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Almas Heridas

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intro-logo
Blurb

Desde niño, Sébastien Le Pen, había conocido el horror en una sociedad hipócrita y pre-juiciosa que, le había herido y destruido en su interior.

En el mundo, no existía nada que él odiara más que aquella nobleza y aristocracia, en la cual había nacido. O tal vez si, a esa mujer.

Alexandra Kennedy París, pertenecía a una de las familias mas destacadas e influyentes de la nobleza londinense. Había sido educada para ser una perfecta dama de sociedad, lo cual la hacía estar muy por encima de aquellos que no tenían su status social.

Ella representaba todo cuanto él odiaba, y él era todo cuanto ella despreciaba.

"Sin embargo, bajo una lucha constante, se desata la pasión y el fuego que lo aviva, acrecentando un amor y un odio que los uniría o destruiría para siempre."

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Prólogo
Agate. La suave brisa revolvía la larga y ondulada cabellera de la joven, quien sonreía de manera dulce y tierna. Aun podía escuchar su suave voz diciéndole que todo iba a estar bien pero, aquello nunca fue cierto. Nunca nada estuvo bien, ni en el comienzo, ni en el transcurso, ni mucho menos después de eso. Por más que se repitiera a si mismo que, aquello no era verdad, que Agate, su joya francesa, estaba en su mejor momento, llena de vida, de salud y sobre todo de alegría, en el fondo él sabía que eso no era así. - ¿Bastien? - lo llamo ella. Porque había sido ella, quien había comenzado a llamarlo de esa manera, haciendo que sus amigos la imitaran. Parpadeo un par de veces y la miro en silencio. ¿Acaso estaba soñando de nuevo? ¿Era esa una de sus tantos sueños que acababan en pesadillas? - Bastien. - insistió ella en llamarlo. Y él, alzó su mano para tocarla. Necesitaba tocarla, sentir que aquello era real y no solo producto de sus sueños. Pero, en el momento en que alzó su mano y la tuvo frente a sí, se dio cuenta de que esta, era la mano de un niño pequeño. Inmediatamente, devolvió sus manos hacía si, colocándolas ambas, frente a su cara y observándolas con miedo. Se llevo las manos al rostro y se toco la cara y el cuerpo con desesperación. Entonces, notó que no solo tenía las manos de un niño pequeño sino que además, tenía el rostro y el cuerpo de uno. Era un niño, el mismo niño de seis años que había sido cuando a ella, su tesoro más invaluable, se le había apagado la luz de sus ojos, sumergiéndola en una temible y densa oscuridad de la cual nunca despertó. Pero él, ya no tenía esa edad, ya no era un niño indefenso. Hace mucho que había crecido y lo recordaba bien por el dolor que hacerlo, le había causado. Entonces se volvió a mirarla, con lágrimas en los ojos sabiendo lo que venía a continuación: ella desaparecería como siempre lo hacía. Se esfumaría de la misma manera que lo había hecho en la vida real. Y él no podría hacer nada por evitarlo, por más que eso le estuviera destrozando el alma. En ese preciso instante, ella lo estaba mirando con sus intensos ojos cobaltos y esos hermosos hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando sonreía. Pero aquello, no duraría mucho tiempo y él lo sabía. Había tenido ese mismo sueño, incontables de veces y aún así, no podía evitar sentir el dolor que este le causaba. - Agate. - pronunció él lentamente. Y en cuanto lo hizo, el cuerpo de ella, comenzó a esfumarse como si se tratara de cenizas que el viento se llevaba. - AGATE. - grito en un intento de que volviera, de retenerla a su lado pero, eso no sucedió. Y entonces, comenzó a correr detrás del viento, tratando de agarrar cada una de sus cenizas y poder unirlas como si con eso, pudiera cambiar la realidad. - AGATE. ¿Por qué tenía que decir su nombre? Cada vez que lo hacía, siempre que decía su nombre, o intentaba tocarla, ella se desvanecía, y aún así, él no podía cambiar lo que hacía en sus sueños. Por más que supiera que este, era un sueño, este parecía tener vida propia y se negaba a que lo cambiara. ¿Por qué demonios no podía quedarse callado o viéndola en