Capítulo 1

2619 Words
Siguió cambiando el canal, dedicándose a pasar un programa y después otro y otro más. Comenzaba a hacerse tarde, pero aquello era normal en esa casa. Tan cotidiano como los cielos permanentemente grises, como el aire espeso y la luz pálida. Así que continuó cambiando de canal, solo porque no tenía nada mejor para hacer. —Vas a dejar un agujero en ese sofá, has pasado ahí todo el fin de semana —. Se quejó su madre antes de volver a caminar en dirección a las escaleras—. ¡Kassandra, baja de una vez! Y tú, levántate. —¿Por qué parece que estás molesta conmigo? Yo estoy lista, solo quería pasar el rato hasta que podamos irnos. El control le fue arrebatado de las manos sin aviso. La chica se enderezó para pelear por lo que era suyo, sin embargo, la mueca en el rostro de su madre le dejó en claro que no estaba de humor para enfrentamientos. Las cosas no iban bien en la fábrica, la disminución de los niveles de radiación en los últimos días provocaba que las personas irresponsables se movilizaran hacia las zonas de limpieza y eso, a su vez, generaba que el trabajo en las fábricas aumentara. Habían pasado semanas desde la última vez que su padre pasó más de un par de horas en casa. Sabía que no era una buena idea el molestar a su madre en ese momento, por lo que se acomodó en su lugar, removiéndose un tanto incomoda. —Ve a revisar si tu prima está bien. ¿De acuerdo, Zoey? En una situación diferente, Zoey se habría negado, era más una reacción natural por llevar la contraria que un intento de pelea; pero entendía que, en ocasiones, no valía la pena buscar pelea, así que se puso de pie. Zoey era la viva imagen de su padre: cabello rubio, piel blanca y piernas largas que la ayudaban a superar la altura de su madre a pesar de que sólo tenía 15 años; de ella heredó el verde en sus ojos. Se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja, hundió los puños en el fondo de los bolsillos de la chaqueta y se dirigió a la planta alta. En su camino a las escaleras escuchó el golpe del control remoto al ser arrojado al sofá, justo en el agujero que ella estaba formando en él; una sonrisa se formó en su rostro. Al pasar junto al termostato la chica le dio un manotazo. La pantalla táctil arrojó una advertencia en letras azules. Acceso denegado. Zoey miró el mensaje por un momento, como esperando que este cambiara mágicamente y le permitiera subir la temperatura, pero eso no ocurrió. —¡Mamá! —¡No pienso cambiar el acceso, Zoey! ¿Cuántas veces tengo que decirte que no podemos pagar la cuota de energía si sigues jugando con el termostato? —Gritó la mujer desde la cocina. Zoey dio una patada a la pared, un mero gesto de frustración. Si se lo preguntaban, ella diría que apenas y había tocado el muro, aunque la huella de la suela de sus zapatos demostrara todo lo contrario y negaría por completo que habían repiqueteado las láminas de cristal con fotografías suspendidas a lo largo de las escaleras, que una de ellas había terminado por desprenderse y caer al suelo. Antes de que se la encontrara culpable, la chica apresuró el paso para escapar de la escena del crimen, seguida por un conjunto de maldiciones que su madre propinaba desde las escaleras. El corredor estaba desierto y, desde su posición al filo de las escaleras, Zoey podía ver la puerta entreabierta del cuarto de su prima: estaba oscuro en el interior, con las cortinas cerradas, lo que sólo servía para acentuar la pobre iluminación del día. Al dar un paso en su dirección el ruido de algo cayendo al suelo y haciéndose añicos brotó del lugar. Zoey se detuvo a mitad de un paso, entornando los ojos para poder ver si captaba algo, una sombra se movió dentro de su campo de visión, pero desapareció tan pronto que no pudo enfocarla. Para ese punto la chica no era capaz de decir si había comenzado a temblar o si el piso bajo sus pies estaba vibrando. El retrato a la altura de su cabeza comenzó a moverse, el cristal repiqueteando contra el muro. —¿Kass? La voz de Zoey sonaba mucho menos confiada de lo que le gustaría; había comenzado a encorvarse, algo que hacía cada vez que se ponía nerviosa. El temblor aumentó de a poco, Zoey se sostuvo del muro, buscando estabilidad, nadie además de ella parecía darse cuenta de lo que pasaba. La puerta de la habitación se balanceó y entonces Kass emergió al pasillo, mirando a su prima con una mezcla de diversión y curiosidad. Una sonrisa se formó en sus labios delgados. —No creo que la pared necesite ayuda para mantenerse en pie, Zoey. Está haciendo un trabajo increíble ella sola —. La chica abrió uno de los bolsos de su mochila y dejó caer un pastillero. —¿Qué? —La rubia le dio un rápido vistazo a la pared, sus manos seguían apoyadas contra ella, pero no había rastro alguno de movimiento—. No. Yo no estaba… ¿no