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¿Y si nos casamos?

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Blurb

Jake y Annie se conocieron cuando eran niños, su amistad era pura y sincera, mientras ambos se hicieron adultos, sus vidas fueron alejándose, Jake cumplió sus sueños de hacerse una estrella de rock y Annie, ella tuvo que tomar otro camino distinto, pero cuando Annie se reencuentra con Eliot, su primer y único amor de la escuela, su vida tomara un ligero cambio que daría a luz a los 9 meses, al enterarse de que Eliot ha estado guardando un secreto enorme, lo único que le queda a Annie es buscar ayuda de su mejor amigo. Es aquí cuando las cosas entre estos dos amigos empieza a cambiar.

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Capítulo 1: Encuentro
Una sombra cayó sobre mí, la ignoré porque lo que estaba leyendo me tenía intrigada. La sombra siguió allí molestándome y levanté la cabeza, un chico estaba parado frente a mí. Su cabello con n***o y desordenado, caía sobre la mitad de su rostro, pero su sonrisa era visible. Me quedé mirándolo fijamente, no dejaría que me intimidara por nada del mundo. Tardó casi una eternidad antes de hacer algún movimiento, pero finalmente, con un tono relajado que transmitía confianza en sí mismo, dijo: —Sé quién eres. Invítame a tu casa, quiero conocer a tus padres. Rodé los ojos y pasé la página de mi libro. —Piérdete —dije tajante, haciendo una señal con mi mano para que se largara. Mis padres eran algo parecido a unas estrellas del rock. Estaban en una banda, mamá era la corista y papá el bajista. Siempre estaban rodeados de gente y las visitas en casa eran una constante. La idea de llevar a un extraño a casa no me hacía gracia en absoluto. —Eres muy malhumorada —comentó, ignorando mi rechazo, y se sentó a mi lado. No me dejó leer ni cinco palabras sin hacerme una pregunta tras otra. Quería saber cómo era ser la hija de músicos y si iba de gira con ellos. Intenté ignorarlo con todas mis fuerzas, pero su voz me distraía constantemente. Parloteaba sin parar como si él también tuviera su propia banda, pero aún necesitará aprender a tocar el bajo y por eso quería conocer a mis padres. Cuando sonó el timbre, me puse en pie y me dirigí a mi aula. Todavía faltaban tres horas para volver a casa, el niño de antes me siguió muy de cerca. — ¿Por qué me estás siguiendo? —fue lo que le pregunté cuando entramos al edificio. —Vamos a la misma clase —respondió con una sonrisa. Fruncí el ceño, no recordaba verlo en el aula donde yo iba. Solo tenía un mes que me había mudado al barrio y dos semanas en esta escuela. A medida que caminábamos hacia el salón de clases, hizo una pausa dramática. —Entonces… —comenzó—, ¿me invitas a tu casa? Mis padres eran conocidos en su ámbito, pero nunca nadie sabía en qué realmente trabajaban, y los niños a mi alrededor no eran conscientes de esas cosas. Era la primera vez que alguien se acercaba a mí por esas razones. Y eso me sacaba de quicio, no tenía muchos amigos porque siempre me estaba mudando de un lado a otro, o de país. El primer encuentro con la fama había ocurrido cuando era una bebé de apenas unos meses. Mi mamá se olvidó de mí en el supermercado y me dejó con la cajera que, encantada, dio la noticia a los medios. Los periodistas nos siguieron durante meses, esperando a mis padres fuera de nuestra casa todo el día. Por eso, tuvimos que mudarnos. Y, ahí, comenzó lo que yo llamo, una larga lista de casas con las que no podía encariñarme. Mis padres eran propensos a hacer muchas locuras, como todo rockeros de los 90, que empezaron muy jóvenes a que los medios se fijaran en ellos y que fueron padres antes de ser legales en Las Vegas. Sí, cuando nací, mi madre solo tenía 19 años y mi padre le llevaba un año. Los tres primeros años de mi vida fueron una montaña rusa para ellos. Mis abuelos maternos me cuidaban casi todo el tiempo, más cuando la banda se iba de gira. En el final de los 90, mis padres alcanzaron mucha popularidad en la radio, tanto local como internacional. Los videos musicales de sus canciones aparecieron en programas de MTV, y fueron invitados a colaborar con otros artistas latinos de mucho renombre de esa época. Fueron nominados a varios premios, aunque nunca ganaron ninguno. Pero al entrar el 2000, su popularidad cayó en picada gracias a los nuevos ritmos musicales emergentes. La radio local comenzó a disminuir la cantidad de música rock que pasaban, ya que era cuestión de dinero. Quién pagaba más, más sonaba