la distancia sin tocarla simplemente? Por lo menos así, permanecería allí, en ese instante, junto a ella, para toda la vida. Aunque solo fuera un sueño. Pero por lo menos, sería feliz en este. Siempre sucedía igual, pensó removiéndose sin poder despertar de aquella tortura. Y comenzó a llorar con desesperación y dolor, como si en verdad fuera un niño y no el hombre que ahora era. Sintió un profundo dolor en el pecho y comenzó a gritar, suplicando e implorando porque nada de eso fuera verdad, porque ella no se hubiera desvanecido realmente de su vida. Porque Agate siguiera a su lado, sonriéndole como siempre. Y justo en ese instante, sintió como si la tierra temblara y él se tambaleara. - Sébastien. - lo llamó Alain alzando un poco la voz y zarandeándole para tratar de despertarlo. Pero por más que lo llamara, su amigo parecía estar profundamente dormido sin poder despertar de aquel mal sueño que estaba teniendo. - Sébastien. - le llamo una vez más. Y cuando volvió a tocarlo para zarandearlo una vez más, este le respondió lanzándole un fuerte golpe en el hombro, haciendo que se tambaleara hacía atrás y estuviera a punto de caer al suelo. - BASTIEN. - grito esta vez, temiendo que a la próxima se lastimara a sí mismo. Y esta vez, él pareció oírlo y reaccionar a su llamado pues, se sentó de golpe sobre la cama. Al principio entorno los ojos, tratando que estos se acostumbraran a la oscuridad que había a su alrededor y cuando por fin lo logro, observo todo a su alrededor bastante confundido y desorientado como solía pasarle siempre que soñaba con ella. Eran tan reales y vividos aquellos sueños que, Bastien, tardaba un tiempo antes de poder distinguir la realidad de su sueño, incluso después de despertar. - Estabas teniendo otra de tus pesadillas. - le explicó Alain al cabo de un rato. Pero él no dijo nada al respecto, como si no hubiera notado su presencia y no le hubiera escuchado pero, Alain sabía que lo había hecho. Bastien apretó las manos en puños, tratando de contener todo lo que llevaba por dentro. Agate. Había sido una joven llena de sueños y esperanzas. Y aun cuando su propio padre la había sometido a los peores abusos y maltratos que alguien pudiera imaginar si quiera, siempre aguardo con esperanza de que algún todo eso cambiaría y todo estaría bien. Pero eso, nunca fue así. Nada estuvo bien y para ella, nunca hubo nada bonito en la vida. Esa sociedad que, la hizo esperar y soñar con un futuro mejor, nunca fue capaz de hacer nada por ella ni de ayudarla. Agacho la cabeza, llevando sus manos a donde ella y presionándola fuertemente debido al intenso dolor que estaba comenzando a sentir. - Solo ha sido un mal sueño. - volvió a hablar Alain. Sin embargo, eso no era cierto. No había sido solo un mal sueño. Esa, era su realidad. Agate se había ido, ido para siempre y por más que él no lo aceptara ni lo quisiera así, no había manera de hacer que volviera. Pero lo que más le dolía en el alma, era saber que esa mujer que una vez le dio la vida, había permitido que aquel hombre se la arrebatara, y todo, por seguir las normas y costumbres de una sociedad repugnante y despreciable. Esa mujer, había puesto su buen nombre, sus propiedades, sus lujos, su educación, por encima de su propia hija. Se había casado con un hombre a la altura de su apellido. Y a pesar de haber sido sometida durante años a malos tratos, de saber que aquel hombre era un peligro para ella y para Agate, había rechazado el ofrecimiento de un hombre humilde pero honesto y mucho más noble de corazón. ¿Y todo por qué? Porque lo correcto, lo digno, la sociedad, dictaminaban que debía quedarse allí, junto a su marido, soportando todo a lo que él la sometía, permitiendo que dañara a Agate. ¡Y vaya que lo había logrado!, pensó con amargura. Había permanecido toda su vida junto a un desgraciado que solo había acabado con la vida de su hija y la suya propia tiempo después. Era increíble como, ni aun después de que este asesinara a Agate, ella lo había abandonado. Al contrario, siguió junto a ese desgraciado. Y la sociedad misma, había aceptado lo que él dijo respecto a la