lo sentiste? —¿Tu pelea con la pared? Por supuesto, nadie patea como tú. —No… eso no, el temblor. —El que tú provocaste al patear la pared —. Se llevó las manos a la cabeza sujetando su largo cabello castaño en una coleta—. Ahora no solo le has hecho un agujero al sofá, también a las escaleras, ¿segura que no eres uno de ellos? Había una sonrisa perversa y divertida en el rostro de Kass mientras pasaba a su lado, girando sobre sus talones para que pudiera verla y luego repitiendo el movimiento para poder bajar las escaleras. Zoey la alcanzó, caminando un paso detrás de ella, observando cómo su cabello se balanceaba a su espalda mientras bajaba los escalones. —Eso no es gracioso —. Se quejó la rubia—. ¿Sabías que la semana pasada hubo un ataque en Meris? Eso está como a una hora de aquí en los trenes. Dicen que no han visto nada así en años —. Pasó por su lado para cortarle el paso en los últimos escalones —. Se están organizando, eso es seguro. ¿Qué posibilidades tenemos nosotros si Meris, un centro de armamento, fue atacado a plena luz del día? —¿Cuál luz del día? —¡Estoy hablando en serio! —¡Yo también! —Ya basta, por favor. —Lo siento, tía Maggie. Las chicas se miraron por un segundo, antes de que Zoey pusiera los ojos en blanco y dejara de estorbar en la escalera para dejar a pasar a Kass. Ellas no se parecían en nada, salvo en los ojos: las dos poseían esos colores tornasol, dependiendo de cómo las miraras, podían pasar de verdes a azules. Pero la piel de Kass era de un tono moreno que acentuaba sus ojos claros. Su cabello era largo, rizado y oscuro; Era más bajita que Zoey. Ambas caminaron hasta la cocina, el cristal roto con la fotografía estaba colocado sobre la encimera, pero Zoey se dedicó a ignorarlo. Su madre soltó un suspiro. —¿Nos vamos? —Seguro —. Kass también ignoró la mirada insistente de su tía. *** El termino escuela había quedado obsoleto décadas atrás. Muchas cosas cambiaron después del desastre nuclear que se tragó al mundo y terminó por escupir los restos para que los usaran los sobrevivientes. Hasta la fecha, seguían haciéndolo. Las necesidades de las personas cambiaban conforme las estadísticas de la radiación bajaban y las de la población iban en aumento. Era inevitable, suponía Zoey, pero uno no podía acostumbrarse a una vida carente de seguridad, de estabilidad futura. Las personas vivían preparándose, en estado de alerta, siempre listas para aprender una nueva habilidad indispensable. Por eso ya no existían escuelas. Lo básico como leer y escribir les era enseñado siendo apenas unos niños, nada muy ostentoso, solo lo suficiente para que supieran encontrar la salida de emergencia en caso de necesitarla. Después se enlistaban en los centros de capacitación donde la gran mayoría se preparaba para su esplendorosa vida como obreros. Zoey miró el día de verano a través de la ventanilla del levitador conforme se acercaban al edificio gris. El aparato tenía ese rechinido infernal que indicaba que estaba fallando el riel magnético encargado de hacerlo levitar, se suponía que su padre lo arreglaría en cuanto llegara a casa, pero aquel término se volvía más y más inexacto conforme pasaban los días. —¿Estás nerviosa? —la voz de Kass llegó desde el asiento trasero con un poco más de volumen del necesario, lo que dejaba en claro que el estruendo era mayor en la parte trasera del levitador. —Voy a ser una obrera, no hay nada de qué preocuparse si ya conoces el resultado —. Se encogió de hombros. —Oh, vamos. Puedes ser parte de los merodeadores o tal vez salgas exenta. —No, seré una obrera. Es casi imposible obtener otra calificación en el examen de actitud. —Entonces podrás volver a aplicar el año que sigue —. Respondió su madre con decisión. —Claro, eso, gracias, tía Maggie —. El agradecimiento de su prima parecía genuino, era obvio que estaban intentando animarla a dar lo mejor de sí y era un fastidio—. Seguramente te dejaran exentar si muestras un poco de optimismo y personalidad. Este año están buscando artistas o emprendedores. Había un dejo de amargura en la voz de la chica. Kass era cuatro años mayor que Zoey, tenía casi veinte, estaba en sus últimos meses en el centro y sabía que estaba muy decepcionada de cómo habían terminado las cosas. Durante sus años de alistamiento estaban buscando médicos y agricultores, los que no lograban exentar la prueba para competir por uno de los puestos eran automáticamente designados como obreros. Un año más tarde, cuando volvió a tratar, buscaban militares. Kass había logrado exentar, pero había sido un camino cuesta arriba, tenía los moretones que lo probaban y era una lástima, porque pocas personas podían pintar como lo hacía su prima. —Vas a estar bien. Zoey se dio la vuelta sobre su asiento para colocar una mano sobre la rodilla de