico. En el dintel de la puerta estaba el escudo familiar de un águila de fuego. La vidriera, enmarcada en roble, exhibía con elegancia las botellas de vino. A través de la ventana, se vislumbraba un exquisito vestíbulo donde los amantes del vino podían degustar sus selecciones. Desde el techo, una majestuosa lámpara de araña arrojaba una luz cautivadora sobre el ambiente. Los vinos, colocados en el aparador, se encontraban ordenados por año y por las distintas cepas de uva: Pinot Noir, Chardonnay, Cabernet Sauvignon, Merlot, entre otras. Izuku vio a clientes entrar y salir. Ahí de pie en la acera como un maniquí espero a que la clientela fuera disminuyendo mientras la semilla del mal crecía en su vientre como un monstruo que le animaba diciendo: “Sabes que esto es injusto y él también merece un castigo”. La sombra de su flequillo cubrió sus ojos, sus pecas parecían puntos negros y sus labios se alargaron con una sonrisa casi invisible. Izuku asintió como si le respondiera al monstruo: “Si, es injusto”. Los carruajes iban y venían con el típico ritmo citadino. El sonido del galope y las conversaciones se mezclaban con el paisaje señorial de los edificios; hombres cruzaban la calle vestidos de frac, sombrero de copa y bastón mientras las mujeres usaban vestidos largos con un corsé que hacía lucir su cintura estrecha y su peinado era adornado con tocados florales. El pecoso vestía más como de la clase obrera que un burgués pues lucía desaliñado. Usaba unos pantalones marrones de lana, tirantes negros, una camisa blanca desfajado, por un lado, y un corbatín verde mal anudado. Su apariencia era la de un delincuente, pero eso era lo de menos, Izuku pensaba en el dolor, el llanto y la traición. No le importaba las consecuencias, solo quería venganza. De un arranque cruzó la calle y apretó la piedra de río en su palma. Las venas de sus dedos se resaltaron, rechinó los dientes y lloró con rabia por sus errores. Por dejar que esas manos blancas y delicadas tocaran lugares que un hombre nunca permitiría que fueran manchados. Darle permiso a esos labios delgados a que le comieran la boca. No protestar cuando su amante poseyó su cuerpo hasta lo más profundo. Izuku estaba fuera de sí. Se odiaba a sí mismo por permitir que el amor devorará su razón y también odiaba a Todoroki porque con el corazón desgarrado aún quería amarlo. Con el caos en la cabeza dejó que los impulsos y el dolor lo controlarán. Al llegar frente a la tienda explotó. De pronto su vista se nubló y no recordó cuando su cerebro dio la orden de soltar el proyectil. El puño se abrió y la piedra fue liberada para cumplir su destino. —¡VETE AL INFIERNO, IDIOTA! —maldijo con todas sus fuerzas queriendo matar al amor de su vida. La piedra giró en el aire varias veces hasta chocar violentamente contra las ventanas del local. El sonido fue estridente y el cristal fue roto en mil pedazos, al igual que se destroza los pétalos de una flor. Algunos vinos que se hallaban de exhibición estallaron por el impacto y el color rojo salpicó como sangre la escena. El ruido del caos fue música para sus oídos. Los vinos fluían, formando un río y creando un charco de sangre que se dirigió a los impolutos zapatos negros de Todoroki. Una botella rodó por la calle hasta que una pata de caballo la aplastó. Las miradas de los transeúntes se paralizaron. Izuku sintió que su amor por fin se había destruido al mismo tiempo que se rompía el cristal, sin embargo, así como el sabor dulce del pinot noir resalta sobre el alcohol, la verdadera personalidad de Izuku emergió de su torpe venganza. La curiosidad atrajo a los transeúntes hacia la licorería, y al oír sus murmullos, esos ojos verdes furiosos salieron de su trance para sorprenderse de su vandalismo. Izuku vio a través de la ventana rota la mirada heterocromática de su amante, quién lo observó perturbado desde el interior del establecimiento. El rostro de Todoroki que era como la porcelana y muy bello, mostraba cortes pequeños en las mejillas, pedazos de vidrios sobre su cabello rojo y blanco y una expresión incrédula. Todoroki Shoto inhaló el aroma a vino que lo rodeaba, recordando los apasionados besos que Izuku le daba con lápiz labial, y se quedó en silencio, con la boca entreabierta