LA TRAGEDIA QUE DIVIDIÓ EN DOS EL CAMINO – PARTE II

1576 Words
Bueno, Eliana no es de las personas que “malpiensa” aquellas cosas o que tiende a hacerlo casi que desenfrenadamente, pero aun conociendo a su esposo desde hace muchos años, cualquier cosa se puede esperar y más en una fecha u ocasión especial y por parte de un hombre completamente enamorado de la mujer de su vida, aquella por la que dio el “¡Sí!” en el altar con plena y total convicción, señal que, después de cinco años de matrimonio, no ha dado o mostrado muestras de arrepentimiento por ambas partes. Después de una hora en la que reposó en su plácida y ligeramente áspera hamaca naranja, ubicada en el patio de las instalaciones administrativas, tanto lo consumido como la rareza de lo comentado a comparación respecto a otros años, solo pensó en terminar el acta de mediación dada una disputa entre la corporación y un proveedor que aquejaba cual falta de cumplimiento a una solicitud de intervención ilegal a su predio hacía ya unas semanas, razón por la cual quería cerrar caso y no volver a inmiscuir su atención en lo laboral, al menos hasta el lunes, posterior a dos días en los que pensaba rematar su día especial disfrutando “como Dios manda”: sin afanes, tal vez plan piscina, plan TV, Netflix, etc. Lo único seguro era que ansiaba poder contar con su familia sin problemas en que pensar. Su mesa vibró después de diez minutos, aproximadamente, y, pausando su labor, buscó desesperadamente la razón hasta que, debajo del sobre color rosado vio su celular con una llamada entrante, proveniente de un número desconocido. Eliana, que desde adolescente ha sido muy desconfiada de casi cualquier persona de la que no conozca ni siquiera su nombre o su aspecto estimule sentimientos y/o sensaciones negativas, dudó al primer momento, se abalanzó frente a su dispositivo y, después de llevar sus manos a su cuello y darse un corto pero confortable masaje en este, agarró el celular con su mano derecha y volviendo la mirada al frente, se dispuso a responder la llamada: — Aló, ¿Eliana? —     Sí, con ella. ¿Con quién hablo? —     Imposible que no reconozcas mi voz. —     Pues, si de voces femeninas se trata, solo son sumamente evidentes para mí las voces de mis hermanas y la de mi mamá. —     Sí, ajá. Bueno, pero debieras no olvidar la voz de tu “amix de la universidad”. —     ¡Oh, por Dios! ¿Alexandra? —     Diste en el blanco. —     Tiempo sin saber nada de ti, ¿cómo has estado? —     Mejorando amiga. Ahora hay muchas cosas que ya hacen parte del pasado y soy una mujer renovada. Vivo ahora en Ibagué y me casé con Marcos, el chico que nos ayudó a pasar Derecho de familia y del menor. —     Ah, sí, lo recuerdo. Pero ¿cómo pasó todo? Porque cuando lo conocimos y aprobamos la asignatura no tenías mayor vínculo con él que solo académico. —     Eli, la verdad es una historia larga, realmente fue poco relacionada, posteriormente, con la universidad y sus espacios. ¿Te parece si lo hablamos mejor esta noche? ¿Te parece si nos encontramos 15 minutos antes de que Milton te recoja? —     Espera. ¿Hablaste con Milton? ¡Oh, es increíble! —     ¡Por supuesto! ¿¡Cómo podría desaprovechar la oportunidad de reencontrarme y compartir con mi amiga de la universidad!? Él me contactó apenas supo por f******k que me encontraba acá en Neiva y le ayudé medianamente a organizar todo, aunque bueno, por nuestras experiencias en la carrera, sabes que soy poco comprometida e inexperta si de fiestas se trata, sobre todo de su organización. —     Sí, lo recuerdo, aunque sabes qué pensaba yo al respecto siempre. Nadie nació ni nace aprendido, y estoy segura que siempre tuviste y tienes tus talentos ocultos pero que sabes que los tienes. Supongo que Marcos te ha dado una mano con eso, ¿no? —     Pues, sí, aunque es complejo y no como esperaba que fuera. Amiga, estoy un poco ocupada y voy de salida para una cita médica. Vine a acompañar a mi mamá por unos días, quien no se encuentra muy bien de salud y la cita es a las 2 p.m. Como cosa rara (risas) me cogió la tarde. Hablamos en la noche. Take care! —     Take care amiga. Bye! Colgó con su dedo pulgar derecho, temblando como si el aire acondicionado de la oficina fuera más intensivo que el aturdidor calor que atenuaba la capacidad ligera de concentración y tranquilidad armoniosa del ambiente. Estaba exhausta, y ya no sentía ni la capacidad para seguir ocultándolo, ni la convicción para seguir justificándolo. Solo un capítulo de esta historia ha mostrado un tornado emocional sin precedentes, evidenciando