la chica. Era también un día importante para ella, y es que ser militar no era un juego y no cualquiera lograba llegar hasta el final de las pruebas. —Oh, no es la gran cosa. Siempre podremos ser obreras juntas. Tú vigilaras mientras yo tomo una siesta y yo alejaré a los indeseables cuando intenten hacernos ver que son mejores que nosotras. Era una perspectiva bastante triste, pero eso no evitó que Zoey sonriera. Kass apoyó su mano sobre la de su prima, ejerciendo algo de presión para darle un poco de valor. Era cierto, había pocas posibilidades de que tuvieran una vida mejor en un mundo como aquel, donde nadie tenía nada asegurado, pero el pensar de esa forma no las iba a sacar de ahí. Un poco de positividad quizá podría ayudar. El levitador se detuvo finalmente. Las dos chicas levantaron la vista, era desalentador el saber que gran parte de su futuro terminaría de decidirse dentro de las descoloridas paredes de aquel lugar, pero no era como si las personas a su alrededor la pasaran mejor, como si la vida fuera mejor. Las cosas eran lo que eran y ellas tenían que hacer su parte. Muchas de las cuotas o servicios estaban a cargo del gobierno, si alguien se negaba a colaborar no sería enviado a la cárcel o considerado un traidor, pero el gobierno dejaría de correr con sus gastos y eso, a la larga, convertía la vida en una carga que pocos podían llevar a cuestas. Les gustara o no, era mucho más llevadero el cumplir con aquel contrato implícito. —Van a estar bien. La voz de su madre le recordó que era momento de bajar del levitador. Había una mirada segura en los ojos de la mujer, como si no temiera por las cosas que se avecinaban. Aquello le dio algo de calma a Zoey. ¿Podría ser que ellas estuvieran exagerando? Tal vez ese era el caso. Tal vez ellas simplemente estaban desesperadas por algo más, muchos lo estaban. Se sintió un poco más tranquila cuando dejó ir la mano de su prima, se volvió hacia la puerta y la abrió. Sus pies tocaron la tierra y pudo notar que estaba rodeada por personas con la misma mirada ansiosa, con los labios masticados y ganas de algo más. Esperó hasta que su prima bajó y el sonido de la puerta al cerrarse dejó en claro que no tenían dirección para salir corriendo. No había hacia dónde correr, en realidad, si la vida en las ciudades era precaria no había nada qué hacer en el exterior. La única forma de lograrlo es estando juntos. Un eslogan estúpido que se usaba para mantener la sensación de solidaridad que debería reinar en las comunidades, para hacer sentir a cada uno que importaba, aunque cada uno de ellos estaba viendo por sí mismo, por su propia supervivencia. —Kassandra… Incluso cuando su madre no la llamaba a ella, Zoey se volvió al mismo tiempo, curiosa por el repentino cambio en la actitud de su madre. La mujer, que compartía la misma piel morena y cabello oscuro que su prima, las miró por un instante largo y pesado. Al final se las arregló para mostrarles una sonrisa forzada. —¿Ti-tienes tus medicinas cariño? Kass parpadeó confundida, sus labios se fruncieron en una clara señal de molestia, como si pensara que ese era el lugar menos apropiado para preguntar por ello. —Por supuesto —. Respondió su prima, con un tono un poco más hostil del normal. Desde la perspectiva de Zoey, tenía todo el sentido del mundo. Kass era epiléptica, la razón principal por la que nadie en casa estaba muy convencido de que aplicara al examen militar. Mas no importaba la cantidad de veces que sus padres o ella misma trataran de sacar a colación el tema, Kass solía cortarlo de forma tajante. Era natural que estuvieran preocupados, la gran mayoría de los esfuerzos estaban centrados en los daños de la guerra nuclear, lo existente antes de ella no estaba en las prioridades médicas o militares. ¿No era peligroso que ella se enlistara? Seguramente, pero Kass había dejado en claro que no le preocupara. —Kass… Insistió la mujer, mirándola con una súplica pintada en el rostro. —¿Qué? —Suerte en examen de hoy. —No necesito suerte. Kass se dio la vuelta sin agregar más. La situación seguía tensa incluso cuando Zoey la alcanzó en la entrada del centro, formándose detrás de ella para poder pasar por el escáner. —Eso era innecesario, ella está preocupada por ti y lo sabes. —No importa. Se acercó a la puerta, colocó el dedo sobre el sensor. La primera alarma dejó ver que reconocía sus huellas digitales. La segunda anunció la aguja, tan fina que era imposible verla a simple vista, tan caliente que cauterizaba la herida una vez que salía. Kass hizo una mueca, pero siguió avanzando. —Tengo que irme. Sentenció antes de que Zoey lograra pasar el escáner y se esfumó en el mar de gente que se apresuraba para llegar a sus estaciones. Era un día importante.
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