muerte de su hija. Nunca investigaron nada, aun cuando todos sabían que, había sido él, el culpable de su muerte. Esa maldita sociedad en la cual había tenido la desgracia de nacer, había perdonado a ese malnacido y no le hizo pagar por el crimen tan horrendo que había cometido. Bastien no podía entender ni aceptar ese hecho pues eso, le había quitado, lo que más había amado en toda su vida. - Quiero estar solo. - fue todo lo que dijo. Y Alain asintió sin decir nada más, comprendiendo que nada de lo que dijera, serviría de nada. Se marcho de allí, sabiendo que lo mejor para su amigo, era darle su espacio y tiempo para que se recuperara de aquel sueño. Una vez a solas, Bastien se puso en pie, tomando su uniforme de soldado. Habían pasado muchos años ya, desde lo sucedido con Agate pero, el tiempo no lograba hacer que la culpa, las pesadillas y el dolor cedieran y lo dejaran en paz. Se vistió y salió de su tienda de campaña caminando a un lugar apartado y solitario, lejos de su destacamento de soldados. Y cuando creyó que se había alejado lo suficiente, se acostó sobre la grama boca arriba con los brazos cruzados bajo su cabeza, mirando al cielo. - Agate. - susurro. Cuantos años habían pasado desde entonces. Y cuantos más pasarían antes de que él, pudiera sanar las profundas heridas de su corazón. Si tan solo ella supiera cuanto le dolía su ausencia, cuanto la echaba de menos. Si tan solo pudiera verla una vez más y decirle cuanto la amaba. No importaba cuanto tiempo pasara, él nunca podría olvidarla, ni mucho menos, podría olvidar jamás todo lo que había significado para él en su vida. Gracias a ella, su vida no había iniciado miserablemente. Incluso había sido feliz en medio de aquel infierno. Pero, aun siendo un niño, cuando tuvo que enfrentarse a la realidad de que, los seres humanos no son eternos, ese momento en que vio su cuerpo inerte y bañado en sangre producto de la golpiza que había recibido y había apagado la luz de su vida, justo en ese instante, todo había cambiado para él. Podía recordar claramente cuanto había llorado sobre ella, pidiéndole que no lo dejara solo, que lo llevara a su lado. Había deseado tanto el morir a su lado pero, el destino no le concedió su deseo de la misma manera que nunca le concedió nada. Y él, no había tenido el valor de acabar con su propia vida, después de que ella, había dado la suya por la de él. Y en lugar de ello, cuando cumplió los catorce años, decidió huir por lo menos del infierno de su casa para vivir en el infierno de una guerra. ¿Qué más daba un infierno que otro? Al menos así, estaría lejos de todo lo que odiaba y aborrecía. Aunque nunca, podría huir del infierno que habitaba en su interior. Ese era el peor de los infiernos que él, hubiera conocido jamás. De ese, nunca podría escapar, no importaba las veces que lo intentara. Pensó en Agate y en la dulce y tierna sonrisa que tenía en sus sueños. Ella siempre había creído que el mundo era de colores, por más que todo lo que había conocido de este fuera n***o. Siempre creyó que allá, fuera de las paredes que formaban su cárcel, su infierno, había personas buenas, amables, en esa sociedad que nunca hizo nada por ayudarla. Cuanto le gustaría poder mostrarle el mundo lejos de casa, de lo que era y había sido para ambos, lejos de quienes debieron amarle y protegerle, lejos de todo lo que había conocido. Allí, en medio de la humildad y la pobreza que los aristócratas tanto despreciaban, Bastien había encontrado verdaderos lazos de hermandad y amistad, de lealtad y sinceridad, de cariño y apoyo incondicional, ese que nunca tuvo en casa, entre su sociedad. Incluso, había encontrado una mínima esperanza de que esa sociedad que tanto había aprendido a odiar, a la que pertenecía, no fuera tan mala después de todo, que existieran personas que valieran y se parecieran aunque solo fuera un poco en las únicas noble que habían mostrado pureza y nobleza de corazón para él. Lo había visto en Madame Ashley, lo veía en Madame Kayla. De alguna manera, ellas siempre, le recordaban a Agate. Su Agate.

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