El silencio es violento

3590 Words
2.- El silencio es violento (Twenty One Pilots – Car Radio)  Roger y su hijo llegaron poco después. A Jaden le pareció que Roger seguía igual de feo y asqueroso, aunque ahora estaba más canoso y arrugado. Esa mirada presuntuosa seguía justo donde la había dejado año y medio atrás. Y su hijo debía parecerse a su madre. Lo único que tenía de Roger eran sus ojos marrones obscuros, casi negros, y su altura. Realmente dudaba que Roger en su juventud hubiera sido delgado como lo era su hijo ahora. Claro que, el pequeño Roger, era tan “encantador” como su padre. Lo primero que salió de su boca en cuanto los adultos miraron hacia otro lado, fue un buen halago para el trasero de Jaden —el cual ya había cubierto con un par de jeans—, por lo que ésta le propinó un puñetazo en la nariz sin siquiera pensarlo dos veces. Tenía guantes puestos, y tuvo que quitárselos por el asco que le provocó tocarlo. El chico cayó sobre su trasero casi inmediatamente, sorprendido y escandalizado por el repentino ataque de violencia de Jaden. El señor Marmel soltó una carcajada sin poder evitarlo, la señora una exclamación ahogada, como si quisiera maldecir a su salvaje hija delante de todo el mundo, pero no se atrevía a despojarse de su prestigio. Y Roger enrojeció, Jaden no supo si de la vergüenza o cólera. Jaden solo los ignoró a todos y se sentó de una vez en el comedor a devorar la pizza vegetariana, la pasta Alfredo y la ensalada. Todos se mantuvieron tranquilos durante la cena. Sus padres cuchicheando entre sí, poniéndose al día a pesar de vivir en la misma casa, mientras Roger-padre le insistía a Roger-hijo que le hablara a Jaden. Pero el pobre muchacho solo estaba pendiente de su nariz sangrante. “¡Maricón!”, se burlaba Jaden en su cabeza. La muchacha comía en silencio. No le gustaba iniciar conversaciones en esas situaciones, sabía que podía meter la pata de muchas formas posibles y no tenía ganas de sentirse peor o de tener que soportar una charla eterna de modales cuando se fueran los invitados. Tampoco quería llamar la atención de Roger. Simplemente y como siempre, sus opciones no eran las mejores. De cualquier forma, al terminar de comer, Jaden se puso de pie con la intención de ir a desparramarse nuevamente en el sofá y ver un poco de televisión, ya que la habitación estaba prohibida hasta las nueve y su cerebro estaba empezando a hacerle pensar demasiado otra vez. Su madre la detuvo por un segundo.  —Jaden, ¿acaso no te he educado bien? —Solo quiero ir a ver Two and a Half Men —respondió la muchacha, sin siquiera detenerse a ver a su madre. La señora Marmel empezó a murmurar cosas, pero Jaden ya se había ido a lanzar entre los cojines del sofá. Tomó el control remoto con un suspiro, dándose cuenta que el televisor era su vida en un resumen. Y sí, efectivamente estaban pasando Two and a Half Men. La serie era por completo sin sentido, a Jaden no le hacía demasiada gracia y de todos modos era incapaz de concentrarse por completo en ello, pero era de las pocas series que podía ver sin acabar sintiéndose peor de lo normal. Su terapeuta le había dicho que debía ser sabia al escoger las cosas que veía y las que leía. En la pantalla Alan estaba dándose besos sucios con Kandi, cuando el sofá se hundió al lado de Jaden, unos centímetros más allá. Fijó su atención en esa dirección, pensando que era Roger-hijo queriendo hacerle compañía. Pero no. El lugar estaba vacío. Físicamente, no había nadie allí. Jaden tomó una respiración profunda al sentir el peso de una mano en la pierna. “No te está haciendo daño, Jaden”, se recordó, “Cálmate. Todo está bien”. Pero la mano —una mano que no podía ver— le apretó la piel de pronto. Fuerte. Con confianza y violencia, clavando unas uñas que se sentían bastante largas en su carne, incluso con la tela del jean de por medio. Jaden podía ver la arruga en el pantalón, las marcas de