—Te dije que aun no he terminado contigo —comentó él una vez más al verla desde su silla favorita—. No todos los días me encuentro con una devota de la Biblia y de Dios. Usualmente suelen quemarse cuando colocan un pie en este puto lugar.
Violet estaba cansada del viaje, y algo consternada por el comportamiento del hombre. Akron Jagger no era la sombra del hombre que ella pensó que sería. No solo era imponente, intimidante y bastante dominante, sino que contaba con más tatuajes de los que alguna vez vio en toda su vida. Akron era un hombre que medía más que ella, que pesaba más que ella, y que con una mirada, tenía a sus enemigos lamiendo sus malvitas botas. Violet no negaría que estaba algo intimidada por él, no solo porque estaba a solas con él dentro de un bar con gente desmayada, sino porque veía la culata de su arma asomarse por la cintura de sus vaqueros. El hombre era el maldito Diablo.
—Por favor, te pido que me lleves a la universidad —dijo ella obviando el miedo que paralizaba su voz—. No quiero llegar tarde.
Akron no le dio una mirada descriptiva, ni la miró como si quisiera seducirla. La mirada del hombre era gélida como un témpano de hielo, y casi podía escuchar como el cuero de su guante oscuro crujía como las hojas en otoño. Él no le quitó la mirada de sus ojos claros, ni del miedo que sabía que le infundía. Amaba que le temieran, pero amaba más que ella lo hiciera.
—¿Crees que tu hermano se equivocó? —preguntó él.
Esa pregunta si cruzó por la cabeza de Violet. Ella, por un instante, se preguntó cómo era posible que su hermano, aquel que la protegía con su vida, le enviara a un lugar como ese, con un hombre como el maldito Jagger. Violet siempre escuchó del heroísmo del hombre al salvarlo de la zona de guerra, y Justin estaba sumamente agradecido con el cielo por salvarle la vida, sin embargo, desconocía lo que su mejor amigo del ejército hizo con su vida cuando dejó el servicio. Lo que estaba ante su hermana, no era el hombre sonriente que reía con él y que conoció a Violet años atrás, cuando aun era una pequeña de doble trenza.
Jagger, al ver que ella no respondió, se colocó de pie para encararla. Violet sintió un cosquilleo electrizante descender por su columna vertebral cuando él no se inmutó ni le quitó la mirada.
—¿Crees que se equivocó al enviarte conmigo? —preguntó él al crujir su mano y alzar el mentón para detonar imponencia—. No soy la persona que estuvo en la guerra con él, ni el que salvó su vida. Soy una persona complejamente diferente.
Ella también alzó su mentón.
—Puedo notarlo —respondió Violet, ocultando su temor por él.
Akron no sonrió, no pestañeó, no tuvo ni un reflejo de emoción.
—Deberías irte por donde viniste —soltó de pronto—. Texas no es un lugar para una criatura virginal como tú
Violet tragó saliva y le mantuvo la dura mirada.
—¿Piensas que soy una criatura virginal? —replicó ella.
Akron sintió como ella intentaba defenderse de él.
—No lo pienso. Lo dije —replicó él—. El hábito, la perfecta entonación, la manera en la que intentas defenderte cuando sabes que eres carne de carroñeros, lo demuestra. Eres la cena, dulzura.
Violet volvió a tragar y miró sus ojos.
—No seré la que termine devorada —corrigió Violet con la mano fuertemente apretada a su maleta—. No tengo miedo.
Akron no midió las consecuencias de sus palabras. Violet era como un rayo de sol que no podía permitir que brillara en esa mierda. Violet era como el sol naciente en el horizonte, mientras él era la oscuridad que aterraba a los pequeños en el armario. Una persona como ella no podía estar en un lugar como ese, y cualquier rastro de valentía u optimismo, debía esfumarse de ella tan pronto como Justin accedió a dejarla ir. Akron pensó que Justin sabía lo que ellos hacían, pero su ceguera arruinó a Violet.
