Capítulo 3

2133 Words
Un terrible estruendo azotó por la noche la ciudad de Spero, aunque nuestro ejército peleaba sin descanso contra las líneas enemigas de cromenia, muy cerca de la ciudad real había sucedido uno de los ataques más grandes y destructivos de la guerra. Sin darnos cuenta el enemigo se había infiltrado a nuestro territorio y había acabado con miles de vidas inocentes. Su meta estaba por cumplirse, ya que estaban a pocos kilómetros de llegar a la ciudad real y entonces muchos comenzaron a creer qué nuestra lucha ya era una causa pérdida. -¡Debemos evacuar la ciudad y el palacio inmediatamente!- exigían miembros de la corte. -¡No podemos huir como unos cobardes y ofrecerles el palacio en bandeja de plata!- decían otros preocupados. Alzaban en alto sus voces para que pudiéramos escucharlos. Se estaba llevando acabo una sesión urgente para escuchar y tomar la mejor decisión. Huir o quedarnos y enfrentarlos. Entre los presentes se encontraba el Conde de Cavour, aquel hombre que había tenido la gentileza de abrir mis ojos ante la hipocresía de la corte y de las personas que me rodeaban. Después de un año sin verlo, ahora se desempeñaba como comandante. El consejero Burckhardt, la archiduquesa, algunos parlamentarios de alto rango y además el ministro de la ciudad de Spero. Aún no amanecía, todos tenían un mal aspecto, el miedo se reflejaba en sus rostros trasnochados y es que el temor de ser invadidos parecía volverse una espantosa realidad con cada segundo que esperábamos. El general Vasiliev no se encontraba en el palacio, él ya se había marchado al frente del campo de batalla días atrás pero al ocurrir el ataque en Spero, era inutil seguir peleando en un terreno lleno de c*******s cuando el enemigo ya estaba apunto de llegar a la ciudad real. —Majestad— el Conde de Cavour hizo una reverencia ante mi— Es extraño que siempre nos encontremos en situaciones como ésta, pero es bueno saber que se encuentra bien. —Gracias por su preocupación— me limite a decir forzando a mis labios a sonreír— es extraño verlo en un uniforme del ejército ¿Porque decidió enlistarse? —Muchos miembros de la nobleza escaparon majestad. Algunos se marcharon a tierras lejanas y muchos otros abandonaron el reino. Sólo unos cuantos se quedaron aquí, donaron su dinero a hospitales y ahora tienen empleos humildes como cualquier persona común— explico mirándome fijamente. —¿Usted es uno de ellos, Conde Cavour? —Sin dinero, un hombre como yo debía utilizar su fuerza para ayudar a su gente, además la milicia no está del todo mal. —Le agradezco todo cuanto ha hecho por mí, Conde de Cavour. Cuando está guerra termine, recompensare sus acciones. —No es necesario que recompense lo que he hecho majestad, la vida se ha encargado de hacerlo— retiro el guante de su mano izquierda y levanto la mano mostrando un anillo sobre su dedo anular. —¿Se caso? —Si majestad, hace un par de meses— admitió encogiéndose de hombros. —¿Pero como ha ocurrido?— dije sorprendida. El no parecía ser el tipo de hombre que contrae una responsabilidad como esa, pero tal vez la guerra había cambiado su modo de pensar. —Cuando entre al ejército yo me encargaba de llevar a los heridos a los hospitales y a los refugios para ser atendidos. Ahí conocí a mi esposa, ella es enfermera. —Te felicito— dije acercándome a él,tomandome la libertad de abrazarlo y darle unas palmadas sobre su espalda. —Gracias...majestad—exclamo sorprendido por mi atrevimiento, me alejé de él antes que alguien nos viera— mi esposa estaba nerviosa, ella creía que usted no aprobaría nuestro matrimonio. —No entiendo, ¿Porque? —Ella se casó conmigo sin saber quién era yo exactamente y cuando le revelé mi título noble, ella temió por nuestro matrimonio no solo porque no tenia ningún conocimiento sobre las costumbres de la nobleza sino porque creyó que usted anularía nuestro matrimonio si se enteraba de su baja cuna. Rei un poco. Tal vez me había vuelto melancólica y quizás muchos pensaban que me había convertido en