la mano y quiso apartarse, pero otra mano parecía detenerla en su lugar. Así que hizo lo que no debía: profirió un grito involuntario, se levantó del sofá bruscamente cuando sintió las manos flaquear (como sorprendidas de que ella emitiera algún sonido), y corrió velozmente hacia el comedor, donde todos la observaban con los ojos bien abiertos. Jaden no sabía qué decir, qué hacer. Se había quedado por completo en blanco después de perder los estribos de forma tan súbita y exagerada. —¿Qué pasa, Jay? —preguntó su padre, parecía molesto ¿o preocupado? Su cabello castaño parecía más brillante a pesar de que solo habían pasado diez minutos desde que Jaden lo vio por última vez. Y estaba tan nerviosa por el dolor de su pierna que no notó el diminutivo que usó su padre para referirse a ella. Jaden se encogió de hombros nerviosamente. Veía puntitos negros moverse en su campo de visión, como bacterias. —Todo está bien. —¿Y ese grito fue por…? —intervino Roger— “¿Todo está bien?” Jaden estaba temblando ligeramente y no quería responder porque de pronto sintió uñas como garras rasguñar su espalda baja por debajo de su ropa. Respiró hondo y se movió de sitio, pero no la liberaron. El dolor empeoraba conforme pasaban los segundos y sudaba por los nervios y el estrés, las mismas uñas largas de antes clavándose en su espalda. —Yo… estoy bien. Me asustó la televisión… estaban pasando un programa de miedo y yo… —¿No veías una comedia? —cuestionó Roger, entrecerrando los ojos. Por supuesto, él sabía que había mucho más en lo que decía Jaden. Aunque quisiera, ella no podía decir nada al respecto de todos modos, no podía y no lo haría. Porque eso solo significaba volver al loquero y eso no iba pasar. No otra vez. —No era la serie, sino un tráiler de terror que pasaron durante los comerciales —intentó enmendar Jaden mientras se dirigía a su papá. Medio lo abrazó para moverse fuera del alcance de las garras y además sentir un poco de calor humano. Su padre la miró extrañado, pero no se alejó—. Ya sabes que no tolero esas películas. Su padre medio sonrió. Parecía indeciso. No sabía si creer en lo que decía Jaden pero quería hacerlo. —No te preocupes, Jaden, todo está bien. Pero ya estás grande para la gracia. —Lo sé —respondió ella, soportando el dolor agudo de la espalda—. ¿Crees que puedas darme esos calmantes ahora? Me siento un poco alterada y me vendría bien dormir un poco. Su madre se puso de pie a la vez que su padre fruncía el ceño y entonces Jaden se dio cuenta que lo había arruinado. Desde que había vuelto a casa, le habían dado la oportunidad de usar los calmantes y ella se había negado rotundamente, ya que estaba tan “perfectamente bien que ni en un millón de años, necesitaría ayuda para dormir”. Y ahora había echado a perder todo el esfuerzo. Quiso darse una bofetada por un desliz tan grave. —Pues… Antes de que pudiera defenderse, ya se habían enzarzado en una discusión acalorada sobre lo que era mejor para ella, lo que convenía hacer en esa situación… nadie le preguntó cómo se sentía o porqué quería los calmantes en primer lugar. Jaden cerró los ojos con fuerza cuando escuchó una carcajada burlona detrás de ella. Golpeó su propia frente repetidas veces con su dedo índice, se dejó caer al suelo en silencio y gateó hasta sentarse bajo la mesa. Se recostó en el porcelanato frío en posición fetal y recitó lo único que la sacaría de allí. —Halcones Negros de Chicago, Pingüinos de Pittsburgh, Patos de Anaheim, Tiburones de San José. Halcones Negros de Chicago, Pingüinos de Pittsburgh, Patos de Anaheim, Tiburones de San José… Luego preguntaban con descaro por qué siquiera había saltado aquella vez, ¿quién podría entenderlos? ¿Quién podría estar feliz al no ser escuchado? Bueno, Jeffrey… “No pienses en Jeffrey”, se reprendió. —Halcones Negros de Chicago, Pingüinos de Pittsburgh, Patos de Anaheim, Tiburones de San José. Halcones Negros de