—Aquí todos tienen miedo, incluso una mojigata como tú —le dijo Akron, causando un efecto de rebote doloroso en la chica—. Aquí Dios no tiene entrada. Es nuestro puto territorio. Nosotros somos Dios, y quienes nos enfrentan, se vuelven sal.
Violet supo que él conocía alguna cosa de la Biblia, aun cuando no la colocaba en práctica. Era evidente que lo que hacían en ese lugar, no era jugar bingo los domingos por la tarde, pero Violet se rehusaba a mostrarle el miedo que descendía por sus piernas.
—Supongo que mi hermano no sabe lo que haces, aunque sé quete vigila —comentó ella a la ligera.
—Qué pervertido —replicó Akron sin darle importancia y sabiendo que ella mentía. De ser verdad, no la habría dejado ir.
Violet miró de nuevo a las personas tendidas en las mesas y el aroma de alcohol derramado era uno que le quemaba la nariz. Estaba agotada de intentar entrar al caparazón del hombre, y que él cediera un poco. En la iglesia aprendió que la paciencia era una virtud con la que no contaba, y que era mejor ser un poco sumisa antes de provocar a un hombre del Diablo como era Akron.
—¿Qué debo hacer para que me lleves? —preguntó ella.
La mirada de Violet cambió a una sutil y sus labios se apretaron en una línea. Akron no necesitó mirar sus labios, ni acercarse a ella. La distancia era prudente, así como lo que le pediría a cambio.
—Puedes arrodillarte —dijo él sin índice de broma en sus ojos.
Violet brotó la vena en su cuello y dio un paso atrás.
—Púdrete —soltó y de inmediato se arrepintió por lo que dijo.
Ella no era una chica malhablada, y en los pocos minutos que llevaba junto al tatuado, sentía como él corrompía su alma. Violet siempre se preocupó de ir al cielo, de ser una buena hija, y aunque estaba cansada de ser devota a algo que no veía y no sentía cerca de ella, su lengua se escocía cuando decía una mala palabra, y él observó la vergüenza y la culpa bailando en su iris.
—Una mala palabra para una criatura virginal —le dijo él.
Violet apreté la cruz en su mano y rezó en silencio dos veces.
—Lo siento —se disculpó en un murmullo.
Akron conocía personas como ella, pero nunca una tan cerca. El deseo por corromper un alma tan pura, era casi excitante. Imaginarla arrodillada con su pene en su boca, lo endurecía y le volaba la cabeza. Él no estaba acostumbrado a ver mujeres como ella. La mayoría eran tan fáciles como destapar una botella con los dientes, pero ella, Violet Lux, era esa criatura casi extinta que le abultaba el pantalón de solo imaginarla corriéndose en su lengua.
—Qué fácil será esto —comentó él antes de agudizar el oído y escuchar como el rugir de varios motores se acercaba—. Mierda.
Los testículos de Akron subieron a su garganta cuando supo lo que sucedería si ella se quedaba en el bar cuando los demás llegasen. Repitió mierda y maldición tantas veces, que Violet sintió como la cruz en la palma de su mano quemaba como oro líquido.
—Regresaron antes —gruñó enojado.
Violet apenas podía escuchar algo acercarse, pero desconocía lo que era, o por qué el cambio de frío a alarmado de Akron.
—¿Quiénes regresaron antes? —preguntó ella.
Akron la miró y dio dos grandes zancadas a la puerta. La carretera estaba despejada, lo que le daba oportunidad de echarla.
—Tienes que irte —dijo al regresar.
Violet miró la alteración en sus ojos, y pensó que quizá esas personas eran mejores que él, o al menos una pequeña parte. Incluso llegó a pensar que, debido a lo que sucedía allí dentro, los que llegarían serían federales o policías, lo que era algo bueno.
—¿Quién viene? ¿La policía? —preguntó ella sin moverse.
