Capítulo 2

2524 Words
La taquilla de Kass se estrelló con fuerza cuando la cerró. Apoyó la frente contra el metal frío en un intento de despejarse un poco. Los contenedores de metal n***o se alineaban a lo largo de uno de los muros en la planta baja del edificio. Era un cambio de color poco relevante, la mayoría de las cosas en el interior del centro eran negras o grises, principalmente grises. Entendía la preocupación de su tía, de verdad que lo hacía, ella también estaba angustiada de que todo ese trabajo fuera para nada, pero no podía lidiar con ello, no ese día. Tenía suficiente con sus propios pensamientos fatalistas como para estar cargando con los de su tía. Se sentía fatal por la forma en la que había tenido que dejarla, seguramente con la palabra en la boca, pero podría disculparse cuando la viera más tarde. Se obligó a enderezarse, a respirar con calma. Presionó el pulgar de la mano derecha contra la palma izquierda, sintiendo al pequeño bulto incrustarse en su piel. La píldora estaba siempre escondida debajo de sus guantes. Era solo en caso de emergencia y jamás había tenido que usarla; ese pensamiento era reconfortante, tanto como la presión pulsante que se producía cada vez que apoyaba la mano. Ajustó las cintas en sus muñecas para mantener todo en su lugar. Enfundada en aquel uniforme verdoso se sentía un paso más cerca de lograrlo, en unas horas las cosas habrían terminado y ella no tendría que recoger el uniforme de unidad de limpieza, la tarea que seguramente le asignarían en las fábricas si fallaba en aquello. Había pasado los últimos tres años entrenándose, no había tenido tiempo de especializarse en nada más, no iban a darle un trato especial por ser una buena para nada. Era consciente de que hace pocos minutos le había dicho a Zoey que no pasaría nada si ambas terminaban como obreras, pero Kass prefería terminar deambulando en las afueras que pertenecer al equipo de limpieza. Podía lograrlo. Todo iba a estar bien, ella solo tenía que… —¿Kassandra Cross? La voz llegó a cortar de tajo las charlas de las personas que estaban en el corredor esperando su turno al lado de sus taquillas, todos enfundados en el mismo uniforme que ella. Las personas se replegaron contra la pared, dejando el corredor libre para el hombre que acaba de entrar, mirándose los unos a los otros, curiosos por el giro en los acontecimientos. —¿Es alguno de ustedes? ¿Tal vez tú? —preguntó de forma amable a un chico de pie a su lado—. No soy nadie para juzgar, Kassandra es un nombre muy bonito, era el nombre de mi abuela y… —No, señor, no soy yo —. Lo cortó con toda la educación que poseía. —Oh, una lástima —volvió la vista a tableta en sus manos, el cristal era tan delgado que parecía que se rompería en cualquier momento—. Entonces, ¿Kassandra Cross? No estaba segura de cuántas veces tenían que repetir su nombre para que ella entendiera que debía reaccionar. Suponía que tres eran suficiente, porque se separó de su taquilla y salió al corredor. Sintiendo las miradas de los demás examinados ahí reunidos, consciente de la presión que la píldora ejercía contra la palma de su mano mientras las cerraba en puños para mantenerse calmada. —Ah, claro. Esto tiene más sentido —. No había burla en la voz de aquel sujeto, pero eso no evitó que Kass frunciera el ceño—. Podría seguirme, señorita Cross, hay un par de cosas que me gustaría preguntarle… —Debe de haber un error—, el hombre la miró expectante, esperando—, señor. Aún no es mi turno, nos estaban llamando por… —Lo sé —. Una sonrisa se formó en los labios del hombre tras interrumpirla—. Pero me gustaría hacerle algunas preguntas antes, si no le molesta —. Se hizo a un lado, cediéndole el paso, aunque sonaba amable no parecía que Kass tuviera otra opción. Kass se tragó las quejas, empujándolas al fondo, como ya sabía hacer. Se recordó que no era ni el lugar no el momento para una discusión y avanzó, todavía con los puños apretados. Caminó sin hacer preguntas, estaba acostumbrada a eso; uno no hacía preguntas en ese lugar, uno las respondía, quisiera hacerlo o no. Pocos metros delante de ella encontró a un merodeador. El hombre vestía una pieza similar a la que Kass usaba, lo que solo servía para dejar ver que no se parecían en nada. Los uniformes eran del mismo tono verde, pero el de ella era, visiblemente más delgado, de un material más vaporoso, no la ayudaba a mantener su temperatura corporal y no era resistente a las balas. La complexión musculosa y las mejillas rellenas delataban que ese soldado se alimentaba mucho mejor en una semana de lo que ella comía en un mes. Kass supuso que se parecía más a su prima de lo que estaba dispuesta a