CAPÍTULO II

1638 Words
Si viniera alguien y me preguntara. ¿Qué fue lo mejor de tu día?. Hubiera contestado que nada, absolutamente nada. Por la tarde, luego del incidente con la ketchup, César, mi jefe, me llamó a su oficina, me pidió, o más bien me exigió, disculparme con los involucrados; porque, según él, "el cliente siempre tiene la razón", y a pesar de que lo hice, terminó por echarme del local. Fue muy extraño porque al inicio dijo que había hecho lo correcto, pero como si una estupiraña radiactiva lo pícara, cambió totalmente de opinión. Se convirtió en el hombre taratupido, lanzó su telatupidez y soltó su veneno. Kathy, como toda una hermana, compañera, amiga y camarada que era para mí, tomó su gabacha, su gorra verde de "la hamburguesa caliente" y se la lanzó a los pies al asno que teníamos por jefe. Estaba molesta, incluso más molesta que yo. A mí me daba igual. La verdad, seguía perdida pensando en lo que había pasado con Andrew Daigle, hace unas horas. Flashback El sudor se hizo presente en mis manos temblorosas y ni hablar de cómo mi cuerpo se estremecía con su cercanía; en especial cuando sentí su toque cálido en la orilla de mi braga, sobre mis nalgas. Acercó su rostro al mío sin dejar de ver mis ojos y jalando un pedazo de tela, murmuró cerca de mi oído: — Tenías enrollada la falda en la braga, eso no pinta recato ni profesionalismo de tu parte. Su aliento siguió torturándome, porque, sin saber qué era lo que debía pensar, y a pesar de haber "desenrollado" la falda, no me soltaba y su mano ahora estaba puesta completamente en mis muslos. ¿Estaba enloqueciendo? ¿O porque sentía que debía estar así por más tiempo?. ¡Pero no! ¡Yo tengo novio y lo amo! Lo recordé y reaccioné. Fue cuando tuve el valor de apartarme un poco para verlo a los ojos. — ¿Gr-Gracias? — de nada. — me soltó sin ninguna piedad. Caí al piso, de trasero, lancé un quejido y lo fulminé con la mirada. Ahora gracias a él, sentía una pompa más inflada que la otra. ¡Imbécil! Se alejó sonriendo hacia la oficina de mi jefe. Final del Flashback. — ¡Quédate con tu maldito puesto! — Gritó Kathy afuera del local, a solo una calle de "La hamburguesa Helada" — ¡Qué te sigan robando, pedazo de alcornoque! — Kathy…— trato de detenerla. Sin embargo, ella era imposible de tranquilizar. De hecho César, se merecía esa y todas las cosas que le estaba diciendo. — ¡Y antes de salir de tu puerco local, tus hamburguesas son más heladas que las de "La hamburguesa Helada" ¡Imbécil! — la apoyé al final de tantas. — ¡Gracias! — grita el gerente del negocio antes mencionado, grabando con su teléfono todo el espectáculo. Tomo del brazo a Kathy, para cruzar la calle. Me cuesta un poco porque cuando ella dice "guerra" es "guerra"; sin contar que César nunca ha sido de su agrado, pero yo ya no quiero seguir discutiendo por algo sin sentido. Llegamos a la parada del autobús. Ella despotricando a los siete vientos sobre el local y su insalubridad, y yo pensativa y con el trasero lleno de Ketchup. — ¡Me jode que se salga con la suya! — No tenías que renunciar. — pago el pasaje del autobús. — la verdad tampoco es como si quisiera seguir trabajando ahí, pero tú… — yo conseguí empleo en un despacho, cerca de casa. — me mira avergonzada. Le dedico una mirada tranquila. — Te lo iba a decir cuando terminamos turno, era una sorpresa, pero pasó esto y… — No importa. — Encojo mis hombros. — Lo cierto es que yo estaba pensando en tomar el empleo que mi hermano me ofreció en la empresa de publicidad de mis abuelos; aunque el tarado lo haga más como un reto que en son de ayuda, pero algo a nada. — Puedo hablar con los dueños del despacho, seguramente tienen alguna plaza disponible. — ofrece. Niego. Me levanto y me despido al ver que estoy cerca del hospital. — ¿No irás a casa?. — No. — mis mejillas se calientan de solo pensar en los planes que tenemos con Adrien para esta noche. — Me quedaré en la casa de Adrien esta noche, si mis padres te llaman… — Les diré que estás en mi casa horneando tortas con la abuela en la cocina, o que estás dormida. O que estás teniendo sexo descontrolado con tu novio en su casa. — ¡Oye!. — exclamo, mirando hacia los lados. Por suerte el bus va casi vacío. Al lado derecho solo va un chico escuchando música con sus auriculares puestos, y al lado izquierdo solo va un pobre sujeto dormido, que seguramente ya se pasó de su parada, pues lleva saliva en su barbilla