Akron sujetó su codo y la acercó a su cuerpo. El impacto de su frágil pecho contra el duro torso de Akron, la paralizó. Sus ojos eran como chispas de fuego y su cuerpo estaba caliente cómo una hoguera. Akron la miró a los ojos, y ella sintió que le terminaba de pudrir el alma. Ella era luz, pero Akron era un puto cáncer.
—Agarra tu puta maleta y corre a la puta puerta lateral ahora —ordenó con el agarre en su codo—. ¡Violet! ¡Ahora!
El sonido de su nombre por primera vez, fue como un maldito sello que se quedó grabado en su tímpano. Su voz era tosca y demandante, pero lo que más le gustó a ella, era que incluso él tenía un punto débil. Quienes fuesen esas personas, le causaban cierto pánico al hombre que podía doblar hierro con las manos.
—No me iré —replicó mirándolo—. Quizá quiero conocerlos.
Akron odiaba cuando le refutaban las cosas, y más cuando no había tiempo en medio de la discusión. Lo que deseaba era sacarla del lugar que era un riesgo inminente para un ser como ella.
—¿Quieres conocer a los que te comerían como a un filete cocido? —preguntó apretando más su codo—. No lo creo.
Violet, aun cuando sabía que lo estaba refutando y que él era un hombre peligroso, no quiso que la viese como frágil. Ella le temía, y había algo más que desconocía en ese momento. El sentir su cuerpo caliente tan cerca, se sentía extraño. La hacía pensar en cosas indebidas y que su cuerpo reaccionara extraño. Ella siempre abrazaba personas, pero eran compañeros de las charlas cristianas, o el pastor de la iglesia. Nunca eran personas que pudieran alterar sus hormonas, ni que la hicieran pecar de pensamiento. Akron era todo lo que estaba mal en su vida.
—No me iré —afirmó ella—. Tendrás que usar otro truco que te resulte, porque la intimidación solo funcionará con el taxista.
Para ser alguien que creció bajo el ala de padres sobreprotectores y que le incrustaron una religión en la cabeza como la única que podía seguir hasta que los gusanos se comieran su carne, la voz de Violet era fuerte, y Akron lo odió. Odiaba que se enfrentaran a él, y más un ave sin alas como Violet.
—No tengo tiempo para tus mierdas —le gruñó soltándola—. Aquí aprenderás que mi puta palabra es una puta ley.
Akron ni siquiera se inclinó, ni ejerció fuerza bruta. Con un simple movimiento de brazos y el doblar de sus rodillas, logró que el esbelto y poco nutrido cuerpo de Violet reposara en su hombro. El movimiento la hizo soltar un chillido y uno de sus zapatos sin trenza al suelo. Violet chilló cuando Akron elevó la maleta y trotó hasta la puerta lateral. La pateó y en grandes zancadas buscó su auto. Violet miró su espalda y el cuero de su chaqueta, así como inhaló el aroma almizclado de un tenue perfume para la ropa. Era la primera vez que se encontraba en una situación como esa con cualquier persona. Ni siquiera su padre tenía la osadía de hacer semejante cosa, y el demonio, en la primera oportunidad, la tenía sobre sus hombros como si ella fuese una mujer de la calle.
—¡Bájame! —gritó ella—. ¡Te ordeno que me bajes!
Akron sintió como ella intentaba zafarse pateándolo. Era casi infantil la manera en la que pensaba defenderse de un agresor, y como le resultó infantil, recordó como se reprendía a un pequeño.
—No puedes ordenarme una puta cosa —replicó él palmeando su trasero cuatro veces seguidas y haciéndola cerrar los ojos ante los azotes del demonio—. No tienes una puta autoridad aquí.
Violet soltó la cruz cuando él la arrojó en el asiento del copiloto de su convertible antiguo. El Mustang del sesenta y siete era una antigüedad con la mayoría de sus piezas originales, y la añadidura del techo convertible cuando pasó a manos de Akron. El auto oscuro recibió el cuerpo de Violet y el golpe la hizo rebotar.