niveles altos de bipolaridad y altibajos, así como niveles bajos de bienestar. Su rostro sudaba y su respiración se descontrolaba; quería desconectarse por un momento de todo. Que el todo fuera ajeno a ella y ella ajena al todo. No encuentro otro juego de palabras que pueda describir su emocionalidad del momento. Continuando con su desequilibrio entre el deber y el ser, solo regocijaba su calma débil en su laptop, donde cada palabra digitada representaba una señal de esperanza por cumplir su anhelado propósito de fin de semana, en el cual, podría disfrutar sin trabajo justo el día primero de mayo, el cual ya sabemos qué se celebra ese día y el porqué del tono tan irónico con el que se hace mención de este. Con dicha sensación negativa continuó su tarde hasta que llegó la hora de la salida. 6:20 p.m., apagó su laptop, dejó a un lado su vaso con un poco de la leche chocolatada que consumía para refrescarse y se levantó, dispuesta a salir para el lugar que se le indicó por medio de la inesperada carta, no sin antes ir al baño y darse un poco de ‘frescura’, lavándose la cara y cepillándose los dientes, aunque esto último con más prisa de lo comúnmente visto, dados los escasos minutos que separaban su salida de la hora que había quedado pactada. Saliendo de las instalaciones, no sobra mencionar que el cuarto cumplido por lo celebrado aquel día no se hizo esperar: —       Hasta el lunes don Hugo (el vigilante). —       Feliz descanso señorita Eliana y, por cierto, feliz cumpleaños. Perdone lo tarde. —       Muchas gracias. —       Emm, hice este presente para usted. Sé que es poco, pero acéptelo como un gentil gesto de mi parte. —       ¡Vaya! Es perfecto. De parte de su mamá también, supongo, ¿no? —       Y de mi hermana también, señora. Aunque la idea fue inicialmente mía (risas). La situación en la familia ha estado muy difícil, desde la muerte de mi señor padre todo se ha complicado. Por estos días solo dependemos de mi salario y de lo que mi señora madre puede hacer por sus ventas en el pequeño negocio familiar de artesanías. —       Entiendo don Hugo. Igualmente le mando con usted mis agradecimientos para ellas y les deseo lo mejor. ¡Nos vemos! Aquel objeto era una hermosa pulsera tejida por las manos de su madre, una señora de aproximadamente ochenta años de edad, trabajadora doméstica y que, por la politiquería, corrupción e incompetencia de todos los gobiernos que ha tenido este país, no logró acceder a una pensión (digna, además), y que logró adquirir con el tiempo una destreza inefable en el arte que desempeña, y que le permite recoger unos pesitos extras, colaborando así con lo aportado por su hijo, el vigilante Hugo, quien completó ya 25 años prestando sus servicios en las instalaciones de la CAM, siendo uno de sus empleados más longevos y, además, queridos. Eliana salió un poco pensativa, quizás conmovida por lo comentado por el apreciado guachimán, pero dispuesta a caminar los casi treinta metros de distancia hasta llegar al punto exacto. Se sentía medianamente solitaria la calle, sospechosamente fría, silenciosa y oscura sin igual, aunque mientras caminaba, sentía que don Hugo la veía casi que fijamente desde su puesto de trabajo, sintiéndose protegida, lo cual bajó su nerviosismo y le permitió llegar en buenos términos, sentarse en el puesto donde los usuarios de los buses de servicio públicos esperan ansiosamente su correspondiente transporte. Como corresponde, no sacó por nada, ni siquiera para ver la hora, su móvil y se dispuso a observar la luna, que ya se posicionaba y preparaba para reemplazar al radiante sol por las siguientes doce horas, aproximadamente. “¡Eliana! Acá estoy”, escuchó nuestra protagonista a una distancia corta por su lado izquierdo. Un automóvil MAZDA color blanco estacionó a escasos diez metros y, en efecto, era Alexandra. Lucía radiante, traía un hermoso vestido n***o tipo “vestido de la venganza” de Lady Di y una cartera de color beige, perfectamente adecuado para combinar con su vestido, al que solo le faltó el collar de perlas para tratarse de la reencarnación de la princesa de Gales. Alexandra se dirigió a ella, se saludaron con un beso en la mejilla, el abrazo que nunca falta entre dos personas cercanas (mucho, en este y tantos casos) y se dispusieron a hablar, adelantar e intercambiar información de la otra, todo mientras esperaban a Milton, quién tenía y tiene fama de puntual, aunque en las noches, con el tráfico pesado que abruma la ciudad, es la excepción algunas veces.
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