Capítulo 3: Karma

1313 Words
Joe estaba eufórico. Como esta gente era extremadamente rica, seguro que conseguiría sus 100.000 dólares. Después de dudar durante más de diez segundos a un lado de la carretera, decidió tomar un taxi por primera vez en su vida. Era la primera vez en sus 22 años de vida que disfrutaba de semejante —lujo—. Después de unos diez minutos, Joe se bajó del taxi. No era porque hubiera llegado a su destino, sino porque el taxi había pinchado una rueda. El conductor se mostró apenado y lo suficientemente generoso como para decir que era un viaje gratis y le pidió a Joe que buscara otra forma de ir allí. Joe le preguntó por qué no había cambiado la rueda de repuesto. El conductor se rió y dijo que la rueda de repuesto había explotado el año pasado y que aún no la había cambiado. Joe se quedó sin palabras. ¿Podría alguien tener tan mala suerte como él? Ahora, Joe se sentía inquieto por el próximo viaje a la casa de la familia Andrew. Justo cuando empezaba a tener este sentimiento de depresión, Barret llamó. Joe le explicó su desafortunada situación. —Siento haberte causado problemas. Por favor, espera en el lugar y te recogeré enseguida. —De acuerdo, ahora mismo estoy junto a dos cubos de basura grises. Tal vez fuera porque había tratado demasiado con cubos de basura, Joe siempre se sentía más a gusto cuando se ponía al lado de los cubos de basura. Barret fue muy educado, pero cuando colgó, Joe empezó a sentirse incómodo de nuevo. Sus instintos le decían que estaba a punto de caer en un enorme vórtice, pero no podía echarse atrás ahora, ¿verdad? Después de esperar unos diez minutos, un Mercedes sedán de color champán se detuvo en el arcén. Un hombre de mediana edad bien vestido salió del coche y se dirigió rápidamente hacia Joe. Cuando sus ojos se posaron en Joe, se quedó visiblemente sorprendido, y luego sonrió débilmente. —Hola, ¿es usted el Sr. Smith? —Sí, soy yo, ¿y usted es Barret? —Sí, muchas gracias, Sr. Smith. Por favor, suba al coche. Mi señor le espera en casa. Joe casi se echa a reír. ¿En serio? ¿Todavía se dirigían a alguien como Señor ahora? La gente rica era rara, pensó Joe. Además, ¿un hombre muy rico sólo conducía un Mercedes? Joe esperaba al menos un Rolls-Royce o un Bentley. —Por favor, suba al coche, señor Smith. —Bueno... qué pasa con el dinero... —Sr. Smith, ¿puedo hacer una pregunta? ¿Está el collar todavía en la bolsa? —Sí, está. —Estupendo, señor Smith, le aseguro que tendrá hasta el último centavo del dinero que le han prometido. Joe se sintió aliviado ante la convicción de Barret y asintió: —Entonces vamos. Tras subir al coche, Barret miró a Joe varias veces por el espejo retrovisor. —¿Es usted un residente local aquí, Sr. Smith? —Más o menos. —¿Qué edad tienes? Joe estaba muy alerta. Sólo quería tomar el dinero y marcharse, así que no estaba dispuesto a revelar demasiado sobre sí mismo. —Tengo 25 años. —Oh, pareces más joven. Joe tarareó y miró su teléfono fingiendo que enviaba un mensaje a alguien. Deseó que Barret dejara de hacerle preguntas personales. El auto avanzó un rato y entró en una mansión a través de un gran portón de hierro. Unas estatuas de piedra con forma de águila se encontraban a ambos lados de la puerta, como una advertencia para todos los que entraran. A medida que el auto avanzaba, Joe vio un césped impecable, el jardín lleno de hermosas flores, un estanque con una fuente que goteaba y setos perfectamente cuidados.  