—Adentro, maldita sea —graznó él antes de girar para entrar.
Elevó la capota del auto y pisó el acelerador justo cuando los espejos laterales de las motocicletas brillaron a la luz de la tarde.
—Baja la puta cabeza —dijo tirando del torso de Violet hacia sus muslos separados—. ¡Cabeza abajo, maldita sea!
Violet impactó su boca reseca contra el bulto en el pantalón de Akron. Ella evitó respirar cuando Akron miró como los motorizados encabezados por el líder cruzaban a su lado como una parvada. Las chaquetas y chalecos oscuros brillaban por sus pedrerías y las insignias, pero solo una mirada en dirección al auto de Akron confirmó que estaba ocupado con una mujer en sus piernas. Ninguno de ellos lo detuvo, ni se atravesó en su camino. El Demonio apenas tuvo oportunidad de sacarla de allí, y de arrojar su maleta en el asiento trasero. No diría que respiró paz, pero la primera guerra contra su maldita oscuridad fue superada.
Violet mantuvo sus manos alejadas del cuerpo de Akron, sin embargo, su pene estaba rozando sus mejillas. Ella evitó moverse, y solo cerró los ojos cuando el sonido de las motocicletas fue tan fuerte que le erizó el vello de la nuca. Violet respiró lento, pero incluso esa ligera respiración cálida, hizo que el pene de Akron se endureciera sobre el rostro de la pequeña Violet, y cuando el peligro pasó, fue divertido para él. Akron no sonrió, pero en su interior rio porque incluso la santa de la iglesia terminaba con un puto pene en su boca. Violet no era la excepción a esa puta regla.
—¿Ya puedo subir? —preguntó ella cuando dejó de escuchar el rugir de los motores—. No me siento cómoda con esto.
Otra en su lugar habría dado su mesada del mes para meter el pene de Akron en su boca, mientras ella lo despreciaba.
—Levántate —dijo él y el cabello de Violet cayó sobre su frente y mejillas. Akron giró hacia ella y miró el color cobrizo resplandecer sobre su piel blanquecina y sus labios rosados sin una gota de labial—. Te dije que me pagarías esos ochenta.
Violet despegó sus labios y por un instante, un puto flashback de ella sonriéndole lasciva a él, con lencería del mismo color de su cabello y labios rojos, fue explosiva. Violet era un puto ángel en medio de un maldito infierno, y el diablo sabía lo mucho que tentaban esos malditos labios en los que él no podía caer.
Violet tragó saliva y se enderezó en el asiento. Ya habían dejado esa zona lúgubre y mortal, para adentrarse a una zona menos macabra. Violet se limpió la boca y las mejillas con ambos manos y colocó su cabello a ambos lados de sus orejas. Ninguno de los dos se miró, pero la pregunta estaba zumbando en la cabeza de ella.
—¿Por qué me sacas así? —le preguntó—. ¿Quiénes son?
Akron mantuvo la mirada en la carretera.
—Eso no te incumbe —replicó antes de arrojar una advertencia que esperaba que se grabara en su cabeza de zorrillo—. No quiero que vuelvas aquí. ¿Me escuchaste? ¿Me escuchaste, Violet?
Ella no respondió cuando él lo preguntó la primera vez, y por eso lo repitió tantas veces que ella se apretó la cabeza.
—Sí, esta bien —le dijo aturdida—. Dios... Esta bien.
Esa vez tampoco la miró, solo la dejó pensando por qué la sacaba como si ella fuese el peligro de los hombres peligrosos. De igual forma, mientras menos tiempo pasara con él, mejor, y la idea de volver sola a ese lugar no le agradaba ni un poco. El silencio fue tanto, que lo único que ambos escuchaban era el sonido del tubo de escape y el rugido del fuerte motor cuando aumentaba la velocidad. Violet odiaba el silencio, pero era mejor que escuchar estupideces saliendo de la boca de su nuevo protector.