admitir, pues sintió ganas de patearlo, pero en su lugar, se limitó a entrar por la puerta que él abrió. Era una de las salas médicas del centro, un cubículo pequeño con una pantalla de análisis biométrico empotrada en uno de los muros y una camilla en el centro. Un escalofrío recorrió a la chica. —Puedes sentarte. Le costó un segundo el recordar que le estaba hablando a ella. A regañadientes, Kass se encaminó a la camilla y se encaramó a ella. Observando con suspicacia al hombre que seguía mirando su tableta, cambiaba de una mano a otra el delgado pedazo de cristal revisaba los datos en la pantalla. —Así que militar, ¿eh? Es un puesto muy importante. —¿Algún problema con eso? Él parpadeó en su dirección, desconcertado. Kass no pretendía ser maleducada, era lo peor que podía hacer en esa situación, pero no podía evitarlo: solía ponerse a la defensiva cuando estaba nerviosa, pensaba que la furia era mejor herramienta que el miedo, aunque no era la jugada más brillante cuando debías demostrarle a alguien que podías lidiar con la presión. Se obligó a relajar su ceño fruncido y sus hombros. Una risa sorprendida salió de los labios del sujeto, quien guardó la tableta bajo su brazo y se encaminó hasta donde ella estaba, tendiéndole la mano. —Teniente Marson. Soy el encargado de las líneas de defensa de Meris. —¿Meris? —comentó ella, sorprendida, al tiempo que estrechaba su mano— ¿Eso no está como a una hora de aquí? —preguntó repitiendo las palabras que su prima había dicho en la mañana. —Sí, estamos un poco lejos de casa, pero hay razones para eso. El teniente Marson dejó ir la mano de Kass y se recargó contra el muro, frente a ella. Era un hombre de unos cuarenta y tantos, con la cara bien afeitada y canas en las patillas. Su cara estaba algo arrugada, no por la edad, sino por la intemperie, como si hubiera pasado los últimos años persiguiendo tormentas o algo más peligroso. —¿Ha escuchado lo que ocurrió en el complejo de Meris, señorita Cross? —preguntó después de un momento en silencio. Kass se removió en su lugar, incómoda. —El ataque. El teniente asintió con solemnidad. Kass tragó en seco. —En los últimos años las cosas habían estado tranquilas. La radiación va en descenso, lo que permite que la descontaminación se regularice, sin radiación, hay menos efectos dañinos para las personas. Es importante, porque después de cien años aún hay zonas en las que no podemos acceder. Se perdieron muchas cosas durante el estallido, no sólo vidas, también material que pudiese ayudarnos, tuvimos que empezar de cero y seguimos trabajando en ello. —Sí, sin ofender, pero eso es algo que ya sabemos todos, nos lo han repetido hasta el cansancio desde que tengo memoria. Marson soltó una risa divertida. —Lo entiendo, nos lo repiten a todos —. Cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro—. La semana pasada hubo alertas de actividad sospechosa en las inmediaciones de la ciudad. Decidimos que podía ser cualquier cosa y lo dejamos pasar. Un par de días atacaron las fábricas de armamento. El hombre recuperó la tableta y se la pasó a la chica, en la pantalla se mostraba la imagen de una habitación en llamas: el humo era espeso y no permitía que la cámara grabara todo a detalle, pero se podía distinguir una silueta en el suelo arrastrándose para salir del lugar, una persona. La grabación no tenía audio por lo que Kass no pudo escuchar el grito que el pobre desgraciado propinó cuando otra silueta surgió de la oscuridad y lo jaló hacia el humo hasta hacerlo desaparecer. Las manos de Kass estaban sudando. —¿Sabe qué es eso? La chica levantó la vista, mirando con intensidad al militar, sonrió de modo burlón antes de pasarle la tableta. —Un demon. Qué nombre tan estúpido. —Podrá serlo. ¿Podría culpar a quien los nombró? Imagine esto. El mundo acaba de hacer explosión, todo lo que conoce ha desaparecido. Logra sobrevivir, contra todo pronóstico. Y un par de años después, de las zonas cero, aquellas tan radioactivas para poder estar de pie en ellas, comienzan a salir estas cosas. No son como nada que haya visto. Son sólo monstruos. ¿No le parece que demons es un nombre de lo más apropiado? —Como sea, no entiendo qué tiene que ver esto conmigo. En realidad, lo sabía, no era la primera vez que alguien la hacía a un lado, que la separaba porque suponía que era lo correcto. —Tiene ojos muy bonitos, igual que su prima. Los puños de Kass se apretaron una vez más. —Son de familia. —El carácter también, por lo que veo. —No sé qué pretende. Tenemos todos los exámenes… —Es sólo una precaución. Todos aquellos que presentan algún grado de mutación son sometidos a la prueba de ambivalencia, lo sabe. Kass lo