Chicago, Pingüinos de Pittsburgh, Patos de Anaheim, Tiburones de San José… No sintió el pinchazo, pero cuando abrió los ojos (bueno, cuando lo intentó: no pudo abrirlos porque por alguna razón le ardió hacerlo) supo que la habían sedado. Lo supo porque no había tenido pesadillas o sueños de ningún tipo. Lo supo porque sentía el cuerpo extraño, distinto, mejor de alguna manera que no podía explicar. Había pasado un tiempo desde la última vez que la sedaron por completo de esa manera, un tiempo desde que se sintió así. Parpadeó repetidas veces hasta que se sintió del todo consciente y se sentó en la cama. La desconcertó la claridad de su propia habitación, la luz brillante hería sus ojos más de lo que podía resistir. Observar su habitación le resultó extraño y de mal gusto. Y fue eso lo que la hizo enfurecer más, no el hecho de que la habían sedado o el episodio que había tenido con las garras invisibles. Fue el poder ver los cuadros artísticos de Jeffrey contrastando con las paredes blancas y las palabras mayúsculas en n***o que ella misma había escrito hacía ya un tiempo. Le irritó poder ver la ropa, la silla, el escritorio y el armario, le molestó ver. Porque cuando estaba todo obscuro no se sentía de esta manera, cuando no podía ver nada, adentro no se sentía todo tan vacío. Y ahora, la luz lo arruinaba todo. Se sentía expuesta y lo estaba. Y eso fue lo que la hizo levantarse de golpe para ir a apagar la luz. Pero junto al interruptor estaba Sheila. Jaden no sabía cómo puntualizar bien las emociones en los rostros ajenos a veces, pero la perturbación era evidente hasta para ella. Y era, además, la emoción que Jaden había visto con más frecuencia en los últimos años. —No puedes apagar la luz o salir de aquí hasta que venga Patrick —dijo Sheila con voz firme, pero ¿triste? — Roger lo ordenó. —Mi papá te paga, no el inútil de Roger, déjame salir de aquí. La voz de Jaden sonaba extraña y entonces notó el dolor de garganta. Su mano derecha acarició su cuello mientras ella fruncía el ceño. Su mente no se concentró en Patrick como debía. —Te sedaron porque empezaste a gritar bajo la mesa otra vez —explicó Sheila—. Tu papá intentó calmarte, pero nada funcionó, no abrías los ojos, no reaccionabas, así que… Jaden suspiró y bajó la mirada, una capa gruesa y uniforme de vergüenza la cubrió de pies a cabeza. ¿Por qué era tan difícil no entrar en pánico? —Pero no te preocupes, Jay —dijo Sheila con dulzura—. Ya Patrick viene. Jaden la miró con molestia y retrocedió hasta sentarse sobre su escritorio, junto a la ventana. —No me llames así. Sheila bajó la mirada ante la amargura en la voz de Jaden, se sintió incómoda y avergonzada por haber usado ese diminutivo. Pero su único deseo era hacerle saber a Jaden que alguien la quería. — ¿Dijiste que Patrick…? —Sí. —Pero ya han pasado… —Ya es de mañana. Son las 6. Patrick estaba en un asunto familiar al otro lado de la ciudad. Ya debe estar por llegar. Jaden cerró los ojos, intentando fingir que estaba en la obscuridad. Intentando ignorar el temblor y la piel de gallina. —Él tiene una familia. No es justo… —Él toma sus propias decisiones, Jaden. Suspiró. —Yo no quiero… él siempre… no me parece… —Respira. No necesitas discutir sobre esto. Jaden obedeció. Siempre que salía de una situación así, se quedaba un poco lenta, un poco aturdida. Agradeció que Sheila comprendiera. La miró y luego a la puerta. Sheila negó en silencio con un leve movimiento de la cabeza y Jaden apretó los dientes: sus padres no habían entrado. ¡Toc, toc!  