Capítulo 2

2490 Words
Alejandro Estaba devuelta en casa más pronto del que había imaginado, Karen corre por la entrada con su helado de chocolate en una mano y en la otra un paquete de galletas de chocolate, si su madre la ve comer todo ese dulce enloquecería, voy detrás de ella con unas bolsas del supermercado. –Karen, despacio– le digo, mi voz hace eco por toda la sala de estar, llego a la cocina y dejo las bolsas sobre la meseta, la pequeña no alcanza, la levanto en el aire y le doy vueltas, ella sonríe mostrando sus dientes y se le iluminan los ojos azules, la deposito sobre la mesa de la cocina. –¿Puedes servirme helado, tío? – me dije con su voz tan inocente. –Solo helado por ahora, más tarde puedes comer galletas. –Pero también quiero galletas– me hace un puchero, se me retuerce el corazón. Nadie había logrado que me sintiera así antes, la miro a los ojos, parece que va a llorar. –Solo uno a la vez– me vuelve a mostrar su carita de perro abandonado, tengo que demostrarme fuerte o ella puede lograr que haga todo lo que quiera, como ha sido desde que aprendió a caminar, desde la primera vez que me llamo tío o cuando aprendiendo mi nombre. Aunque no es mi hija siento como si lo fuera, pues pasa más tiempo conmigo que con su propio padre, el cual es mi hermano menor. Sus prioridades aún no están tan claras, las vueltas que da la vida, para quienes no quieren ser padres, Dios le da hijos, a los demás nos dan sobrinos. No puedo soportar ver su cara triste, así que le doy una porción reducida de galletas con helado, por otra parte, abro la nevera y me sirvo una copa de vino tinto de la marca Concha y Toro, pongo a Karen en sus pies y camina a mi lado agarrando el tazón de helado y galletas con sus dos manos. –¿Qué quieres hacer ahora, Karen? –Quiero ver una película. –Está bien– nos dirigimos a la sala de estar de la mansión, ella se me adelanta y deja el helado sobre la mesa de centro, busca el control sin mi ayuda y enciende la TV sin que nadie tenga que decirle que hacer, pone el canal de Disney, se arrodilla frente a la mesa y comienza a comerse el helado. Me siento en el sofá blanco, con mi copa de vino en la mano derecha, me saco el celular del bolsillo del jeans, lo desbloqueo y ve las notificaciones que tengo, nunca he sido fanático de las r************* , solo cuento con un perfil en LinkedIn por puro negocio, observo que tengo una notificación de esta aplicación y entro a ver –tienes una invitación de Helena Martínez– leo, la acepto de una vez, pues sin ver su foto recuerdo quien es, esos labios carnosos no se han esfumado de mi mente, entro a ver su perfil, leo su descripción: Diseñadora Gráfica, fotógrafa profesional, le doy clip a su foto y la agrando, esos enormes ojos cafés claros me devuelven la mirada, una mirada que hipnotiza, doy un trago de mi bebida, cierro la aplicación y voy a la App Store, hago algo que nunca pensé que haría, descargo **, mientras se termina de descargar le echo un vistazo a mi sobrina, sigue en la misma posición, ya casi se ha comido todo el helado y las galletas, mira fijamente la televisión. Retorno mi mirada a la pantalla del celular y descubro que ya se ha instalado, me creo un perfil, eligiendo una foto de mi galería, una foto al azar, pues no soy una persona de utilizar la cámara de mi celular, descubro que cierta personita ha estado utilizando mi celular para tirarse fotos y sonrió por su travesura, esa niña, al final pongo de perfil una foto profesional que utilizo para casi todo, termino de llenar los datos y cuando el perfil se completa, me veo escribiendo su nombre en el buscador, Helena Martínez, me aparecen cientos de perfiles, los reviso uno a uno, ninguno es el de ella, llega a mi mente el recuerdo de su voz diciéndome que sus amigos la llaman Lena, borro su nombre y vuelvo a escribir Lena Martínez, el tercer perfil capta mi mirada, Lenamtz, entro a este, me sale su nombre completo y una foto de ella de perfil, me fijo en el número de seguidores, 20K, leo su descripción, casi inexistente, fotógrafa, diseñadora gráfica, llama mi atención al decir Cofundadora de Bonhomía, tiene acceso directo para ese perfil, pero antes me dispongo a mirar sus fotografías, en la mayoría son de otras personas, de su trabajo, foto de paisajes con frases inspiradoras, fotos de parejas en sus sesiones pre bodas, más abajo hay fotos en blanco y n***o de una mujer, no se le ve la cara, solo algunas zonas de su cuerpo como su cuello y su hombro, la silueta de su cintura, la