—Es hora de levantarse, número 102— el hombre que siempre me custodiaba hablo.
Yo abrí los ojos y luego me levante de esa pequeña cama que era demasiado incomoda, aunque la verdad ya me había acostumbrado a ella.
Solo un cristal grueso y trasparente era lo único que nos dividía a él y a mi. Él tenía que vigilarme día y noche y también supervisar todo lo que yo hacía. Tenía una larga lista de las cosas que no podía hacer y otra muy corta de las que podía hacer.
Entre las cosas que tenía permitido hacer era leer libros para memorizarlos, también podía jugar ajedrez con el viejo Phil, dibujar con el plumón n***o, también podía escribir mis pensamientos; aunque esas notas se las llevaban y solo una vez al mes me dejaban salir de la habitación para ir a la otra habitación grande en la que me sacaban sangre.
Y con el hombre vigilándome comenzó el largo día. Lo primero que hago al despertar es tomar una ducha, luego lavar mi boca y después me dan un ligero desayuno. Cuando el sol entra por la ventana me pongo a leer lo que el hombre me da para memorizarlo y después, cuando el sol se oculta y las luces se encienden, el hombre pone mi canción favorita y comenzamos a jugar al ajedrez. Dos mujeres entran a la habitación y me llevan la cena. Antes de ir a dormir el hombre me cuenta una historia y luego me acuesto en la cama para dormir.
El día termina como lo planeo todas las noches así que por ello una sonrisa aparece en mi boca.
(...)
—Número 102, arriba— habló la mujer a la que odiaba. Siempre que viene aquí me lastima y la odio por eso.
Me levante con pereza y me acerqué al vidrio. Había memorizado el protocolo y la verdad odiaba que ellos me lastimaran así que en algún punto comencé a seguirlo. Saque mis manos y luego el hombre me colocó las esposas. Seguido de eso la puerta se abrió y la mujer entró a la habitación.
Camine a la cama y me recosté. El hombre tomó mis extremidades y las ato para seguido salir de la habitación. La mujer tomó mi cabeza y luego comenzó a inyectarme ese líquido azul por mis ojos, el dolor era indescriptible, sentía que mi cabeza estallaría y que me descontrolaría y aunque quería hacerlo no podía hacerlo frente al viejo Phil ya que el hombre me caía bien.
Cuando dejó de inyectar el líquido azul prosiguió a cortar mi brazo con una navaja filosa. Según ella el líquido azul me hace regenerar mis células más rápido, pero hasta ahora no había funcionado y las heridas sanaban como cualquier humano normal, dejando cicatrices enormes por todo mi cuerpo.
—¡No!— se alteró y aventó la navaja lejos —No de nuevo, esto funcionó con el número 104 ¿por qué contigo no?
—No lo se— la mire.
—Eres un mutante defectuoso— fue a recoger la navaja y salió furiosa de la habitación.
El viejo Phil entró y me desató, cuando termino de hacerlo salió de la habitación y cerró la puerta para impedir que yo saliera de ella. Yo me puse de pie y me acerqué al cristal para que me quite las esposas.
La herida que la mujer me había hecho dolía, pero pronto sanaría y eso era lo más importante. Sabía cómo curarla así que cuando termine de ducharme tome el botiquín y comencé a limpiarla y luego le puse una enorme bandita para que dejara de sangrar.
Las mujeres entraron para darme mi desayuno, esta vez traían un baso de yogurt de fresa, mi favorito, también traían un plato de sandía y una taza de té n***o. Me lo entregaron y comencé a comerlo.
Cuando termine de desayunar me levante de la silla y camine hasta mi pequeño escritorio para comenzar a leer el libro que el viejo Phil me había dado días atrás. En cuanto el sol se ocultó las luces se encendieron, cerré el libro rápidamente y me removí de la silla para caminar a la que se encontraba detrás del tablero de ajedrez. Obviamente yo era la única que podía mover las piezas, pero que más daba eso era lo que más amaba y un cristal no me iba a impedir jugar con ese hombre.
Acomode las piezas y le cedí el primer movimiento a él. Él movió a su peón dos lugares y yo también moví el mío, pero solo un lugar.
—Número 102— me llamó y yo volteé a verlo —Es hora de que yo me valla— su rostro se notaba triste —El superior anunció mi retiro y no volveremos a vernos.
—¿Te irás? ¿A dónde?
—A casa— respondió —Tengo que ir.
—¿No puede quedarse?
—No— respondió agachando la mirada —Mi familia me espera.
—¿Familia?
—Si. Mi esposa y mi hija— vuelve a mirarme —Tu te pareces mucho a mi pequeña Lili— sonrió.
Entre a su mente para poder saber la causa de su sonrisa. El recuerdo mostraba a una mujer de cabellos negros, bajo un árbol, sentada y leyendo un libro, al lado de la mujer se encuentra una pequeña niña, de cabellos negros y ojos verdes. La niña, al verlo, se pone de pie y corre hacia él para poder abrazarlo, la mujer deja el libro al lado y luego se puso de pie para seguido caminar en dirección al hombre, lo abrazo y le beso los labios tiernamente.
—Voy a extrañarlo, señor Phil— sonreí. Me puse de pie y camine a la cama —¿Puede contarme una ultima historia?
—Por supuesto— acercó su silla al cristal y me miró tiernamente —Hace mucho, pero mucho tiempo, existió un enorme dragón. Este dragón se dedicó a proteger a la damisela que se encontraba encerrada en la alta torre. La torre estaba oculta en medio del bosque y un día un príncipe apuesto se decidió en adentrarse al bosque. Cuando vio la torre decidió en averiguar qué había ahí dentro, pero el enorme dragón se interpuso en su camino y le prohibió avanzar...
—El príncipe fue vencido por el dragón y la hermosa damisela permaneció en esa torre el resto de su vida— dije entre bostezos —Gracias por ser mi amigo, señor Phil— me giré hacia la pared y cerré mis ojos para poder dormir.
(...)
—Número 102, arriba— ordenó la mujer. Me removí la manta de la cara y me puse de pie, mire a la mujer y luego a la chica rubia que se encontraba al lado de ella —Esta es la soldado Grey y a partir de hoy será la persona que custodie tu habitación.
Me acerqué al cristal para mirar con más detenimiento a la chica. Ella era rubia, su piel era pálida y sus ojos eran de un color miel.
Trate de entrar a su mente, pero no pude hacerlo.
¿Por qué?