Sonaron unos nudillos en la puerta antes de abrirse ésta por completo, revelando a un Patrick vestido de fiesta: unos jeans casuales sustituían sus fieles pantalones de vestir beige, y una chemise negra la camisa manga larga de botones de siempre. Su cabello ondulado de color castaño claro estaba un poco despeinado, desparramado en todas las direcciones y, para terminar, ojeras marcaban el borde de sus ojos. Jaden no lo había visto lucir tan mal nunca en el año y medio que tenía de tratamiento con él. Con apenas treinta años, Patrick había sido recomendado a los padres de Jaden un tiempo atrás, cuando estaban desesperados y no sabían qué hacer después de las renuncias de los terapeutas anteriores. Al principio el señor Marmel no había querido acceder a contratarlo porque le parecía muy joven como para tener la experiencia que requería un caso como el de Jaden. Pero Patrick era demasiado meticuloso como para parecer un principiante e hizo muy bien sus jugadas hasta conseguir la confianza de Jaden. Ahora mismo, frente a ella, no parecía un terapeuta y esto la desconcertó. Se lo quedó viendo fijamente, como si fuera la primera vez que lo veía. —Jota —saludó Patrick colocando una pseudo-sonrisa en su rostro cansado mientras se acercaba a Jaden—, vine lo más rápido que pude. ¿Quieres hablar de lo que pasó? Jaden no separó sus labios ni intentó emitir algún sonido. Apartó de un manotazo el portalápiz y los libros apilados que reducían su territorio del escritorio, los dejó caer al suelo sin preocuparse por nada y se sentó sobre la madera ya desocupada. Abrazó sus rodillas contra su pecho y pegó el lateral de su cabeza contra el cristal de la ventana, quedando de frente en dirección a la cama, pero sin mirar hacia ella. El frío la hizo sentir mejor a pesar de estar renegando por dentro el hecho de que habían quitado sus cortinas. Suspiró, no quería hablar. —Oye... —No estamos a solas —lo interrumpió Jaden sin mirar a nadie en particular. Patrick suspiró y le dio una mirada de disculpa a Sheila. Sheila sonrió con tristeza y se marchó, no hizo ruido al cerrar la puerta. Patrick se sentó en la cama de Jaden y observó cada detalle de la habitación mientras esperaba a que Jaden quisiera hablar. Le pareció bastante peculiar la mezcla impresa en todos lados: había ánimo y desánimo. Arte muy colorido y la palabra “DOLOR” escrita con rudeza en todos lados. —Me voy a quitar las medias —le avisó Jaden minutos después. Se las quitó, las dobló con cuidado y las colocó junto a ella en el escritorio. —¿Qué pasó? —Pat. Patrick no esperó a que dijera más: sabía que no lo haría. —Jaden. Jaden suspiró pesadamente, arrastraba las palabras cuando hablaba. —¿Qué fue lo que te dijeron? Patrick se relajó un poco en la cama. Era muy temprano y el peso de la noche agitada que había tenido le caía encima, pero sabía que Jaden no necesitaba salir de fiesta con su familia para sentirse de la misma manera. Sabía que Jaden se sentía igual o más cansada de lo que él se sentía en ese momento en un día cualquiera. Y por eso no se quejó. —Dijeron que estabas gritando los equipos de Hockey con los ojos cerrados y que no reaccionabas a nada de lo que te decían. Ella se sintió avergonzada al escuchar eso. Jugueteó un momento con la cola de caballo que habían hecho con su cabello mientras estaba inconsciente y suspiró. Le ardía la garganta aún. —No recuerdo haber gritado —dijo Jaden, pasados uno segundos. Su voz era un susurro—. Solo estaba diciéndolo en voz alta para no entrar en pánico. —Hay testigos, Jota. Ella soltó una risita sarcástica. —Oh, bueno… no me acordaba que mi familia ya no es mi familia, sino que son mis testigos. —Jade- —Olvídalo —lo interrumpió, seguía sin mirarlo a él. Tenía la mirada fija en el suelo—. Ellos me sedaron como a un caballo salvaje. ¿Qué clase de familia hace eso? —Estaban asustados por ti, Jaden —respondió Patrick, su voz siempre era suave y alentadora. Ella sorbió silenciosamente. Su barbilla temblaba. Patrick sabía que estaba por llorar y sabía también que ella evitaría hacerlo tanto como le fuera físicamente posible. Nunca sabía si alegrarse por eso o preocuparse. —Estaban asustados de mí, no por mí. Patrick negó con un gesto, aunque ella no quería mirarlo, y se sintió angustiado. —No, Jaden, no es