una arrogante reina por querer tiempo para mi, para llorar y lamentarme por mi perdida, pero yo seguía siendo yo. La mujer bondadosa de la que tanto estaba orgulloso William, aún era la misma Helena. La chica que le encantaba juguetear en el campo, y yo nunca separaría a un par de enamorados sólo por pertenecer a clases sociales diferentes. —Por favor hagale saber a la nueva Condesa de Cavour que estaré encantada de conocerla algún día y que por favor no crea  que soy un monstruo desalmado para separarlos. Yo no soy como la archiduquesa. Reímos en un tono bajo y entonces después de unos segundos se aclaró la garganta tomando un ánimo más serio. —Majestad, me gustaría pedirle un gran favor. —¿Que es lo que deseas?— dije un tanto confusa. —Quiero pedirle que abandone el palacio, con el príncipe y la archiduquesa— expreso mostrandose preocupado tal vez por el bienestar de mi y del pequeño número al que se veía reducido la familia real— ustedes son la única esperanza que nos queda, aunque se apodere del palacio ustedes estarán a salvo. —No se si pueda irme y abandonarlo todo— revelé con cierta melancolía, no solo por los buenos recuerdos que dejaba atrás en el palacio, si no por las personas que aún permanecían en esta ciudad. —Se que no está en mí decidir qué se marche pero no solo yo pienso en ello, sé que otros le pedirán lo mismo. Le pido considere seriamente mi petición... Las grandes puertas se abrieron y el General lorian vassiliev entró, su aspecto era aún peor que el de los demás a pesar de haberse marchado unos días atrás, su cara ya tenía el aspecto de una persona demacrada consecuencia de estar en combate. Su rostro estaba sucio y podría jurar qué pude notar algunas manchas de sangre en su uniforme. La archiduquesa tenía una mala opinión sobre el general y verlo de esa manera seguramente empeoraría su criterio sobre él, a pesar de ser amigo de William la archiduquesa nunca lo aceptó,  Pues él provenía de un estatus social bajo. El general Lorian nos miro fijamente y posteriormente hizo una reverencia a pesar de encontrarse lejos de mi. Él venía acompañado de otros dos hombres que imitaron su comportamiento. —¡Majestad!— pronunció el general Lorian con cierto aire de lamentación en su tono de voz— Disculpe la tardanza, en cuánto recibí su mensaje ordene al ejército retroceder hacia este lugar. Mis hombres y yo nos hemos anticipado a llegar lo antes posible para planificar los puestos de batalla y los lugares más estratégicos para proteger a la ciudadela. —¿El ejército llegara pronto?— se apresuró la archiduquesa a preguntar. —Pronto estarán en las afueras de la ciudad real. El general Lorian reincorporó su cuerpo mirando hacia la archiduquesa, mientras ella le dirigía una mirada de desdén. —Su ineficacia ha brindado sus primeros frutos, general Lorian. Están a tan poco de apoderarse del palacio. No comprendo ¿Como ha tenido la osadía de presentar su rostro frente a la reina? El general guardo silencio ante la recriminación de la archiduquesa. —¿Acaso no sería mejor guardarse ese tipo de comentarios, archiduquesa?— Amonestó el Conde de Cavour—hombres como él han peleado por nuestro reino y perdido su vida en el intento. Debería respetar el esfuerzo que representa estar al frente de un ejército. Su mismo hijo murió en batalla... —¿Como se atreve a injuriar en mi contra? ¿¡Usted un simple Conde sin  fortuna, qué para ganarse la vida ahora no es más que un comandante!? —Archiduquesa, por favor— interfirió el Consejero Burckhardt— No estamos aquí para buscar a un culpable, debemos apresurarnos a buscar una solución pronta y satisfactoria. El Conde se limitó a mirar de mala gana a la archiduquesa, alejándose un poco del grupo. Entonces el general Lorian y los dos hombres que le acompañaban colocaron un par de mapas antiguos de la ciudad real sobre la mesa central de la habitación. Presentaron un plan de contingencia y para realizarlo necesitaban más de cinco horas o incluso más dependiendo de la gravedad con la que se pudieran