en la radio. Lamentablemente, mis padres no contaban con una disquera que patrocinará su estadía en la radio, y para el 2005 solo se dedicaban a dar conciertos en pequeños bares del país. Sus giras se redujeron a nada y ahora podía pasar tiempo con ellos, aunque por obvias razones no éramos muy compatibles. Ellos eran muy sociables, se llevaban bien con casi todo el mundo, la gente los adoraba, y de vez en cuando los invitaban a la radio y televisión local. Compraron una bella casa en un buen barrio de la ciudad y una pequeña emisora donde pretendían solo colocar música rock y alternativa para ayudar a los artistas nuevos. Sus últimos ahorros los invirtieron en la bolsa de valores para que yo tuviera de qué vivir en caso de que a ellos les pasara algo. Sí, todavía hacían música y de vez en cuando componían para otros artistas de diferentes géneros, canciones que ahora eran muy populares, pero que según ellos nunca cantarían. Al final de la clase, intenté escabullirme, pero me fue imposible. El niño de antes me vio y volvió a mi lado. Quise empujarlo y salir corriendo, pero mis padres me castigaban si hacía algo así. Lo miré enfadada, a él parecía no importarle. Se sentó a mi lado nuevamente. Mientras los días fueron avanzando, el niño me seguía a todas partes, se sentaba en el aula a mi lado, me acompañaba durante los recreos sin dejar de hablar, al tiempo que intentaba leer, me atosigaba durante las clases y era mi compañero en el autobús. A pesar de mi silenciosa resistencia, parecía decidido a ser mi compañero constante. Era tan molesto, pero al final le hablé. —¿Por qué me estás siguiendo? —le pregunté, aun sin entender por qué estaba tan interesado en mí. —Vamos a la misma clase, eres nueva en la escuela, al parecer no tienes amigos y eso me entristece mucho —respondió con una sonrisa tranquila, como si eso explicara todo. Luego, hizo una pausa dramática y preguntó:—Entonces… ¿Me invitas a tu casa? Mi corazón dio un vuelco. Nunca antes había estado en una situación como esta, y no sabía cómo reaccionar. Las casas de mis padres siempre habían sido santuarios, pero este chico parecía estar decidido a romper esa barrera. Opté por no responder y lo ignoré, pero él no parecía dispuesto a rendirse tan fácilmente. .... La campana sonó al final de la clase, y rápidamente me puse de pie, decidida a escapar de esta situación incómoda. Sin embargo, el chico de cabello desordenado me siguió de cerca mientras nos dirigimos hacia el pasillo. —No entiendo por qué me estás siguiendo —le dije, tratando de mantener la calma. No recordaba cuantas veces le había dicho aquella pregunta en las últimas semanas. —Vamos a la misma clase, ya te lo dije. Quiero ser tu amigo —repitió, como si eso fuera suficiente explicación. A medida que caminábamos hacia el salón de la clase siguiente, no pude evitar sentir que este chico estaba decidido a ser parte de mi vida, ya fuera por elección propia o por simple casualidad. Finalmente, llegamos al aula de la siguiente clase, y cuando me disponía a tomar asiento, él hizo lo mismo a mi lado. En este punto, estaba convencida de que no se movería por nada del mundo. Parecía interesado en mí, pero no podía entender por qué. Mientras el profesor comenzaba la lección, el chico de cabello desordenado se inclinó hacia mí y, de repente, parecía más serio. —Perdona si te incomodé antes —dijo con sinceridad—. Es solo que… bueno, me pareces alguien interesante y diferente. Me sentí sorprendida por su honestidad y su cambio de actitud. Tal vez este chico no era tan malo después de todo. No pude evitar sonreír un poco. El día continuó con más preguntas y conversaciones, y aunque al principio me sentía incómoda, gradualmente me fui acostumbrando a su compañía. Me enteré de que se llamaba Jake y que compartimos algunos gustos en común, como la música y los videojuegos. Al final de las clases, mientras nos dirigimos a casa, Jake me miró con una sonrisa cálida y preguntó: —¿Puedo ir a tu casa? Me gustaría conocer a tus padres. Por primera vez, no sentí la necesidad de ignorar su solicitud. Aunque mi instinto era proteger mi espacio y privacidad, pero al fin entendí que no iba a quitármelo de encima, hasta que fuera a mi casa. Con un suspiro, finalmente asentí y le dije: —Está bien, puedes venir a casa. La sonrisa de Jake se hizo más grande, y aunque no sabía a dónde nos llevaría este nuevo giro en mi vida, estaba segura de que sería una experiencia que nunca olvidaría.

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