y va roncando como si estuviera en la sinfónica. — Tranquila, Danna, les diré que estás dormida. — sonríe con diversión. Me despido de ella y bajó del autobús. Camino las cuadras que hacen falta hasta la entrada y justo en ese momento Adrien sale del hospital, activa la alarma del auto, levanta su mirada y es cuando me mira. Amo su mirada, pero la forma en la que me ve ahora, es de total sorpresa y confusión. Me acerco despacio a su auto y soy recibida por sus manos alrededor de mi cintura. — ¿Sucedió algo?. Estás hecha un desastre. — cuestiona una vez estoy entre sus brazos. — ¿Uno feo o uno bonito? — contestó con una pregunta. Mira al suelo, nervioso, y esboza una sonrisa. — Un hermoso desastre. — me mira a los ojos. Me derrito en sus brazos, besándolo con tanto deseo, que temo que deje de importarme donde estoy y lo tomé ahí mismo. Amo sus palabras, sus besos, su forma de ser, amo sus ojos, pero por alguna razón, cuando pienso en ojos, los primeros que llegan a mi mente son los ojos vergrisulados de Andrew Daigle. Necesito olvidar aquel pequeño incidente. Terminamos el beso para buscar aire y nos metemos al auto. — ¿Ahora me dirás qué pasó? — inquiere preocupado por mi aspecto. — ¿Hay algo que deba saber?. — aparte de que perdí el empleo en la hamburguesería. No, creo que nada. Ladea su cabeza. — ¿Qué pasó? Le cuento una parte de lo sucedido. Lo último que quiero es que se sulfure si le digo que Andrew Daigle tomó mis nalgas y las manoseó como si tuviera algún derecho. O lo que sentí cuando lo hizo. Se suelta a reír, enciende el auto y sin dejar de soltar carcajadas, nos pone en marcha hacia su apartamento. Media hora después llegamos a su apartamento, en un pequeño edificio de clase media, con espacios grandes y un tanto lujosos. El portero me conoce muy bien, lo salido y subimos al elevador. En todo la distancia recorrida, la armoniosa cancioncita del elevador no me ayuda a controlar los latidos de mi corazón, por estar tan cerca de mi novio. Lo miro de reojo y puedo ver como su manzana de Adam sube y baja con nerviosismo. Me acerco despacio, como si fuera mi presa y lo topo a la pared fría del elevador. — ¿Quieres hacer esto aquí?. — Quiero hacerlo, el lugar no me importa. — Lo beso llena de frenesí, tocando entre pequeñas caricias su torso bajo su camisa, jadea y me aprieta los muslos, algo que solo hace que mi cuerpo se agite más por sentirlo. Para nuestra suerte, llegamos al piso de Adrien, cruzamos de puntillas el corredor hasta su apartamento; encontrándonos hechos una bomba de tiempo en este momento y entramos a casa. — Bienvenida a casa, amor. Cierra la puerta y me toma de la cintura, pegándome a la pared, mete sus manos debajo de mi vestido y me carga hasta la ducha. — estamos vestidos. — Sí. — me besa. — ¿No es excitante?. — ¡Lo es! — jadeo cuando arranca mi vestido, baja mi braga y acaricia mi feminidad. Soy básicamente virgen, aunque con lo que está por pasar, dudo mucho que pueda seguir asegurándolo. Jadeo en su boca, cierro los ojos y respiro con dificultad, siento el agua caer por mi cuerpo, sobrepasando la poca ropa que aún me cubre, pero aún así, nada es perfecto. Adrien muerde el lóbulo de mi oreja, saca sus dedos de mi ropa interior, quita su camisa y baja su pantalón mojado, pero justo cuando está por cumplir lo que llevo deseando por tanto tiempo, el teléfono de línea comienza a sonar. — No contestes. — Le pido —. Dijiste que esta sería nuestra noche, que me harías el amor. Sus ojos están cerrados, respira el mismo aire que yo, toca mis senos y jadea excitado. — No sabes cuánto deseo esto, le pedí tu mano a tu padre y aceptó, quiere que lo formalicemos pero... — podemos formalizarlo ahora… — Buena idea. Me levanta de los muslos, me lleva a la cama y cuando está por concluir con nuestra fantasía, el teléfono suena con más insistencia. — debo contestar. — intenta levantarse. Lo atraigo del cuello para que no lo haga, pero aquel dichoso aparato termina por alejarlo de mí. Se levanta, cubre su desnudez con una toalla blanca alrededor de su cintura y contesta. — ¿Sí?. Sí, él habla. — habla como todo un profesional. Lo escucho y no se porque siento que esto va para largo. — En media hora estaré ahí, traten de estabilizarla. Me acuesto de lado en la cama, cubriendo mi cuerpo con la sábana, resoplo y me doy la vuelta. Supongo que esta noche tampoco será.
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