trasladar a los enfermos y heridos. Pero al dar la orden de evacuación debíamos estar al tanto de que tal vez el ejército de cromenia ya tendría conocimiento de ello, pues podrían estar infiltrados entre la multitud. Pero no habiendo otra opción debíamos arriesgarnos y llevar a cabo el único designio para salvar a cuanta gente se pudiera. —Antes de terminar con esta sesión, debo presentar ante ustedes una petición que deseo por el bien del reino, se lleve a cabo— expuso el consejero preocupado— Bien sabemos que el único objetivo del ejército cromeniano es aniquilar a los obstáculos del Zar, es decir, a la reina y al príncipe heredero. Mi única prioridad es que la reina y el príncipe abandonen el palacio lo más pronto posible. —Es más que evidente que pretenden asesinarlos, pero aunque se apoderen del palacio no detendrán su búsqueda hasta hallar su ubicación. Debemos engañarlos en caso de que el ejército no pueda detener su avance— expuso la archiduquesa osadamente. La mire, perpleja de lo que acababa de escuchar. —¿Sugiere que alguien se ponga en lugar de la reina para ser asesinada?— cuestióno el Conde de Cavour desconcertado. —Precisamente— dijo decidida— esto por supuesto será un acto de gran valor para aquella persona que sacrifique su vida pero podríamos tener una única oportunidad de triunfo. —Si creen que la reina murió, el zar vendrá a reclamar el trono de Athos— dijo el consejero comprendiendo las palabras de la archiduquesa— sería peligroso y tal vez s*****a pero seria posible que alguien lo asesinara. —Yo podría hacerlo— sugirió el general Lorian— podría ofrecerle mi fidelidad y acercarme lo suficiente como para matarlo. —¡No!— exclamé en voz alta. Todos hablaban y exponían sus ideas pero no soportaba la idea de que alguien fuera a morir por mi y el general Lorian también podría ser asesinado si todo sale mal, además el reino perdería las esperanzas con la loca idea de inventar que he muerto. —Pero majestad... —No me iré si alguien tiene que morir en mi lugar. —Es la única opción Helena— expreso la archiduquesa con severidad. —¡He dicho que no! Salí de la habitación, los miembros del Parlamento que esperaban una respuesta hicieron una reverencia. Entonces  me apresuré a caminar lo más rápido posible antes de que me pidieran una explicación. Logré llegar a un pasillo vacío y antes de continuar mi camino por la escaleras alguien tomó mi mano. —Majestad, perdone mi atrevimiento—Gire hacia él, me miro fijamente parecía estar sufriendo— Deseo expresarle algo antes de que tome una decisión definitiva. Mi mejor amigo fue asesinado y yo no pude hacer nada por él, permitame aunque sea salvar la vida de su esposa y de su hijo. Sé que el habría deseado salvar sus vidas antes que nada y en verdad necesito que deje de pensar de manera egoista pues su vida es más importante que cualquier otra. “Necesito asegurar tu seguridad antes que nada. Promete que huirás de éste o cualquier otro lugar en donde esté en riesgo tu vida” Las palabras que William me dijo  cuando volvió al palacio al ser herido por el zar, resonaron en mi cabeza como un recordatorio de la promesa que le había hecho a mi esposo. La lágrimas inundaron mis ojos sin previo aviso y entonces el general Lorian se dio cuenta. Me miró con ternura y acercó su mano a mi rostro, limpio mis lágrimas aunque era inutil yo seguía llorando porque mi corazón debía obedecer la última petición de William. Había una pelea en mi interior. —Yo siempre la estaré cuidando majestad— sus manos aprisionaron mi cuerpo en un cálido y reconfortante abrazo. Me consoló en silencio mientras lloraba. Su acción me recordó a la única persona que necesitaba en ese momento. —Lo extraño tanto— ahogue mi grito en su pecho— lo odio por abandonarme. Lo necesito tanto Lo golpeé y el recibió toda la ira que sentía, mi tristeza y mi dolor. —Yo no me iré— susurro en mi oído— no puedo reemplazarlo pero si te prometo que yo estaré cuando me necesites.
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