—Bájate —ordenó cuando aparcó—. No tengo todo el día.
Violet miró el campus universitario junto a la acera, y Akron recordó la última vez que estuvo allí. No era el mejor recuerdo, pero era un recuerdo, y odiaba tener que revivirlo con ella. Violet soltó un suspiro y lo miró. Era estúpido pensar que él abriría su puerta o bajaría su maleta. Ella lo hizo por su cuenta cuando él abrió su puerta y la arrojó, dejándola encerrada y sola.
—Gracias por tu ayuda —comentó ella al dejar caer las ruedas.
Akron evitó buscar los ojos curiosos de los que los vieron llegar. Él era conocido por ser un Demonio. Todos ellos eran famosos, pero la fama del gran Akron “anticristo” Jagger, era brutal.
—Ya estás aquí —comentó él—. No necesitas más, así que adiós.
Violet lo miró retroceder dos pasos y regresar al auto.
—Espera —llamó cuando él abrió la puerta y se disponía a dejarla abandonada como un perro—. Tienes que cuidarme.
Jagger frunció el ceño y colocó los brazos sobre el techo.
—No soy tu puta niñera —replicó alto para que escucharan.
Violet volvió a tragar y cruzó los brazos.
—A mi hermano no le gustará saberlo —dijo ella.
Akron miró a los lados, al público que los miraba conversar. Era normal que sus interacciones con las personas que no fueran de su círculo, terminara en una red, y lo único bueno de eso era que por el simpe hecho de que uno de ellos “protegiera” o se fijara en alguien, era intocable para el resto de la humanidad.
—A tu hermano tampoco le gustará saber que te dejaste tocar el culo por su mejor amigo —le dijo alto para que los cuchicheos le dieran reputación de mala—. Guardemos el secretito, pastelito.
Violet sintió como su rostro enrojecía por la vergüenza. Era el primer día, y no quería ser la mujerzuela de uno de los Demonios.
—No me llames así —fue lo único en lo que se pudo defender.
Akron lamió sus labios.
—Eso eres —dijo crujiendo el hueso de su cuello y tirando de la puerta—. Eres un tierno pastelito que aplastarán con su bota.
Akron entró al auto dejándola en la punta del pasillo de concreto que le daría la bienvenida a la universidad. El terror de que la dejaran sola la invadió y casi la privó de respirar. Akron no solo estaba dejándola sola, sino que le colocó un estigma. Violet terminó de sentirse sola cuando él encendió el auto, por lo que antes de que él arrancara, ella apretó la ventanilla baja y lo miró.
—¿Volverás? —le preguntó esperanzada.
Él no esperaba que ella preguntara tal cosa. Fue un animal con ella, y le importaba mierda si era la hermana del que fue su mejor amigo. Ella no valía la pena, no mientras fuera un pastelito.
—Cuídate de los carroñeros, pastelito —se despidió acelerando.
Violet retrocedió y tosió cuando el humo del tubo de escape bajó por su garganta. La dejó sola. Le importó poco lo que Justin le ordenó, y en parte era bueno. Akron eran problemas y radiación, y ella necesitaba paz y estabilidad en su nueva vida, no el tornado que él arreciaría sobre ella y la oscuridad de la que huía.
—Señor, necesito que me ayudes a soportarlo —soltó ella mirando a la nada—. Gracias por traerme, Akron Jagger.
Ella sujetó su maleta, cerró los ojos y le pidió a Dios que la ayudase en ese nuevo camino que recorrería. Violet pensó que sería sencillo, pero cuando cruzó junto a dos personas, ambas la miraron con la misma sutileza con la que mirarían una cucaracha.
—¿Quién es ella? —preguntó la mujer de cabello oscuro.
—No lo sé, pero lo averiguaré —dijo la otra—. Akron es mío.