mujer está desnuda, tiene una cintura estrecha que va agrandándose mientras aparece sus caderas, son todos excelentes, sigo vagando por su perfil, encuentro fotos de ella tomando café en la zona colonial, con otras dos mujeres, de ella en bikini, mostrando toda esa exquisita piel bronceada, se ve joven, tal vez a principios de sus 20s, me tomo lo que queda del vino de un trago, mirando una foto de ella de espalda en bikini, su cabello le cae por debajo de los hombros en un lío de risos, a simple vista se pensaría que no llevaba la parte de arriba del traje de baño, me tenso en ese momento. Agarro la copa con fuerza, respiro hondo, salgo de la foto, regreso a la descripción y entro al perfil que deja allí, me encuentro con algo mucho más profesional, es una cuenta de empresa, una agencia publicitaria para ser más exacto, guardo en mi mente el nombre de aquella agencia, veo las fotos que tiene, a que se dedican, hay foto de dos chicas más, leo toda la información que tienen allí. Karen me sobresalta al subirse a mi regazo, bloqueo el celular antes de que vea lo que hay en la pantalla. –¿Qué sucede, pequeña? – tiene toda el área de la boca sucia de chocolate, las manos también. –Tengo sueño– su voz está soñolienta. –Vamos a dormir entonces. – me levanto y la llevo en mis brazos, paso primero por el baño de invitados y le limpio la cara y las manos, su habitación se encuentra en la planta baja, me dirigió allí y la acuesto en su cama. –¿Te quedas conmigo? – me suplica, asiento y me recuesto a su lado. Sigo divagando con aquella foto, las imágenes se reproducen en mi mente como un video, Karen me pide que le cuente un cuento, la complazco porque esa niña sabe cómo manipularme a la perfección. …. –Buenos días– aparto el periódico de mi cara ante la voz de Roberta. –Buenos días– le respondo, se sienta frente a mí, me quedo mirándola por unos minutos, que hombre en su sano juicio no caería rendido ante aquella mujer, tiene 39 años, aunque parezca que va a cumplir 31, siempre tiene su cabello rubio arreglado, delgada y esbelta, visita 5 veces a la semana el gimnasio, esa mañana lleva un juego de chaqueta y pantalón blanco con una blusa rosa debajo, mandado hacer a la perfección, aunque delante de los demás parecemos una pareja plenamente feliz, ambos sabemos que no es así, que nunca lo ha sido y que seguimos viviendo bajo el mismo techo por obligación. Nos conocemos desde niños, fuimos a la misma escuela, desde kínder hasta terminar la secundaria, porque la mujer sentada al otro extremo de la mesa eran tan inteligente que desde que piso un salón de clases ya sabía todo lo que allí se enseñaba, yo le llevaba dos años pero fuimos juntos a todos los cursos porque demostró que era demasiado inteligente y la pusieron a mi nivel, cuando nuestra adolescencia llego creíamos estar enamorados, todas las primeras veces las hicimos juntos, en la universidad todo eso cambio, yo cambie, no era lo que esperaba, ella saco su verdadera personalidad, mi familia hizo malos negocios y yo tuve que arreglar sus desastres para que no cayeran en la quiebra. Ahora la miro y hubiera preferido eso a vivir esa vida. La veo servirse su desayudo en silencio. Llevamos 12 años de matrimonio, intercalados, irónico es que lo único que me dio un poco de liberta fueron los estudios, cada vez que necesitaba estar lejos me iba a otro país a estudiar una maestría, duraba dos años fuera, viviendo un poco mi vida. –¿Qué sucede? – pestañee, retomando mi lectura. –Nada– hable cortante, no hablamos más, ambos desayunamos, tomamos el café y cuando una de las trabajadoras de la casa se presentó para retirar los platos me disculpe y me marcho. Ni nuestros empleados se imaginaban el calvario que era vivir en aquella casa, eso era lo que me decía a mí mismo. Subí a la habitación, me lave los dientes, me peine el cabello con las manos, recogí mi celular, la cartera, las llaves del auto y la casa, lo puse todo el bolsillo de mi pantalón, sobre la cama estaban la corbata y la chaqueta a juego con mis pantalones. Hice el nudo sin necesidad de mirarme en el espejo, tono en mi vida era monotonía, me puse la chaqueta y camine hasta mi tocador, elegí un perfume al azar, en nuestro contrato establecimos que Roberta se encargaría de estas cosas, comprar ropa, zapatos, perfumes, productos en generar, los arreglos de la casa, contratar los empleados. Allí solo era un títere más de su perfecta vida. Salí de la habitación con dirección al garaje, Karina, la madre de Karen