Entonces sus ojos se posaron en la mansión de Andrew. Joe fingió mantener la calma, pero en el fondo no dejaba de decir: —Dios mío—. No pudo evitarlo. Ver una mansión de tan alta categoría era simplemente demasiado para un perdedor como él. Pronto, el auto se detuvo en la entrada de la mansión. —Por favor, salga del auto, Sr. Smith. Mi Señor le está esperando en el salón. —De acuerdo. Después de salir del auto, Joe caminó torpemente hacia el interior, con los ojos muy abiertos mientras observaba la grandiosa decoración de la mansión.    La felicidad de los ricos superaba con creces su imaginación de chico pobre que se ganaba la vida recogiendo basura. No había nadie en el enorme salón. —Lo siento, Sr. Smith, mi Señor puede haber ido al estudio. ¿Podría tomar asiento, por favor? Le pediré que venga aquí. —De acuerdo. Cuando Barret se fue, Joe pareció entrar en un mundo completamente nuevo y miró a su alrededor. No dejaba de maravillarse con todo lo que veía. Ni una sola cosa parecía fuera de lugar.    Unos minutos después, oyó pasos en el pasillo. Joe se sentó inmediatamente y mantuvo la mirada fija, tratando de parecer lo más culto posible. Pronto, una voz fría y estridente resonó en los oídos de Joe.  —¡Oye! ¿Tienes mi bolsa? Joe giró la cabeza e inmediatamente reconoció que era Nicole. Tuvo que admitir que era aún más hermosa que su foto en la tarjeta de identificación. Era alta, de piel clara, con un rostro delicado y una figura curvilínea, pero su expresión facial inquietaba a Joe. Parecía arrogante y altiva. Por un momento, Joe se quedó perplejo, sin saber qué decir. —¿Eh, eres tonto? ¿No me has oído? ¿Quién te ha permitido sentarte en nuestro sofá? ¡Tu ropa es asquerosa! Levántate —le gritó Nicole a Joe. Joe se levantó lentamente, tratando de mantener la calma. Estaba acostumbrado a que lo insultaran, pero las palabras de Nicole lo hirieron profundamente. Las lamentables historias que se había inventado se desmoronaron en un instante. Nicole se adelantó y le arrebató la bolsa a Joe con brusquedad. Rebuscó en su interior y sacó el collar. Luego miró a Joe con ferocidad. —¿Has tocado mi collar? —Eh, sólo quería ver lo que había encontrado, yo... Antes de que pudiera terminar, Nicole levantó la mano y lo abofeteó. —¿Quién te ha permitido tocar mis cosas? Joe sólo sintió el dolor ardiente en la mejilla, sus ojos se cerraron ante el repentino golpe de la sorpresa. ¿Qué había de malo en encontrar algo al costado del camino y abrirlo? ¡Qué joven tan poco razonable! —¿Por qué me golpeas? Al cabo de una décima de segundo, recibió otra bofetada. —¡Cómo te atreves! Joe dio un paso atrás y se cubrió la cara con las manos. —Tú... no te vayas muy lejos. —¡Sal de aquí ahora! Joe sabía que tenía que irse de inmediato, pero primero quería su dinero. Unas cuantas bofetadas valían la pena por 100.000 dólares. —Dame el dinero y me iré enseguida. Nicole hizo una mueca de desprecio, sacó un fajo de billetes de su bolso y se lo tiró a la cara a Joe. —Vete de aquí. Joe se agachó inmediatamente para recoger el dinero. Parecía que no podía contar con su recompensa de 100.000 dólares, así que decidió tomar todo lo que había. —Eres un hombre realmente rastrero. A Joe no le importaba en absoluto el comentario ridículo de Nicole, porque al haber pasado por innumerables sufrimientos en el pasado, era inmune a esas burlas e insultos. La realidad le decía muy bien que la dignidad no era más que una broma cuando se trataba de sobrevivir. Tras recoger el dinero, se levantó y se fue sin decir nada. Maldijo en voz baja cuando salió de la gran mansión. —¡Que perra! Espero que el karma te alcance, malvada bruja.
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