mientras que la sangre descendía de sus heridas. Le dirigió una última mirada a su amante. Las pupilas de Izuku temblaron de miedo al ver la cara que tanto amo manchada de sangre. Su rostro pecoso se suavizó abandonando las expresiones vengativas, los hombros se le pusieron rígidos y su cabello de hierba se erizó de puntas cuando un hombre señaló a la policía al autor del crimen. —¡Fue él! ¡El chico del cabello verde y los tirantes! Para cuando la venganza lo abandonó con las consecuencias, Izuku estaba encogido tras los barrotes junto a un borracho de un ojo de vidrio y un vagabundo maloliente que olfateó su perfume de violetas con envidia. A partir de ahí todo se convirtió en un sueño largo del cual no podía despertar pero incluso cuando lo hiciese en el futuro la pesadilla solo habría comenzado… ──❀•❀── El carruaje de la policía, rumbo al reformatorio de Borgoña, continuó avanzando entre el paisaje de nubes negras retumbando sobre los interminables campos de uvas. Dentro, Izuku percibió el fuerte andar de los caballos y salió de su introspección. Levantó la cabeza derrotada de la ventanilla y de inmediato silenció los recuerdos que no le servirían en su nueva vida en el encierro. Intentó separar su identidad como civil con la actual donde sería un presidiario. El resto del camino se dedicó a admirar la belleza de la libertad por última vez. A través del cristal vio cuervos huir de la tormenta y pensó en la vida normal que iba perdiendo con el avance del carruaje. Al consumirse los minutos, sus manos en su regazo comenzaron a jugar con un pañuelo, luchando con el miedo de llegar a la puerta del reformatorio. ¿Qué pasaría en ese lugar?, ¿era tan terrible vivir en un internado para chicos problema?, ¿sus compañeros serían malvados y crueles?, ¿hallaría consuelo? ¿En qué tipo de hombre se convertiría? Las nubes negras cubrieron completamente el paisaje natural y empezaron a retumbar con mayor intensidad, el agua comenzó a caer en gruesas gotas. Los caballos se desviaron de la carretera por un sendero que subía hacia una colina donde se vislumbraba una iglesia con su cruz en la punta. El carruaje n***o y su tripulante tambaleron de un lado a otro por el rocoso camino y en un par de minutos llegaron a su destino final. Un imponente portón de hierro se alzaba majestuosamente, dando la bienvenida al reformatorio. De color n***o y de un estilo gótico, los barrotes tenía puntas afiladas qué se entrelazaban entre sí formando arcos y picos; en el centro se encontraba una placa soldada, dividida por dos puertas, en la cual estaba inscrita la siguiente leyenda: "Hay salvación en el arrepentimiento". Izuku hizo su último acto como hombre libre, resignado bajó del carruaje por su propio pie como si visitará algún sitio histórico del siglo XIII. Y así lo era, el reformatorio fue una antigua abadía, en donde monjes de claustro preparaban vino de consagrar. Era un lugar perdido en el tiempo, lejano a las luces hermosas de París y la tecnología del momento. Un sitio para el retiro, lleno de aire puro, solitario para la reflexión, ideal para el trabajo duro y turbulento para la locura. A simple vista, el sitio religioso parecía silencioso y decente, Izuku dejó atrás la imagen de que estaba en una peligrosa cárcel y pensó que si se enfocaba en estudiar y rezar no le costaría regresar al camino correcto y reformarse. Su intención era volverse un hombre normal y no un desviado que arrojaba rocas por despecho aunque las palabras en el portón no ayudaron a cambiar su estado miserable a uno esperanzador. Porque aunque quería ser alguien bueno no se arrepentía de lo que había hecho. —¡Izuku Midoriya condenado a un año en Borgoña! —gritó su oficial de custodia el cual había actuado como su chófer. El custodio uniformado de azul y capa, bajó del carruaje con papelería en mano. El guardia del portón vestido con un atuendo oscuro corte militar con botonadura roja al frente verificó sus papeles. En esos segundos el cielo retumbó de nuevo y el viento arremolinó las gotas de lluvia. Izuku cubrió con su mano su vista del agua. —Izuku Midoriya. Agresión a propiedad privada. Acoso s****l. Sodomía. —El guardia repasó de manera rutinaria sus delitos.

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