sabía y por eso se mordió la lengua. Era una mierda cada vez que las apartaban de una multitud para examinarlas, podría ser que las pruebas arrojaran resultados negativos, pero no evitaba que todos las mirasen como si se trataran de un peligro en potencia. Estaba dispuesta a decirle todo eso, cómo era que su sistema terminaba por meterlas en líos, porque tenían que hacer un maldito circo cada vez que la situación se les salía de las manos, como si el odio de los demás fuese a impedir que alguien perdiera el control y arrasara con todo. En ese punto la mayoría de las mutaciones no eran físicas, y quienes las presentaban eran más que nada como una muestra de evolución. Pero nadie podía evitar mirarte dos veces si tenías ojos de un color diferente, único. Quería decirle todo aquello, pero no pudo. El edificio se sacudió con violencia, empujando al teniente a un lado, derribando a Kass de la camilla en la que se encontraba. Una pesada capa de polvo les cayó encima, haciéndolos toser. Las luces parpadearon por un segundo y después se apagaron por completo. Lo siguiente fueron los gritos. Decenas, cientos de ellos. —Está buscando en el lugar equivocado, teniente Marson. Sin decir más, la chica se puso de pie y abrió la puerta de golpe. El polvo era más espeso en el corredor, los gritos se escuchaban apagados, como si ya encontraran muy lejos. Kass miró al rededor. —¡Zoey! —Gritó a todo pulmón. El teniente la tomó por la cintura, pegándola al muro y presionando su boca con su mano libre. —Sus resultados muestran que no es la mejor de su clase. Es mala manejando armas y apenas logra hacer algo cuando se trata de combate. Pero pensé que sería por lo menos inteligente para haber llegado hasta aquí. Los dientes de la chica se clavaron en la piel de su mano, haciendo presión hasta que él la dejo ir. Kass escupió al suelo, tenía sangre en la boca. La rodilla de la chica impactó de forma certera en la ingle de hombre que, desprevenido, no pudo hacer nada. Kass lo sujetó de las solapas del traje cuando se dobló sobre sí mismo. —Si algo le pasa a mi prima por su culpa, voy a matarlo. Lo dejó ir, permitiendo que se deslizara por la pared hasta el suelo. Amenazar a un agente del gobierno tampoco era una buena idea, ahora definitivamente terminaría en el área de limpieza, pero ya no importaba, lo único que quería era encontrar a Zoey y salir de ahí, no debería estar lejos, aun podía… El muro a su derecha reventó. Ella apenas tuvo oportunidad de hacerse a un lado. La pared se desmoronó haciendo colapsar parte del techo, arrastrando el mobiliario que se encontraba en la planta alta. Kass retrocedió, enredándose con sus propios pies y cayendo al suelo. El polvo no le permitía ver bien a la cosa que tenía delante. Era alto como una casa y se reía como si todo fuera gracioso. Levantó una de sus manos enormes tanto como le resultó posible, apenas y podía moverse en el corredor estrecho. Estaba dispuesto a aplastar a la chica cuando un disparo resonó. El tiro dio de lleno en la mano de aquella cosa. Kass retrocedió al tiempo que Marson avanzaba, pistola en alto. —Váyase de aquí, señorita Cross. —¿Está demente? Esa cosa va a partirlo a la mitad. —Ese es el deber que… —¡Basta con esa mierda! La chica le propinó una patada en la parte interna de las rodillas, obligándolo a flexionarlas, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo al tiempo que un golpe de la criatura pasaba por el punto exacto donde antes había estado el hombre. —Corrección, no va a partirlo a la mitad, va arrancarle la cabeza. El monstruo se enderezó, dejando ver sus facciones. Sólo era un hombre, un hombre con una talla descomunal y bastante enojado. Cerró ambos puños y los levantó. Kass se deshizo de los amarres de sus guantes, tirando de ellos con los dientes para sacárselos, haciendo malabares para no perder la píldora; era para una emergencia y esto, en definitiva, contaba como una. Se la metió a la boca, mordiendo con fuerza. Se lanzó hacia delante, al tiempo que levantaba las manos. El polvo imitó el movimiento, comprimiéndose sobre sus cabezas hasta ganar una consistencia sólida. Los puños descendieron con fuerza, impactando de lleno con la capa de suciedad que la chica mantenía en alto. El golpe sacudió a la chica de pies a cabeza, pero se las arregló para soportarlo. —¿Qué estás haciendo? —preguntó el hombre conmocionado. —Salvándote la vida, imbécil. Corre. Volvió a levantar las manos dejando que el polvo se desperdigara, golpeando de lleno en la cara del gigante. Kass salió corriendo hacia el interior del edificio, alejándose tanto como le resultara posible. 
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