había vuelto por ella la noche anterior, sin su presencia la casa se sentía vacía y solitaria, pues ella le daba vida. La llenaba de alegría, cuando no estaba ponía todas las escusas para no ir a casa. Alrededor de dos años atrás me había comprado un pequeño apartamento a las afuera de la ciudad, el cual solo yo sabía de su existencia y claro, Juan mi chofer personal, pues en ocasiones decía que me iba de viaje de trabajo sin ser cierto, me refugia por unos días, sin que nadie me molestara, apagaba el celular, solo Juan tenía permitido ir, ocuparse de buscar a alguien para la limpieza y llevar comida cuando pensaba pasarme días allá. Otras veces, iba por las tardes, salía de la oficina y me quedaba unas horas durmiendo, viendo la televisión, en completo silencio. Pase casi toda la mañana leyendo y firmando papeles, haciendo cálculos junto a Enrique, el contador de la empresa, en mi cabeza bailaba la idea de poner en marcha una fundación, hacía ya un tiempo que tenía esa idea entre ceja y ceja. No quería que el dinero para el proyecto saliera de la empresa directamente, la necesidad de que fuera completamente mía me traía loco. Enrique también era mi contador personal, estábamos buscando la manera de que con una de mis inversiones privadas diera para financiarlo, pero los cálculos no cuadraban. –Solo queda que renuncie a uno de mis sueldos. Eso podría servirnos. – le dije. –También, puedes contemplar la idea de tener un socio– llevábamos trabajando junto por más de 7 años, la confianza que depositaba en el hombre frente a mí no era pequeña, pues todos y cada uno de mis movimientos financieros él los aprobaba primero. –Eso era lo que no quería, pero hablare con uno de mis amigos. Creo que ya terminamos por hoy– el hombre asintió, comenzaba a dolerme la cabeza– cuando salgas, por favor dile a Giny que pase. –Está bien, te enviaré más tarde los estados financieros de tus cuentas, para que puedas decidir a cuál renunciar. –Gracias– organizo el montón de papeles que estaban esparcidos sobre el escritorio, los entro en una carpeta y salió de mi oficina, la alerta de un número mensaje de texto me hizo tomar el celular, tenía un w******p de Henry, desbloquee el celular y entre a la mensajería instantánea. ¿Comemos juntos hoy? Necesito contarte algo muy importante. Que tuviera algo que contarse no era nada nuevo, me apetecía salir de la oficina. Aunque supiera que eso importante que quería decirse era que ese fin de semana conoció a una chica joven con la cual acostarse. Le respondí, claro, nos vemos en una hora en el Julieta. No lo note hasta que le di enviar al mensaje, no iba a ese restaurante a esa hora, no me gustaba visitar mis propios locales cuando estaban concurridos, muchas amistades me reconocerían y no llegaba a disfrutar de la comida, pero no podía engañarme en ese momento, yo quería volver a verla. En más de una ocasión entraba a su perfil de ** y veía sus fotos, pasaba ratos largos de la noche en eso, me sentía como un acosador. Deje el celular cuando mi secretaria entro. –¿Me mando a llamar? – se quedó de pie en la puerta. –Sí, entra Giny. – era una mujer en sus 30, trabajaba para mí desde que tuve que tomar el puesto de CEO del grupo Vittini y Asociados, aparte de Juan, Enrique y Henry, ella era de las únicas personas en las que podía confiar. Se sentó en la silla donde antes estaba mi contador. –Necesito que organices una reunión con las encargadas de esta agencia– le pase una hoja de papel con todos los datos de la agencia de Helena, pronunciar su nombre en mi mente se sentía como miel. Espesa y dulce. – para el viernes a las 3, sería un Coffee Breack, en la azotea del edificio, por favor que sea totalmente discreto, solo lo saben, tú, Enrique y Carmen, que aparte de mí, serán los participantes de esta reunión, por favor informarles que será una reunión de trabajo. –¿Sera todo? – ella escribía a toda prisa en su agenda. –Sí, por favor de encargarte de todo. –Por supuesto. – se puso en pie, yo agarre mi celular y la imite, tome mi chaqueta del respaldo de mi silla. –¿Va a salir? – me pregunto. –Sí, saldré a comer, puede que no vuelva a la oficina por hoy. Cualquier cosa me localizas en el celular. –Claro, señor. Salimos de la oficina, le pedí antes de marcharme que le pusiera seguro a mi oficina, para cuando llegué al sótano del edificio me sentía ansioso, no estaba lejos del restaurante, puede a unos 10 minutos, 20 si había mucho tránsito.
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