así. Nadie está asustado de ti. No te tienen miedo, lo sabes —la consoló—. ¿Por qué mejor no hablamos de lo que causó tu ataque de pánico? —Ellos me temen. Piensan que es mi culpa… —Jaden… —Sabes que es cierto —dijo y lo miró de frente. Tenía los ojos rojos y brillantes por las lágrimas contenidas—. Ni siquiera entraron a verme desde que me sedaron, ¿por qué más no iban a quedarse conmigo si no me tienen miedo? —¿Por qué piensas que te tienen miedo? —le preguntó, decidiendo dejar el otro tema para después. Ella necesitaba decir lo que quisiera. —Porque lo veo en sus ojos, puedo sentirlo. Ellos… ellos me miran y saben que ya no soy su hija —hizo una pausa para respirar y luego continuó, hablaba lento para poder contener el llanto por el mayor tiempo posible—. Ellos me culpan por todo. Piensan que esto me lo hago yo misma, piensan que estoy triste porque quiero o porque no me esfuerzo lo suficiente. Y quizás tienen razón. —Jaden, ya hemos hablado antes de esto: nadie te tiene miedo y no es tu culpa. Tú no decides sentirte así, los químicos en tu cerebro te jugaron una mala pasada, ya te lo he dicho muchas veces. Esto no es tu culpa. —Sé que me lo has dicho varias veces, pero de verdad creo que lo dices para que no me sienta mal por ser tan pobre intento de ser humano. ¿Qué clase de tonto logra sentirse mal por nada y s*****a por todo? Patrick suspiró. —Las personas con depresión, Jaden. Personas como tú. Ya te lo dije, es una enfermedad, es cosa de tu cerebro. Pero si confías en mí y vuelves a tomar tus medicamentos, entonces todo estará mejor. Jaden sollozó. —“Mejor” no es “normal” —refutó ella—. Quiero ser… yo necesito ser… ellos me odiarán si no consigo superar esto. Creen que solo estoy llamando la atención.  Pero no es así… debería ser como él. Pero nunca he podido decidir. —No funciona así, no “decides” esas cosas. —Pero Jeffrey… Jeffrey podía —respondió ella, su voz cada vez más ronca. Las lágrimas empezaron su descenso. Lo que más odiaba de sí misma era el llorar todo el tiempo, al menos los episodios que tenía con los "espíritus" se lo había provocado prácticamente a propósito, eso podía más o menos aceptarlo. Pero no soportaba sentirse tan estúpida, tan inútil todo el tiempo. Patrick se puso de pie y caminó hacia el escritorio donde estaba Jaden, se sentó en la silla frente a ella. —Jeffrey no es igual a ti. Ella sollozó y sumergió su cara entre sus rodillas. Patrick se quedó inmóvil mientras la escuchaba llorar. Pasaron unos minutos y entonces el teléfono celular de Patrick empezó a sonar. Era el señor Marmel. —¿Diga? —Ya ha pasado media hora y nada, ¿para qué te estoy pagando? Apenas dijo eso, colgó. Patrick respiró hondo, intentando no enojarse. Los padres de Jaden no eran los padres más desconsiderados de todos los que había conocido, pero estaban cerca de serlo. Sabía que no lo hacían a propósito: ellos pensaban que con un par de palabras de ánimo y dinero cualquier mente humana podía salir de entre las cenizas y renacer, pensaban que porque Jeffrey había podido, Jaden debía poder también. Pero se equivocaban, y nada de lo que les dijera Patrick (que debían ir también a terapia, que fueran más pacientes con Jaden, que le hablaran más) o los anteriores terapeutas parecía surtir efecto alguno en ellos. —¿”Te pago para que arregles a mi hija, no para que hagas amistad con ella” otra vez? Patrick suspiró. —Además de Jeffrey, ¿qué está mal esta mañana, después de haber descansado físicamente mejor que nunca? Jaden se calmó un momento, pero no sacó la cabeza de entre sus rodillas. —Prendieron la luz. —De acuerdo, vamos a apagarla si eso te hace sentir bien. Pero a cambio, debes prometerme algo. — ¿Qué? —Que me lo contarás, Jaden. Quizás no hoy, pero necesito que me prometas que pronto lo harás. Jaden ni siquiera intentó fingir que no sabía de lo que estaba hablando.
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